A continuación definiremos una serie de conceptos básicos,
que ayudarán al no especialista a comprender un poco las
reglas que se siguen para clasificar los seres vivos. Ante todo,
he aquí algunas definiciones:
La sistemática (en Biología, biosistemática)
es el estudio de las relaciones y clasificación de los organismos.
Incluye las disciplinas de la nomenclatura y la taxonomía.
La nomenclatura se ocupa de asignar nombres científicos
válidos a los organismos. La taxonomía es la
ciencia que trata de los principios de la clasificación;
en Biología, consiste en la aplicación de dichos principios
a plantas, animales, hongos, etc.
Nuestro planeta está ocupado por criaturas de lo más
variado: champiñones, moscas, pinos, zarigüeyas, atunes,
hombres, sargazos, escorpiones... Un estallido de diversidad que
tratamos de conocer, comprender, preservar y, a ser posible, usar
en nuestro beneficio. Y para ello, necesitamos describir esa diversidad,
clasificarla.
Algunas clasificaciones tradicionales han sido meramente utilitarias
(al estilo de: «Los animales se dividen en bestias, alimañas
y animalicos del Señor; las plantas, en árboles, cereales,
hortalizas y malas hierbas; etc.»). Pueden ser muy apañadas
en la vida cotidiana, pero dejan mucho que desear desde el punto
de vista científico.
La unidad básica para clasificar los seres vivos es la
especie. Todos tenemos una idea intuitiva de lo que es una
especie, y usamos el término coloquialmente: los caballos
constituyen una especie, los gatos otra, nosotros otra... Sin embargo,
los científicos no acaban de ponerse de acuerdo en su definición.
Aquí no nos complicaremos mucho la existencia, ni entraremos
en polémicas. Grosso modo, podemos definir como especie al conjunto de
seres vivos que pueden cruzarse entre sí para dar una descendencia
viable. Está claro que un leopardo y una berenjena pertenecen
a especies distintas; al menos, a nosotros no se nos ocurre en qué
forma podrían cruzarse. En otras ocasiones no está
tan clara la diferencia. Por ejemplo, caballos y asnos son especies
próximas, pero claramente distintas: el cruce entre asno
y yegua da lugar a un mulo, que es estéril. A veces, la barrera
entre especies es tan difusa que provoca acerbas discusiones entre
científicos. Los hay que describen especies distintas basándose
en pequeñas variaciones, mientras que otros consideran que
se trata de una única especie con gran diversidad entre sus
individuos. En ocasiones, criaturas que son morfológicamente
iguales no pueden cruzarse. No es tarea fácil describir la
biodiversidad...
Desde hace muchos siglos, las doctrinas de Platón y Aristóteles
vienen influyendo en nuestra forma de entender la naturaleza. Platón
pensaba que detrás de cada cosa existente se oculta una
idea o esencia. Lo que nosotros vemos son meras representaciones
imperfectas de tipos ideales (tras todas las mesas subyace la idea
de "mesa", etc.; seguro que más de uno está
acordándose ahora de las clases de Filosofía que recibió
en sus años mozos, con aquella famosa alegoría de
la caverna...). Del mismo modo, la tarea de clasificar los seres
vivos en especies consistiría en determinar los tipos ideales.
Dichos tipos serían algo real, inmutable, mientras que las
variaciones que se presentan dentro de cada especie se tacharían
de imperfecciones.
Pero hoy sabemos que las especies cambian, evolucionan
a lo largo del tiempo. Todos los seres vivos descendemos de un antepasado
común que existió hace alrededor de cuatro mil millones
de años. Su progenie se fue diversificando a lo largo de
los milenios, poblando la Tierra, dando lugar a millones y millones
de especies que engendraron otras o se extinguieron. Las ideas platónicas
carecen de sentido en Biología. La vida fluye como un río;
las teorías de Platón sólo se pueden aplicar
a las cosas muertas. Éstas sí que han sido diseñadas
por algún fabricante o artesano de acuerdo con un plan. Los
seres vivos, en cambio, no funcionan así.
Hicimos una reflexión acerca del concepto de especie en este blog
(I y II). Puedes echarle un vistazo si te interesa el tema,
amigo internauta.
En suma, el hecho de que las especies evolucionen hace que, a veces, sea
difícil distinguirlas. Para ello, hay que observar, describir
y catalogar el mayor número de caracteres de las criaturas
examinadas.
Hace siglos, la única forma de describir especies se basaba
en su morfología, es decir, consistía en fijarse
en los caracteres macroscópicos, apreciables a simple
vista. El desarrollo de los aparatos ópticos hizo que los
caracteres microscópicos (la ultraestructura)
pudieran ser accesibles a los científicos y, con ello, la
catalogación de especies resultara mucho más fiable.
Asimismo, conforme avanzaron nuestros conocimientos del mundo vivo,
se echó mano para describir especies de la Embriología
(estudio del desarrollo de los organismos), la Paleontología
(estudio de los fósiles), la Etología (estudio
del comportamiento), la Bioquímica (¿de qué
están compuestos los seres vivos?) y, en las últimas
décadas, la Biología Molecular que, en última
instancia, se ocupa del ADN y de cómo se expresa éste.
Cada vez podemos hilar más fino para catalogar la biodiversidad.
De hecho, el auge de la Biología
Molecular ha supuesto que algunos biólogos moleculares miren
por encima del hombro a los taxónomos "clásicos",
hasta el punto que éstos últimos tiendan a convertirse
en una especie en vías de extinción. Grave error.
Para ser justos, se les achaca a los taxónomos moleculares
que desconocen cómo es la vida fuera de su laboratorio, y
carecen de una visión de conjunto de cómo es un ser
vivo, cómo interactúa con el ambiente. De hecho, requieren
el auxilio de los taxónomos clásicos para saber a
qué corresponde el ARN o ADN que están estudiando.
La comprensión de la vida requiere la colaboración
entre múltiples disciplinas y enfoques. Por cierto, circula
un conocido chiste acerca de la arrogancia
de algunos biólogos moleculares.
Dejémonos de digresiones. Supongamos que hemos logrado describir
las especies de seres vivos, y ya tenemos una inmensa lista de ellas.
¿Cómo las ordenamos?
Ante todo, las clasificaciones de los seres vivos son jerárquicas:
los grupos se incluyen en grupos mayores, y éstos en otros
aún mayores, etc. Como hemos dicho antes, la base de la clasificación
biológica es la especie. Así pues, y a modo de resumen:
- Las especies relacionadas se agrupan en géneros.
- Los géneros se agrupan en familias.
- Las familias, en órdenes.
- Los órdenes, en clases.
- Las clases, en tipos o filos (los botánicos
prefieren usar el término división).
- Los filos, en reinos.
- Y los reinos, en dominios.
Como se ve, hay 8 categorías básicas (rangos
o taxones) a la hora de clasificar. En ocasiones, los científicos
usamos otras (superórdenes, subfamilias, subespecies, etc.)
cuando se requiere una mayor precisión. Para no hacernos
demasiado pesados en esta página, pulsando aquí (página de
Nomenclatura) se puede acceder a más información
sobre la nomenclatura y clasificación.
Finalmente, hay que tener presente algo MUY IMPORTANTE. En última
instancia, las especies se agrupan en géneros, los géneros
en familias, etc., según criterios de parentesco.
Dos especies se consideran próximas (y, por tanto, se incluyen
en el mismo género), si poseen un antepasado común
cercano en el tiempo, diferente al de otras especies. En suma, la
clasificación debe reflejar la evolución de
las especies, la historia de la vida a lo largo de las eras geológicas.
Ello requiere conocer una serie de términos y conceptos,
que se resumen aquí (página de Evolución).
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