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Esquines, orador rival de Demóstenes |
Ante todo, atenienses, suplico a todos los dioses y diosas que pueda obtener de
vuestra parte, en el curso de este proceso, la misma buena voluntad que yo vengo
observando para con la ciudad y todos vosotros; y después, que os inspiren una
norma que afecta sumamente a vuestra virtud y buena reputación, y es que no
aceptéis como consejero a mi adversario acerca de cómo escucharme, pues esto
sería lamentable, sino a las leyes y al juramento, en cuyo texto, además de
otras justas disposiciones, se estipula también que hay que escuchar por igual a
ambas partes. Esto significa no sólo no tener ningún prejuicio y conceder a los
dos la misma buena voluntad, sino también permitir que cada uno de los
litigantes siga en su defensa el plan que haya elegido y preferido.
Desde luego yo tengo muchas desventajas en este proceso con relación a Esquines,
pero hay sobre todo, atenienses, dos de ellas que son importantes: una es que no
lucho en igualdad de condiciones; pues no es lo mismo para mí perder ahora
vuestra benevolencia que para él no ganar la causa; antes bien, para mí… No
quiero decir nada desagradable al empezar mi discurso, pero éste me acusa
impunemente. La otra es que es una propensión innata en todos los hombres el
escuchar con placer las injurias y las acusaciones y, en cambio, irritarse
contra los que se alaban a sí mismos.
Pues bien, de estos dos papeles le ha correspondido a él el que causa placer y a
mí me ha quedado el que molesta a todos, por decirlo así. Si, por querer
evitarlo, no hablo de mi actuación parecerá que no soy capaz de refutar las
acusaciones ni demostrar por qué me creo merecedor de recibir honras; y si paso
a mis actividades anteriores y a mi política, me veré obligado a hablar de mí
mismo muchas veces. Intentaré, pues, hacerlo lo más modestamente que pueda. En
cuanto a lo que el propio asunto me obligue a decir, de ello es justo que tenga
la responsabilidad éste, quien ha entablado el proceso.
Yo creo, atenienses, que todos vosotros reconoceréis que este proceso me afecta
a mí tanto como a Ctesifonte y que merece de mi parte no menor diligencia; pues
es triste y dura toda pérdida, sobre todo si le ocurre a uno por culpa de un
enemigo, pero especialmente la de vuestra benevolencia y afecto, por cuanto que
obtenerlos es el mayor bien¡ Y ya que se trata de ellos en el presente debate,
os pido y suplico a todos vosotros por igual que escuchéis mi defensa contra las
acusaciones conforme a derecho, como ordenan las leyes que Solón, el que las
promulgó en un principio, hombre bien dispuesto hacía vosotros y demócrata,
creyó que debían tener fuerza no solamente por el hecho de estar escritas, sino
también en virtud del juramento prestado por los jueces, no porque desconfiara
de vosotros, me parece a mí, sino porque se daba cuenta de que el acusado no
podría escapar a las acusaciones y a las calumnias que tanta fuerza dan al
acusador por el hecho de hablar primero, a menos que cada uno de vosotros, los
jueces, mostrando piedad hacia los dioses, acogiese también benévolamente los
alegatos del que habla el último y, después de haberse comportado como auditor
igual e imparcial para ambos, dictase así un veredicto sobre toda la causa.
Como yo voy a dar cuenta ahora, según parece, de toda mí vida privada y
política, quiero invocar de nuevo a los dioses y rogarles en vuestra presencia,
primero, que obtenga de vosotros en este proceso una benevolencia igual a la que
yo no ceso de mostrar para con la ciudad y con todos vosotros; y después, que os
inspiren a todos el decidir en esta causa lo que más vaya a convenir a la buena
reputación y a la piedad de cada uno. Si Esquines me hubiera acusado solamente
del asunto por el que me denuncia, también yo habría comenzado por defender la
resolución provisional; pero ya que éste ha dedicado no pequeña parte de su
discurso a exponer otras cosas ajenas y me ha calumniado en muchas ocasiones, yo
pienso, atenienses, que es forzoso y justo a la vez que yo diga ante todo unas
breves palabras sobre este asunto, para que ninguno de vosotros, influido por
argumentos ajenos a la causa, escuche de forma hostil mi justa defensa ante la
acusación.
Sobre las injurias y difamaciones que ha proferido sobre mi vida privada, mirad
qué sencillas y justas son mis palabras. Si sabéis que yo soy tal cual éste me
ha descrito en su acusación (pues yo no he vivido en otro sitio más que aquí, no
escuchéis ni siquiera mi voz, por muy excelente que haya podido ser mi política
anterior, sino levantaos, y condenadme ya. Pero si pensáis y reconocéis que soy
mucho mejor que éste e hijo de mejores padres, y que los míos y yo no somos
inferiores a ninguna persona de tipo medio, para no decir nada que pueda
ofender, no hagáis caso a éste tampoco en los demás extremos (porque está claro
que habrá inventado todo de igual manera), y a mí prestadme ahora la misma buena
voluntad que me habéis demostrado siempre en tantos procesos anteriores. Aunque
eres malicioso, Esquines, en esto has sido muy inocente, al creer que iba a
abandonar la defensa de mis actos y de mi política para dedicarme a las injurias
lanzadas por ti. Pero no haré eso; no estoy tan loco; examinaré, en cambio, tus
mentiras y calumnias sobre mi vida pública y más tarde recordaré, si éstos lo
quieren, ese desenfrenado aluvión de injurias.
Muchas son, ciertamente, las acusaciones, y para algunas de ellas las leyes
asignan graves castigos e incluso la pena máxima; pero la elección de esta causa
precisamente¡ si bien revela a la vez afán de dañar a un enemigo, insolencia,
espíritu de injuria e insulto y todas las cosas semejantes, no permite, sin
embargo, a la ciudad, ni mucho menos, castigarme con la pena que merecerían, de
ser ciertos, los delitos de que se me ha acusado. Pues no se debe privar a nadie
de presentarse ante el pueblo y tomar la palabra, aunque ello se haga por
motivos de enemistad o envidia; esto no está bien, por los dioses, ni es
democrático ni justo, atenienses; y en cambio sí lo sería el recurrir, en el
momento mismo del delito, a las penas que impone la ley si me veía cometer tales
crímenes contra la ciudad como los que ahora exponía tan teatralmente y
denunciarme, si mi actuación le parecía merecedora de denuncia, haciéndome con
ello comparecer en juicio ante vosotros, o acusarme de ilegalidad si me hubiese
visto proponer algo ilegal; pues desde luego no es de suponer que quien se
permite acusar a Ctesífonte por culpa mía hubiese renunciado a acusarme a mí si
pensaba que iba a lograr mi condena.
Y si veía que yo cometía contra vosotros alguno de los delitos que acaba de
enumerar calumniosamente o cualquier otro, hay leyes y castigos para todos, y
procesos y sentencias que llevan consigo penas severas y graves, y podía haber
recurrido a todos estos medios, y cuando le hubiéramos visto actuando así y
empleando estos procedimientos contra mí, la acusación estaría de acuerdo con
sus actos.
Pero ahora, desviándose del camino recto y justo y habiendo evitado presentar
las pruebas en el momento de los hechos, después de tanto tiempo declama todas
juntas sus acusaciones, burlas e injurias; pero además, aunque me acusan a mí, a
quien está procesando es a éste y con ello pone al frente de todo este proceso
su enemistad contra mí, pero, sin haberse enfrentado nunca conmigo para
solventar nuestras diferencias, aparece como intentando privar a otro de sus
derechos civiles.
De modo, atenienses, que, además de todos los otros argumentos que se podrían
aducir en favor de Ctesifonte, hay uno que me parece a mí muy razona, y es que
justo sería que pasáramos revista entre nosotros a nuestras enemistades en vez
de buscar a un tercero a quien perjudicar dejando pasar la ocasión de luchar el
uno contra el otro; pues esto es el colmo de la injusticia.
Esto bastaría para demostrar que todas sus acusaciones son igualmente contrarias
a toda verdad y justicia; pero quiero examinarlas, una por una, sobre todo
cuantas calumnias me ha lanzado con motivo de la paz y la embajada,
atribuyéndome a mi lo que llevó a cabo él con Filócrates. Es necesario,
atenienses, y también oportuno recordar cuál era la situación en aquella época
para que consideréis cada hecho de acuerdo con las circunstancias que lo
rodearon.