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Filipo II |
Al advenimiento de Filipo la situación del país era angustiosa. Cuatro reyes habían ocupado el trono en unos pocos años y el reino, destrozado interiormente por luchas partidistas, estaba acosado por los tracios e ilirios. Epaminondas, que había intervenido activamente en los asuntos macedónicos, se llevó como rehén a Tebas al joven Filipo (368 a.C.), cuando éste contaba quince años. Éste lo instruyó en las artes de la guerra, sobre todo en la táctica oblicua, que se convirtió en elemento clave de la victoria dentro de las nuevas estructuras. Tras la mueste de Pérdicas III desempeñó las labores de gobierno, como regente de su hijo Amintas, su hermano Filipo, que contaba 22 años. Desde el principio, su reino estuvo caracterizado por la realización de abundantes acciones militares, que afectaban a todos los campos específicos de la naturaleza de la monarquía macedónica. Tuvo que luchar contra los pretendientes de la familia, donde numerosos parientes de Pérdicas se creían con derechos, en una situación institucionalmente incierta agravada por la existencia de un hijo menor apartado por un regente de veintidós años. Griego por su cultura, se rodeó de políticos, artistas e intelectuales helenos, sin dejar de ser un auténtico macedonio. Valiente estratega y hábil diplomático, pasó en los campamentos más de la mitad de su vida. Compartía las privaciones de sus compañeros de armas con infatigable entereza. De un valor a toda prueba, se exponía en los combates a los mayores peligros y pronto su cuerpo se llenó de heridas, quedando cojo y tuerto. Su vida privada no fue muy edificante: solía embriagarse con frecuencia y era apasionado de las mujeres; tuvo tres esposas legítimas y muchas concubinas.
Comenzó su reinado librándose de varios pretendientes al trono y, gracias a la habilidad de su general Parmenión, se aseguró las fronteras septentrionales frente a las incursiones de peonios e ilirios. Los comienzos del reinado de Filipo, coincidiendo con el declive de la hegemonía tebana, parecían favorables para la consolidación de la liga como paso hacia un nuevo imperio. En efecto, aprovechando el debilitamiento tebano, consiguió la alianza de las ciudades de Eubea, mientras que, por otra parte, preparaba la organización de las ciudades del Quersoneso como miembros estables de la confederación. A continuación se procuró una salida al mar ocupando (en detrimento de Atenas) la ciudad de Anfípolis (357 a.C.), Pidna (356 a.C.) y la región costera hasta el Quersoneso de Tracia, donde estableció la colonia de Filipo. Al apoderarse de la rica región minera del Pangeo, que arrebató a los tracios, consiguió el suficiente oro como para acuñar su propia moneda, el “filipo”, que utilizó mo sólo para dotar a su ejército, sino para infiltrar en las ciudades griegas grupos de asalariados que le informaban puntualmente y favorecían sus planes. Casó con Olimpia, la hija de Neoptólemo, rey del Epiro (que le daría un hijo, Alejandro), lo que le permitió extender, de alguna manera, su influencia sobre aquel reino. Redujo a la nobleza a la obediencia y reorganizó el ejército (haciendo obligatorio el servicio militar), sobre los modelos tebano y espartano, a los que añadió su caballería y una serie de máquinas de guerra y asedio como jamás había soñado ningún ejército griego.
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Expansión de Macedonia con Filipo |
Tanto en Atenas como fuera de ella, las circunstancias resultaban favorables para que las aristocracias griegas, dentro de ciudades en conflicto, buscaran el apoyo de Filipo. La ocasión de intervenir en los asuntos de Grecia se presentó cuando los Focenses se enfrentaron con sus vecinos tebanos y tesalios por motivos religiosos (Guerra Sagrada). El protagonismo de los focenses se inscribe dentro del proceso de decadencia de la confederación beocia y de sus intentos de recuperación. Los beocios pretendieron aprovecharse de su posición de privilegio en la Anfictionía de Delfos para que se aprobara la imposición de grandes multas contra los focidios por haber cultivado la tierra sagrada de Cirra y contra los espartanos por la ocupación de la Cadmea, igualmente considerada como acto sacrílego. La reacción de los focidios, con la ayuda espartana primero y ateniense más tarde, fue la de ocupar, al mando de Filomelo, el santuario de Delfos. Las pérdidas fueron tales que hubo de reclutar nuevas tropas, llegando a fundir los tesoros del santuario nacional de Apolo, en Delfos, para pagarlas. Filomelo se convirtió rápidamente en un poderoso jefe de ejércitos mercenarias pagados con las riquezas procedentes del santuario. El escándalo fue inmenso y los tesalios pidieron ayuda a Filipo, que derrotó a los focenses, aunque fue detenido por los atenienses (movidos por los discursos de Demóstenes) en las Termópilas. Para Filipo, en cambio, significó la consagración como defensor de la causa apolínea frente a los focidios. Ahora fue admitido como miembro de la Anfictionía y se convirtió en el verdadero reorganizador de la confederación tesalia. Filipo celebró su triunfo en Delfos, a pesar de las protestas atenienses porque la
agonothesia fuera desempeñada por un bárbaro. Las consideraciones de tipo étnico vuelven a renacer al recrudecerse las relaciones conflictivas.
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Principales acontecimientos durante el reinado de
Filipo |
Hay que tener en cuenta aquí la situación por la que atraviesa en estos momentos las ciudades griegas en particular y la ciudad griega como fenómeno general. El hecho de que cada una de ellas sea incapaz de subsistir como ciudad independiente, sin necesidad de acudir a la explotación de recursos externos, quiere decir que, como institución, la polis autárquica con que todavía sueña Aristóteles ha dejado de ser una posibilidad real. La explotación de la
khora y de la comunidad dependiente interna no garantizan los medios económicos que sustenten la participación colectiva de un cuerpo cívico isonómico, ni siquiera de tipo hoplítico. La guerra entre ciudades resulta cada vez más estéril como solución a ese problema, porque no todas las tendencias de los intereses interiores van en la misma dirección. Mientras para unos se pretende garantizar el tributo de los “aliados” (phoros), otros sólo buscan proteger los puertos y vías de comunicación para el tráfico de mercancías, incluidos los esclavos. Así, las luchas por la hegemonía acaban convirtiéndose en un elemento más en la aceleración del proceso final de la historia de la ciudad-estado. La tendencia del demos a recuperar, conservar u obtener la democracia repercute en la agudización de los conflictos sociales internos y, por tanto, en la imposibilidad de mantener una coherencia que facilite el triunfo en la guerra exterior. Éste sólo se consigue a través de ejércitos mercenarios mandados por un jefe que acaba convirtiéndose en personaje carismático.
La presencia de Filipo en Grecia produjo reacciones de diverso signo que, en el conjunto de las ciudades, pueden evaluarse a través de actitudes colectivas e indirectas, variables, como las de Tebas, bajo condiciones difíciles de conocer. En Atenas las circunstancias varían, pues no sólo se conocen mejor las fluctuaciones colectivas, sino que, además, por medio de las reacciones individuales de una serie de personajes significativos, protagonistas de la vida política del momento, cuyas opiniones se conocen directamente gracias a los discursos presuntamente pronunciados por ellos mismos, puede accederse mejor a los matices y las oscilaciones concretas que pudo producir la presencia de Filipo, acicate para despertar reacciones que tenían que ver, en gran medida, con la propia coyuntura social, económica y política que atravesaba la ciudad, espejo, sin duda peculiar y deformado, del conjunto de Grecia.
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Isócrates |
Isócrates, orador y teórico de larga vida profesional, estuvo desde el principio preocupado por encontrar el sistema que acabara con las luchas por la hegemonía, pues en ellas no era posible hallar el camino para la estabilidad social de las ciudades y, específicamente, de Atenas. Primero creyó que esta misma ciudad podría lograr la reconstitución de una unidad concorde que garantizara la paz interior. Luego puso sus ojos en Esparta. Se trataba de recuperar un objetivo común, capaz de aglutinar en un solo proyecto las fuerzas de cada ciudad, para lo que nada parecía mejor que la guerra contra Persia. Evágoras de Chipre, Dionisio de Siracusa y, finalmente, Filipo de Macedonia fueron sus candidatos para un programa de guerra exterior donde hallar la solución de los conflictos internos. Así, podría organizarse un nuevo mundo político donde la democracia tradicional, patrios
politeia, se identificaría con la participación en los ejércitos hoplíticos. Con ello se eliminaría el peligro de los ejércitos mercenarios, motivo de disgregación de la comunidad ciudadana, y se restringiría la participación en los derechos políticos, con exclusión de la masa de los
thetes, medida que, a su vez, sólo sería posible por medio de la coacción desde un sistema autoritario procedente del exterior, el mismo que fuera capaz de organizar la campaña contra los persas. Sólo muestras de bienvenida podía recibir esta corriente del avance de Filipo.
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Demóstenes |
El orador Demóstenes, en cambio, sale a la luz pública con motivo de los avances de Filipo, que ponían en peligro la capacidad de control de los mares por Atenas
(TEXTO 63: Demóstenes,
Filípica I 1-12 ). Los objetivos de sus reacciones se dirigen fundamentalmente a la conservación de ese control, único capaz de garantizar la autonomía de la polis y la perduración del sistema democrático. Los fundamentos teóricos se apoyan en la idea de una polis autónoma, pero, dados los peligros externos, es capaz de percibir cómo se desprenden del sistema consecuencias que afectan a su eficacia militar, de modo que llega a hablar de las ventajas del poder personal en ese terreno. El resultado es un entramado ideológico contradictorio, seguramente uno de los reflejos más significativos de la crisis ideológica del sistema de la polis democrática.
Esquines fue el rival de Demóstenes en lo concreto y en lo teórico. Se dice que no era ni aristócrata ni rico, pero adopta formas de pensamiento tradicional, expuestas sobre todo en el discurso "Contra Timarco". Se presenta como defensor de las leyes, sobre modelos que se hallan por igual en las leyes de Esparta y en la constitución de Solón. La clase dominante no aristocrática ha adoptado de modo radical la ideología de la aristocracia. Él mismo se presenta como defensor de la democracia, pero esa defensa implicaba, a su manera de ver, la aceptación de Filipo, pues de lo contrario los atenienses caerían en una situación de violencia similar a la que habían atravesado a lo largo de la guerra del Peloponeso, es decir, la época en que el fundamento del sistema democrático se encontraba basado más radicalmente en el
demos subhoplítico. La recuperación de una situación anterior a la guerra del Peloponeso se revela también en la recuperación del proyecto de lucha contra los persas, lo que vuelve a justificar la aceptación de Macedonia, ofrecida como alternativa a la sumisión a los persas. Esta última actitud habría sido la de los tebanos, que lucharon en Platea junto a Mardonio. Esquines olvida que también lo hicieron los macedonios. El discurso "Contra Ctesifonte" viene a representar la elaboración de esta teoría, para defender una vez más la colaboración con los macedonios. En el interior, es en la postura contraria donde se halla el peligro de poder personal, en Demóstenes, demagogo que intenta implantar la tiranía, apoyada en los persas, frente a la democracia defendida por él mismo, en realidad una forma de oligarquía sustentada por el poder militar exterior de los macedonios.
En definitiva, se trata de dos concepciones distintas: la democrática, que anteponía a todo el ideal de la libertad, aun reconociendo cuán peligrosa arma venía siendo para los griegos, y la totalitaria o centralista que, desengañada de las eternas rivalidades de los griegos, deseaba la sumisión a un poder enérgico, que, aun a cambio de privarles de libertad, hiciese posible la unión de los helenos y los capacitase para empresas de mayor rango, entre las cuales figuraba, en primer término, la lucha de desquite contra los persas.
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Batalla de Queronea |
Después de retirarse en las Termópilas, Filipo emprendió la conquista de Olinto (al Norte de Potidea, en la Calcídica), aliada de Atenas (348 a.C.), tras derrotar fácilmente al ejército ateniense que trató de socorrer la ciudad. Atenas quedó en una situación tan desfavorable que se impuso la negociación de una paz con el vencedor (el propio Demóstenes hubo de mostrarse conciliador) y, así, en el 346 a.C. se firmó la llamada Paz de Filócrates (por el nombre de uno de los comisionados). Dicha paz (considerada vergonzosa por los demócratas atenienses) reavivó las disputas entre facciones y Demóstenes exigió el destierro de Isócrates y de Esquines. La Paz de Filócrates fue más bien una tregua que Filipo utilizó para anexionarse Acarnania, Etolia y Eubea, mientras Atenas, a través de Demóstenes, que viajó visitando las ciudades griegas para atraerlas a su causa, preparaba un enfrentamiento global contra Filipo. Dicho enfrentamiento, que fue precedido de otros menores, entre ellos el que tuvo contra los focenses que se habían apoderado de unas tierras pertenecientes al santuario de Delfos (“segunda guerra sagrada”), tuvo lugar finalmente en el año 338 en Queronea (Beocia) y supuso una victoria total para Filipo. Triunfa allí la táctica de la formación oblicua, y el joven príncipe Alejandro, al frente de la caballería macedónica, se distingue deshaciendo el “batallón sagrado” tebano. Contra la práctica habitual de la guerra, Filipo dejó en libertad a las ciudades griegas, contentándose con establecer al frente de ellas a los grupos políticos partidarios suyos (salvo con Tebas). El trato concedido a Atenas fue muy benévolo: los ciudadanos caídos prisioneros pudieron volver a su ciudad sin necesidad de pagar rescate, Atenas seguían conservando su autonomía y el control sobre sus antiguas posesiones en las islas, pero renunciaba al dominio de las ciudades de la Calcídica y Tracia. Pero los atenienses y los griegos en general, desde el primer momento, se dieron cuenta de la singular gravedad de aquella batalla y de la trascendencia de la nueva situación. Era el fin de la autonomía de los griegos, la derrota definitiva de la polis. Muchos historiadores concluyen la historia de Grecia con esta batalla.
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Templo de Apolo en Corinto |
La batalla de Queronea terminó con los fantasmas de Demóstenes. Inmediatamente después se vería que Esquines e Isócrates habían hecho predicciones más realistas. Al año siguiente, el 337, Filipo reunió a todos los griegos en el llamado Congreso de Corinto, donde se tomaron decisiones que parecían representar el programa conjunto de Esquines-Isócrates: los griegos no harían la guerra entre sí ni contra Filipo. La política internacional se decidiría en el Congreso, del que Filipo pasaba a ser el jefe supremo. Quedaba garantizada la libertad de comercio por tierra y mar. Se creaba un ejército integrado por tropas de todas las ciudades y se decidió emprender una campaña conjunta contra los persas, cuyo primer objetivo residía en la liberación de las ciudades griegas asentadas en la costa minorasiática. El modelo de acuerdo fue la segunda confederación ateniense, en la cual la potencia directiva pactaba con cada uno de los miembros, cuya constitución y territorios eran garantizados. Las más destacadas tendencias de las ciudades griegas encontraban solución en este Congreso: medianos y grandes propietarios salían beneficiados y los desposeídos de fortuna podían encontrar medios de vida enrolándose como mercenarios en el ejército.
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Tumba de Filipo |
En el 336, el ejército greco-macedónico, dirigido por Atalo y Parmenión, penetró en Asia Menor. Parmenión muere pronto y tenía que sucederle en la tarea en príncipe Alejandro. Pero los problemas dinásticos iban a cambiar la faz de las cosas. La esposa de Filipo, madre del legítimo heredero Alejandro, vio en peligro esta sucesión cuando Filipo se casó con Cleopatra, sobrina de Atalo, uno de sus generales. La boda motivó un violento choque entre padre e hijo cuando Atalo brindó porque el nuevo matrimonio diera un heredero legítimo al trono. Alejandro no toleró tal insulto y tiró su copa al rostro de Atalo y Filipo estuvo cerca de matar a su hijo. Este marchó al destierro al Epiro con su madre, pero pronto su padre buscó la reconciliación y casó a su hija Cleopatra con el rey del Epiro. Durante los festejos un noble llamado Pausanias, miembro de su guardia personal, apuñaló a Filipo (336 a.C.). El regicida fue ejecutado en el acto, por lo que jamás pudo conocerse quién o quiénes le indujeron a tal crimen. Para unos fueron agentes persas; para otros sería una conspiración de la rencorosa Olimpia, a la que no estaría ajeno el propio Alejandro.