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TEXTO 34: 71. Regreso y muerte de Agamenón (Agamenón vv. 257-270, 1215-1238, 1343-1370, 1643)
Esquilo
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Agamenón, envuelto en una red, recibe la muerte a manos de Egisto, ante la mirada de Clitemnestra

(vv. 257-270 La escena se desarrolla entre el Corifeo y Clitemnestra, esposa de Agamenón. Es un diálogo verso a verso.)
CORIFEO. Vengo, Clitemnestra, a rendir homenaje a tu poderío, pues es de justicia honrar a la esposa del soberano, cuando está ausente del trono el varón. Tanto si estás ocupándote de hacer sacrificios por haber recibido buenas noticias, como si sólo lo haces con la esperanza de recibirlas, lo escucharé con alegría, pero tampoco me quejaré, si te lo callas.
CLITEMNESTRA. Como portadora de buenas noticias, conforme al proverbio, nazca la aurora de su madre la noche. Vas a enterarte de una alegría que sobrepasa cuanto tú esperarás oírme: sí; los argivos ya han conquistado la ciudad de Príamo.
CORIFEO. ¿Cómo dices? Se me ha escapado el alcance de tus palabras, porque es increible.
CLITEMNESTRA.¡Que Troya es ya de los aqueos! ¿Hablo con claridad?
CORIFEO. La alegría me invade y al mismo tiempo me arranca lágrimas.
(vv. 1215-1238 Tras estas palabras que revelan aparentemente una Clitemnestra amante de su esposo y respetada por su pueblo, tiene lugar la confirmación de la noticia por el mensajero y la llegada de Agamenón, a quien Clitemnestra ha preparado ya la trampa. Casandra, la adivina a quien nadie cree, así lo vaticina. Lo siguiente es una resis larga.)
CASANDRA. ¡Ay, ay! ¡Oh, qué desgracia! ¡De nuevo el terrible esfuerzo de la certera adivinación me agita y me turba con sus preludios! ¡Mirad a ésos, a esos niños que están junto a la casa semejante a sombras de sueños! ¡Como si fueran niños asesinados por sus parientes, con las manos llenas de carne -alimento que es su propia carne-, se ve que sostienen intestinos y entrañas -una carga digna de piedad- de lo que comió su propio padre!
Afirmo que alguno -un león cobarde que está revolcándose en su lecho y guarda el palacio- está meditando la venganza de esto -¡ay de mí! contra el que está recién venido. Y el que fue jefe de la escuadra y destructor de Troya no sabe qué clase de acciones preparará, al modo de una Ate traidora, para su desventura, la alegre lengua de la odiosa perra que ha hablado con tal profusión. Éstas son las acciones que osa: ¡una hembra es la asesina del macho! ¿Con qué nombre de odioso monstruo que yo la llamase podría acertar? ¿Acaso anfisbena? ¿O una Escila que habita en las rocas, ruina de los navegantes? ¿Madre que salta con furia del Hades y exhala contra los suyos un Ares sin tregua? ¡Cómo alzó la osada el grito de triunfo como en el momento de la victoria en una batalla! ¡Y parece que se alegrara de que él haya vuelto sano y salvo!.
Clitemnestra mata a Casandra

(1343-1370 Una vez que entra Agamenón en el Palacio, se oyen los gritos de Agamenón desde dentro del Palacio y el Coro no sabe qué hacer.)
AGAMENÓN. ¡Ay de mí! ¡Me han herido de un golpe mortal en las entrañas!
CORIFEO. ¡Calla! ¿Quién grita, herido de un golpe de muerte?
AGAMENÓN. ¡Ay de mí nuevamente! ¡Me han herido otra vez!
CORIFEO. Por los gritos de dolor del Rey, me parece que el crimen (es decir, el que vaticinaba Casandra) se ha ejecutado ya. Deliberemos entre todos por si de algún modo hubiera decisiones seguras. (Los miembros del Coro hablan cada uno independientemente)
--Os digo mi opinión: hacer correr la voz entre los ciudadanos, para que acudan aquí, a palacio.
--Pero a mí me parece que, cuanto antes, caigamos sobre ellos y les probemos su crimen con el puñal chorreando sangre recién vertida.
--Yo soy de la misma opinión y votaré por hacer algo. No es momento de andar con demoras.
--Está visible, pues su preludio es como si dieran indicios de tiranía para la ciudad.
Pues estamos perdiendo el tiempo, mientras en el suelo ellos pisotean nuestra fama de vacilantes y no se duermen en la acción.
--No sé; se me ha ocurrido un consejo que digo: es también propio del que hace algo el meditar acerca de ello.
--Yo también pienso así, porque difícilmente podemos resucitar al muerto.
--¿Acaso, por alargar nuestra vida, vamos a ceder ante esos cabecillas que son la deshonra de nuestro palacio?
--¡Intolerable! Prefiero morir. Más dulce es la muerte que la tiranía.
--¿Por sólo unos indicios de gemidos vamos a ser adivinos de la muerte de nuestro Rey?
--Debemos hablar de ello, cuando estemos seguros. Dista mucho el hacer conjeturas de saberlo con claridad.
(vv. 1643 Tras afirmar Clitemnestra su crimen, aparece su amante Egisto, quien es increpado por el pueblo-coro.)
CORIFEO Egisto, no siento respeto por el que en sus crímenes se comporta con insolencia. Tú dices que deliberadamente has matado a este hombre y has planeado tú solo este asesinato que inspira piedad. Te aseguro que, en el momento de la justicia, no va a evitar tu cabeza las maldiciones del pueblo, exigiendo tu lapidación.
EGISTO ¿Dices tú eso? ¿Tú, que mandas tu puesto en el remo inferior, mientras los que mandan la nave son los que están encima del puente? Como ya eres viejo, vas a conocer qué duro resulta aprender a tu edad, cuando se ha dado la orden de ser prudente. Cadenas y tormentos de hambre son inspirados médicos, con la más sabia inteligencia para enseñar incluso a los viejos. ¿Tienes ojos y no lo ves? No des coces contra el aguijón, no vaya a ser que, después de pegarle, lo sientas.
CORIFEO. (A Clitemestra) Mujer, tú, que, guardando la casa, esperabas al que llegase del combate, ¿estabas a la vez deshonrando el lecho de tu marido y has tramado la muerte de tu esposo y jefe del ejército?
EGISTO. También esas palabras van a ser para ti causa de llanto. Tienes una lengua contraria a Orfeo. Él se llevaba todo tras sí con la alegría de su canto: tú, en cambio, por haberme irritado con tus necios ladridos, serás arrastrado y, cuando ya estés sometido al poder, te mostrarás más manso.
CORIFEO ¿De modo que tú vas a serme rey de los argivos? ¡Tú, que, después de haber planeado la muerte de éste, no te atreviste a ejecutar la acción, matándolo personalmente!
EGISTO.... Voy a imponer mi mando a los ciudadanos, sirviéndome de sus riquezas. Y al varón que no sea obediente, lo unciré a un duro yugo, y no va a ser un potro amadrinado, harto de cebada, sino que el hambre, odiosa vecina de las tinieblas, lo verá sumiso.
(La obra acaba con los tiranos sometiendo al coro)