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TEXTO 53: El método historiográfico
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso I, 1-ss; 20-2; 23-6 
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Clio, la Musa de la Historia

Tucídides, ateniense, escribió la guerra sostenida entre peloponesios y atenienses, dando comienzo apenas estalló, por estimar que sería trascendental y memorable entre todas las anteriores; inferíalo de la pujanza y múltiples preparativos de ambos bandos, viendo además al resto del mundo helénico aliarse con uno y otro bando, algunos de inmediato, otros tras meditarlo. Fue ésta la conmoción mayor que afectó a los griegos y parte de los bárbaros, y aun diríamos casi al mundo entero. Los sucesos anteriores y los de mayor antigüedad, aun siendo imposible someterlo a certera investigación, dada su lejanía, por cuanto fidedignos testimonios de una investigación lo más retrotraída me autorizan a suponer, pienso que no revistieron trascendencia ni en las guerras ni en lo demás.
(A continuación realiza un bosquejo de la primitiva historia de Grecia)
Tales fueron, en lo que he podido averiguar, los acontecimientos antiguos, dominio en el que es imposible dar crédito a cada uno de los testimonios sin distinción, pues los hombres aceptan unos de otros sin mayores indagaciones las noticias de sucesos ocurridos hace tiempo, incluso tratándose de su propio país. .....
Sin embargo, no se equivocaría el que creyera, a partir de los indicios expuestos, que las cosas fueron más o menos tal como he contado, y no diera crédito ni a lo que han contado los poetas acerca de ellas, que las han embellecidos exagerándolas, ni a cómo las compusieron los logógrafos, que buscaban más agradar a la audiencia que la auténtica verdad. Son hechos inverificables y que en su mayoría han sido trasladados de manera inverosímil al terreno de la fábula a causa del largo tiempo transcurrido; no se equivocaría, en cambio, si pensara que han sido investigadas por mí de un modo muy satisfactorio para ser tan antiguas a partir de los indicios más claros. Y esta guerra de ahora, a pesar de que los hombres siempre consideran la más importante aquella en la que luchan, y una vez que concluye vuelven a admirar más las antiguas, mostrará a quienes examinen el asunto a partir de los hechos reales que ha sido, con todo, mayor que aquéllas.
Por cuanto concierne a los discursos que unos y otros pronunciaron, sea antes de la guerra, sea estando ya en ella, resultaba imposible rememorar la exactitud de lo que se dijo, tanto a mí de lo que yo mismo oí, como a quienes me suministraban informaciones de cualquier otra parte. Y según a mí me parecía que cada cual habría expuesto lo más apropiado en cada situación, así los he narrado, ateniéndome lo más estrictamente posible al espíritu general de lo que verdaderamente se dijo. Y en cuanto a los hechos que tuvieron lugar durante la guerra, estimé que no debía escribir sobre ellos informándome por un cualquiera, ni según a mí me parecía, sino que he relatado hechos en los que yo mismo estuve presente o sobre los que me informé de otras personas con el mayor rigor posible sobre cada uno de ellos. Muy laboriosa fue la investigación porque los testigos presenciales de cada uno de los sucesos no siempre narraban lo mismo acerca de idénticas acciones, sino conforme a las simpatías por unos y por otros, o conforme a su memoria. Para ser oída en público, la ausencia de leyendas tal vez la hará parecer poco atractiva, mas me bastará que juzguen útil mi obra cuantos deseen saber fielmente lo que ha ocurrido, y lo que en el futuro haya de ser similar o parecido, de acuerdo con la naturaleza humana; constituye una conquista para siempre, antes que una obra de concurso para un auditorio circunstancial.
(Los orígenes de la guerra)
Comienzo por escribir las causas de esta ruptura y las disputas que llevaron a ella para que no llegue el día en que se pregunte de dónde nació semejante guerra. Su causa inevitable, aunque no confesa, fue, a mi entender, el poder que habían alcanzado los ateniense y el temor que inspiraban a los lacedemonios, cosas ambas que llevaron a éstos a la guerra. Pero las alegadas por ambos bandos para quebrantar la tregua y lanzarse a la lucha fueron las siguientes:
Epidamno es una ciudad situada a la derecha entrando por el golfo Jónico; lindan con ella los taulantios, bárbaros de raza ilírica. La fundaron los corcirenses bajo los auspicios del corinto Falio, hijo de Eratóclides, heráclida, requerido por la metrópolis según la antigua usanza. Cofundadores fueron también otros corintios y dorios en general. Andando el tiempo Epidamno se convirtió en una ciudad grande y populosa. Pero cuentan que tras internas disensiones quedó aniquilada en una guerra con los bárbaros limítrofes y perdió mucho de su poderío. Como remate, antes de nuestra guerra la plebe expulsó a los ricos, quienes, unidos a los bárbaros, devastaban a los de la ciudad por tierra y por mar.. En tal apuro los epidamnos enviaron embajadores a Córcira, su metrópolis, suplicando que no miraran con indiferencia su ruina, que gestionaran la reconciliación de los expulsados y acabaran con la guerra barbárica. Sentados en el templo de Hera, como suplicantes, formularon estas peticiones. Pero los corcirenses no les atendieron y los despidieron sin resultado.
Viéndose los epidamnios desamparados de Córcira, no hallaban medio de resolver su situación y mandaron a consultar al dios de Delfos si debían poner la ciudad bajo el protectorado de los corintios, como fundadores, e intentar recabar de ellos alguna ayuda. (El dios) contestó que la pusieran y aceptaran su caudillaje. Personados los epiamnios en Corinto, conforme al oráculo, hicieron entrega de la colonia, alegando que el fundador fue corintio e invocando la respuesta del dios y suplicándoles que no se mostraran insensibles a su ruina y les ayudasen. Los corintios ante tal razonable propuesta, prometieron socorrerlos, considerando que no les asistía menor derecho de coloniaje que a los corcirenses, como también por animosidad hacia éstos, que los desdeñaban habiendo sido colonia suya, pues ni les tributaban los acostumbrados honores en las solemnidades públicas, ni, al igual que las demás colonias, nombraban a un corintio para que iniciara los sacrificios. Antes bien, mostrábanles menosprecio, pues por la cuantía de sus riquezas eran equiparables a las más ricas ciudades griegas, en potencial bélico más poderosos, y a veces se jactaban de su gran superioridad naval, debida a la primitiva ocupación de Córcira por los feacios, famosos por su experiencia náutica; de ahí que se preocupasen tanto de su marina, nada despreciable, pues contaban ciento veinte trirremes cuando comenzaron la guerra.