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Giges y Candaules (obra de Willian Etty 1830) |
(Tras narrar las primeras diferencias entre griegos y bárbaros de Asia
(guerra de Troya incluida) comienza por relatar la historia de Lidia y su rey
Creso, a quien los griegos de Asia Menor estaban sometidos mediante tributos.
Pero antes narra la historia de los que precedieron a Creso y, en especial, la
sucesión de Candaules por Giges)
Resulta que el tal Candaules estaba enamorado de su mujer y, como enamorado
creía firmemente tener la mujer más bella del mundo; de modo que, convencido de
ello y como, entre sus oficiales, Giges, hijo de Dascilo, era su máximo
favorito, Candaules confiaba al tal Gíges sus más importantes asuntos y,
particularmente, le ponderaba la hermosura de su mujer. Y, al cabo de no mucho
tiempo -pues el destino quería que la desgracia alcanzara a Candaules-, le dijo
a Giges lo siguiente: «Giges, como creo que, pese a mis palabras, no estás
convencido de la belleza de mi mujer (porque en realidad los hombres desconfían
más de sus oídos que de sus ojos) prueba a verla desnuda.» Giges, entonces,
exclamó diciendo: «Señor, ¿qué insana proposición me haces al sugerirme que vea
desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se
despoja también de su pudor. Hace tiempo que los hombres conformaron las reglas
del decoro, reglas que debemos observar; una de ellas estriba en que cada cual
se atenga a lo suyo. Además, yo estoy convencido de que ella es la mujer más
bella del mundo y te ruego que no me pidas desafueros».
Con estas palabras Giges trataba, claro es, de negarse, por temor a que el
asunto le ocasionara algún perjuicio, pero Candaules le contestó en estos
términos: «Tranquilízate, Giges, y no tengas miedo de mí, pensando que te hago
esta proposición para probarte, ni de mi mujer, por temor a que ella pueda
ocasionarte algún daño; pues yo lo dispondré todo de manera que ella ni siquiera
se entere de que tú la has visto. Te apostaré tras la puerta de la alcoba en que
dormimos, que estará entreabierta; y en cuanto yo haya entrado, llegará también
mi mujer para acostarse. Junto a la entrada hay un asiento; en él colocará sus
ropas conforme se las vaya quitando y podrás contemplarla con entera libertad.
Finalmente, cuando desde el asiento se dirija,a la cama y quedes a su espalda,
procura entonces cruzar la puerta sin que te vea.»
En vista de que no podía soslayarlo, Giges,accedió a ello. Cuando Candaules
consideró que era hora de acostarse, llevó a Giges al dormitorio y, acto
seguido, acudió también su mujer; una vez estuvo dentro, y mientras iba dejando
sus ropas, Giges pudo contemplarla. Y cuando, al dirigirse la mujer hacia el
lecho, quedó a su espalda, salió a hurtadillas de la estancia. La mujer le vio
salir, pero, aunque comprendió lo que su marido había hecho, no se puso a gritar
por la vergüenza sufrida ni denotó haberse dado cuenta, con el propósito de
vengarse de Candaules, ya que, entre los lídios -como entre casi todos los
bárbaros en general-, ser contemplado desnudo supone una gran vejación hasta
para un hombre.
Por el momento, pues, sin ninguna exteriorización, se mostró así de tranquila.
Pero en cuanto se hizo de día, alertó a los servidores que sabía le eran más
leales e hizo llamar a Giges. Este, que no pensaba que ella estuviera al tanto
de lo sucedido, acudió a su llamada, pues ya antes solía, cuando la reina lo
hacía llamar, presentarse a ella. Y cuando Giges llegó, la mujer le dijo lo
siguiente: «Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a
escoger, el que prefieras seguir: o bien matas a Candaules, y te haces conmigo y
con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para
evitar que, en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo
que no debes. Sí, debe morir quien ha tramado ese plan, o tú, que me has visto
desnuda y has obrado contra las leyes del decoro.» Por un instante, Giges quedó
perplejo ante sus palabras, pero, después, comenzó a suplicarle que no le
sumiera en la necesidad de tener que hacer semejante elección. Sin embargo como
no logró convencerla, sino que se vio realmente enfrentado a la necesidad de
matar a su señor, o de pereceré a manos de otros, optó por conservar la vida.
Así que le formuló la siguiente pregunta: «Ya que me obligas -dijo- a matar a mi
señor contra mi voluntad, de acuerdo, te escucho; dime cómo atentaremos contra
él.» Ella, entonces, le dijo en respuesta: «La acción tendrá efecto en el mismo
lugar en que me exhibió desnuda y el atentado se llevará a cabo cuando duerma.»
Después de haber tramado la conspiración, al llegar la noche, Giges (dado que no
tenía libertad de movimientos, ni quedaba otra salida, sino que él o Candaules
debía morir) siguió a la mujer al dormitorio. Ella, después de entregarle un
puñal, lo ocultó detrás mismo de la puerta. Y, al cabo, mientras Candaules
descansaba, Giges salió con sigilo, le dio muerte y se hizo con la mujer y con
el reino de los lidios. Precisamente Arquiloco de Paros, que vivió por esa misma
época, mencionó a Giges en un trímetro yámbico.