Solón
Solón, medidor entre nobles y demos

Solón conocía sin duda el pensamiento de Hesíodo. Sin embargo. vivió casi un siglo más tarde, y además en la (en comparación con el beocio de tierra dentro) gran ciudad de Atenas, abierta al mundo. Pertenecía a la aristocracia y fue testigo presencial del punto culminante de la gran crisis. Su época había experimentado ya en propia carne las dimensiones que la crisis podía llegar a adquirir, cómo podía desembocar en la guerra civil o en la tiranía. Los puntos centrales de su pensamiento político, que él expuso a sus conciudadanos en forma prográmatica y que le grangearon probablemente el nombramiento de «árbitro» con plenos poderes, se pueden reconocer aún en los fragmentos de una gran elegía (TEXTO 21: Solón  Eunomia o “Buen gobierno” Frag. 3):
La responsabilidad por las calamidades que azotan a las ciudades no recae en los dioses (1 y sig.), sino sólo en los que las habitan. En todos, en cuanto participan de la insensatez política y de la codicia, pero particularmente en los «líderes del pueblo», es decir, los nobles (5 y sig.). Debido a su persistente y bárbaro menosprecio hacia la «augusta ley de Dike», han provocado una peligrosa situación para toda la ciudad (7 14). Así pues, la reflexión de Solón sobre el estado de la polis deriva también de una crítica de la arbitrariedad, desmesura y egoísmo de la aristocracia. Sin embargo, no se vincula a un hecho aislado ni se limita a un sector determinado del exceso de prerrogativas de la nobleza, sino que apunta básica y despiadadamente a ese abuso general de poder al que la aristocracia se ha habituado.
«Dike calla, pero sabe lo que ocurre y lo que sucedió en el pasado, y algún día vendrá a castigar las culpas. Lenta e inevitable echa raíces la llaga incurable de la comunidad. Las ciudades desamparadas caen en la servidumbre, el pueblo se divide, despierta el monstruo adormecido de la guerra y avanza aplastando a su paso las vidas de muchos hombres jóvenes» (15 y sig.).
Dike no es ya aquí, como ocurría en Hesíodo, la hija de Zeus que se abraza a las rodillas de su padre doliéndose de los malos tratos, entendidos en un sentido físico, sufridos de manos de los jueces, sino que simboliza en sí misma la justicia. Aparece segura y firme, sabiendo que las tribulaciones que decida enviar son inevitables y afectan a toda la colectividad. El nexo causal constatado por Hesíodo se formula ahora con mucho más rigor: No se confía o espera, se sabe. Porque las consecuencias del desacato a la justicia no son sólo teóricas y, por tanto, postulables a la manera de un esquema, sino que se ofrecen a la vista de todos como una realidad palpable: Querellas entre los ciudadanos, guerra civil, derramamiento de sangre, sometimiento a los tiranos, y aún más cosas (21 y sig.).
«Así invade la desgracia nuestro hogar, y la puerta de la casa no puede impedirlo. Salta por encima de los cercados más altos y da con todos, aunque se escondan, agazapados, en algún oscuro rincón» (26 y sig.). Lo postulado por Hesíodo se toma aquí con una absoluta seriedad. Toda la ciudad, o, lo que es igual, cada uno de los ciudadanos en concreto. De aquí dos consecuencias: Primera, que, en esas circunstancias, el recurso recomendado por Hesíodo en el sentido de circunscribirse al terreno privado es ilusorio. La salvación se encuentra en una dirección diametralmente opuesta: en el compromiso político. Segunda, que en ese caos generalizado están incluidos los propios causantes de toda esa miseria, los nobles. No sólo eso, sino que además son los que más han de sufrir las consecuencias de la guerra civil y la tiranía. Hesíodo, enfrentado a la experiencia de que en la vida, a menudo, triunfa el inicuo, espera simplemente que el nexo causal por él descubierto rija también sobre esos poderosos nobles de grandes recursos (de ahí sus cautelosas formulaciones: TEXTO 14: Hesiodo, Trabajos ... 202-214, y TEXTO 15: Hesiodo, Trabajos ... 215-285). Pero, al analizar el desarrollo actual de la crisis, Solón pudo superar esa idea hasta entonces predominante: Cierto que el noble goza del poder de actuar a su capricho, pero no puede ya permitírselo, porque las consecuencias le arrastrarán con toda seguridad a la perdición. La exhortación a la nobleza para que actúe con justicia tiene ahora mucha más fuerza, ya que se basa en una relación causal empíricamente demostrable, inmanente al fenómeno social e independiente de cualquier intervención divina.
El ciudadano reflexivo tiene ante sí por tanto una alternativa definida: El orden defectuoso par excellence (Dysnomia "Mal gobierno"), cuyas causas conoce y cuyos efectos soporta dolorosamente, o la Eunomia "Buen gobierno", que representa en todos los aspectos lo contrario de la miseria actual y que personifica a fin de cuentas la salud de la Polis (30 y sig. ). Este orden justo corresponde en buena medida al viejo orden, restablecido y purificado de sus aberraciones. Para Solón sigue siendo indudable que sólo la aristocracia está capacitada y llamada a gobernar. Rechaza con firmeza las pretensiones del demos que osa poner esto en tela de juicio (Texto 7):
El que Solón sea capaz de reconstruir, de una manera tan rigurosa y sin recurrir a los dioses, el nexo causal que vincula el comportamiento (conocido) de un grupo (conocido) con una miseria (conocida) que afecta a todos los ciudadanos, da lugar a una serie de corolarios transcendentales: El proceso entero se desenvuelve en el terreno humano y en el seno de la comunidad de la Polis. Por eso, sólo ésta puede proporcionar soluciones, y se ve además obligada a hacerlo si desea sobrevivir. Todos están expuestos al peligro, y todos deben participar en la búsqueda del remedio. La gran novedad es la exigencia del compromiso político para todos los ciudadanos. Se abren al obrar humano posibilidades hasta ahora ignoradas de influencia: Se puede intentar dar al curso de unos acontecimientos, cuyas causas y efectos se conocen, otra dirección, interviniendo en determinadas fases del mismo con una acción de consecuencias regularmente previsibles. Con ello nace la posibilidad de dominar la crisis (Dysnomia) mediante cambios planificados de tipo legal e institucional, e implantar la Eunomia. Y este proceso se puede repetir tantas veces como sea preciso hasta lograr un resultado satisfactorio. Por primera vez puede transformarse el pensamiento político, más allá de una crítica impotente de lo establecido, en acción política, en una acción programable y regulable a través de las instituciones. Solón, como árbitro plenipotenciario electo, pudo convertir sus meditaciones en realidades. De aquí que se puedan confirmar fuera de toda duda los rasgos fundamentales de su pensamiento político analizando sus reformas sociales y políticas. Aquí se van a destacar sólo dos aspectos:
1º Por un lado, la amplia codificación legal, que debilitó en gran medida la base en la que descansaba la arbitrariedad (que tan penosa resultaba a Hesíodo) y creó una condición esencial para la consecución de la igualdad de los ciudadanos (TEXTO 21: Solón  Su actuación política Frag. 5D y Rechazo de la tiranía Frag. 23 y 24 D).
2º Por otro lado, las medidas con las que Solón confiaba promover un mayor compromiso en los extensos estratos de la población que no pertenecían a la nobleza: Entre otras, la introducción del «sistema timocrático», según el cual los bienes de fortuna y la capacidad militar eran más importantes que la procedencia familiar a la hora de desempeñar magistraturas; la acusación popular, que otorgaba a cada ciudadano la posibilidad de denunciar delitos, y también, por tanto, de infligir el castigo debido en los casos en que la propia víctima no podía o quería demandar justicia; y la curiosa «ley de la Stasis», según la cual se hacía merecedor de atimia, es decir, perdía sus derechos civiles, todo aquel que ante una disidencia entre los ciudadanos componentes de la colectividad no tomase partido por una de las dos facciones.
Es indudable que Solón se había anticipado a su época. La gran mayoría de los campesinos libres no estaba aún preparada para intervenir en la política de la manera requerida para que su idea pudiera hacerse realidad. La tendencia a refugiarse tras la puerta del propio hogar estaba aún demasiado difundida, y la influencia tradicional de la nobleza era aún demasiado poderosa y omnipresente. Una vez suprimidas las cargas más duras gracias a las reformas de Solón, v suavizada al fin la crisis, la tentación de volver a las antiguas normas de comportamiento resultó irresistible para casi todos. Se reanudaron las luchas fraticidas en el seno de la aristocracia con todo su cortejo de secuelas (y apenas una generación más tarde consiguió Pisístrato por vez primera hacerse con el poder en calidad de tirano). Solón pudo aún presenciarlo y con un enconado sarcasmo saldó cuentas con sus conciudadanos que, en su ignorancia política, habían sido incapaces de captar el nexo causal subyacente o extraer de este conocimiento unas consecuencias eficaces, y ni siquiera habían sabido prever la inminente tormenta que se presagiaba tan claramente en el ambiente:
De la nube preceden la furia de la nieve y del granizo y el trueno nace de brillante relámpago: a manos de los grandes perece el estado, y el pueblo, por ignorancia, cae en la esclavitud de un tirano. El que eleva demasiado a un hombre no puede desps contenerle fácilmente, sino que desde ahora hay que saber todo esto (Fr. 8).