Homero y Micenas

Desde el momento en que los trabajos arqueológicos comenzaron a sacar a la luz las realidades materiales del mundo micénico, cuyo impulso procedía del interés de Schliemann por encontrar los escenarios de los poemas homéricos, los objetivos de la investigación histórica se definían en ese sentido. Las correspondencias y los desfases se han ido poniendo de relieve en una sucesión de trabajos caracterizados por posturas bipolarizantes. Las mismas actitudes han presidido en gran medida las preocupaciones de quienes se acercaban con ánimo de desentrañar la realidad histórica a las tablillas micénicas, una vez descifrada la escritura lineal B. Los resultados son cada vez más matizados frente a la bipolaridad que sólo admitió el reflejo de la realidad o la falsedad mitificadora como actitudes contrapuestas. Los poemas son el producto vivo del final de la Edad Oscura. Sin embargo, también se detectan los rasgos de una estructura monárquica de tipo palaciego, en la figura del ánax, equiparable al wa-ne-ka-te de las tablillas, señor de poder soberano cuyo título se aplica igualmente al señor de dioses y de hombres, a Zeus, sublimación del poder monárquico, aunque a veces su casa se parezca a la hacienda de un noble de los inicios de la época arcaica. Las tablillas tratan de un ra-wa-ke-ta, que se interpreta como conductor del laós, del pueblo en armas, ayudante del rey que, aunque carece de correspondencia léxica en los poemas, puede identificarse con el papel de Héctor, jefe guerrero junto al rey Príamo, retirado del combate. El basileus homérico, especie de rey subordinado al ánax, puede tener su equivalencia en el pa-si-re-wa. Todo ello, sobre la base de que en la escritura lineal de base silábica, cada una de las sílabas expresada en transcripción entre guiones, refleja imperfectamente la fonética griega y no distingue, por ejemplo, entre -r- y -l-. La ke-ru-si-ya micénica equivale sin duda a la gerousía, reunión de gérontes, que de ancianos han pasado a identificarse con la nobleza de los héroes guerreros. Con todo, el análisis preciso de las realidades que subyacen a esos términos, así como el estudio del conjunto histórico, llevan a autores como Finley a considerar mucho más significativas las diferencias que las similitudes. La época ha cambiado sustancialmente. La realidad micénica aparece, por tanto, como pura arqueología y lo que se revela en los poemas es la preocupación de los habitantes de la Grecia del siglo VIII o VII por dar un nuevo valor a su propio pasado. Esta preocupación despierta un espíritu anticuario que hace recuperar recuerdos lejanos, a veces en una confusión donde los anacronismos resultan el elemento más significativo.

La sociedad homérica

El punto de partida para su conocimiento seria el estudio de la arqueología y las tablillas micénicas, es decir los materiales de ambos periodos y las instituciones que aparecen, pero es difícil por la escasez de información. Se puede deducir lo siguiente: En cuanto a la estructura política la poesía homérica la recoge bien referida al periodo micénico, donde hay una civilización Palacial cuya cabeza visible es el Rey, rodeado de una Nobleza nombrada por él con carácter reversible y un complejo aparato burocrático, pero no existe una estructura religiosa autónoma, ya que el sacerdocio está sometido al poder real. El paralelo en los poemas homéricos lo tenemos en la descripción del reino de Menelao. La monarquía arcaica apenas la conocemos y es difícil ver rasgos comunes con la micénica. En cuanto a la organización social del mundo micénico la podemos ver clara en los poemas homéricos, y está centrada en la unidad de cultivo familiar (oikos ). El campesino es libre y posee una cantidad de tierra autosuficiente, es autárquico. En el oikos se producen los alimentos y vestidos necesarios. Se dispone de algún esclavo, que apenas se ocupa de la tierra, con carácter doméstico haciendo labores complementarias. De otro lado están los artesanos, hombres libres que incluyen desde el médico al carpintero o al poeta, y el terrateniente, que recurre a los jornaleros para el cultivo de la tierra. Por su parte la poesía homérica refleja situaciones complejas que no siempre son repartibles entre la parte heroica y la histórica, pues la primera tiende a reflejar la situación Palacial y la segunda la del oikos. Se suele decir que la Odisea refleja una proximidad del señor al campesino que no se da en las tablillas micénicas, por ejemplo cuando Odiseo desafía a Eurímaco para ver quién labra mejor la tierra. ¿Hasta qué punto quedan en la Odisea situaciones de explotación agrícola comunitaria? Está por investigar y Thomson cree que se trata de una explotación individual donde la propiedad no es privada; lo claro es que debieron existir otras formas de explotación distintos del oikos.

Zeus lucha contra los Gigantes
El oikos de Zeus

Según una tradición, la época de Zeus habría traído consigo el trabajo. En cierta medida, representaba el final de la edad de oro, pero también, para el campesino, la época en que a través de su hija Dike, la Justicia, era posible la concordia entre nobles y campesinos. Su carácter de divinidad estable y estática, junto a su realidad históricamente condicionada, produce la ambigüedad que permite una mayor eficacia, porque el Zeus de los poemas homéricos, junto a las posibles referencias a la realeza auténticamente micénica y a la realeza idealizada de la época antigua donde había justicia, también representa al jefe de un oikos, con una familia compleja a su alrededor, dependiente en diferentes grados, profundamente patriarcal, a pesar de que algunos rasgos de los dioses de sus familias puedan resultar chocantes, sólo lo suficiente para revelar la pervivencia de funcionalidades primitivas, relacionadas con la producción y la reproducción. Las diosas pasan a convertirse en sus esposas o sus hijas y, a pesar de los celos de Hera, se le permite la poligamia productora de nuevos dioses o héroes, en lo que también revela los rasgos propios de sociedades primitivas, perdurables por su vigencia como punto de referencia para crear una nueva cohesión actual. En su casa se representa el triunfo del patriarcado dinámicamente, resultado de la concentración del poder, de la victoria sobre seres primitivos y de la integración de las divinidades femeninas. Así, Zeus representa al jefe del oikos, sublimado en sus referencias a la realeza antigua.

Agamenón se lleva a Briseida de la tienda de Aquiles
El ethos aristocrático

Cuando Aquiles consigue que Agamenón devuelva a la esclava Briseida, hija del sacerdote de Apolo (TEXTO 1: Homero Iliada I, 1), porque este dios castiga con la epidemia a las tropas de los aqueos, el señor, ánax, que se hallaba al frente de las tropas atacantes de Troya, el rey de Micenas Agamenón, se venga arrebatándole a la esclava que le había correspondido a él, Briseida, en un acto despótico que Aquiles le recrimina, pues se dedica a quedarse con el mejor botín obtenido de las hazañas de los demás. La estructura aquí representada tiene una doble cara, pues el basileus Aquiles se ve obligado a plegarse a las decisiones del jefe que reparte el botín, pero puede romper la coalición y retirarse del combate, dominado por la cólera, tema de "La llíada" como motivo de las desgracias que sufrían ahora los aqueos. La ambigüedad entre la realeza micénica y la coalición aristocrática, reflejo del paso de los tiempos anquilosados en los poemas, es también el valor máximo en que se revela el sentido ideológico de los mismos. El héroe aristocrático encuentra sus raíces en el mundo heroico de la edad micénica y, en la simulación literaria, desde ese mismo momento inicia su reproducción a través del canto de las hazañas correspondientes. Aquiles, dominado por la ira, se retira junto a las naves, lejos del campo de batalla, y allí se dedica a cantar las hazañas de los héroes, modo de entretenimiento propio de los de su clase y de sus herederos, hasta el siglo VIII por lo menos. Sin embargo, es más normal que el canto se deje en manos de los profesionales, de los aedos, desde que Odiseo regresaba a su casa y fue arrojado por las olas a la isla de Esqueria. Allí el ciego Demódoco ya era capaz de cantar las hazañas en las que él mismo había participado. La tradición continúa hasta la época arcaica, donde los poemas pasan a redactarse por escrito, y en ellos continúan cantándose las excelencias de los héroes, aristeia, que sirve de factor calificativo para los aristoi, que han adquirido la condición a lo largo del proceso en que las campañas han terminado por ser el recuerdo remoto sobre el que justificar el poder económico que la sustenta. Ahora el aristócrata se parece más a Alcinoo, poseernos de un oikos que incluso puede estar situado dentro de la ciudad. El héroe se ha convertido en un fenómeno del pasado, pero sus rasgos sirven de modelo y de justificación. De hecho, la aristocracia griega vuelve ahora a establecer relaciones entre sus miembros, a larga distancia, sobre la base de la tradición representada por los poemas, a causa de que, en la realidad, cada vez necesitan establecer con mayor claridad lazos de solidaridad que fortalezcan la posición de todos y de cada uno en el nuevo panorama que ofrece la sociedad, tal como aparece reflejada en Hesíodo. La culminación, representada por el siglo VIII es, al tiempo, el momento en que las relaciones con los dependientes requiere una nueva orientación, antes de lo cual el procedimiento consistente en fortalecer ideológicamente los elementos justificadores de la superioridad resulta un arma útil y capaz, por lo menos, de aplazar los conflictos. De este modo, resulta especialmente significativa la institución de la xenia, hospitalidad, para que cada uno se sienta seguro en otras tierras, sin riesgos de verse sometido a ningún tipo de dependencia. Entre ellos, los aristócratas fortalecían sus lazos con el intercambio de regalos, de modo que cuando se encontraban, incluso en el combate homérico, no sólo no combatían entra ellos, sino que reproducían la tradición, como Glauco hijo de Hipóloco y Diomedes hijo de Tideo, en el canto VI de "La Iliada". Ahora se intercambian los escudos en lugar de combatir aunque, según el poeta, eran de diferente valor. El guerrero homérico es un aristócrata del siglo VIII y, al mismo tiempo, un guerrero de época heroica, lo que hace de este último modelo el espejo vivo donde fortalecer las propias tradiciones y divulgarlas en la nueva sociedad renaciente, en que se consolida la cultura, la escritura y la navegación. Por ello también toman como modelo a Odiseo, que soportó muchas aventuras, pero mantuvo su carácter aristocrático, a pesar de que se vio obligado a pasar por lugares difíciles, a enfrentarse a pueblos primitivos y a tener contacto con mercaderes, símbolo de los nuevos tiempos. Al final, Odiseo reposa y recupera su oikos, gracias al carácter ejemplar de su esposa, que mantuvo a raya a los pretendientes que trataban de hacerse con la fortuna de Odiseo. Pero los pretendientes, a pesar de todo, son igualmente áristoi, que se mueven en el mismo ambiente competitivo de la clase de Odiseo e intentan vencerlo por todas las armas, de las que tampoco prescinde el astuto héroe de Itaca. Lo que importa es la gloria que se traduce ya en la época de redacción de los poemas en el arma más sutil del control social. De hecho, lo importante es vencer, apoderarse de las vacas del vecino o vengarse por ello, conquistar una nueva esclava o impedírselo a otro. El ethos es exclusivamente el del prestigio, la victoria y la gloria.