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TEXTO 35: La venganza de Orestes (Coéforas vv. 246-274, 869-929, 970)
Esquilo
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Orestes  mata a Clitemnestra

(Segunda obra de la trilogía. En escena, Electra y Orestes -han transcurrido unos años- se reconocen y planean su venganza)
ORESTES. ¡Zeus, Zeus, sé espectador de estos sucesos! ¡Mira la nidada huérfana del águila que fue su padre muerto en los lazos y anillos de una cruel víbora! ¡El hambre que causa el ayuno agobia a los huérfanos, pues no son capaces de traer al nido la caza que traía su padre! En esta situación puedes vernos tanto a mí como a ésta -a Electra me refiero-: hijos sin padre y víctimas ambos del mismo destierro de su casa. Pero, cuando hayas aniquilado a estos polluelos, hijos de un padre que hacía en tu honor sacrificios y te ofrecía grandes honores, ¿de dónde vas a recibir el honor de abundantes festines ofrecidos por una mano de la misma estirpe? Una vez que destruyas las crías del águila, no podrás enviar a los mortales signos convincentes, ni este tronco regio, totalmente seco ya por tu culpa, podrá acudir en ayuda de tus altares en los días en que se ofrecen sacrificios de bueyes. Cuida de nosotros. De esta casa pequeña puedes levantar una casa grande, aunque ahora parezca que se ha derrumbado completamente.
CORIFEO. Jóvenes, salvadores del hogar paterno, guardad silencio, hijos míos, para que no se entere alguno que, por simple placer de su lengua, cuente todo esto a quienes tienen el poder. ¡Ojalá yo los viera alguna vez muertos sobre resinosos chorros de llamas.
ORESTES. No me traicionará el muy poderoso oráculo de Loxias, pues me estuvo ordenando afrontar hasta el fin este riesgo. Mucho alzó la voz y me gritó las desgracias que helarán mi ardiente corazón, si no voy contra los que mataron a mi padre de la misma manera que ellos lo hicieron, y me estuvo diciendo que los matara en compensación.
Orestes  mata a Egisto, ante Electra

(Tras presentarse Orestes como un mensajero que anuncia la muerte de Orestes, Egisto es asesinado, y a continuación Clitemnestra. Se oyen los gritos que da Egisto dentro del palacio)
EGISTO- ¡Ay, ay, ay de mí!
CORIFEO. ¡Bien! ¡Bien! ¡Muy bien! ¿Cómo irán las cosas? ¿Cómo se habrán producido en palacio? Apartémonos de un asunto que está terminándose, para que parezca que somos inocentes, pues ya está decidido el resultado del combate!
(Un esclavo llama a Clitemestra y le relata lo sucedido)
CLITEMNESTRA. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué son esos gritos?
ESCLAVO. El muerto ha matado al vivo. Te lo aseguro.
CLITEMNESTRA. ¡Ay de mí! He comprendido lo que me has dicho con ese enigma. Mediante engaños perecemos igual que nosotros matamos.¡Si alguien me diera al punto un hacha homicida! ¿Veamos si vencemos o nos vencen! ¿A tal punto de riesgo hemos llegado!.
(Se abre la puerta exterior del palacio. Se ve el cadáver de Egisto. Con la espada ensangrentada en la mano sale Orestes, seguido de su amigo Pílades! El esclavo huye)
ORESTES. A ti también te estoy buscando. Éste ya tiene suficiente.
CLITEMNESTRA ¡Ay de mí! ¡Has muerto, amadísimo, valiente Egisto.
ORESTES. ¿Amas a ese hombre?. Pues, entonces, vas a yacer en la misma tumba. No temas que vas a abandonar al muerto jamás.
CLITEMNESTRA. ¡Detente, hijo mío! Respeta, niño mío, este pecho, en el que, apoyado, te adormecías durante el tiempo que tú mamaste, mi leche nutricia.
....
ORESTES. Sígueme. Quiero degollarte al lado de éste que, cuando vivía, preferiste a mi padre. ¡Duerme con él, cuando hayas muerto, ya que amas a ese hombre y odias al que debías amar!
CLITEMNESTRA. Yo te crié y quiero hacerme vieja contigo a tu lado.
ORESTES. ¿Que vas a vivir tú conmigo? ¿tú? ¿La asesina de mi padre?
CLITEMNESTRA. Fue la Moira, hijo, la que me indujo a hacerlo.
ORESTES . También la Moira dispuso tu muerte.
....
CLITEMNESTRA. Hijo mío, tengo la impresión de que estás dispuesto a matar a tu madre.
ORESTES. ¡Tú, no yo, es quien va a matarte!
CLITEMNESTRA. ¡Míralo bien! ¡Guárdate de las rencorosas perras, de las vengadoras de tu madre!
ORESTES. ¿Y cómo voy a evitar las de mi padre, si esto lo abandono?
CLITEMNESTRA. ¡Todo es inútil! ¡Como si me pasara la vida lamentándome junto a una tumba!
ORESTES. El hado de mi padre determina tu muerte.
CLITEMNESTRA. ¡Ay de mí, que parí y crié una serpiente! ¡Qué certero adivino el terror de mis sueños!
(Se abre la puerta exterior, tras cuyo umbral se ven los cadáveres de Egisto y Clitemestra. Sale a escena Orestes, seguido de Pílades, que sostiene en sus brazos la vestidura que sirvió para inmovilizar a Agamenón, al asesinarlo.)
ORESTES.- Ved ahí a los dos tiranos del país, a los asesinos de mi padre, a los que han saqueado mi palacio. Pasaban por personas respetables, sentados entonces en el trono. Ahora siguen amándose, a juzgar por la suerte que han sufrido. Su juramento permanece fiel a las promesas que se hicieron. Sí. Se juraron el uno al otro dar muerte a mi desgraciado padre y morir juntos. Esto cuadra con su juramento.
.....
ORESTES- Pero, que lo sepáis -pues, como manejo las riendas con mis caballos demasiado fuera de la pista, no sé cómo va a acabar esto-: si mis pensamientos, que ya no domino, me arrastran vencido, y, en mi corazón, el terror está presto a cantar, y él a danzar al compás del rencor vengativo. Mientras estoy todavía en mi juicio, quiero proclamarlo ante mis amigos: afirmo que no sin justicia he matado a mi madre, esa impura asesina de mi padre, ese ser odioso para las deidades. Y, sobre todo, considero a Loxias, el dios adivino de Delfos, como el filtro instigador de esta audacia mía. Me profetizó que, cuando yo hubiera hecho eso, estaría libre de culpa criminal, pero que, si lo descuidaba... no voy a decir el castigo, pues ninguno de sus sufrimientos ha de alcanzarme ya con sus dardos. Ved ahora cómo estoy preparado : con este ramo y con esta corona me llegaré al templo ombligo del mundo, al solar de Loxias, a la luz radiante del fuego de la que se dice que es inmortal , procurando escapar de esta sangre que también es mía. No me permitió Loxias dirigirme a otro lugar. Y esto ordeno yo: que, en el curso del tiempo, todos los argivos, en mi favor, den testimonio de que Menelao me causó estas desgracias. Pero yo, errante, exiliado de este país, puesto que, para toda mi vida y después de muerto, os he dejado esa fama mía, CORIFEO.- Obraste bien. No unzas los labios a hablar mal de ti, ni contra ti mismo profieras palabras infaustas. Has libertado a toda la ciudad de los argivos, al haber cortado con facilidad la cabeza de dos serpientes. (Orestes va a salir de escena, pero retrocede horrorizado; se le aparecen la Erinias, monstruos vengadores de los crímenes de sangre.)
ORESTES.- ¡Oh! ¡Oh! ¡Hay, esclavas, ahí unas mujeres como Gorgonas !. ¡Van vestidas de negro y enmarañadas en múltiples serpientes!¡Ya no me puedo quedar aquí!