INTRODUCCIÓN AL FENÓMENO DE LA LITERATURA DE CORDEL EN LA CULTURA CENTAURIANA

© Eduardo Gallego & Guillem Sánchez

NOTA: A lo largo de este ensayo hay enlaces con varias coplas de ciego centaurianas, algunas de ellas profusamente ilustradas (si la carga de la página resulta demasiado lenta, pruebe a hacerlo sin imágenes, o maldiga a los inefables dioses del Ciberespacio). Recomendamos su lectura para hacerse una idea de qué va esto:


El príncipe y el demonio

El vicio y el silicio

La vera historia de Koñan de Simpleria

Consecuencias artificiales


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A cualquier habitante del Ekumen le serán familiares las tendencias y modas artísticas de Alfa Centauri (y, en menor grado, de Próxima Centauri). ¿Quién no se ha topado con una escultura Hihn y sus luces pulsantes que arropan a unas formas que se contorsionan agónicas, como si quisieran huir de sí mismas? ¿Y qué no se habrá dicho ya del estilo orgánico en Arquitectura? Como el queso azul, es algo que se ama o se odia apasionadamente; no caben medias tintas (...).

A pesar de su aparente diversidad, en el arte centauriano hay una raíz común: el retorcimiento formal llevado al paroxismo. A su lado, el culteranismo del Siglo de Oro español de la Era Preespacial resulta sobrio y circunspecto (...). El fondo es lo de menos. Todo está en la apariencia, y la valía del artista estriba en ser capaz de transmitir la mínima cantidad de información de la manera más complicada imaginable (o inimaginable). En esto, los centaurianos son insuperables (...).

Por supuesto, las reacciones frente al arte centauriano son legión. En el resto de mundos Ekuménicos ha recibido los más variados epítetos y definiciones, desde "mal gusto" y "sublimación del esnobismo" hasta "vomitivo". De hecho, salvo los críticos de arte, algunos estamentos oficiales y los nuevos ricos, no resulta excesivamente popular fuera de sus mundos de origen (...).

Curiosamente, una de las negaciones más claras del espíritu artístico centauriano surgió en la propia Alfa Centauri. Sus planetas más inhóspitos fueron terraformados en una época tardía, cuando los mundos más acogedores ya disfrutaban de una cultura bien asentada. Los centaurianos viejos consideraban a los nuevos (inmigrantes de escaso poder adquisitivo o refugiados de guerras diversas) como unos patanes iletrados, advenedizos incapaces de apreciar los refinamientos del arte Hihn (...). Obviamente, el rechazo de los viejos fue respondido con un olímpico desprecio por parte de los nuevos, quienes bastante tenían con ir sobreviviendo en los despiadados entornos planetarios donde los habían ubicado.

Aquellas colonias inhóspitas fueron el escenario perfecto para el renacimiento de la literatura de cordel.

Hubo un tiempo, allá en la Vieja Tierra, en el que no exist¡a la holovisión, ni las redes de datos, ni siquiera la energía eléctrica barata. Los pueblos pequeños estaban realmente aislados de los grandes acontecimientos. De hecho, una persona podía nacer, vivir y morir sin haberse desplazado más de diez kilómetros a la redonda. La fragmentación social era la norma. En muchos casos, los transmisores de la información, quienes sacaban a la gente de su cotidiana rutina, eran los poetas ambulantes, los bardos, los juglares, los rapsodas (...). Al final, la marea del progreso los arrastró a todos, claro está. Sus últimos representantes, una mera sombra del pasado glorioso, fueron los recitadores de coplas de ciego, aleluyas y similares (...).

Las composiciones eran a veces refritos de antiguos romances y cantares de gesta, aunque a menudo consistían en versiones más o menos libres de sucesos de actualidad, con especial énfasis en lo morboso: crímenes violentos, venganzas familiares, catástrofes (...).

Esta literatura de cordel solía acompañarse de láminas con diversas ilustraciones, que ayudaban a los analfabetos (sí, hubo una época en que casi nadie sabía leer) a seguir las historias. Los dibujos eran de escasa calidad, y de estilo un tanto naïf, pero cumplían su cometido: exaltar la truculencia, lo pintoresco, la sangre (...).

No se sabe a ciencia cierta a quién se le ocurrió la peregrina idea de resucitar la literatura de cordel entre los centaurianos nuevos, pero el caso es que cayó en gracia, y de una broma simpática acabó por ser un entretenimiento popular. A ello contribuyeron los centaurianos viejos, con su permanente desprecio hacia quienes no compartían sus gustos art¡sticos. A modo de reafirmación cultural, los centaurianos nuevos tomaron la literatura de cordel como parte de sus señas de identidad para reafirmarse como pueblo (...). Al cabo de unos años ya habían organizado grandes festivales, donde se trataba de recrear la atmósfera que acompañó a aquellos poetas ambulantes en la Vieja Tierra (...).

Pronto comenzó a acudir el turismo, atraído no sólo por la literatura de cordel, sino más bien por el ambiente lúdico y tabernario, así como por las delicias gastronómicas y las generosas libaciones con que se acompañaban los recitales. Semejante fuente de ingresos vino de maravilla a los centaurianos nuevos, quienes se convirtieron en una comunidad próspera (...).

Los centaurianos viejos nunca aceptaron la literatura de cordel. Fingían ignorarla o, como mucho, la miraban desdeñosamente por encima del hombro. Un ejemplo de esta actitud puede hallarse en el libro Lo bueno y lo malo, del celebérrimo crítico centauriano J'Saint-Jacques:

"El éxito de las coplas de ciego sólo puede explicarse si se concluye que los gustos literarios de la masa no están lo suficientemente educados. La gente, por lo general, prefiere comerse un huevo frito antes que unas mollejas de gandulfo, pero seamos clementes. No es moralmente censurable, ya que la gente no tiene la culpa de vivir en la oscuridad, de desconocer lo óptimo.

Tomemos un ejemplo. En los mundos de Orión es muy conocida la Balada del príncipe Godó y el demonio Drogrofagur, de la que existen incontables versiones. La historia es simple. El príncipe, obligado por una promesa sagrada, parte en busca del demonio, pero es capturado y sometido a tortura. Al final es rescatado por su escudero Nicasio, el cual, para lograrlo, tuvo que vencer al demonio en una épica partida de parchís.

Centrémonos en el momento cumbre de la balada: la captura del príncipe. Podemos comparar el tratamiento que recibe en manos de un buen escritor, frente a la prosaica versión en romance, para ser recitada en alguna taberna y ser consumida por manadas de turistas con más dinero que buen gusto.

El conocido escritor alfacentauriano S'O'Pelm'Hazo logra reflejar como nadie la atmósfera de maravilla y terror en que príncipe y demonio se enfrentan. Con su reconocido dominio del idioma, y a través de 198 páginas (de las que, por desgracia, aquí sólo podemos ofrecer unas líneas), consigue un incomparable retrato, pletórico de poesía, imágenes y sensaciones, narradas en primera persona por el príncipe Godó:

Los pasillos dibujan su negra y lóbrega geometría en las viscerales entrañas del castillo (...). Mi cabeza emerge a través de la ventana al igual que un potrillo recién nacido asoma por la vagina de su yegua madre. Como a él, mil y una nuevas sensaciones me asaltan tras salir del útero-castillo [Nota de J'S-J.: es una pena no poder reproducir aquí esas 1001 sensaciones, ya que constituyen la esencia pura de la belleza literaria, pero el espacio es limitado] (...). Las estrellas, como fino tapiz de cristales de metacrilato dispersos por la bóveda celeste, me contemplan con su fría indiferencia, gélida, glacial, cósmica. Mecidos por el libidinosamente acariciador viento, los árboles susurran, casi diríase que gimen en un vegetal y cr¡ptico arrebato de pasión, antesala de un verde y mudo orgasmo (...). Súbitamente, como el hachazo de un verdugo que cercena la testa del aherrojado reo, algo me atrapa. Incertidumbre, dolor, impotencia... Son palabras que ahora cobran para mí todo su prístino significado, más allá del mero y somero significante (...). Los minutos se arrastran, reptan, se deslizan con untuosidad de hidromiel espesa, preñada de infaustos matices (...). La voz (¡oh, esa voz!) de Drogrofagur inunda la estancia, la supera, la sublima, y reverbera en mis carnes con ímpetu de broncínea campana (...). Las palabras del demonio han desvelado, al fin, su propósito oculto para mi frágil persona. Sucumbo ante su ímpetu, cual palmera que se cimbrea ante los embates del viento, y la espada del placer y del dolor saja mis entrañas. Mis sentimientos nadan en un piélago de ambigüedad, de ambivalencia. ¿Qué será de mis prejuicios?

Compárese esta obra maestra con los magros 28 versos con que es despachado el asunto por estos literatos de cordel de nuevo cuño:

El príncipe su cabeza
por la ventana asomó,
buscando en la clara noche
al demonio abusador.
Justo entonces un gran cepo
por el cuello lo aferró,
y en torno a sus lindos brazos
una soga se anudó.
Abatióse un negro espanto
sobre el príncipe Godó,
pues sus voces de socorro
no las escucha ni Dios.
Por una entrada secreta
el demonio apareció;
su obscena risa retumba
por toda la habitación.
"Lacerar podrás mis carnes",
dice el pr¡ncipe Godó,
"¡pero mi alma inmortal
no la mancillarás, no!"
.
"¿Quién habla de hacerte daño?",
el demonio replicó.
"¡Si me has robado el sentido...!
¡Tío macizo! ¡Corazón!"
.
Sin hacer caso a sus gritos
el demonio se acercó,
y tras bajarle las calzas
por detrás se la endiñó.

Como se ve, es algo zafio, basto, chabacano y patéticamente breve. Personalmente, encuentro desmesurado el sentido del humor que impregna los versos. Se trata de una literatura de baja intensidad, que no me atrae, pero que, teniendo en cuenta los gustos actuales de las masas, sin duda podrá tener éxito e incluso ser publicable aunque, obviamente, nunca será digna de figurar en la Editorial Alfa, con unos estándares de calidad bien establecidos (...)".

No entraremos aquí a discutir las bondades de la literatura de cordel, sino que nos limitaremos a incluir algunos ejemplos, para que el lector pueda juzgar.

Los recitadores de aleluyas y similares prefieren unánimemente el verso octosílabo, tal vez por reminiscencias del romancero castellano (...). En principio, la métrica elegida fue el pareado consonante, como puede verse en EL VICIO Y EL SILICIO . Eran composiciones relativamente cortas y eminentemente jocosas. En este caso, el relato en que se basa es apócrifo, y habría que ubicarlo al principio de la expansión de los viajes MRL, cuando tantos nuevos mundos se abrieron ante nuestros ancestros.

La juguetona cadencia de los pareados no resultaba del todo adecuada para los relatos de hazañas, bien fueran épicas o burlescas, y poco a poco fue sustituido por el romance, con versos de rima asonante. Son poemas de mayor longitud, con historias más elaboradas, aptos para ser recitados frente al fuego (...). El ejemplo seleccionado antes, extraído de EL PRÍNCIPE Y EL DEMONIO, da buena idea de ello (...).

Finalmente, los poetas fueron abandonando el romance y se aficionaron a los poemas compuestos por coplas encadenadas, que permiten cambiar la rima, si se desea, cada cuatro versos. Ello se adecua tanto a la narración de tragedias como a obras asaz festivas. LA VERA HISTORIA DE KOÑAN DE SIMPLERIA, sin duda está basada en algún héroe de los mundos que retornaron a la barbarie tras el Desastre del 3800ee. El autor no ha podido resistirse a parodiar lo que sin duda fue una tragedia (...). En un tono más lúdico, tenemos CONSECUENCIAS ARTIFICIALES, al parecer escrito para caricaturizar a las feministas fundamentalistas del planeta Volkhavaar, adoradoras de la diosa Tanith-Lee, cuyas fiestas de Escarnio y Reprobación del Demonio Falo son archiconocidas en todo el Ekumen (...).

Los dibujos que acompañan a los versos pueden parecer un tanto cutres, pero han sido realizados así ex profeso, para imitar a los pliegos de cordel que repartían los ciegos allá en la Vieja Tierra (...).


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