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El Partenón de Atenas |
Y si con justa razón son alabados los que instituyeron las fiestas comunes de
Grecia porque establecieron para nosotros la costumbre de que, haciendo la paz y
poniendo término a las enemistades existentes, nos reuniésemos y haciendo
oraciones y sacrificios comunes nos acordásemos del parentesco que hay entre
unos y otros, nos mirásemos después con mayor amistad, renovásemos los antiguos
acuerdos de hospitalidad y concertásemos otros nuevos; haciendo al mismo tiempo
que ni los hombres comunes ni los que descuellan por sus dotes naturales
estuviesen allí ociosos, por poder estos últimos, ante los griegos allí
reunidos, hacer ostentación de sus excelencias, y poder los primeros contemplar
a aquéllos en sus competiciones, sin que ni unos ni otros permanecieran a
disgusto, y antes teniendo todos de qué estar orgullosos, los unos por ver que
para su diversión competían los atletas, y los otros por pensar que para
contemplarlos a ellos había concurrido todo aquel gentío; pues bien, como de las
fiestas comunes deriven tantos beneficios, tampoco en esto nuestra ciudad se ha
quedado atrás. Porque hay en ella muchos y muy excelentes espectáculos; de los
cuales unos son magníficos por las grandes sumas que en ellos se gastan, otros
son celebrados por causa de las artes, otros, en fin, destacan por ambas
circunstancias. Y es tanta la gente que concurre a nuestra ciudad, que si hay
algún bien en que se congreguen los hombres, también este honor le corresponde.
Y a más de esto, el encontrar amistades fieles y el establecer toda clase de
relaciones, entre nosotros puede hacerse principalmente; y además pueden verse
competiciones no sólo de velocidad y fuerza, sino también de elocuencia y
talento y de toda clase de cosas y para ello se proponen los mayores premios.
Pues sin contar los que ofrece la propia ciudad, hace que también las demás los
ofrezcan; y los triunfos que otorgamos obtienen tanta fama, que son objeto de
aprecio por parte de todos los hombres. Fuera de esto, las demás fiestas
comunes, no celebrándose sino después de pasado mucho tiempo, pronto están
concluidas, mientras que nuestra ciudad continuamente es una fiesta común para
los que llegan.
En verdad la filosofía, que ayudó a inventar y a establecer todas estas cosas y
nos formó para la vida pública, nos suavizó para el trato o hizo distinción
entre los infortunios causados por nuestra ignorancia y los que nos sobrevienen
por una necesidad inevitable, y nos enseñó a guardarnos de los unos y a llevar
los otros con resignación, fue nuestra ciudad quien la difundió; y honró la
elocuencia, que todos desean y ven con envidia en quienes la poseen, pues
conocen que de entre todos los demás animales es ésta la única cosa que hemos
nacido teniendo como propia, y que, llevando ventaja por ella, también en todo
lo demás hemos sobresalido sobre ellos; y ve que en todas las demás acciones los
azares son tan confusos que muchas veces los hombres prudentes tienen en ellos
mala fortuna y los necios contrariamente tenían éxito, mientras que los hombres
de poco talento no tenían parte en las palabras dichas bien y con arte, sino que
éstas son el resultado de un alma sabia y los doctos y los que parecen
ignorantes es en esto en lo que principalmente difieren, y ve además que a los
que desde el principio son criados liberalmente no se les reconoce esto por el
valor, la riqueza y los bienes de esta especie, sino que se hacen conocidos
sobre todo por lo que se dice de ellos; y que esto se ha convertido en el más
fiel símbolo de la educación de cada uno de nosotros y los que se sirven bien de
la palabra no sólo son poderosos en su tierra, sino que son honrados entre los
otros. Y en tanto ha aventajado en la sabiduría y la elocuencia nuestra ciudad a
los demás hombres, que los que en ella son discípulos han pasado a ser maestros
de los demás, y ha hecho que el nombre de los griegos no parezca ser ya el de
una nación, sino de una manera de pensar y que sean llamados griegos más los que
participan de nuestra cultura que de una misma naturaleza.