Érase que se era un humilde pastor que cuidaba de su rebaño en un verde prado, cuando se le acercó un ocioso paseante. Después de saludarse y platicar un rato sobre el clima, como suele ser usual en estos casos, el recién llegado le dijo al pastor:
-Voy a apostarme algo con usted. Si acierto en menos de quince segundos el número exacto de ovejas que tiene su rebaño, ¿me dejará usted que me lleve la que yo elija? Si pierdo, puede quedarse con mi reloj y mi cartera.
El pastor se lo pensó un momento.
-¿Esta usted seguro? Mire que hay muchos animales y así, de una ojeada, calcular cuántos tengo...
Pero el individuo parecía tan seguro, que el pastor se encogió de hombros y aceptó la apuesta. Allá él si se empeñaba en que lo desplumaran. Sin embargo, y para su sorpresa, aquel tipo echó un vistazo al rebaño y afirmó, con seguridad:
-Hay 1032 ovejas, exactamente -y su rostro exhibió una sonrisa triunfal.
-Virgen Santa... -el pastor se quitó la boina y se rascó la cabeza-. Usted gana. ¿Cómo demonios lo ha logrado?
-Bah... -el aire del individuo era de suficiencia-. En mi trabajo cotidiano estoy acostumbrado a analizar datos, cotejarlos, hallar pautas de similitud, bla, bla, bla...
-De acuerdo -el pastor suspiró, resignado-. Las deudas de juego son sagradas, así que llévese usted la oveja que prefiera.
El individuo se lo pensó y señaló con el dedo:
-Me quedo con ésta. Venga, ven conmigo, ovejita linda...
El pastor lo miró de arriba abajo.
-Oiga, usted es biólogo molecular, ¿verdad?
El individuo dio un respingo, sorprendido.
-En efecto. ¿Cómo lo ha sabido?
-Elemental. Se quiere llevar usted al perro...