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TEXTO 60: No es muy difícil dominar la ciencia de los discursos
Isócrates, Contra los sofistas 1-3, 12-18
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Sócrates educando

Si todos los que intentan educar quisieran decir la verdad y no se comprometieran a más de lo que pueden cumplir, no les tendrían en mal concepto los ciudadanos comunes, pero ahora, los que se atreven a fanfarronear muy irreflexivamente, han hecho parecer que deciden más sensatamente quienes eligen la molicie que quienes se ocupan de la filosofía. Porque ¿quién no odiaría y despreciaría, en primer lugar a los que pasan el tiempo en discusiones y pretenden buscar la verdad, pero nada más comenzar su propósito intentan mentir? Creo, en efecto, que está claro para todos que conocer de antemano el porvenir no es propio de nuestra naturaleza; sino que estamos tan lejos de esta capacidad que Homero, el que ha conseguido mayor renombre por su sabiduría, ha hecho que incluso los dioses deliberen sobre ello, no porque conociera su manera de pensar, sino con la intención de demostrarnos que esto es una de las cosas imposibles para los hombres.
Y estos individuos han llegado a tal atrevimiento que intentan convencer a los jóvenes de que, si tienen trato con ellos, sabrán lo que se debe hacer, y por medio de esta ciencia, serán felices. Y establecidos como maestros y dueños de bienes tan importantes, no se avergüenzan de pedir por ellos tres o cuatro minas. Me maravillo cuando veo que son considerados dignos de tener discípulos quienes, sin darse cuenta ellos mismos, aportan una técnica fija como ejemplo de una actividad creadora. Porque ¿quién no sabe, salvo ellos, que los signos gráficos son invariables y permanecen siempre igual, de forma que seguimos siempre usando los mismos para lo mismo, y, en cambio, a las palabras les ocurre todo lo contrario? Pues el discurso pronunciado por uno no es igualmente útil para el que habla a continuación. Antes bien, parece que es más experto el que habla de manera apropiada a los asuntos, y puede encontrar otros términos y no los mismos,
Y la mayor prueba de su diferencia es lo siguiente: que los discursos no pueden ser hermosos si no se dan en ellos la oportunidad, lo adecuado y lo nuevo, y en cambio a los signos gráficos nada de esto les hace falta. Por eso sería mucho más justo que los que se sirven de ejemplos semejantes pagaran dinero en lugar de recibirlo, porque intentan educar a los demás cuando son ellos mismos los que necesitan educarse con mucho cuidado.
Y si es preciso no sólo criticar a los demás, sino aclarar mi propia manera de pensar, creo que todos los bienintencionados dirán conmigo que muchos de los que dedican su tiempo a la filosofía acabaron siendo simples aficionados mientras que otros, sin tener nunca trato con sofistas, han llegado a ser hábiles en la oratoria y la política. Pues la capacidad de hacer discursos y de todas las demás empresas reside en los bien dotados y en los que se han adiestrado mediante la práctica. Y a los que son así, la educación los hizo más expertos y hábiles para la investigación; pues ella les enseñó a lo que encontraban en sus divagaciones a partir de la mayor preparación, y a los de inferiores cualidades, no les haría buenos litigantes ni creadores de discursos, pero sí los hará avanzar y comportarse con mayor prudencia en muchas cosa.
Quiero, ya que llegué a este punto, hablar de ello con más claridad aún. Yo sostengo que no es muy difícil llegar a dominar la ciencia de los procedimientos con que pronunciamos y componemos todos los discursos, si uno se confía, no a los que prometen con facilidad, sino a los que saben algo sobre ello; pero elegir los procedimientos que convienen a cada asunto, combinarlos entre sí y ordenarlos convenientemente, y además no errar la oportunidad, sino esmaltar con habilidad los pensamientos que van bien a todo el discurso y dar a las palabras una disposición rítmica y musical, eso requiere mucho cuidado y es tarea de un espíritu valiente y capaz de tener opinión propia; es necesario que el discípulo, además de tener una naturaleza adecuada, haya aprendido las figuras retóricas y se haya ejercitado en sus usos y que el maestro explique esto de la manera más precisa posible y no omita nada de lo que debe enseñar, y que, de lo restante, se presente a sí mismo como un ejemplo de tal calidad, que los formados por él y capaces de imitarle, aparezcan pronto como oradores más floridos y gratos que los demás. Y si todo esto llega a coincidir, los que se dedican a la filosofía llegarán a su meta; pero si quedara olvidada algo de lo dicho, necesariamente en ese punto estarían peor los que estudian.