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Clio, la Musa de la Historia |
Tucídides, ateniense, escribió la guerra sostenida entre peloponesios y
atenienses, dando comienzo apenas estalló, por estimar que sería trascendental y
memorable entre todas las anteriores; inferíalo de la pujanza y múltiples
preparativos de ambos bandos, viendo además al resto del mundo helénico aliarse
con uno y otro bando, algunos de inmediato, otros tras meditarlo. Fue ésta la
conmoción mayor que afectó a los griegos y parte de los bárbaros, y aun diríamos
casi al mundo entero. Los sucesos anteriores y los de mayor antigüedad, aun
siendo imposible someterlo a certera investigación, dada su lejanía, por cuanto
fidedignos testimonios de una investigación lo más retrotraída me autorizan a
suponer, pienso que no revistieron trascendencia ni en las guerras ni en lo
demás.
(A continuación realiza un bosquejo de la primitiva historia de Grecia)
Tales fueron, en lo que he podido averiguar, los acontecimientos antiguos,
dominio en el que es imposible dar crédito a cada uno de los testimonios sin
distinción, pues los hombres aceptan unos de otros sin mayores indagaciones las
noticias de sucesos ocurridos hace tiempo, incluso tratándose de su propio país.
.....
Sin embargo, no se equivocaría el que creyera, a partir de los indicios
expuestos, que las cosas fueron más o menos tal como he contado, y no diera
crédito ni a lo que han contado los poetas acerca de ellas, que las han
embellecidos exagerándolas, ni a cómo las compusieron los logógrafos, que
buscaban más agradar a la audiencia que la auténtica verdad. Son hechos
inverificables y que en su mayoría han sido trasladados de manera inverosímil al
terreno de la fábula a causa del largo tiempo transcurrido; no se equivocaría,
en cambio, si pensara que han sido investigadas por mí de un modo muy
satisfactorio para ser tan antiguas a partir de los indicios más claros. Y esta
guerra de ahora, a pesar de que los hombres siempre consideran la más importante
aquella en la que luchan, y una vez que concluye vuelven a admirar más las
antiguas, mostrará a quienes examinen el asunto a partir de los hechos reales
que ha sido, con todo, mayor que aquéllas.
Por cuanto concierne a los discursos que unos y otros pronunciaron, sea antes de
la guerra, sea estando ya en ella, resultaba imposible rememorar la exactitud de
lo que se dijo, tanto a mí de lo que yo mismo oí, como a quienes me
suministraban informaciones de cualquier otra parte. Y según a mí me parecía que
cada cual habría expuesto lo más apropiado en cada situación, así los he
narrado, ateniéndome lo más estrictamente posible al espíritu general de lo que
verdaderamente se dijo. Y en cuanto a los hechos que tuvieron lugar durante la
guerra, estimé que no debía escribir sobre ellos informándome por un cualquiera,
ni según a mí me parecía, sino que he relatado hechos en los que yo mismo estuve
presente o sobre los que me informé de otras personas con el mayor rigor posible
sobre cada uno de ellos. Muy laboriosa fue la investigación porque los testigos
presenciales de cada uno de los sucesos no siempre narraban lo mismo acerca de
idénticas acciones, sino conforme a las simpatías por unos y por otros, o
conforme a su memoria. Para ser oída en público, la ausencia de leyendas tal vez
la hará parecer poco atractiva, mas me bastará que juzguen útil mi obra cuantos
deseen saber fielmente lo que ha ocurrido, y lo que en el futuro haya de ser
similar o parecido, de acuerdo con la naturaleza humana; constituye una
conquista para siempre, antes que una obra de concurso para un auditorio
circunstancial.
(Los orígenes de la guerra)
Comienzo por escribir las causas de esta ruptura y las disputas que llevaron a
ella para que no llegue el día en que se pregunte de dónde nació semejante
guerra. Su causa inevitable, aunque no confesa, fue, a mi entender, el poder que
habían alcanzado los ateniense y el temor que inspiraban a los lacedemonios,
cosas ambas que llevaron a éstos a la guerra. Pero las alegadas por ambos bandos
para quebrantar la tregua y lanzarse a la lucha fueron las siguientes:
Epidamno es una ciudad situada a la derecha entrando por el golfo Jónico; lindan
con ella los taulantios, bárbaros de raza ilírica. La fundaron los corcirenses
bajo los auspicios del corinto Falio, hijo de Eratóclides, heráclida, requerido
por la metrópolis según la antigua usanza. Cofundadores fueron también otros
corintios y dorios en general. Andando el tiempo Epidamno se convirtió en una
ciudad grande y populosa. Pero cuentan que tras internas disensiones quedó
aniquilada en una guerra con los bárbaros limítrofes y perdió mucho de su
poderío. Como remate, antes de nuestra guerra la plebe expulsó a los ricos,
quienes, unidos a los bárbaros, devastaban a los de la ciudad por tierra y por
mar.. En tal apuro los epidamnos enviaron embajadores a Córcira, su metrópolis,
suplicando que no miraran con indiferencia su ruina, que gestionaran la
reconciliación de los expulsados y acabaran con la guerra barbárica. Sentados en
el templo de Hera, como suplicantes, formularon estas peticiones. Pero los
corcirenses no les atendieron y los despidieron sin resultado.
Viéndose los epidamnios desamparados de Córcira, no hallaban medio de resolver
su situación y mandaron a consultar al dios de Delfos si debían poner la ciudad
bajo el protectorado de los corintios, como fundadores, e intentar recabar de
ellos alguna ayuda. (El dios) contestó que la pusieran y aceptaran su
caudillaje. Personados los epiamnios en Corinto, conforme al oráculo, hicieron
entrega de la colonia, alegando que el fundador fue corintio e invocando la
respuesta del dios y suplicándoles que no se mostraran insensibles a su ruina y
les ayudasen. Los corintios ante tal razonable propuesta, prometieron
socorrerlos, considerando que no les asistía menor derecho de coloniaje que a
los corcirenses, como también por animosidad hacia éstos, que los desdeñaban
habiendo sido colonia suya, pues ni les tributaban los acostumbrados honores en
las solemnidades públicas, ni, al igual que las demás colonias, nombraban a un
corintio para que iniciara los sacrificios. Antes bien, mostrábanles
menosprecio, pues por la cuantía de sus riquezas eran equiparables a las más
ricas ciudades griegas, en potencial bélico más poderosos, y a veces se jactaban
de su gran superioridad naval, debida a la primitiva ocupación de Córcira por
los feacios, famosos por su experiencia náutica; de ahí que se preocupasen tanto
de su marina, nada despreciable, pues contaban ciento veinte trirremes cuando
comenzaron la guerra.