Allí se encontró Aquiles con Licaón, hijo de Príamo Dardánida, el cual, huyendo, iba a salir del río. Ya anteriormente habíale hecho prisionero encaminándose de noche a un campo de Príamo: Licaón cortaba con el agudo bronce los ramos nuevos de un cabrahigo para hacer los barandales de un carro, cuando Aquiles, presentándose cual imprevista calamidad, se lo llevó mal de su grado. Transportóle luego en una nave a la bien construida Lemnos, y allí lo puso en venta: el hijo de Jasón pagó el precio. Después Eetión de Imbros, que era huésped del troyano, dio por él un cuantioso rescate y enviólo a la divina Arisbe. Escapóse Licaón, y volviendo a la casa paterna, estuvo celebrando con sus amigos durante once días su regreso de Lemnos; mas, al duodécimo, un dios le hizo caer nuevamente en manos de Aquiles, que debía mandarle al Hades, sin que Licaón lo deseara. Como el divino Aquiles, el de los pies ligeros, le viera inerme (sin casco, escudo, ni lanza, porque todo lo había tirado al suelo) y que salía del río con el cuerpo abatido por el sudor y las rodillas vencidas por el cansancio; sorprendióse, y a su magnánimo espíritu así le habló: "¡Oh dioses! Grande es el prodigio que a mi vista se ofrece. Ya es posible que los teucros a quienes maté resuciten de las sombrías tinieblas; cuando éste, librándose del día cruel, ha vuelto de la divina Lemnos donde fue vendido, y las olas del espumoso mar, que a tantos detienen, no han impedido su regreso. Mas, ea, haré que pruebe la punta de mi lanza para ver y averiguar si volverá nuevamente o se quedará en el seno de la fértil tierra, que hasta a los fuertes retiene."
Pensando en tales cosas, Aquiles continuaba inmóvil. Licaón, asustado, se le acercó a tocarle las rodillas; pues en su ánimo sentía vivo deseo de librarse de la triste muerte y de su negro destino. El divino Aquiles levantó en seguida la enorme lanza con intención de herirle, pero Licaón se encogió y corriendo le abrazó las rodillas; y aquélla, pasándole por cima del dorso, se clavó en el suelo, codiciosa de cebarse en el cuerpo de un hombre. En tanto, Licaón suplicaba a Aquiles; y abrazando con una mano sus rodillas y sujetando con la otra la aguda lanza, estas aladas palabras le decía: "Te lo ruego abrazado a tus rodillas, Aquiles; respétame y apiádate de mí. Has de tenerme, oh alumno de Zeus, por un suplicante digno de consideración; pues comí en tu tienda el fruto de Deméter el día en que me hiciste prisionero en el campo bien cultivado, y llevándome lejos de mi padre y de mis amigos, me vendiste en Lemnos: cien bueyes te valió mi persona. Ahora te daría el triple para rescatarme. Doce dias ha que, habiendo padecido mucho, volví a Ilión: y otra vez el hado funesto me pone en tus manos. Debo de ser odioso al padre Zeus, cuando nuevamente me entrega a ti. Para darme una vida corta, me parió Laótoe, hija del anciano Altes, que reina sobre los belicosos léleges y posee la excelsa Pédaso junto al Sátniois. A la hija de aquél la tuvo Príamo por esposa con otras muchas; de la misma nacimos dos varones y a entrambos nos habrás dado muerte. Ya hiciste sucumbir entre los infantes delanteros a Polidoro, hiriéndole con la aguda pica; y ahora la desgracia llegó para mí, pues no espero escapar de tus manos después que un dios me ha echado en ellas. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No me mates; pues no nací del mismo vientre que Héctor, el que dio muerte a tu dulce y valiente amigo (Patroclo)."
Con tales palabras el preclaro hijo de Príamo suplicaba a Aquiles; pero fue amarga la respuesta que escuchó: "¡Insensato! No me hables del rescate, ni lo menciones siquiera. Antes que a Patroclo le llegara el día fatal, me era grato abstenerme de matar a los teucros y fueron muchos los que cogí vivos y vendí luego; mas ahora ninguno escapará de la muerte, si un dios lo pone en mis manos delante de Ilión y especialmente si es hijo de Príamo. Por tanto, amigo, muere tú también. ¿Por qué te lamentas de este modo? Murió Patroclo, que tanto te aventajaba. ¿No ves cuán gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz una diosa? Pues también me aguardan la muerte y el hado cruel. Vendrá una mañana, una tarde o un mediodía en que alguien me quitará la vida en el combate, hiriéndome con la lanza o con una flecha despedida por el arco."
Así dijo. Desfallecieron las rodillas y el corazón del teucro que, soltando la lanza, se sentó y tendió ambos brazos. Aquiles puso mano a la tajante espada e hirió a Licaón en la clavícula, junto al cuello: metióle dentro toda la hoja de dos filos, el troyano, dio de ojos por el suelo y su sangre fluía y mojaba la tierra. El héroe cogió el cadáver por el pie, arrojóle al río para que la corriente se lo llevara, y profirió con jactancia estas aladas palabras: "Yace ahí entre los peces que tranquilos te lamerán la sangre de la herida. No te colocará tu madre en un lecho para llorarte; sino que serás llevado por el voraginoso Escamandro al vasto seno del mar. Y algún pez, saliendo de las olas a la negruzca y encrespada superficie, comerá la blanca grasa de Licaón. Así perezcáis los demás teucros hasta que lleguemos a la sacra ciudad de Ilión, vosotros huyendo y yo detrás haciendo gran estrago."