DICTADURA Y DERECHO: PORTUGAL Y ESPAÑA
DERECHO, DICTADURA Y MEMORIA
Presentación
Respite (Harun Faroki): respiro, prórroga, descanso…un tren y el andén tomado por la cámara. Podría ser cualquier estación centroeuropea de mediados del siglo pasado: la gente se abraza, se rie y transporta enormes maletas. Sólo hace torcer el gesto la presencia de algunos militares, con una calavera en sus gorras y trajes negros. Y luego continúan las escenas de trabajo: de mujeres cosiendo felizmente, de hombres trabajando en una fábrica….las imágenes son de Westerbock, un campo de concentración en Holanda, donde los prisioneros eran clasificados antes de ser deportados a Auschwitz. Las imágenes fueron tomadas por un prisionero; un encargo de los alemanes, un intento fallido de publicidad…o quizá no tan desorientado.
Am Ende kommen die Turisten (Robert Thalheim): al final llegan los turistas…pero Sven llegó primero a cuidar de Krzeminski, uno de los supervivientes de Auschwitz. Sven sólo pretendía hacer su Zivildienst (su prestación social sustitutoría) en un lugar tranquilo. Aquella ciudad polaca, cargada de historia, es todo lo contrario. El señor Krzminski colabora con los especialistas del Gedenkstätte Auschwitz. Tiene que reparar las maletas de los prisioneros, que se exponen tras una mámpara de cristal. Sustituye las visagras de los cierres, forra de nuevo con cuidado su interior, las vuelve a cuadrar para que cierren casi con precisión suiza. Los enfados de los restauradores de la exposición son monumentales: las maletas quedan como si fueran nuevas, cuando deberían parecer como si estuvieran restauradas.
El documental de Faroki y la pelicula de Thalheim se preocupan, precisamente, de cómo se ha de construir el “como si”. Dejando al margen a unos pocos (aquellos que reivinidican y escriben –a su juicio, no re-escriben- una historia meramente descriptiva), el relato histórico es un “como sí”, pero con una vocación asumida de ficción. Faroki y Thalheim subrayan los peligros que una institucionalización de la historia conlleva; riesgos que –y esto parece cada día más palmario- se incrementan si se refieren a la re-construcción de las historias de las dictaduras. Faroki, como el mismo reconoce, buen lector de Agamben, huye con fortuna de la imagen, no deformada pero sí estereotipada, del campo de concentración como un soberano que decide sobre la muerte de los individuos. Desde la Genealogía del Racismo de Michel Foucault sabemos que hoy los soberanos no tienen un topos concreto y que deciden no sobre la muerte de los individuos concretos sino sobre la vida de las colectividades, de los grupos. El control sobre la sonrisa, sobre los abrazos y despedidas, sobre las esperas y las ausencias, sobre cuándo parten los trenes y quiénes, desde los estribos de los vagones, agitan las manos amistosa y esperanzadamente, simplemente eso es lo que se muestra en el material de archivo recogido por el director berlinés. Eso es la regulación de la vida, de la nuda vida. La pena es el propio proceso, por eso el derecho procesal es (puede ser ) tan detestable.
Uno de los personajes de Aldecoa expresa esta idea con las palabras precisas:
“Temía el rito de la justicia. Si lo hubiesen tumbado en el campo, si le hubiesen dado en las piernas y el guardía se hubiese acercado apuntándole con el fúsil, se hubiera quedado tranquilo. Tal vez podía haber dicho: <<Tire ya, señor guardía>> O le habría insultado: <<Eres un tal…>> .