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Pericles |
El ideal de la sophrosyne
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La teoría democrática fundada por Esquilo sobre una base religiosa estaba ya en
germen en la ideología tradicional de que lo propio del hombre era la
sophrosyne, que llevaba consigo una cierta autolimitación y medida por
respeto a los demás y temor a una intervención de la divinidad. Bastaba con
extender este ideal a toda la población, prescindiendo del prejuicio de la
"naturaleza aparte del noble, y con limitar más aún la vigencia de la moral
agonal, para que surgiera un temple democrático que es la base de la democracia
política. Esquilo fundó ésta en la teoría expresa de la conciliación entre
clases y estamentos sociales y entre los principios de libertad y autoridad;
conciliación a la que dio un fundamento divino, al tiempo que calificó de
"justicia" el comportamiento del hombre democrático y lo refirió igualmente a un
mundo divino moralizado, que garantiza una sanción en caso necesario. En todo
ello trabajó sobre los precedentes anteriores y sobre la misma realidad de la
creación de la democracia de Clístenes como conciliación entre aristocracia y
pueblo para hacer frente a los tiranos.
En la edad posterior, a la que sirve de enseña el nombre de Pericles, la teoría
política continuó los caminos iniciados por Esquilo. Pero nos encontramos con
una innovación radical, no tanto en la definición de ideal democrático como en
su formulación. Hay ahora un vasto sector de pensamiento que cree poder
prescindir del fundamento divino del orden social y político y basarlo
simplemente en la naturaleza humana. Es la naturaleza humana y no un imperativo
divino la que contiene una serie de valores y cualidades que hallan su mejor
expresión en el orden democrático, creado por ella.
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Protágoras |
En Esquilo está apenas iniciada la diferencia entre los componentes
humanos y divinos de la acción humana. Pero esta acción está claramente
descompuesta en dos mitades: de una parte es hybris y desafío, siempre
castigado por los dioses, al orden justo de los dioses; de otra parte hay fe y
esperanza en que acaben imponiéndose las fuerzas que buscan la construcción de
un orden mediante la persuasión y la compasión. En los sofistas se prescinde ya
del componente divino y el optimismo se acentúa mucho más: la naturaleza humana
consiste en los primeros sofistas esencialmente en los elementos cooperativos y
sólo a través de ellos se conserva el momento agonal, en cuanto a los hombres de
virtud sobresaliente les corresponde el mando de la ciudad. Pero se marcha más
allá en cuanto que la "persuasión" esquílea se convierte en ciencia y enseñanza.
El punto de partida para el estudio de estas ideas debe ser el mito atribuido
por Platón a Protágoras en su obra (TEXTO
81: Platón, Protágoras 320c-ss). En dicho diálogo, Sócrates critica
el sistema democrático ateniense según el cual en los asuntos políticos se acoge
el consejo de todos los hombres. Protágoras justifica esto con un mito que funda
en la naturaleza humana este proceder democrático: todos los hombres están
dotados de "virtud política" por poseer aidos y díke ("sentimiento
de respeto hacia los demás" y "justicia").
Traducido a un lenguaje discursivo, el mito de Protágoras sugiere que es la
necesidad la que es responsable del desarrollo de las habilidades técnicas,
primero, y de determinados comportamientos sociales, después. El hombre carece
de las perfecciones de otros animales, que son al tiempo limitaciones, y se ve
forzado a una adaptación creadora. En resumen: En el momento en que se formaron
los seres vivos y se distribuyeron entre ellos las diversas capacidades para
precaverse del mutuo exterminio y resguardarse de los rigores de la Naturaleza y
para asegurarse el necesario sustento, el hombre salió malparado. A última hora,
Prometeo lo encontró, para su propia consternación desnudo e inerme. Angustiado,
penetró subrepticiamente en la morada de Hefaistos y Atenea, arrebató sus
admirables artesanías y el fuego (sin éste no cabía ejercer ninguna industria o
arte) y los entregó a los hombres. Lo que ya no pudo hacer fue apoderarse además
del arte propio del estadista, regentado por Zeus mismo y a buen recaudo en la
ciudadela de los dioses. Provistos de estas divinas habilidades, los hombres la
religión y el lenguaje articulado, la construcción de viviendas, la confección
de vestimenta, calzados y abrigos, y la explotación de los medios de
subsistencia ofrecidos por la Tierra. Sin embargo, sus habilidades artesanales
no les proporcionaban protección alguna contra las fieras salvajes, tanto más
cuanto que en un principio vivían dispersos. Era ésta una consecuencia de su
falta de "sabiduría política", de esa maestría que "incluye también el arte de
la guerra". A esta insuficiencia ha de achacarse que fracasara el primer
experimento en la creación de ciudades, pues en lugar de cooperar entre sí los
hombres, cometieron injusticias entre sí unos con otros.
Así, el género humano hubiera desaparecido a no haberse apiadado Zesus y
encargado a Hermes que infundiera en los hombres "respeto por sus iguales" (Aidos)
y "sentido de la justicia (Dike), para que "pudieran crear en las ciudades un
orden y un vínculo de unión". Pero Hermes dudaba sobre la manera de proceder al
reparto: ¿debía guiarse por el ejemplo de los oficios y profesiones especiales,
en los que un experto se basta para cubrir las necesidades de muchos legos o
convendría más bien distribuir entre todos las nuevas cualidades?. "Todos",
replicó Zeus, "y cada uno tendrá su parte, pues si sólo unos pocos participaran
de ellas, como ocurre con las distintas industrias artesanales, no podrían
llegar a formarse ciudades. Y establece como ley impuesta por mí, que aquel que
resulte incapaz de recibir su porción de respeto a los usos y costumbres y
sentido de justicia, será eliminado cual si de una plaga se tratase (Platón
Protágoras 320c-322d).
En un contexto inmediato, este mito está destinado a explicar ante todo,
histórica y filosóficamente, el fenómeno de que los atenienses y (según
Protágoras) todos los pueblos, se manifiesten en lo que concierne a la aptitud
para ser un buen ciudadano de manera muy distinta a como lo hacen cuando se
trata de las capacidades artesanales o artísticas. En efecto, aquella aptitud la
basan en la justicia y la prudencia, cualidades que no constituyen ninguna
especialización y por eso recaban de todos los hombres su parecer "en la
creencia de que todos han de participar de tal capacidad si se desea que las
ciudades disfruten de alguna estabilidad". Todo ello es una constatación de que,
al menos en Atenas, es así, además de una justificación. Pero también es un
postulado de que debería ser así en todas partes, y constituye una base teórica
muy importante para la tesis, tremendamente importante, de si es posible la
convivencia humana ordenada, en el marco de una armonía social y una estabilidad
política.
Esta cuestión resultaba de gran actualidad a la vista de los sucesos y de las
circunstancias que imperaban por entonces en el mundo de la Polis. Lo que
Protágoras quería era establecer una regla de validez y aplicabilidad general
más bien que decidir una cuestión básica concreta de tipo técnico
constitucional. Pero su mito nos introduce de golpe en el meollo de los debates
políticos de la segunda mitad del s. V. Sus implicaciones estaban destinadas a
ejercer una influencia duradera en la determinación de las formas y eventuales
caracteres de la acción política y nos proporciona un excelente punto de partida
para una consideración inicial del quehacer y la reflexión política de los
griegos.
De un lado, la tesis de Protágoras está estrechamente relacionada con uno de los
puntos esenciales que justifican la idea de una constitución democrática. Su
rechazo por parte de Platón refleja el punto de vista aristocrático-oligárquico
contrario, que trata de reservar la aptitud y capacidad política a los miembros
de un estrato social poco numeroso, bien dotados por la Naturaleza y educados en
la correspondiente tradición familiar y, además, económicamente independientes.
Con eso aterrizamos de lleno en el debate sobre las ventajas y desventajas de
las diversas constituciones, su posible justificación y las consecuencias de
aquí derivadas en cuanto a la situación del ciudadano en la comunidad. En
efecto, es éste uno de los temas más importantes, aunque no es el único, que han
ocupado el pensamiento político en su primera etapa de florecimiento.
De otro lado, y atendiendo a la forma, no hay aquí sino una doctrina acerca del
origen de la cultura, en la que el proceso de socialización de los seres
humanos, desde sus inicios primitivos hasta la formación de la ciudad, se
explica históricamente y a partir de las necesidades impuestas por el deseo de
supervivencia. En este sentido, este mito forma parte de un cauce tradicional (TEXTO
12: Hesiodo, TEXTO
37: Esquilo, Prometeo 436-506, TEXTO
3: Sófocles, Antígona v332-ss ) que, desde los primeros balbuceos del pensamiento
especulativo, a los que pertenecen ideas de tinte moralista como la "Edad de
Oro" y la incontenible degradación del género humano, a través de una serie de
estadios intermedios, nos lleva al propio Aristóteles con su definición del
hombre como un "animal político". Precisamente en las exposiciones más antiguas
que se han conservado relativas a este tipo de cuestiones, a saber, en Hesiodo,
se otorga gran importancia a los valores que, según Protágoras, hacen posible la
existencia de una comunidad: respeto a los usos y costumbres y sentido de la
justicia. Ocupan por tanto, desde el comienzo, el centro de atención del
pensamiento político en ciernes.
Esta conclusión es confirmada por ideas explícitas de Demócrito: según él, el
hombre, que procede en definitiva, como los animales, del agua y del barro, es
calificado de animal "bien dotado", poseedor "de manos", logos, etc. Buscando la
conveniencia, aprendiendo en la experiencia, impulsado por la necesidad realizó
una serie de progresos para procurarse alimentos, resguardarse de la intemperie,
etc. Demócrito atribuye al hombre unas condiciones especiales, resumidas en el
logos, las cuales, dada su ideología materialista, no pueden ser atribuidas en
forma alguna a una intervención divina. Para Anaxágoras el hombre es el más
inteligente de los animales por tener manos. Es decir, el órgano ha desarrollado
la función; teoría inversa a la de Protágoras, para quien es la falta de
cualidades corporales la que ha desarrollado la sabiduría técnica y la conducta
social.
No parece dudoso, después de todo lo dicho, que en Protágoras lo esencial de la
naturaleza humana es el logos o capacidad racional. En la naturaleza humana está
la base para la creación del orden social y político, orden que no tiene otra
finalidad que hacer posible la vida de los hombres en comunidad y
perfeccionarla. Lo que favorece es "conveniente" y "justo"; es al tiempo
"natural" y "correcto". Luego se verá que es también "agradable" y "verdadero".
Esta alta valoración de la naturaleza humana, convertida en último criterio de
valoración y considerada como eminentemente social, es característico del
pensamiento de la primera Ilustración.
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Platón |
Al fin del mito de Protágoras, según vimos arriba, se nos decía que los
que no fueran capaces de participar de aidos y dike debían ser
exterminados como una enfermedad de la ciudad. El sofista concede con esto que
puede haber hombres que, pese a todo, participen mínimamente de los rasgos
comunes de la naturaleza humana; son una anomalía comparada con la enfermedad
para un cuerpo sano. La comparación es significativa pues para los hipocráticos
(autores de textos de medicina) la enfermedad es una perturbación de la
naturaleza, a la que el arte médico devuelve al hombre. Aquí el intento de
curación estará a cargo de la enseñanza impartida por el sofista; pero no se
excluye el fracaso, como no se excluía el fracaso médico. Ahora bien, en nuestro
caso el castigo es, desde el punto de vista social una enseñanza impartida a la
ciudad, un medio de dirigirla a la areté, o sea, al grado más alto
posible de la naturaleza humana. Efectivamente, en un pasaje del Protágoras poco
posterior, el sofista explica que el castigo tiene como finalidad no la
venganza, sino la enseñanza, a fin de que ni el culpable ni los demás vuelvan a
delinquir (TEXTO
81: Platón, Protágoras 320c-ss).
Con esto Protágoras supera la mentalidad trágica: no hay automatismo de la
hybris produciendo ceguera y ruina, ni la acción de la divinidad defendiendo la
ley moral, sino un proceso de ayuda a la sociedad y, en definitiva, a la
naturaleza humana.
Igualdad, concordia y autoridad |
La común naturaleza humana, basada en aidos y dike, está
repartida entre todos y no sólo entre unos pocos; es lo que justifica la
democracia, a despecho de las diferentes capacidades técnicas. No se trata de
una igualdad absoluta, pues la misma naturaleza, y luego la educación, marcan
grados. Pero lo característico de la primera Ilustración es que se destacan los
rasgos comunes de los hombres por encima de los diferenciales; y dentro de ellos
los cooperativos o positivos y no los negativos, basados en la hybris. Se
trata de la negación absoluta y de plano de la tesis aristocrática, según la
cual, existen dos naturalezas radicalmente diferentes, dos subespecies de
hombres, por así decirlo.
Esta igualdad fundamental es la que hace posible una conciliación entre
posiciones en principio contradictorias: así por ejemplo, la postura de
Protágoras frente a la de Sócrates. El principio de comunidad y de aidos
hace posible el acuerdo entre los hombres, y se debe llegar, pues, a una
conclusión intermedia. La concordia es elogiada como la que hace progresar las
ciudades, mientras que de las luchas civiles se nos dicen que son funestas. Para
lograr esa concordia se preconiza que los ricos deben ayudar materialmente al
pueblo. En ello no vemos más que la misma tesis esquílea de la "compasión" y
conciliación de las clases, pero profanizada, sin elemento divino. En su base
está el comprender la relación entre los ciudadanos como amistad entre iguales.
En suma, hay una libre asociación para el bien común entre hombres que tienen
iguales intereses e igual naturaleza. La expresión política de esta asociación
es la democracia.
El principio de igualdad se relaciona también con el de autoridad. Se atribuye
la misma naturaleza en grados diferentes a los diferentes hombres. Para
Protágoras, hay una diferencia de areté, es decir, de participación en el
aidos y dike. Hemos visto que algunos tienen una naturaleza
deficiente que no les permite alcanzar la areté mínima; de igual forma otros la
tienen excelente y estos son los que tienen que gobernar. No hay igualdad
absoluta; sólo una base común que posibilita en los mejor dotados el llegar a
una excelencia que consiste en la posesión de las cualidades exigidas por la
ordenación normal de la sociedad. "El mando es por naturaleza propia del
superior" nos dice Demócrito.
No obstante, en el sistema democrático el poder del gobernante, aunque fundado
en su superior areté, no carece de control. Hemos visto que la ley y el
nomos en general tienen como finalidad el favorecer al mayor número y también
que a esta conveniencia de la comunidad responden las limitaciones impuestas al
individuo y el castigo del que viola la ley. De un modo paralelo, el gobernante
tiene por fin "favorecer", y cuando no lo hace está sometido a la crítica del
pueblo. Como se nos dice en un fragmento, es más lógico que el gobernante sea
criticado que aplaudido, "pues no fue elegido para hacer el mal, sino para
favorecer", de igual modo que se critica al que no devuelve un depósito y no se
elogia al que lo devuelve. Es decir, es el pueblo el que concede el poder, pero
éste es sólo un depósito y debe ejercerse en beneficio del pueblo.
La idea de la democracia como régimen basado en la igualdad de los ciudadanos y
en el cual se delega el poder en unos magistrados que luego han de rendir
cuentas de él no es un invento de la Ilustración. Esta se ha encontrado ya con
el sistema funcionando y aun con una teoría del mismo desde un punto de vista
religioso; lo que ha hecho es crear una nueva teoría fundada en una base
puramente humana: la igualdad fundamental de la naturaleza humana, que encierra
dentro de sí los valores cooperativos esenciales, junto a ciertas diferencias de
grado. Según se cargue el acento sobre la idea de igualdad o la de esas
diferencias, surgirán en la edad posterior dos series de teorías: una de ellas,
la que tiende a romper las barreras del Estado, estableciendo un derecho natural
general y tendiendo a ver injusticia en todo nomos: panhelenismo de Gorgias,
cosmopolitismo de Hipias, predicación de la liberación de los esclavos y
antiestatismo de Antifonte, corrientes de liberación de la mujer, etc. Otra la
que destaca los derechos del fuerte y justifica la tiranía y el imperio exterior
(Calicles, Tucídides, etc.).
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Antifonte |
La virtud de la primera Ilustración, como la democracia religiosa y la de
la aristocracia, tiene su reflejo en el éxito. El proceso de interiorización
está en sus comienzos. Por tanto, tiene relación con la virtud del hombre el
logro de ese éxito de todas sus iniciativas; iniciativas, desde luego, al
servicio de la ciudad, pero cuyo buen resultado es al tiempo un triunfo propio:
aún no existe una escisión profunda entre lo individual y lo colectivo. El
hombre político ha de hacer triunfar sus planes, que son los más útiles a la
ciudad, mediante la fuerza del logos. O bien hace triunfar la "opinión
recta", la acertada y conveniente a la vez, en un debate judicial. Este triunfo
se expresa en la literatura mediante dos temas: el de hacer triunfar el
argumento fuerte y el de la persuasión.
"Convertir en fuerte el argumento débil" es el lema protagórico y sofístico en
general que más descrédito ha acumulado sobre sí, por causa de las
interpretaciones torcidas de los tradicionalistas y los socráticos. Las
opiniones y planes que el orador convierte en "fuertes son equiparadas con las
percepciones correctas de un organismo sano. Sencillamente, logra convencer de
que la acertada es una medida que a primera vista parecía poco conveniente. Y
logra hacerlo porque es "sabio". "Fuerte" es siempre sinónimo de conveniente y
verdadero y ninguna cosa contraria puede llegar a serlo.
Un ejemplo lo tenemos en Antifonte, quien en sus Tetralogías defiende
sucesivamente la tesis y la antítesis de los casos judiciales, con dos turnos en
cada sentido. La argumentación de estos discursos opuestos sigue rigurosamente
el orden del contrario mediante una serie de recursos: prestar otro significado
al dato que se aduce, invertir la relación de los términos, contraatacar
mediante el cálculo de lo verosímil psicológicamente o en unas circunstancias
dadas, etc. También cabe que el que habla en primer término adelante un
argumento del segundo para refutarlo previamente, o que el segundo añada nuevos
argumentos no tocados por el primero. Se trata de lograr una verosimilitud
general a juicio de la persona o personas que hagan de árbitros en la discusión,
los cuales, en opinión de Antifonte, deben "contar y medir" ambos discursos. En
Tucídides existe otro criterio más decisivo para decidir quien es el que
defiende el "argumento fuerte" en el debate: la acción que le sigue es el
testimonio más elocuente.
No hay, pues, un inmoralismo radical en la primera sofística. Frases como la de
que "a todo argumento puede oponérsele otro" deben entenderse a la luz de la
doctrina de la posibilidad de demostrar cuál es el argumento fuerte. Ahora bien,
no cabe duda de que el método antilógico se presta al empleo de una dialéctica
engañosa y de que, en definitiva, a lo más a que se puede aspirar es a la
verosimilitud. De ahí la crítica socrática y su insistencia en postular la
discusión mediante frases cortas. En ella el árbitro de la antilogía protagórica
es sustituido por un acuerdo punto por punto entre los dos interlocutores.
Sócrates cree que con ello se alcanza la verdad en vez de la verosimilitud.
La idea del argumento fuerte se expresa en otra forma mediante el tema de la
persuasión y su papel en la vida de la comunidad. La acción del árbitro Atenea,
en Las Euménides de Esquilo, en la verdadera antilogía sostenida entre Apolo y
las Erinias. Atenea encuentra el argumento de Apolo como fuerte y se aplica a
persuadir al adversario. En esta época de la Ilustración la persuasión es
exclusivamente humana, como exclusivamente humanas, basadas en la conveniencia y
la razón, y no principios eternos como Esquilo, son las alternativas que se
enfrentan; a veces se habla de ella al tiempo que del "argumento fuerte", otras
veces independientemente. En realidad, la teoría antilógica no es más que una
culminación de la teoría de la persuasión, por lo que ésta puede encontrarse sin
ella.
¡Oh infeliz de mí! ¿Por qué, de tal modo, los mortales nos
esforzamos por los demás saberes, como es debido, y los buscamos todos, y,
en cambio, la persuasión, la única tirana de los hombres, en nada más nos
afanamos por aprenderla a costa de un salario, para que nos sea posible, un
día, convencer de lo que uno quisiera y obtenerlo a un tiempo? (Eurípides
Hécuba 816-ss) |
CORIFEO.- Fedra,
esta mujer dice palabras más provechosas, dada la situación en que
estás, pero, aun así, te elogio. Pero este elogio es más duro que sus
palabras y más doloroso de oír para ti
FEDRA.- Eso es lo que destruye las ciudades y las casas bien gobernadas
de los mortales: las palabras demasiado hermosas, pues no hay que decir
palabras agradables a los oidos, sino aquello que permita adquirir buena
fama (Eurípides Hipólito 345-ss) |
Estas manifestaciones no se contradicen, por otra parte, con la desconfianza
contra los "discursos demasiado hermosos", ruina de las ciudades o la propuesta
de castigar al "sabio en hablar" que sea injusto- Esta es otra teoría según la
cual la persuasión efectuada por el logos no obra por vía racional, sino
a manera de hechizo, dirigiéndose a zonas irracionales del alma humana que a
veces se rebelan contra los dictados de la razón. Esta veta irracionalista tiene
poca importancia en la primera sofística, pero no hay duda de que deriva del
descubrimiento sofístico del hombre a partir del momento en que el racionalismo
desmonta como arbitrario el complejo sistema de inhibiciones, calificado de
sophrosyne, y ve en la hybris, por ella reprimida, nada menos que la
naturaleza humana. Pero ésta es una fase posterior del pensamiento.
Es, pues, la sabiduría la guía de la acción; pero no ya una sabiduría
tradicional basada en el conocimiento de las leyes divinas. La sabiduría de la
primera Ilustración encierra indisolublemente unidos, dos elementos que luego a
veces se separan: de un lado, la atención a la arete, que hemos descrito y que,
aunque profundiza en la interpretación, conserva en la práctica muchos rasgos
tradicionales; de otra, un pensamiento humano y libre que se despliega ante cada
circunstancia particular que surge. Lo que se resiste a esta sabiduría es un
resto irracional caracterizado como tyche "fortuna"; nada tiene que ver
con la intervención de los dioses. Demócrito hace el elogio de la sabiduría
acompañada del éxito: "el que tiene éxito obrando con inteligencia y
conocimiento se convierte a la vez en valiente y hombre de buen juicio". Y
completa su punto de vista con una máxima bien significativa: "pocas veces se
enfrenta la fortuna con la inteligencia". El Anonymus Iamblichi, por su
parte, relaciona la mala y buena fortuna con el nomos de la ciudad de la
siguiente manera: ni la buena es duradera ni la mala puede alejarse en una
situación de anomía, es decir, de falta de ley. O sea, el buen gobierno,
sinónimo de una conducción inteligente de los asuntos de la ciudad, puede
compensar la existencia de ese elemento irracional que es la fortuna.
Esto no tiene nada de extraño dado que la política es una techne, un arte
que debe aprenderse (y que, de otra parte, no es mas que la expresión de una
virtud). Ahora bien, el tratado hipocrático Sobre el Arte, que se suele datar
hacia la guerra del Peloponeso, define precisamente el arte por oposición a la
tyche o "fortuna". Frente a la afirmación vulgar de que los que se curan
lo son por fortuna, no por arte, el autor responde que tampoco él duda de la
intervención de la fortuna en todas las cosas, pero que afirma que a los mal
cuidados les viene con mayor frecuencia la mala fortuna, mientras que los que
sanan se curan gracias al arte (medico) al cual se confiaron. Hay un arte cuando
existe un criterio sobre lo correcto (acertado) y lo no correcto.
Aplicado esto al "arte político" de que habla Demócrito, se desprende que es
posible establecer un gobierno racional que obre en el sentido de la naturaleza
humana, perfeccionándola. Toda la Ilustración cree que la historia del hombre es
un continuo progreso y, por tanto, nada de extraño tiene que también para el
presente crea en la posibilidad de un progreso. Sin embargo, hay que aclarar que
no hay un mesianismo del progreso como el del siglo XVIII. Se trata más bien de
una creencia en que en cada caso determinado puede hallarse una solución mejor
que otras ya propuestas, no de un misticismo que espera que de un modo en cierta
manera automático haya una mejora del hombre y del gobierno. Pues la naturaleza
humana es en lo esencial constante. El progresismo de Esquilo lo interpretábamos
ya de una manera semejante.
En Tucídides, cuya Historia es, en suma, un intento de reducir el acontecer
humano a líneas racionales, disminuyendo en lo posible el margen que queda libre
para la tyche o fortuna encontramos un buen ejemplo. Bien es cierto que la
naturaleza humana sobre la que opera la inteligencia del hombre de Estado
tucidídeo, es mucho más compleja que la que nos describe la primera Ilustración.
En Tucídides la política está concebida como un arte basado en la regularidad de
la naturaleza humana: el parentesco con la concepción hipocrática salta a la
vista. Dentro de la acción humana hay momentos decisivos en que el hombre de
Estado ha de persuadir de que su logos es el "mas fuerte", para hacerlo
triunfar luego en la práctica; es el momento de la decisión y responde a los
"días críticos" de los hipocráticos (días críticos de la enfermedad). El
político es así comparado con el médico; obligación de ambos es "ayudar". Su
proceder se describe una y otra vez mediante el termino gnome
"inteligencia", decisión acertada; su oponente tyche, representa
simplemente los factores no sujetos a cálculo. Por lo demás, suelen invocarla,
con tinte más o menos religioso, personajes llamados al fracaso, como Nicias
antes de la derrota decisiva ante Siracusa, los platenses frente a los
espartanos o los melios ante los atenienses. En pasajes como estos, Tucídides se
limita en realidad a describir la concepción del acontecer según es interpretado
por la parte mas débil. otras veces, sin embargo, la existencia de la tyche
o factor imprevisible es indudable; por ejemplo, la peste de Atenas, que
contraria los planes racionales de Pericles. Pero incluso en este caso, el
político o general experto puede aprovechar esa tyche para restablecer la
situación y llevarla a su desenlace lógico. Hay aquí una derivación de la
doctrina gorgiana del kairos u "oportunidad". Igualmente, los factores
irracionales del alma humana (un pánico repentino, por ejemplo) imponen a veces
su peso; pero aun estos puede aprovecharlos a su favor el hombre inteligente, o
bien se producen por causa precisamente de su acción inteligente.
Con la sofística, se abre camino ya claramente una política racional, anticipada
a veces incluso desde el siglo VI, pero oscurecida generalmente por las
posiciones aristocráticas y tradicionalistas. En su primera fase su finalidad
es, en definitiva, de prosperidad y paz, sin ambiciones exteriores. Continua así
los lemas de la democracia religiosa, aunque cambie su espíritu. Sin embargo, la
unión de los conceptos de justicia y conveniencia y otros factores individuales
y colectivos iba a revelarse a la larga difícil.