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TEXTO 19: Elegía a las Musas (Frag. 1 D)
                    Eunomia o “Buen gobierno”
(Frag. 3)
                    Apología personal
(Frag. 24 D)
                    Su actuación política (Frag. 5 D)
                    La felicidad
(Frag. 14 D)
                    Rechazo de la tiranía
(Frag. 23 y 24 D)
Solón
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Eunomía ("Buen gobierno") y Eukleia  personificadas como diosas

Elegía a las Musas (Frag. 1 D)
Esplendidas hijas de Zeus del Olimpo y de Mnemosine,
Musas de Pieria, escuchadme en mi ruego.
Dadme la prosperidad que viene de los dioses, y tenga
ante los hombres por siempre un honrado renombre,
que de tal modo sea a mis amigos dulce y a mi enemigo amargo;
respetado por unos, terrible a los otros mi persona.
Riquezas deseo tener, mas adquirirlas de modo injusto
no quiero. De cualquier modo llega luego la justicia.
La abundancia que ofrecen los dioses le resulta al hombre
segura desde el ultimo fondo hasta la cima.
Mas la que los hombres persiguen con vicio, no les llega
por orden natural, sino atraída por injustos manejos,
les viene forzada y pronto la enturbia el Desastre.
Su comienzo, como el de un fuego, nace de casi nada,
de poca monta es al principio, pero es doloroso su final.
Porque no les valen de mucho a los hombres los actos de injusticia.
Es que Zeus vigila el fin de todas las cosas, y de pronto
-como el viento que al instante dispersa las nubes
en primavera, que tras revolver el hondón del mar
estéril y de enormes olas, y arrasar en los campos de trigo
los hermosos cultivos, alcanza el sublime hogar de los dioses,
el cielo, y deja luego el aire con aspecto sereno,
y brilla el fulgor del sol sobre la fértil tierra,
hermoso, y no queda ya ni una nube a la vista-
así aparece el castigo de Zeus. Que no en todo momento
es de pronta cólera como un individuo mortal.
Pero no se le oculta por siempre quien tiene un perverso
corazón; y de uno a otro modo al final lo evidencia.
Conque uno al instante paga, y otro después. Algunos escapan,
ellos, y no les alcanza la Moira fatal de los dioses,
peso esta llega en cualquier forma mas tarde. Y sin culpa pagan
sus delitos sus hijos o su descendencia más tarde.
Mas los hombres, tanto el ruin como el bueno, pensamos así.
Cada uno mantiene una elevada opinión de si mismo
hasta que sufre su daño, y entonces se queja. Pero hasta esto
nos regocijamos, pasmados, con vanas esperanzas.
Aquel que está abrumado por enfermedades tremendas
piensa que va a tener en seguida salud.
Otro, que es cobarde, se cree un valiente guerrero,
así como hermoso quien no tiene una bella figura;
el otro, que es pobre y al que su miseria agobia,
piensa en conseguir de cualquier forma un montón de riquezas.
Se esfuerza cada uno de un modo. El uno, va errante
en las naves, tratando de llevar a su hogar la ganancia,
por el alta mar rica en peces, arrastrado por vientos terribles,
sin disponer de resguardo ninguno a su vida.
Otro, labrando la tierra de cultivo el año entero,
es un siervo a jornal, de los que tras los curvos arados se afanan.
Otro, experto en las artes de Atenea y del hábil Hefesto,
con manos de artesano consigue su sustento.
Otro, instruido en sus dones por las Musas Olímpicas,
como conocedor preciso de tan envidiable saber.
A otro to hizo adivino el dios certero, Apolo,
y sabe prever la desgracia que a un hombre amenaza,
si le inspiran los dioses. Aunque de ningún modo
ni el presagio ni los sacrificios evitan lo fatal.
Otros ejercen el arte de Peon, el de muchos remedio
los médicos, que ignoran el fin de su acción:
muchas veces de una pequeña molestia deriva un gran dolor
y nadie puede curarlo aplicando las drogas calmantes,
en tanto que a otro, agitado por terribles dolencias,
lo sanan al punto con só1o imponerle las manos.
La Moira es, en efecto, quien da a los humanos el bien y el mal
y son inevitables los dones de los dioses inmortales.
En todas las acciones hay riesgo y nadie sabe
en que va a concluir un asunto recién comenzado.
Así que uno que pretende obrar bien no ha previsto
que se lanza a un duro y enorme desastre,
y a otro, que obró mal, le concede un dios para todo
la suerte del éxito, que contrarresta su propia torpeza.
De la riqueza no hay termino alguno fijado a los hombres;
pues ahora entre nosotros quien más bienes tiene
el doble se afana. ¿Quien puede saciarlos a todos?
Las ganancias, de cierto, las dan a los hombres los dioses,
y de ellas procede el desastre, que Zeus de cuando en cuando
envía como castigo, y ya uno, ya otro to recibe.
Eunomia o “Buen gobierno” (Frag. 3)
Nunca perecerá nuestra ciudad por el destino que viene de Zeus ni por voluntad de los felices dioses inmortales: tan poderosa es Palas Atenea, la hija del fuerte padre, la del corazón valeroso, nuestra defensora, que tiene sus manos colocadas sobre nosotros; pero los mismos ciudadanos quieren destruir nuestra gran ciudad, cediendo a la persuasión de las riquezas; y, con ellos, las inicuas intenciones de los jefes del pueblo, a los que espera el destino de sufrir muchos dolores tras su gran abuso de poder; pues no saben frenar su hartura ni moderar en la paz del banquete sus alegrías de hoy ... se enriquecen dejándose atraer por las acciones injustas...sin perdonar las riquezas sagradas, ni las del estado, roban lanzados a la rapiña, cada uno por su lado, y no respetan los venerables cimientos de la justicia que, callada, se entera de lo presente y lo pasado y con el tiempo llega siempre como vengadora. Esta herida, imposible de evitar, alcanza entonces a la ciudad entera; rápidamente cae en una infame esclavitud, que despierta las luchas civiles y la guerra dormida, fin de la hermosa juventud de muchos ciudadanos; que una hermosa ciudad es en breve arruinada a manos de sus enemigos en sus conciliábulos de que gustan los malvados. Estas son las calamidades que se incuban en el pueblo; y, en tanto, muchos de los pobres llegan a una tierra extraña, vendidos y atados con afrentosas ataduras... De esta forma, el infortunio alcanza a cada uno en su casa y las puertas del patio no pueden cerrarle el paso, sino que salta por encima de la elevada tapia y encuentra siempre a su presa aunque uno se refugie huyendo en su cámara más remota. Estas son las enseñanzas que mi corazón me ordena dar a los atenienses: cómo Disnomía acarrea males sin cuento a una ciudad mientras que Eunomía lo hace todo ordenado y cabal y con frecuencia coloca los grillos a los malvados: allana asperezas, pone fin a la hartura, acalla la violencia, marchita las nacientes flores del infortunio, endereza las sentencias torcidas y rebaja la insolencia, hace cesar la discordia, hace cesar el odio de la disensión funesta y bajo su influjo todas las acciones humanas son justas e inteligentes.
Apología personal (Frag. 24 D)
Y yo ¿por qué me retiré antes de conseguir aquello a lo que había convocado al pueblo? De eso podría atestiguar en el juicio del tiempo la madre suprema de los dioses olímpicos muy bien, la negra Tierra, a la que entonces yo le arranqué los mojones hincados por doquier. Antes era esclava, y ahora es libre. Y reconduje a Atenas, que por patria les dieron los dioses, a muchos ya vendidos, uno justa y otro injustamente, y a otros exiliados por urgente pobreza que ya no hablaban la lengua del Atica, de tanto andar errantes. s y a otros que aquí mismo infame esclavitud ya sufrían, temerosos siempre de sus amos, los hice libres. Eso con mi autoridad, combinando la fuerza y la justicia, lo realicé, y llevé a cabo lo que prometí. Leyes a un tiempo para el rico y el pobre, encajando a cada uno una recta sentencia, escribí. Si otro, en mi lugar, tiene la vara, un tipo malévolo y codicioso de bienes, no hubiera contenido al pueblo. Si yo decido un día lo que a los unos les gustaba entonces, y al otro lo que planeaban sus contrarios, esta ciudad habría quedado viuda de muchos hombres. Frente a eso, sacando vigor de todos lados me revolví como un lobo acosado por perros.
Su actuación política (Frag. 5 D)
Al pueblo le di toda la parte que le era debida, sin privarle de honor ni exagerar en su estima. Y de los que tenían el poder y destacaban por ricos, también de éstos me cuidé que no sufrieran afrenta. Me alcé enarbolando mi escudo entre unos y otros y no les dejé vencer a ninguno injustamente. ... Como mejor sigue el pueblo a sus jefes es cuando no va ni demasiado suelto ni se siente forzado. Pues el hartazgo engendra el abuso, cuando una gran prosperidad acompaña a hombres cuya mente no está equilibrada. ... En asuntos tan grandes es difícil contentarles a todos.
La felicidad (Frag. 14 D)
En verdad que por igual son ricos quien tiene mucho oro, plata y campos de tierra que siembra de trigo, y caballos y mulos, y quien sólo se ocupa de esto: de dar gozo a su vientre, su costado y sus pies, y disfrutar, si la ocasión se lo ofrece, de una mujer o un muchacho en sazón. A su tiempo todo es grato. Ese es el colmo de ventura para el hombre. Pues nadie con todas sus muchas riquezas se va hacia el Hades, ni, ofreciendo rescate, se escapa a la muerte ni a duras dolencias ni a la maldita vejez cuando ella acude.
Rechazo de la tiranía (Frag. 23 y 24 D)
No ha sido Solón hombre sensato ni astuto; pues dándole un dios la fortuna no la aprovechó. Tras envolver a la presa no supo, asombrado, la gran red recoger, falto de ánimo y errando en su tino. Pues yo, con tal de mandar y adquirir una inmensa riqueza y ser en Atenas tirano un solo día, habría accedido a ser desollado después y a dejar mi familia hecha trizas. Si respeté a mi patria, y de la tiranía y la amarga violencia me abstuve, sin manchar ni afrentar mi linaje no me avergüenzo de ello. Pues pienso de ese modo vencer a todos los humanos... ... Los que vinieron en pos de saqueos tenían una gran esperanza y se creían que iban a hallar todos ellos enorme fortuna y que yo, tras hablar suavemente, mostraría una cruel ambición. En vano se ilusionaron entonces, y ahora se irritan contra mi y me miran todos de soslayo como a un enemigo, sin motivo preciso, pues lo que dije cumplí con ayuda de los dioses. Y no actué de otro modo en vano, ni la tiranía me atrae para hacer cualquier cosa con violencia, ni que en la tierra fértil de la patria igual lote tengan los malos que los buenos. Y yo ¿porqué me retiré antes de conseguir aquello a lo que había convocado al pueblo? De eso podría atestiguar en el juicio del tiempo la madre suprema de los dioses olímpicos muy bien, la negra tierra, a la que entonces yo le arranqué los mojones hincados por doquier. Antes era esclava y ahora es libre. A Atenas, nuestra patria fundada por los dioses, devolví muchos hombres que habían sido vendidos, ya justa, ya injustamente, y a otros que se habían exilado por su apremiante pobreza; de haber rodado por tantos sitios, ya no hablaban el dialecto ático. A otros que aquí mismo sufrían humillante esclavitud, temblando ante el semblante de sus amos, les hice libres. Juntando la fuerza y la justicia tomé con mi autoridad estas medidas y llegué hasta el final, como había prometido; y, de otro lado, escribí leyes tanto para el hombre del pueblo como para el rico, reglamentando para ambos una justicia recta. Un malvado ambicioso que como yo hubiese tomado en sus manos el aguijón, no habría contenido al pueblo en sus límites; pues si yo hubiese querido lo que entonces deseaban los contrarios, o bien lo que planeaban contra éstos los del otro bando, esta ciudad habría quedado viuda de muchos ciudadanos. Por ello, procurándome ayudas de todas partes, me revolví como un lobo entre perros