Noble Persa
El debate constitucional en Heródoto

Que el debate constitucional de Heródoto (TEXTO 50: Historia III, 80) el más antiguo conservado conduce a las discusiones de la Atenas de Pericles, parece indudable a pesar de las controversias en torno a las fuentes. La torpeza terminológica y del hilo argumentativo muestran que el autor se mueve aún en un terreno espiritual casi virgen. Resulta fascinante sobre todo el contexto histórico elegido, que por muy anacrónico que sea, ofrece la posibilidad de un genuino inicio constitucional a partir de cero: Las constituciones se plantean como algo transplantable a voluntad; el único criterio para la decisión viene dado por la voluntad, apoyada por argumentos racionales, del sujeto político.
    En cuanto al primer hablante, Otanes, sus argumentos básicos son (1) el poder unipersonal conlleva a la corrupción connaturalmente, pues no está sujeto a nadie, y (2) aunque su disposición sea excelente, él llega a adquirir una manera de mirar las cosas diferente a la del hombre ordinario; en definitiva, se da un deterioro. Frente a esto, la alternativa propuesta es el poder soberano en manos de la mayoría (to plethos), esto es, el conjunto de ciudadano varones adultos. Los dirigentes son escogidos por ellos y las resoluciones están sujetas a la autoridad del pueblo. Los cargos se sortean, con lo que existe una igualdad absoluta de oportunidades y sus titulares han de dar cuentas de sus actos, y las decisiones se proponen a los ciudadanos en masa. «Pues en la multitud radica el todo», la democracia personifica la voluntad de todos los ciudadanos (80, 2 y sig. espec. 6). Por un lado, en este pasaje se nos caracteriza al tirano desde un punto de vista plenamente griego (en general, el discurso es impensable en la corte persa), aceptando que la esencia de la tiranía es no estar sujeto a la ley, y, por otro lado, se nos describe la democracia. Es de notar que Heródoto, aunque conoce la palabra demokratia, no la utiliza aquí, sino isonomia, por asimilación a una serie de notas que caracterizan a esa democracia: isonomia o igualdad ante la ley, isocratia o igualdad para ser elegido, isegoria o igualdad para hablar, etc. Aquí se argumenta por tanto con instituciones. Sólo ellas pueden proteger al colectivo de ciudadanos del abuso del poder y de la arbitrariedad del gobernante. Cuando el apologista de la democracia, a quien no favorece el resultado final del debate, justifica su renuncia al gobierno con la observación: «No quiero ni gobernar ni que me gobiernen» (83,2), se alude con ello a otra característica institucional de la democracia, «la alternativa contínua de gobernar a ser gobernado»
    El siguiente hablante, Megabizo, está de acuerdo con Otanes en los vicios de la tiranía, aunque extiende también la hybris al poder del pueblo, por su falta de conocimiento y educación. El crítico se expresa de manera muy diferente: El pueblo es una chusma ignorante, presuntuosa, inútil v licenciosa que no sabe siquiera lo que desea. «¿Y cómo podría saberlo, si carece de instrucción en cuestiones legales y no se ha esforzado para conseguirla, sino que se precipita sobre los asuntos y los despacha a empellones, sin entendimiento, igual que un torrente de pleno temporal?» (81,1 y sig.). El demos no está capacitado para ser titular del gobierno ni por sus atributos intelectuales y caracterológicos ni por la educación y la formación. La orientación moral exclusiva basada en la tipología de clases desarrollada a finales de la época arcaica, aparece con especial claridad en una observación posterior: «Cuando gobierna el pueblo, no es posible evitar que lo malo se abra camino» (82,4). Sólo se contemplan las cualidades humanas. Los argumentos a favor de esto son (1) que la gran relevancia de los tres hablantes persas permitiran con seguridad que ellos integren esa oligarquía y (2) que sólo los hombres de conocimientos y educación son llamados a gobernar. Protágoras, más adelante, mirará este argumento en favor de una educación mejor. Pero por el momento, este es el argumento favorito de la aristocracia. En la base de este razonamiento está la idea de que el alma de un gobierno es euboulía o buen sonsejo. Ésta ahora ocupa el lugar de eukosmia (buen orden) y eunomia (buen gobierno), pero destacando el papel fundamental de la educación, tema que volverá a salir en periodos subsiguientes.
    El último hablante, Dario, establece ya las tres formas de gobierno: democracia, oligarquía y monarquía. Es interesante observar que se estudian las tres, considerando que se tratara de la mejor de cada una. Este tema será más extensamente tratado en siglos venideros, estableciendo tres formas de gobierno buenas y tres desviaciones malas. Pero lo importanrte es la fundamentación que se hace de que "el gobierno del mejor es lo mejor", pues de un hombre excelente sólo se derivan consejos excelentes.
    La democracia, que garantiza institucionalmente aquí, a través del derecho de expresión, la libertad del ciudadano, posibilita de paso desechar las cualidades humanas negativas propias del esclavo y desarrollar en toda su plenitud las positivas. También en el discurso fúnebre pronunciado por Pericles en honor de los caídos, reproducido por Tucídides, se vinculan los rasgos institucionales de la democracia (decisión mayoritaria, igualdad de derechos en la vida privada, igualdad de oportunidades en la pública, respeto a las leyes escritas y no escritas: 2,37,1;3) con la atmósfera de libertad que prima en todos los sectores de la vida: «La libertad da su sello a la vida política de nuestra comunidad y es decisiva para que la confianza y la liberalidad se impongan cada día en la vida en común de los ciudadanos». O sea, que el hombre democrático piensa y actúa en la colectividad privada y política como hombre libre. Por eso, la democracia es la forma constitucional adecuada para el hombre libre, ya que le proporciona las mayores posibilidades de desarrollo individual y además sabe sacar partido de este máximo de libertad individual en favor de la vida política. Es en estas declaraciones donde se aprecian los primeros intentos de elaborar una respuesta adecuada a la crítica moral destructiva de los oligarcas.
    Esto es justo el reverso de la teoría política que constituye en una marca del buen ciudadano el ser capaz tanto de mandar como de ser mandado. En general estas líneas de Herodoto se nos presentan con una mezcla de nociones de la Gracia tradicional del s, VI y de pensadores filosóficos del V. La mezcla de lo viejo y lo nuevo en el pensamiento político es una característica del trabajo de Herodoto. Él no hace gala de sus opiniones, pero a menudo deja que se muestren sus simpatías. Cree en la libertad y en la igualdad. Es un claro enemigo de la tiranía y la opresión y se explaya con placer en las historias sobre la caída de la tiranía: él mismo huyó de la tiranía en su ciudad. Su obra, junto con los Persas de Esquilo, podría constituir la mejor introducción acerca del Pensamiento político, antes de que aparezca La República de Platón, con la que muchos estudiosos comienzan. Su historia es un exponente de la oposición entre el Este y el Oeste que culmina en la liberación de Grecia y el Egeo de la amenaza persa del año 478. Vuelve atrás a los tiempos míticos y en un estilo algo confuso nos habla de las antítesis, de los pares de opuestos, como Bárbaros y Griegos, hybris y sophrosyne, esclavitud y libertad, tiranía y libertad. Él usa libremente sus términos.: tiranía es "una cosa incierta", igualdad "algo bueno". Su palabra favorita para igualdad es isegorie, "igualdad de hablar". Tan fuertemente se sentía negativa la restricción de la libertad de hablar que en ocasiones usa la palabra con el significado de "ausencia de tiranía". Para él libertad de hablar es el primer requisito de un estado. Ello crea una forma de vida que hace hombres preparados para afrontar la muerte y oponerse a un enemigo, en ocasiones, más numeroso. El bárbaro era totalmente incapaz de ver por qué los griegos lucharían, a no ser que un superior les obligara a ello, sin llegar a un simple acuerdo con el invasor. Las respuestas de Esparta y Atenas fueron claras y contundentes. Para Esparta tenemos el discurso de Demarato, bajo cuya apariencia podemos encontrar el punto de vista de Herodoto sobre las ciudadanos y su ciudad: Aunque libres ellos no son completamente libres: ellos tienen un superior. La Ley. Por otra parte está la réplica de los Espartanos a Hydarnes el persa: que no puede haber nada en común entre los amantes de la libertad y los que nada conocen de ella. Ahora la excusa tebana para la sumisión, como hemos visto, era exactamente esto: que ellos tenían una no Ley, esto es, nada por lo que luchar. Ley aquí significa Libertad.
Pero en el tiempo de Herodoto la simplicidad de esta doctrina resultaba trasnochada. El significado de la palabra nomos, ley, estaba siendo discutida y era obvio que resultaba la palabra regular para lo que llamamos "costumbre". Demarato dice que la Nomos es despotes (TEXTO 52: Historia VII, 100). Quizá Nomos era ahora un gobernante despótico con toda la incertidumbre y variabilidad del tradicional tirannos.
La palabra nomos era una y no dos y la noción griega de Ley estaba bastante ligada a la de Costumbre. Igualmente para Hesiodo dike era el camino con el que las cosas se realizan, pero también el camino correcto para hacerla, así nomos son esas cosas que son y han sido hechas habitualmente ( a nenómistai) y también correctamente. Así Herodoto, en el momento en que escribe, parece estar con un pie en el terreno político del periodo de la guerra de los persas y con el otro entre los críticos y escépticos de su tiempo. Mientras que los Griegos de la liberación consideraron nomos como su carta, afirmándose a si mismos como libres frente al poder arbitrario de un déspota, una nueva generación surge y comienza a ver que nomos puede ser también un tirano (una serie de costumbres y convicciones impuestas sobre los hombres, los cuales podrían no siempre desear conformarse de acuerdo a ellas. Ése será uno de los problemas políticos fundamentales, la reconciliación entre Ley y Libertad.

El debate constitucional en Eurípides

Lo mismo que en Heródoto, también en el debate constitucional entre el «democrático» rey Teseo y un heraldo de Tebas, en Las suplicantes de Eurípides, se trata en principio, según la forma, de la contraposición de dos constituciones distintas. (TEXTO 43: Eurípides, Las suplicantes, 406 y sig.)
Sin embargo, de hecho, lo que se pretende es exponer las ventajas y desventajas de la democracia, justificando su existencia. Lo que Teseo aduce en favor de la democracia se puede resumir como sigue: La ciudad es libre, no está sometida a un hombre. El pueblo es soberano y participa por turnos anuales en el gobierno; todos los ciudadanos en pleno deciden en asuntos políticos y la opinión de cada uno tiene el mismo valor que las de los demás; el pobre participa tanto como el rico (349 y sig.; 404 y sig. ). En tanto que el tirano está por encima de las leyes, es, por decirlo así, su dueño, sustrayéndolas al conocimiento y aplicación generales, con lo cual hace imposible la igualdad, el registro escrito de las leyes crea la igualdad de derechos para todos, pobres y ricos (429 y sig.). «Pero la más genuina declaración de libertad aparece en la apelación del heraldo: «¿Alguien tiene algún consejo útil que dar a la ciudad y desea proponerlo a la asamblea? Quien quiere hablar se hace notar, y el que no tiene nada que decir se calla. ¿Qué mayor muestra de libertad para una ciudad?» (438 y sig.). Como en Heródoto, pero con más detalle y más peso, insiste aquí el defensor de la democracia en las seguridades institucionales contra la arbitrariedad y el abuso del poder. Pero las instituciones democráticas proporcionan mucho más que eso constituyen la base de la soberanía y de la participación activa del demos en el gobierno, garantizar una total libertad e igualdad de los ciudadanos, incluidos los pobres y los débiles. La democracia, en resumen, hace posible que cada uno desarrolle y disfrute al máximo, de su calidad de hombre libre.
Aquí interviene el crítico: En una ciudad dominada por un hombre y no por la plebe se está seguro contra la demagogia y la inconstancia, contra el afán de granjearse la voluntad de las masas pasando por encima de principios y normas morales, contra las decisiones precipitadas. ¿Cómo va a poder el demos, que «es incapaz de poner en el orden debido las palabras, conducir la ciudad por un camino recto? Pues no es el apresuramiento (es decir, la premura de hacer las cosas a toda prisa) sino el ocio lo que alecciona (y lleva por tanto a decisiones más oportunas). Además, el campesino menesteroso, incluso aunque goce de una buena capacidad intelectual, no puede permitirse, agobiado por su trabajo, una dedicación suficiente a los negocios de la comunidad». (410 y sig.). Esto se diferencia ya bastante de Heródoto, pues no sólo se alude a la incapacidad y defectuosa formación, sino que se apunta a la falta de una base económica y a los aspectos negativos de la praxis democrática. Pero como éstos son a su vez la secuela de la carencia del necesario respaldo económico y humano, al final se reduce todo a un único punto de impacto de la crítica: El demos es totalmente incapaz de gobernar.
Una vez más se trata de afirmación contra afirmación: no hay nada de un auténtico debate con argumentos cara al contrario, de una refutación de la crítica. Los primeros vislumbres de algo parecido se encuentran en el tratado compuesto por el Pseudo Jenofonte un enemigo acérrimo de la democracia y, por tanto, tendencioso entre los años 431 y 424.

Pseudo-Jenofonte, República de los Atenienses ,
Con respecto a la república de los atenienses, el que hayan preferido ese sistema de gobierno no lo apruebo por el hecho de que, al preferirlo, prefirieron que los plebeyos estuvieran mejor que las gentes de calidad , y esta es la razón por la cual no lo apruebo. Pero, una vez que lo decidieron así, conservan fielmente su régimen y actúan con acierto en las demás cosas, que a los demás helenos les parece que hacen mal; y esto lo voy a demostrar.
En primer lugar diré lo siguiente: que es justo que allí salgan mejor librados los pobres y el pueblo que los nobles y los ricos por una razón, y es que el pueblo es quien impulsa las naves y quien da su fuerza a la ciudad, y los timoneles y cómitres y contramaestres y proeles y maestros de hacha, esos son quienes dan su fuerza a la ciudad mucho más que los hoplitas y los nobles y los aristócratas. Ahora bien, si esto es así, parece ser justo que todos tengan acceso a las magistraturas, tanto en los sorteos de ahora como en las elecciones, y que le esté permitido hablar a todo el que quiera de entre los ciudadanos. Además, en cuanto a aquellas magistraturas que, si están servidas, benefician el pueblo, pero, si no lo están, son un peligro para todo él, a estas magistraturas no le interesa nada al pueblo tener acceso; no juzgan, en efecto, que deba estarles abierto, mediante sorteo, el paso a la estrategia o a la hiparquía, porque el pueblo se da cuenta de que gana más no ocupando él estos cargos, sino dejando que sean ocupados por los más poderosos. En cambio, cuantas magistraturas proporcionan remuneración y provecho para el propio peculio, esas son las que procura ejercer el pueblo. Por otra parte, en cuanto a aquello de que algunos se admiran, de que en toda ocasión conceden más ventajas a los plebeyos y a los pobres y a las gentes comunes que a los hombres de calidad, en ese mismo aspecto se verá que respetan la democracia. Porque cuando los pobres y las gentes comunes e inferiores están bien y crecen en número, entonces dan auge a la democracia; pero si son los ricos y los mejores quienes están bien, en ese caso los demócratas fortalecen la parte opuesta a ellos. Y en todas las tierras la parte mejor es opuesta a la democracia; porque entre los mejores hay un minimo de indisciplina y maldad y un máximo de rectitud para las virtudes, mientras que en el pueblo reinan grandísima ignorancia, desorden y vileza, pues les inducen mayormente al vicio la pobreza y la falta de instrucción e ignorancia que se dan, por falta de dinero, en algunos hombres. Alguien 6 pudiera decir que seria menester no permitir que hablasen ni deliberasen todos por igual, sino los más inteligentes y las mejores personas; pero también en esto es excelente su criterio de dejar que hablen igualmente los plebeyos, pues, si hablaran y deliberaran las gentes de calidad, esto seria ventajoso para los iguales a ellos, pero no ventajoso para el común, mientras que así, al levantarse a hablar cualquier hombre plebeyo, procura lo ventajoso para si y para sus iguales. Alguien diría tal vez: "Pero ¿qué ventaja para sí o para el pueblo es capaz de apreciar un tal hombre?" Es que ellos comprenden que les convienen mas la ignorancia, villanía y adhesión de esta persona que la virtud, sabiduría y desafecto del aristócrata. De manera que el régimen basado en estos i principios no será, tal vez, el más perfecto, pero así es como mejor se conserva la democracia. Porque el pueblo no prefiere ser esclavo en una ciudad bien regida, sino estar libre y mandar, y poco se le da del mal regimiento; y aquello que tú consideras como un desgobierno, con eso mismo se fortalece el pueblo siendo libre. Si examinas un buen régimen verás, ante todo, que en él dictan leyes las personas más capaces; en segundo lugar, que los mejores castigan a los peores, y los mejores también son quienes deliberan acerca de la ciudad y no permiten que las gentes ligeras de juicio deliberen en consejo ni hablen en público ni asistan a la asamblea. Ahora bien, como consecuencia de estas buenas normas el pueblo caerá muy pronto en la esclavitud.
En cuanto a los esclavos y metecos, en Atenas hay una grandísima licencia, y allí ni es lícito golpear a nadie ni te cederá el paso ningún siervo; y el porqué de este uso local yo voy a explicarlo. Si fuera legal que el esclavo, o bien el meteco o el liberto, recibieran golpes de las personas libres, éstas pegarian con frecuencia a un ateniense tomándolo por un esclavo; pues el pueblo de allí no tiene vestiduras en nada mejores que las de los esclavos y metecos, ni tampoco les aventajan en su apariencia. Y si hay alguien que se sorprenda también de esta otra cosa, es decir, de que allí dejen a los esclavos vivir bien y hasta con magnificiencia algunas veces, también esto resultará que lo hacen adrede; porque, cuando el poder de un país reside en la flota, entonces es forzoso que los esclavos realicen su prestación mediante dinero, de suerte que uno reciba la aportación de lo que el siervo trabaja, e incluso que se les haga libres.

Para el autor, la democracia es el gobierno del partido de las clases inferiores un gobierno en sí lógico, con un fundamento histórico y llevado a efecto con sorprendente consecuencia: Pero conscientemente unilateral, egoísta y enemigo de todo lo bueno y noble. Por eso, a pesar de sus notorios defectos, la participación de todos los ciudadanos, incluidos los pobres, los insignificantes y los incultos, en los debates y consejos, resulta ventajosa para el demos. "Se dan cuenta de que la benevolencia, a pesar de la ignorancia y de una baja extracción, les favorece más que el brillo y la formación de las personas distinguidas, que van unidos a malevolencia". Si sólo se permitiera tomar la palabra a los nobles, el resultado sería una política igualmente unilateral, ventajosa para ellos y desventajosa para el demos. Tal y como es en la actualidad, la democracia constituye la encarnación del mal orden (Kakonomia), pero precisamente así se mantiene fuerte y florece. "Pero si buscas la Eunomia, procurarás que los mejores sean quienes promulguen las leyes; entonces los aristócratas sujetarán al vulgo con mano férrea, deliberarán sobre los asuntos de la ciudad sin permitir la intromisión de gentes irresponsables en los consejos, los discursos o las asambleas. Con estas excelentes medidas, el pueblo pronto caería en la servidumbre..." (1,6 9).
Las posiciones se han configurado como incompatibles entre sí. La Eunomia sólo se podría conseguir excluyendo al demos de la participación en el gobierno. Es comprensible que la conservación de la participación institucionalmente asegurada de todos los ciudadanos en el gobierno se convirtiera en asunto de vida o muerte para la democracia liberal. Otra vez se concentra la crítica sobre los criterios cualitativos: La democracia, como gobierno de los pobres, los humildes, inferiores, malos, incultos, incapaces, constituye el "mal orden" par excellence y contrasta por naturaleza con el "buen orden" aristocrático oligárquico, único que puede garantizar lo que conviene a la Polis, es decir, convertirla en la Polis mejor.
Son las viejas ideas procedentes del siglo VI y arraigadas en lo más hondo de la tradición aristocrática. Pero tampoco constituyen sino postulados carentes de todo soporte histórico (piénsese en Solón)y del mínimo respaldo empírico procedente de los sucesos más recientes, y diametralmente opuestos a las reivindicaciones, no menos absolutas pero apoyadas en logros históricos indiscutibles, de la democracia. Y audibles no sólo en boca de la exageración propagandística de unos retóricos por ejemplo en los epitafios sino en la apreciación de pensadores competentes. Cuenta aquí junto a Heródoto (5,78), Tucídides, que representa a su Alcibiades llamando la atención sobre el hecho de que la democracia es la constitución bajo la que Atenas ha ascendido al rango de ciudad más poderosa y libre (6,89,6). Lo que impulsa a los oligarcas al rechazo total de la democracia tiene en sí muy poco que ver con el éxito o el fracaso de esta constitución. Lo que exige el oligarca no es la participación, sino la recuperación del gobierno exclusivo que le corresponde por tradición y superioridad personal. Esto representa para él una finalidad absoluta, un medio de autorealización. La vida en una Polis democrática constituye para aquel que se toma en serio lo que acabamos de exponer una contradicción permanente de la realidad aristocrática natural e indiscutible.