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Hipólito llega de ejercitarse |
(Fedra, esposa de Teseo, madrastra de Hipólito, se ha enamorado, por obra de
Afrodita, de su hijastro, La diosa castiga así la castidad de Hipólito quien
solo honra a Ártemis, la diosa casta. Tras una escena en que Fedra está muda de
dolor, ante las preguntas de la nodriza y el coro, se decide a contar su mal)
FEDRA.--(Dirigiéndose a las mujeres del Coro.) Mujeres de Trozén, que habitáis
esta antesala del país de Pélope. Ya en otras circunstancias, en el largo
espacio de la noche, he meditado cómo se destruye la vida de los mortales. Y me
parece que no obran de la peor manera por la disposición natural de su mente,
pues muchos de ellos están dotados de cordura. No; hay que analizarlo de este
modo. Sabemos y comprendemos lo que está bien, pero no lo ponemos en práctica,
unos por indolencia, otros por preferir cualquier clase de placer al bien. Y en
la vida hay muchos placeres, la charla extensa y el ocio, dulce mal, y el pudor,
del cual hay dos clases, uno bueno y otro azote de las casas. Pero si su línea
divisoria fuese clara, dos conceptos distintos no tendrían las mismas letras.
Y puesto que ésta es la opinión que tengo, no debía existir veneno alguno que
pudiera destruirla hasta el extremo de caer en un sentimiento contrario. Pero
voy a comunicarte el camino que ha recorrido mi mente: cuando el amor me hirió,
buscaba el modo de sobrellevarlo lo mejor posible. Comencé por callarlo y
ocultar la enfermedad. Es evidente que no hay que fiarse de la lengua, que si
sabe muy bien criticar las ideas de los demás, por sí misma se gana las mayores
desgracias. En segundo lugar, me propuse soportar mi locura con dignidad,
venciéndola con la cordura. En tercer lugar, como no conseguí con estos medios
vencer a Afrodita, me pareció que la mejor decisión era morir--nadie lo
negará--. ¡Que no pase desapercibida, si realizo una acción hermosa, pero si la
llevo a cabo vergonzosa, que no tenga muchos testigos! Sabía que mi acción y mi
enfermedad se granjearían mala fama y, además, me daba perfecta cuenta de que
era una mujer, ser odioso para todos. ¡Hubiera muerto de mala manera la primera
que mancilló su lecho, entregándose a hombres extraños! Este mal tuvo para las
mujeres su origen en las casas ilustres, pues cuando a los nobles les parece
bien lo vergonzoso, con mayor razón le parecerá hermoso al vulgo. Siento
desprecio también por las mujeres sensatas de palabra, pero que poseen a
escondidas una audacia desvergonzada. ¿Cómo pueden ellas, oh Cipris, soberana
del mar, mirar al rostro de sus esposos sin sentir un escalofrío ante la idea de
que la cómplice oscuridad y las paredes de la casa puedan cobrar voz? Esto, en
verdad, es lo que me está matando, amigas, el temor de que un día sea
sorprendida deshonrando a mi esposo y a los hijos que di a luz. ¡Ojalá puedan
ellos, libres para hablar con franqueza y en la flor de la edad, habitar la
ciudad ilustre de Atenas, gozando de buen nombre por causa de su madre! Sin duda
esclaviza al hombre, aunque sea de ánimo resuelto, conocer los defectos de su
madre o de su padre. Aseguran que sólo una cosa puede competir en la vida: un
espíritu recto y noble para el que lo posee. A los malvados el tiempo los
descubre, cuando se presenta la ocasión, poniéndoles delante un espejo como a
una jovencita. ¡Que nunca sea vista yo entre ellos!
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La muerte de Hipólito: Un toro que sale del
mar asusta a los caballos que derriban a Hipólito |
CORIFEO.--¡AY, ay! ¡Qué bella es siempre la sabiduría, donde quiera que se
encuentre y cómo recoge entre los mortales el fruto de la buena fama!
NODRIZA. -- Señora, tu desgracia me produjo de momento un terror terrible, pero
ahora me he dado cuenta de que yo era simple; entre los hombres las reflexiones
segundas suelen ser más sabias. No padeces nada extraordinario ni inexplicable:
la cólera de una diosa se ha lanzado sobre ti.
Estás enamorada. ¿Qué hay de extraño en esto? Le sucede a muchos mortales. ¿Y
por este amor vas a perder tu vida? ¡Menudo beneficio para los enamorados de
ahora y los del futuro, si tienen que morir! Cipris es irresistible, si se lanza
sobre nosotros con fuerza. Al que cede a su impulso se le presenta con dulzura,
pero al que encuentra altanero y soberbio, apoderándose de él--¿puedes
imaginártelo?--lo maltrata. Ella camina por el éter y está en las olas del mar y
todo nace de ella. Es la que siembra y concede el amor, del cual nacemos todos
los que habitamos en la tierra. Cuantos conocen los escritos de los antiguos y
están siempre en compañía de las Musas saben que Zeus una vez ardió en deseos de
unirse con Sémele y saben que la Aurora, de hermoso resplandor, raptó una vez a
Céfalo a la morada de los dioses, y lo hizo por amor. Y, sin embargo, habitan en
el cielo y no tratan de huir de los dioses, sino que se resignan, así lo creo, a
aceptar su destino. ¿Y tú no vas a aceptar el tuyo? Tu padre debería haberte
engendrado en unas condiciones especiales o bajo el dominio de otros dioses, si
es que no aceptas estas leyes. ¿Cuántos crees tú que, estando en su sano juicio,
al ver su lecho mancillado, han fingido no verlo? ¿Cuántos padres colaboran con
sus hijos en los deslices del amor? Una de las cosas más sensatas que pueden
hacer los mortales es cerrar los ojos a lo que no es honroso. No merece la pena
que ellos se esfuercen demasiado en su vida, cuando ni siquiera son capaces de
ajustar con exactitud el techo que cubre su casa. Y tú, que has caído en una
desgracia semejante, ¿cómo pretendes salir a flote? Pero si, a pesar de que eres
un ser humano, los bienes superan en tí a los males, ya puedes considerarte
plenamente afortunada.
Vamos, hija querida, cesa en tus funestos pensamientos, pon fin a tu insolencia,
pues no otra cosa que insolencia es esto: querer ser superior a los dioses. Ten
el valor de amar: una divinidad lo ha querido. Ya que estás enferma, vence de
algún modo tu mal. Existen encantamientos y palabras mágicas. Aparecerá algún
remedio para tu enfermedad. En verdad que muy tarde lo encontrarían los hombres,
si las mujeres no diésemos con los remedios.