Dijo, y el Alba de dorado trono apareció al instante. Por la isla se fue la diosa, y me volví al navío, Y de embarcarse y de soltar los cables órdenes di a mi gente; obedeciéronme, y al remo se sentaron azotando de seguida a compás las olas canas. Tras la galera de azulada proa un favorable viento sopló pronto, y las velas hinchó; buen compañero que la augusta deidad de bellas trenzas y delicada voz, nos enviaba. Puestos los aparejos, nos sentamos en los bancos, y el viento y el piloto dirigían la nave. Entonces triste hablé así a mis queridos compañeros: "Amigos no conviene que sepamos uno tan sólo o dos los vaticinios revelados por Circe; así es que ahora os los voy a decir, y conocida por todo la verdad, o moriremos o escaparemos a la triste muerte. Nos ordena el oráculo divino evitar lo primero de las pérfidas Sirenas las praderas y los cánticos: Yo sólo debo oírlas; pero atadme firmemente con lazos resistentes a la base del mástil, y si os pido y os ordeno soltarme, con más cuerdas deberéis sujetarme todavía."
Mientras así instruía a mis amigos en todas estas cosas, la galera empujada por viento favorable llegó de las Sirenas a la isla. Al acercarnos serenóse el viento, y un numen amansó las crespas olas. Alzáronse mis hombres y plegaron las velas, arrojándolas al fondo de la nave, y después con los pulidos remos las canas olas azotaban. Una bola de cera con mi acero corté a seguida en diminutos trozos; amaséla en mis manos vigorosas, y ablandóse al instante, con la fuerza con que yo la apretaba y con los rayos del Sol, de Hipérion hijo. Uno a uno tapé a mis compañeros los oídos, y ellos, manos y pies al propio tiempo, dejándome derecho, contra el mástil con resistentes cuerdas me amarraron, y volviendo a sus bancos azotaban el mar, blanco de espuma, con los remos. Y cuando navegando raudamente, a la distancia a que la voz alcanza llegamos, no escapó nuestro navío a sus miradas, y al instante alzaron las Sirenas su canto delicioso: "¡Ven, acércate acá, famoso Odiseo gran gloria de los griegos! Tu galera detén para que escuches nuestras voces. Nadie ha pasado en rápido navío delante de esta isla, sin que oyese nuestro canto melifluo, volviéndose deleitado y sabido de mil cosas, porque sabemos todas las fatigas que Griegos y Troyanos resistieron en Troya por decreto de los dioses, y cuanto ocurre en la espaciosa tierra."
Esto decían con hermoso canto y yo ansiando escucharlas, ordenaba enarcando las cejas, a mis hombres que me soltasen; mas remaron ellos sobre el banco encorvados; y al instante Perimedes y Euríloco con nuevas cuerdas me ataron al robusto palo. Y cuando ya pasamos y no oíamos la voz de las Sirenas, ni sus dulces cantos, mis compañeros al instante se quitaron la cera del oído, y a mí me desataron de los lazos. Apenas apartados de la isla, vi humo, y grandes olas, y un estruendo muy temeroso oi: mis compañeros espantados, soltaron de las manos los remos, que cayeron sobre el agua con no poco fragor; y de su impulso privada la galera, quedó inmóvil. Yo iba por el navío, con afables palabras animando a cada uno.