La igualdad política de los ciudadanos aparece consolidada institucionalmente y el papel político de la asamblea popular reconocido ya en la década de los años ochenta del siglo v. A finales de la década de los setenta, Píndaro deja entrever una nueva forma de diferenciar tres tipos de constitución: "La tiranía, el dominio de la ciudad por los impetuosos soldados (es decir, los ciudadanos hoplitas) y el gobierno de los hombres sensatos (o sea, los nobles)" (Pítica 2, 86 y sig.). Lo sucedido al reconocerse la igualdad política a las clases medias (no sólo en Atenas) se asimiló como una nueva forma particular de constitución política de la Polis, comprendida además no ya como una simple modificación de un orden dado, tal como fuera en su día la Isonomia en relación con la Eunomia, sino como una forma nueva de título de soberanía. Está claro que, durante este tiempo, las clases medias no aristocráticas habían sabido hacer valer su participación .

Esquilo, Las Suplicantes, v. 359-ss
Coro ¡Ojalá, sí, que Justicia, protectora de los suplicantes, hija de Zeus protector de los suplicantes, mire nuestro auxilio como no causante de daño! Y tú, aunque seas un anciano prudente, aprende de la que nació después que tú: respeta al suplicante con generosidad..., que la voluntad de un varón santo es aceptada por los dioses
Rey No estáis sentadas junto al hogar de mi palacio. Si la ciudad, en común recibe una mancha, preocúpese en común todo el pueblo de buscar el remedio. Yo no os puedo garantizar promesa alguna antes de haber consultado acerca de este asunto con toda la ciudad.
Coro Tú eres la ciudad, tú eres el pueblo. Tú eres un jefe inviolable. Gobiernas el altar (hogar de este país) con los únicos votos de tus gestos y, sentado en tu trono, sin más cetro que el tuyo, resuelves cualquier cosa necesaria. Guárdate de esa mancha.
Rey ¡Caiga esa mancha sobre mis enemigos! Mas no puedo ayudaros sin perjuicio, pero tampoco es prudente lo contrario, es decir, despreciar vuestras súplicas. Estoy lleno de dudas, y el corazón, de miedo, me atenaza de si obrar o no obrar y hacer una elección de mi destino.
Coro Atiende al que mira desde arriba (custodio de mortales doloridos) al que ve a quien, al buscar en su prójimo una ayuda, no logra la justicia que es legal. El encono de Zeus protector del suplicante aguarda a los que no se ablandan con las súplicas, cuando él ya ha sufrido con sus lamentos.
Rey Si los hijos de Egipto pretenden ser tus dueños con arreglo a la ley de tu ciudad, alegando que son tus parientes más próximos, ¿quién estaría dispuesto a enfrentarse con ellos? Debes intentar defenderte de acuerdo con las leyes que haya en tu propia patria, demostrando que ellos no tienen ningún señorío sobre ti
Coro Jamás llegue yo a estar en nada sometida al poder de los varones. Cual sola solución me puse como límite una constante huida de ese hostil matrimonio, guiada por las estrellas. Elije a Justicia por aliada y escoge el respeto temeroso que te inspiran los dioses
Rey No es fácil juzgar este pleito. No me elijas por juez. Y además te lo dije antes: no podría hacer eso a la espalda del pueblo, ni siquiera teniendo un poder absoluto, no sea que algún día diga la muchedumbre, si por ventura algo no sucediera bien: "Por honrar a extranjeras, causaste la perdición de la ciudad"
Esquilo, Las Suplicantes, v 483-ss
Danao Han decidido los argivos sin duda de algún género, sino de modo que mi viejo corazón se rejuvenecía. Tembló el aire al levantarse unánimes las manos diestras de todos al votar este decreto: que libres habitemos esta tierra, sin consideración de gente prisionera, sino con el derecho humano del asilo; que nadie, ni habitante del país, ni tampoco extranjero, nos pueda reducir al servidumbre; y, si alguien nos hiciera violencia, el noble que no acuda en nuestra ayuda quede privado de derechos y sufra la pena de destierro por decreto del pueblo. De esto les estuvo convenciendo, en forma literal, al hablar sobre nosotros el rey de los Pelasgos. Les advirtió que nunca dieran pábulo con el correr de los tiempos a la potente ira de Zeus, que es protector del suplicante. Y añadió que una doble mancha (a la vez extranjera y ciudadana) que apareciese ante la ciudad, vendría a ser un pasto de desgracias sin posible remedio. Al oír esto, el pueblo argivo decidió con sus manos que así fuera, sin esperar siquiera a que el heraldo llamase a votación. El pueblo de los Pelasgos escuchó los retóricos giros persuasivos, y Zeus decidió su cumplimiento
Las Suplicantes de Esquilo

En Las Sup1icantes de Esquilo, representada hacia el año 463, aparecen por vez primera las características constitucionales esenciales de la democracia, proyectadas al pasado, al período casi mitológico de la monarquía, y transferidas a Argos, pero delineadas con tal claridad que no cabe duda de la intención política del poeta. El problema del ejercicio del poder y de la responsabilidad plena del demos en cuanto al contenido y las consecuencias de sus decisiones debió de ser muy debatido por aquel entonces.
Trata la obra de la reacción de la Polis ante la petición de asilo de las hijas de Danaos, huidas de Egipto para evitar una boda no apetecida y llegadas a la ciudad de origen de su abuela en busca de ayuda en calidad de griegas, frente a los bárbaros, una tema de máxima actualidad también por aquel tiempo. La situación jurídica es complicada, pero las evadidas están bajo la protección de Zeus Hikesio ("de los suplicantes"), cuyo mandato es terminante: Es justo ayudar, y es injusto negar la ayuda. Cierto que el aceptar la petición de auxilio puede significar la guerra. Por tanto, el rey no puede decidir sólo. Cuando un peligro amenaza a la comunidad, el pueblo entero debe disponerse a la defensa; por eso, la decisión la han de tomar todos los ciudadanos (Esquilo, Las Suplicantes, v. 359-ss)
Esto es lo que esas extranjeras, apoyándose en la experiencia de su propia patria, esperan: Todo lo contrario de una Polis libre y democrática, es decir, desde el punto de vista griego, una Polis dominada por un tirano, cuyos rasgos negativos sirven, una vez más, para caracterizar la Polis democrática: Rendición de cuentas de los magistrados, decisión no por boca de uno, sino de todos. Una y otra vez se subraya el aspecto de la toma común de decisiones y de la responsabilidad solidaria de los ciudadanos de cara al bien común (Esquilo, Las Suplicantes, v 483-ss). Se habla de los «decretos soberanos del pueblo» (v. 601), de «la mano autoritaria del pueblo» (v. 604) en la votación, descrita con lujo de sugestivos detalles (6O7 y sig.; v. 621 y sig.), de la fuerza coercitiva que emana de esa decisión y afecta a todos los ciudadanos (en la que aún se vuelve a insistir: 613 y sig.). Por último, se pone un énfasis especial en la oración pronunciada por las agradecidas Danaides: «Que el pueblo que goza de la facultad de gobernar la ciudad con vistas al bien común disfrute de su merecida gloria en paz» (698 y sig.).
 Se discute aún si ya entonces se conocía la palabra «democracia» o no, pero de lo que no cabe dudar es de que existía una clara conciencia del valor y la esencia de la democracia. Este proceso de concienciación debió de verse además favorecido por la intensa polémica por parte de sus detractores. Eso parece indicar, al menos, la exposición sorprendentemente positiva del poeta, ya se entienda ésta como defensa de un orden injustamente difamado o como exhortación al demos para que no eluda su responsabilidad para con el bien común y se haga digno de las grandes esperanzas ligadas a la nueva constitución. Por primera vez tropezamos, en el debate espiritual, con el "fenómeno democracia", con la interpretación argumentativa de una constitución entendida en el sentido de una forma de gobierno. Siempre, no obstante, contrapuesta a la "constitución negativa" por excelencia, la tiranía.

Colina de Ares (Areos-Pagos), lugar donde se celebraban las reuniones (vista desde la Acrópolis)
Golpe de Estado al Areópago

En el año 462, instigada por un grupo de políticos dirigidos por Efialtes, la Asamblea Popular aprobó una serie de cambios constitucionales de gran alcance. Aunque se sabe muy poco sobre ello y las interpretaciones modernas divergen, parece seguro que el Consejo de Areópago perdió buena parte de sus poderes y toda su influencia directa sobre la conformación de la política, mientras que aumentó considerablemente la independencia y la capacidad de actuación de la Asamblea Popular y de su "Comité Directivo", el Consejo de los Quinientos, gracias al fortalecimiento de sus competencias en la esfera de la toma de decisiones políticas y del control. Los objetivos de la política exterior parecen haber jugado aquí un papel importante. Se trataba de debilitar de manera decisiva a los exponentes de un programa político de tipo tradicional, cuya base de supremacía descansaba en el prestigioso Areópago que, además, había aumentado su influencia política a consecuencia de la ininterrumpida actitud beligerante mantenida tras las Guerras Médicas, para ofrecer la oportunidad a los defensores de tendencias opuestas. Para éstos resultaban sin duda de gran importancia que se transfirieran a la Asamblea Popular no sólo las decisiones aisladas, sino además la planificación a largo plazo y la determinación de la política ateniense, y que se concentrara en los gremios democráticos la voluntad política de la comunidad. Es muy posible que en estas cuestiones chocaran entre sí por primera vez reivindicaciones divergentes de hoplitas y tetes que, por tal motivo, se convertían en armas útiles para alcanzar ciertas metas políticas; como quiera que sea, las reformas fueron decididas mientras más de un tercio de los hoplitas atenienses se encontraba fuera del territorio.
Estas reformas fundamentan en sentido estricto la democracia como soberanía radicada en el demos (es decir, en la colectividad de los ciudadanos). Sobre esta base introdujo Pericles diez años más tarde ulteriores innovaciones, que facilitaron aún más la participación intensiva de considerables núcleos de ciudadanos en la vida política y contribuyeron por tanto a la realización de la democracia. Los mismos contemporáneos comprendieron que habían tenido lugar cambios fundamentales. Por eso, las reacciones fueron vehementes: Se intentó abolir las reformas, aprovechando el regreso del ejército de los hoplitas, y Efialtes fue asesinado; por otra parte Cimón, el líder de los "conservadores", fue desterrado, y se difundieron rumores de que ciertos círculos aristocráticos se habían conjurado para demoler la democracia y habían buscado la ayuda de Esparta. Según eso, las reformas se interpretaron esencialmente como la victoria de un partido y de una tendencia política, y no como mejoras de la organización de la Polis de interés general y, por tanto, aceptables para todos o para la gran mayoría. Mientras que Clístenes había puesto en práctica sus reformas apoyado por un amplio consenso de la Polis en conjunto, este cambio de la constitución servía sólo para imponer la voluntad de una parte de los ciudadanos, cierto que sobre la base de una decisión de la mayoría, aunque coyuntural, en contra de la resuelta oposición de unas minorías bastante considerables provenientes de las clases superiores y medias. La constitución y sus instituciones se convertían en algo manejable: Por vez primera en la historia de Grecia y en la del Mundo el orden global de la Polis quedaba abandonado al albedrío de los ciudadanos, es decir, se convertía en objeto de controversia v cuestión de política. Por primera vez se planteaba con toda su crudeza la alternativa más fundamental que puede darse... en una colectividad de ciudadanos: Si los gobernados, los que no están especializados en política, deben o no, et de iure et de facto, tener derecho a cooperar en la política... Este acontecimiento se puede caracterizar como la politización del orden de la Polis.

El juicio de Orestes (arrodillado) entre Apolo (derecha) y Atenea (izquierda). Arriba, con serpientes en la cabeza se distingue un Erinia
Las Coéforas de Esquilo

Este paso, decisivo para el pensamiento político, estaba indisolublemente ligado a la creación de una profunda escisión en el seno de la comunidad, cuya superación se convertía en una cuestión de vida o muerte para ella. Los esfuerzos para restablecer la armonía ciudadana y recuperar la solidaridad sobre una nueva base advierten patéticamente en Las Euménides de Esquilo, una obra que ocupa un lugar peculiar y una posición de privilegio en la historia del pensamiento político de los griegos y que representa quizás su manifestación más deslumbrante en el siglo V.
La obra se enmarca dentro de la trilogía La Orestiada compuesta por las obras Agamenón, Coéforas y Euménides. En la primera se narra la vuelta de Agamenón de Troya y su asesinato a manos de su mujer Clitemnestra y de su amante Egisto. Al final de la obra se justifica este asesinato: por parte de Clitemnestra, como pago al crimen de su hija Ifigenia, sacrificada por Agamenón antes de partir a Troya; por parte de Egisto, como pago por el crimen de Atreo, padre de Agamenón, contra su hermano (y padre de Egisto) Tieste, a quien Agamenón dio a comer sus hijos. El pueblo reacciona contra esta usurpación, que considera una tiranía (TEXTO 34: Esquilo, Agamenon, v 1643 y sig). En Las Coéforas se narra la vuelta de Orestes, hijo de Agamenón, quien con su hermana Electra planean la muerte de su madre Clitemnestra y Egisto, aconsejado por Apolo. Al final de la obra se le aparecen a Orestes la Erinias, las diosas vengadoras de lo crímenes de sangre, como monstruos que le persiguen y sólo a él se le aparecen (TEXTO 35: Esquilo, Coéforas, v 970 y sig). La trilogía termina con Las Euménides, donde Orestes, en su huida llega hasta Atenas y se abraza a la estatua de Atenea, mientras las Erinias danzan a su alrededor. Acude la diosa y, junto con Apolo, celebran un juicio, donde las erinias actuan de acusadoras y Apolo de defensor de Orestes. Tras la primera presentación de las diosas vengadoras, con su relato de los hechos, y la de Orestes, con el suyo, Atenea plantea el gran dilema (TEXTO 36: Esquilo, Euménides). Tiene lugar el juicio y la votación, que arroja un empate, y Atenea en persona, con su voto, decide a favor de Orestes. Terminado el juicio, tras la salida de Orestes y Apolo de escena, las Erinias, que se consideran ultrajadas, se preparan para vengarse destilando su veneno por toda la tierra de Atenas. Ello comporta la transformación de las Erinias de diosas vengadoras y dañinas en Euménides, diosas benefactoras y protectoras, asentándolas en la colina del Areópago, donde, con posterioridad se celebrarán las reuniones del famoso tribunal del Areópago, encargado antes de grandes prerrogativas (aristocracia), pero ahora, tras la revolución democrática, limitado a delitos de sangre.
Parece evidente que Esquilo ha reproducido en forma de mito el conflicto acaecido en Atenas. Analiza sus condiciones y causas con una agudeza inusitada y llega a la conclusión de que la reforma realizada en un principio, al no estar adecuada al problema, se limitó a modificarlo sin embotar su filo. El conflicto que se desarrolla entre las Erinias, que reclaman el castigo del matricida Orestes y Apolo y Atenea que interceden para su perdón, se le plantea como una colisión de dos principios jurídicos, cada uno justificado desde su punto de vista y, precisamente por eso, difícilmente conciliables: Uno representa el antiguo orden comunitario, consagrado por la costumbre; el otro, un nuevo orden basado en unas circunstancias y conocimientos diferentes (traducido a la actualidad del día: Aristocracia y democracia). La intervención del Areópago y la absolución de Orestes tras la correspondiente votación resuelven el problema práctico del momento, pero no el conflicto básico desenmascarado a su través, ya que la decisión constituye la victoria de un partido (de los representantes del nuevo orden), obtenida frente a una dura resistencia, y no un compromiso. Y como la parte perdedora (las Erinias) no ha sido realmente aplacada y piensa en la revancha, la existencia de la comunidad entera se ve en peligro por la persistencia del conflicto.
Precisamente porque los dos órdenes tienen sus justificaciones, la comunidad sólo puede alcanzar la paz y la unión proporcionando a ambos, dentro de su marco, una función que les permita contribuir cada uno al bien común de acuerdo con su manera de ser y sus posibilidades. Hay que tomar en serio las amenazas de las Erinias y conseguir la reconciliación. La incorporación de las que fueran enemigas en el nuevo orden triunfante y su transformación en diosas bienhechoras "benévolas" (Euménides), representa en la obra de Esquilo la realización del postulado que se deducía de su previo análisis. En el idioma de la política actual significa esto: De la misma forma que la democracia garantiza la intervención incluso de las clases más bajas, basándose en lo justo de su reivindicación, y esto repercute en bien de la comunidad (v. Las suplicantes 698 y sig.), hay que otorgar también al elemento aristocrático un papel de responsabilidad (el de un contrapeso estabilizador). Sólo así se consolidará el nuevo orden recién establecido. Reconciliación, unidad, colaboración en pro del bien común, éste es el mensaje político de Esquilo, formulado desde una posición de compromiso, desde el centro.