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TEXTO 51: Primera campaña persa (VI, 18-ss; 102-ss; 109-111)
                    Segunda campaña persa (VII, 138-ss)
Heródoto, Historia
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Milciades

Primera campaña persa (Historia VI, 18-ss; 102-ss; 109-111)
(Los persas conquistan Mileto, cuyos habitantes son esclavizados; reacción en Atenas)
Tras haber vencido a los jonios en la batalla naval, los persas sitiaron Mileto por tierra y por mar, minaron las murallas, emplearon toda suerte de ingenios militares y, cinco años después de la rebelión de Aristágoras, se apoderaron enteramente de la ciudad, reduciendo a sus habitantes a la condición de esclavos…; la inmensa mayoría de los hombres fueron asesinados por los persas, un pueblo que lleva el pelo largo; las mujeres y los niños pasaron a engrosar el número de sus esclavos… Acto seguido, los cautivos milesios que quedaron con vida fueron conducidos a Susa. … Y por cierto que, ante las desgracias de que fueron víctimas los milesios a manos de los sibaritas –que, por haberse visto despojados de su ciudad, residían en Lao y Escidro- no les mostraron la debida gratitud; … Bien distinto fue el comportamiento de los atenienses. Estos últimos, en efecto, pusieron de relieve, de muy diversas maneras, el gran pesar que sentían por la toma de Mileto; y, concretamente, cabe señalar que, con motivo de la puesta en escena de La toma de Mileto, drama que compuso Frínico, el teatro se deshizo en llanto, y al poeta le impusieron una multa de mil dracmas por haber evocado una calamidad de carácter general; además, se prohibió terminantemente que en lo sucesivo se representara dicha obra.
(Ataque de Persia)
Después de conquistar Eretria y tras unos pocos días de descanso, los persas zarparon con rumbo al Ática, en medio de una gran euforia y en la creencia de que con los atenienses iban a hacer lo mismo que habían hecho con los de Eretria. Y como Maratón era la zona más apropiada del Ática para emplear la caballería y la más próxima a Eretria, allí los condujo Hipias, el hijo de Pisístrato. Cuando los atenienses tuvieron noticia de su llegada, también ellos acudieron a Maratón para defender su territorio. Al frente de las tropas figuraban diez estrategos, entre quienes se contaba Milciades…
(Milciades se hace con el mando)
Entretanto, las opiniones de los estrategos atenienses se encontraban divididas: unos se oponían a presentar batalla (pues, según ellos, contaban con pocos efectivos para enfrentarse con el ejército de los medos), mientras que otros, incluido Milciades, eran partidarios de hacerlo. En vista, pues, de que sus opiniones estaban divididas y de que iba a prevalecer la menos acertada, fue entonces cuando Milciades, dado que existía una undécima persona con derecho a voto (el ateniense elegido por sorteo para el cargo de polemarco –pues antiguamente los atenienses concedían al polemarco la misma capacidad de decisión que a los estrategos-, magistratura que entonces desempeñaba Calímaco de Afidnas), abordó a dicho individuo y le dijo lo siguiente: “Calímaco, en tus manos está en estos instantes sumir a Atenas en la esclavitud o bien conservar su libertad y dejar, para toda la eternidad, un recuerdo de tu persona superior, incluso, al de Harmodio y Aristogitón. Pues no hay duda de que ahora los atenienses se encuentran en el momento más crítico de su existencia; si, por lo que sea, se inclinan ante los medos, salta a la vista cuál será su suerte una vez en poder de Hipias; en cambio, si esta ciudad se alza con la victoria, puede llegar a ser la más importante de toda Grecia. ¿Qué cómo puede hacerse esto realidad y por qué te corresponde precisamente a ti adoptar la decisión definitiva en este asunto? Voy a explicártelo ahora mismo. Nosotros, los estrategos, somos diez y nuestras opiniones se hallan divididas, ya que unos se muestran partidarios de presentar batalla, mientras que otros se oponen. Pues bien, si no libramos combate, temo que se forme una importante facción que haga vacilar la fe de los atenienses hasta inducirlos a abrazar la causa del Medo. Por el contrario, si presentamos combate antes de que una plaga de ese tipo cobre aliento en el corazón de algunos atenienses, y si los dioses se mantienen imparciales, estamos en condiciones de alzarnos con la victoria en la batalla. Por consiguiente, todo lo que te he expuesto es en estos momentos de tu competencia y de ti depende; pues, si te adhieres a mi opinión, tu patria conserva su libertad y tu ciudad se convierte en la más importante de Grecia. Pero, si te decantas por el parecer de quienes se oponen a la celebración de la batalla, por tu culpa, en lugar de los logros que te he enumerado, sucederá todo lo contrario”. Con estas consideraciones, Milciades se ganó a Calímaco; y, merced a la opinión favorable del polemarco, quedó decidido presentar batalla.
(Batalla de Maratón)
Cuando le llegó el turno, los atenienses, dispuestos a presentar batalla sin más demora, adoptaron la siguiente formación: al mando del ala derecha se hallaba el polemarco [Calímaco], ya que, por esas fechas, entre los atenienses regía la costumbre de que el polemarco tuviera a su cargo el ala derecha. Después del citado caudillo figuraban las tribus, sucesivamente agrupadas, de acuerdo con su respectiva enumeración; y, por último, se alineaban los plateos. …. Y por cierto que, ante la formación que entonces adoptaron los atenienses, en Maratón se dio la siguiente circunstancia: como su frente tenía la misma extensión que el de los medos, el centro del ejército contaba de pocas filas, y constituía el punto más débil del mismo, mientras que las dos alas se hallaban profusamente reforzadas. … La batalla librada en Maratón se prolongó durante mucho tiempo. En el centro del frente, donde se hallaban alineados los persas propiamente dichos y los “sacas”, la victoria correspondió a los bárbaros. En aquel sector, como digo, vencieron los bárbaros, quienes, tras romper la formación de los atenienses, se lanzaron en su persecución tierra adentro; sin embargo, en ambas alas triunfaron atenienses y plateos. Y, al verse vencedores, permitieron que los bárbaros que habían sido vencedores se dieran a la fuga e hicieron converger las alas para luchar contra los contingentes que habían roto el centro de sus líneas, logrando los atenienses alzarse con la victoria. Entonces persiguieron a los persas en su huida, diezmando sus filas, hasta que, al llegar al mar, se pusieron a pedir fuego e intentaron apoderarse de las naves.

Temístocles

Segunda campaña persa (Historia VII, 138-ss)
La expedición del rey tenía como objetivo aparente Atenas, pero, en realidad, se dirigía contra toda Grecia. No obstante, los griegos, pese a estar informados de ello con mucha antelación, no se sentían afectados todos en idéntica medida. En efecto, aquellos que habían entregado al persa la tierra y el agua abrigaban la esperanza de que no iban a sufrir el menor daño por parte del bárbaro; en cambio, quienes no habían cedido, eran presa eran presa de un pánico cerval, dado que en Grecia no existía un número suficiente de naves de combate para resistir al invasor y, además, la gente no quería emprender la guerra, sino que eran decididos partidarios de pactar con los medos.
En este punto me veo necesariamente obligado a manifestar una opinión que será mal acogida por la mayoría de la gente; pero, pese a ello, como de hecho me parece que es verdadera, no voy a soslayarla. Si los atenienses, aterrorizados ante el peligro que se les venía encima, hubiesen evacuado su patria, o bien si, pese a no evacuarla, se hubieran quedado en ella, pero rindiéndose a Jerjes, ningún Estado hubiese intentado oponer resistencia al rey por mar. Pues bien, si nadie hubiera opuesto resistencia a Jerjes por mar, en tierra habría ocurrido, sin lugar a dudas, lo siguiente: aunque los peloponesios hubiesen levantado a través del Istmo muchas fortificaciones defensivas, los lacedemonios habrían sido irremediablemente abandonados por sus aliados (no espontáneamente, sino por la fuerza, ya que sus ciudades hubieran sido tomadas una tras otra por los contingentes navales del bárbaro), y se habrían quedado solos; y, únicamente con sus efectivos, aunque hubiesen realizado grandes hazañas, habrían sucumbido heroicamente.
Ésta es la suerte que habrían corrido, o bien –antes de llegar a semejante trance-, al ver que todos los demás griegos abrazaban la causa de los medos, habrían pactado con Jerjes. Y, por tanto, en uno u otro caso, Grecia habría caído en poder de los persas, pues no alcanzo a comprender cuál habría sido la utilidad de las fortificaciones erigidas a través del Istmo, si el rey hubiera sido dueño del mar. Lo cierto es que, si se afirmase que los atenienses fueron los salvadores de Grecia, no se faltaría a la verdad, pues, de las dos alternativas existentes, la balanza debía inclinarse por la que ellos hubiesen adoptado. Y, al decidirse por la libertad de Grecia, fueron ellos , personalmente, quienes despertaron el patriotismo de todos los demás pueblos griegos que no habían abrazado la causa de los medos, y quienes –con el apoyo de los dioses, como es lógico- rechazaron al rey.
Además, los terribles oráculos que les llegaron procedentes de Delfos, y que los llenaron de pánico, no los indujeron a abandonar Grecia, sino que permanecieron en su patria y se atrevieron a resistir al invasor. Resulta que los atenienses habían despachado emisarios a Delfos, decididos a consultar al oráculo. Y cuando, tras haber realizado en el recinto sagrado las ceremonias rituales, los consultores entraron en el “megarón” y tomaron asientos, la Pitia, cuyo nombre era Aristonice, les dictó el siguiente vaticinio: …
No puedes Palas aplacar a Zeus, dios del Olimpo, pese a que, en todos los tonos y con sagaz astucia, súplicas le dirige. No obstante, voy a darte ahora una nueva respuesta inflexible como el acero. Mira, cuando tomado sea todo cuanto encierran la tierra de Cécrope y el valle del Citerón augusto, Zeus, el de penetrante mirada, concederá a Tritogenia un muro de madera único –pero inexpugnable- baluarte, que la salvación supondrá para ti y para tus hijos. Ahora bien, tú –eso sobre todo- no aguardes indolente a la caballería y al ingente ejército de tierra que del vecino continente llega; al contrario, retírate; vuelve la espalda. Un día, tenlo por seguro, ya les harás frente. ¡Ay, divina Salamina! ¡Que tú aniquilarás a los frutos de las mujeres, bien sea cuando se esparce Deméter o cuando se reúne! …
Pro cierto que, entre los atenienses, había un ciudadano que había empezado a figurar entre los más destacados desde hacía poco tiempo, cuyo nombre era Temístocles, aunque era conocido con el apelativo de “hijo de Neocles”. Este personaje afirmaba que la conjetura de los intérpretes de vaticinios no era totalmente correcta: si los versos en cuestión –alegaba- se referían, en realidad, a los atenienses, en su opinión el oráculo emitido no hubiera sido tan benigno, sino que sus términos hubieran sido :”¡Ay, funesta Salamina!”, en lugar de “¡Ay, divina Salamina!”, si es que realmente los habitantes iban a perecer en las aguas de la isla. El caso, en suma, era que, interpretándolo correctamente, el vaticinio pronunciado por el dios se refería al enemigo, y no a los atenienses. Por consiguiente, aconsejaba a sus conciudadanos que se prestasen a combatir a bordo de sus naves, pues, según él, a eso aludía el muro de madera.
Ante esta apreciación de Temístocles, los atenienses estimaron, que, para ellos, la misma resultaba preferible a la de los intérpretes de vaticinios, que se oponían a los preparativos para una batalla naval y, en resumidas cuentas, a que se ofreciera la menor resistencia: proponían abandonar el Ática para instalarse en otro lugar cualquiera.
Antes de lo que acabo de citar, otra opinión de Temístocles había prevalecido felizmente; fue cuando los atenienses, en vista de que en el erario público había grandes sumas de dinero, que procedían de sus minas de Laurión, se disponían a repartírselas entre todos a razón de diez dracmas por cabeza. Entonces Temístocles convenció a los atenienses para que desistieran de llevar a cabo ese reparto y, con las sumas de que disponían, construyesen doscientas naves para la guerra (aludiendo al conflicto con los de Egina), por lo que la existencia de ese estado de guerra salvó, a la sazón, a Grecia, al obligar a los atenienses a convertirse en marinos. (Las naves no se emplearon con la finalidad para la que fueron construidas, pero así Grecia pudo disponer de ellas en el momento preciso.) Los atenienses, en suma, poseían ese contingente de naves al haber sido botadas tiempo atrás; con todo, tuvieron que construir un número adicional. Así pues, después de haber recibido el oráculo, estudiaron la situación y, plegándose al mandato divino, decidieron, con todos sus efectivos a bordo de sus naves y en unión de los griegos que lo desearan, hacer frente al ataque del bárbaro contra la Hélade.