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TEXTO 65: Escuchar con placer las injurias y las acusaciones e irritarse contra los que se alaban a sí mismos
Demóstenes, Socre la Corona  1-17
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Esquines, orador rival de Demóstenes

Ante todo, atenienses, suplico a todos los dioses y diosas que pueda obtener de vuestra parte, en el curso de este proceso, la misma buena voluntad que yo vengo observando para con la ciudad y todos vosotros; y después, que os inspiren una norma que afecta sumamente a vuestra virtud y buena reputación, y es que no aceptéis como consejero a mi adversario acerca de cómo escucharme, pues esto sería lamentable, sino a las leyes y al juramento, en cuyo texto, además de otras justas disposiciones, se estipula también que hay que escuchar por igual a ambas partes. Esto significa no sólo no tener ningún prejuicio y conceder a los dos la misma buena voluntad, sino también permitir que cada uno de los litigantes siga en su defensa el plan que haya elegido y preferido.
Desde luego yo tengo muchas desventajas en este proceso con relación a Esquines, pero hay sobre todo, atenienses, dos de ellas que son importantes: una es que no lucho en igualdad de condiciones; pues no es lo mismo para mí perder ahora vuestra benevolencia que para él no ganar la causa; antes bien, para mí… No quiero decir nada desagradable al empezar mi discurso, pero éste me acusa impunemente. La otra es que es una propensión innata en todos los hombres el escuchar con placer las injurias y las acusaciones y, en cambio, irritarse contra los que se alaban a sí mismos.
Pues bien, de estos dos papeles le ha correspondido a él el que causa placer y a mí me ha quedado el que molesta a todos, por decirlo así. Si, por querer evitarlo, no hablo de mi actuación parecerá que no soy capaz de refutar las acusaciones ni demostrar por qué me creo merecedor de recibir honras; y si paso a mis actividades anteriores y a mi política, me veré obligado a hablar de mí mismo muchas veces. Intentaré, pues, hacerlo lo más modestamente que pueda. En cuanto a lo que el propio asunto me obligue a decir, de ello es justo que tenga la responsabilidad éste, quien ha entablado el proceso.
Yo creo, atenienses, que todos vosotros reconoceréis que este proceso me afecta a mí tanto como a Ctesifonte y que merece de mi parte no menor diligencia; pues es triste y dura toda pérdida, sobre todo si le ocurre a uno por culpa de un enemigo, pero especialmente la de vuestra benevolencia y afecto, por cuanto que obtenerlos es el mayor bien¡ Y ya que se trata de ellos en el presente debate, os pido y suplico a todos vosotros por igual que escuchéis mi defensa contra las acusaciones conforme a derecho, como ordenan las leyes que Solón, el que las promulgó en un principio, hombre bien dispuesto hacía vosotros y demócrata, creyó que debían tener fuerza no solamente por el hecho de estar escritas, sino también en virtud del juramento prestado por los jueces, no porque desconfiara de vosotros, me parece a mí, sino porque se daba cuenta de que el acusado no podría escapar a las acusaciones y a las calumnias que tanta fuerza dan al acusador por el hecho de hablar primero, a menos que cada uno de vosotros, los jueces, mostrando piedad hacia los dioses, acogiese también benévolamente los alegatos del que habla el último y, después de haberse comportado como auditor igual e imparcial para ambos, dictase así un veredicto sobre toda la causa.
Como yo voy a dar cuenta ahora, según parece, de toda mí vida privada y política, quiero invocar de nuevo a los dioses y rogarles en vuestra presencia, primero, que obtenga de vosotros en este proceso una benevolencia igual a la que yo no ceso de mostrar para con la ciudad y con todos vosotros; y después, que os inspiren a todos el decidir en esta causa lo que más vaya a convenir a la buena reputación y a la piedad de cada uno. Si Esquines me hubiera acusado solamente del asunto por el que me denuncia, también yo habría comenzado por defender la resolución provisional; pero ya que éste ha dedicado no pequeña parte de su discurso a exponer otras cosas ajenas y me ha calumniado en muchas ocasiones, yo pienso, atenienses, que es forzoso y justo a la vez que yo diga ante todo unas breves palabras sobre este asunto, para que ninguno de vosotros, influido por argumentos ajenos a la causa, escuche de forma hostil mi justa defensa ante la acusación.
Sobre las injurias y difamaciones que ha proferido sobre mi vida privada, mirad qué sencillas y justas son mis palabras. Si sabéis que yo soy tal cual éste me ha descrito en su acusación (pues yo no he vivido en otro sitio más que aquí, no escuchéis ni siquiera mi voz, por muy excelente que haya podido ser mi política anterior, sino levantaos, y condenadme ya. Pero si pensáis y reconocéis que soy mucho mejor que éste e hijo de mejores padres, y que los míos y yo no somos inferiores a ninguna persona de tipo medio, para no decir nada que pueda ofender, no hagáis caso a éste tampoco en los demás extremos (porque está claro que habrá inventado todo de igual manera), y a mí prestadme ahora la misma buena voluntad que me habéis demostrado siempre en tantos procesos anteriores. Aunque eres malicioso, Esquines, en esto has sido muy inocente, al creer que iba a abandonar la defensa de mis actos y de mi política para dedicarme a las injurias lanzadas por ti. Pero no haré eso; no estoy tan loco; examinaré, en cambio, tus mentiras y calumnias sobre mi vida pública y más tarde recordaré, si éstos lo quieren, ese desenfrenado aluvión de injurias.
Muchas son, ciertamente, las acusaciones, y para algunas de ellas las leyes asignan graves castigos e incluso la pena máxima; pero la elección de esta causa precisamente¡ si bien revela a la vez afán de dañar a un enemigo, insolencia, espíritu de injuria e insulto y todas las cosas semejantes, no permite, sin embargo, a la ciudad, ni mucho menos, castigarme con la pena que merecerían, de ser ciertos, los delitos de que se me ha acusado. Pues no se debe privar a nadie de presentarse ante el pueblo y tomar la palabra, aunque ello se haga por motivos de enemistad o envidia; esto no está bien, por los dioses, ni es democrático ni justo, atenienses; y en cambio sí lo sería el recurrir, en el momento mismo del delito, a las penas que impone la ley si me veía cometer tales crímenes contra la ciudad como los que ahora exponía tan teatralmente y denunciarme, si mi actuación le parecía merecedora de denuncia, haciéndome con ello comparecer en juicio ante vosotros, o acusarme de ilegalidad si me hubiese visto proponer algo ilegal; pues desde luego no es de suponer que quien se permite acusar a Ctesífonte por culpa mía hubiese renunciado a acusarme a mí si pensaba que iba a lograr mi condena.
Y si veía que yo cometía contra vosotros alguno de los delitos que acaba de enumerar calumniosamente o cualquier otro, hay leyes y castigos para todos, y procesos y sentencias que llevan consigo penas severas y graves, y podía haber recurrido a todos estos medios, y cuando le hubiéramos visto actuando así y empleando estos procedimientos contra mí, la acusación estaría de acuerdo con sus actos.
Pero ahora, desviándose del camino recto y justo y habiendo evitado presentar las pruebas en el momento de los hechos, después de tanto tiempo declama todas juntas sus acusaciones, burlas e injurias; pero además, aunque me acusan a mí, a quien está procesando es a éste y con ello pone al frente de todo este proceso su enemistad contra mí, pero, sin haberse enfrentado nunca conmigo para solventar nuestras diferencias, aparece como intentando privar a otro de sus derechos civiles.
De modo, atenienses, que, además de todos los otros argumentos que se podrían aducir en favor de Ctesifonte, hay uno que me parece a mí muy razona, y es que justo sería que pasáramos revista entre nosotros a nuestras enemistades en vez de buscar a un tercero a quien perjudicar dejando pasar la ocasión de luchar el uno contra el otro; pues esto es el colmo de la injusticia.
Esto bastaría para demostrar que todas sus acusaciones son igualmente contrarias a toda verdad y justicia; pero quiero examinarlas, una por una, sobre todo cuantas calumnias me ha lanzado con motivo de la paz y la embajada, atribuyéndome a mi lo que llevó a cabo él con Filócrates. Es necesario, atenienses, y también oportuno recordar cuál era la situación en aquella época para que consideréis cada hecho de acuerdo con las circunstancias que lo rodearon.