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Cleroterion para sortear los jueces en
los tribunales |
Pues los que en aquel tiempo administraban la ciudad, no establecieron un gobierno que sólo en el nombre se acercase al más popular y más suave, pero que en realidad no pareciera tal al que lo examinara, ni uno que educase de tal modo a los ciudadanos que el desenfreno hubiera de ser tenido por democracia, los delitos por libertad, la franqueza por igualdad ante la ley y la licencia para hacer esto por la mayor dicha; sino más bien un gobierno que aborreciendo y castigando a hombres como éstos, hizo mejores y más prudentes a todos los ciudadanos. Y lo que más les sirvió para gobernar bien la ciudad, fue que siendo dos las igualdades que se considera que hay, de las cuales la una da lo mismo a todos y la otra lo que le corresponde a cada uno, no se equivocaron en conocer cuál de ellas era la más útil; sino que aquella que del mismo modo trata a los buenos y a los malos, la reprobaron como injusta; y la otra que en relación con sus méritos premia y castiga a cada uno, es la que eligieron y con la que gobernaron la ciudad, no sorteando entre todos indistintamente los cargos públicos, sino eligiendo previamente,y prefiriendo para cada cosa a los mejores y más aptos. Pues esperaban que todos los demás habían de ser tales como los que estuviesen al frente de los asuntos públicos. Y además consideraban que era más popular esta constitución que la que se hubiera de gobernar por sorteo. Porque en la suerte es árbitro la fortuna y muchas veces sucede que recaen los cargos en los que son amigos de la oligarquía, mientras que en la elección previa de los más a propósito, el pueblo es dueño de preferir a aquellos que sean más inclinados al régimen establecido. Y la causa de convenir en esto los más y no ser disputados los cargos públicos era que ponían su cuidado en trabajar y economizar y no descuidaban sus haciendas y ansiaban las ajenas, ni administraban sus casas con los caudales públicos, sino que de lo que cada uno tenía, si era necesario, suministraban a los fondos públicos y no conocían más exactamente cuánto podrían obtener del Estado que cuánto les producían sus posesiones. Y tan escrupulosamente se abstenían de lo que era del Estado, que era en aquellos tiempos más difícil encontrar quienes quisiesen mandar, que ahora quienes no piden nada; porque estaban persuadidos de que la administración de la ciudad no era fuente de ganancias, sino un servicio debido; y no miraban desde el primer día a ver si les habían dejado sus antecesores alguna ganancia, sino a ver si habían descuidado algún negocio que debiera ser rápidamente resuelto.