Diríamos que la oratoria es consustancial al ser humano. Parte de una época en que la palabra tiene un poder mágico, el poder de destruir y crear (maldiciones) y también el de curar (epoidé, katharmo) o hechizar (Orfeo y poetas en general). Dado este poder, no es fácil delimitar en la cultura griega, poesía, magia, mito, religión o profecía. Pero quien domina la palabra, sea aedo, adivino, médico o general está muy cerca de la perfección.

 
 
La oratoria en la literatura poética

La palabra tuvo un valor prominente en la cultura griega, que fue durante mucho tiempo cultura oral. Ya los griegos de la época oscura y arcaica la convirtieron en una divinidad, o en un don de ella, como se aprecia en los cantos épicos que pasaban oralmente de una a otra generación. Hay que apuntar el carácter aristocrático de la oratoria en Homero, pues los reyes, los héroes y los dioses, son los únicos representantes del bien decir. Esta cualidad se incluía en el famoso prototipo de la areté. Homero no sólo cuenta la excelencia en el hablar en publico entre las cualidades que el héroe debe cultivar, sino que su obra está llena de discursos. También lo está la lírica. Pero en esta época sólo existen géneros poéticos: en la épica, la lírica y el teatro los discursos aparecen en verso. Solón llega a escribir en verso la Elegía de Salamina, pronunciada, dice, en el ágora o plaza pública ante los ciudadanos para excitarles a la reconquista de dicha isla: un discurso ante la Asamblea, real o supuesto, es vertido al verso.

 
 
Los discursos en la literatura en prosa

Los varios géneros de literatura oral sólo gradualmente adquirieron forma escrita, a pesar de que hacía varios cientos de años que se contaba con el alfabeto que los fenicios introdujeron en Grecia. Sin embargo, cuando la literatura oral se volvió literatura escrita, el discurso no perdió su significado especial, ni en la forma ni en la sustancia. Así lo encontramos en pasajes no especialmente oratorios, como los Idilios de Teócrito o en el drama. El discurso se volvió imprescindible en la obra de los historiadores (Heródoto, Tucídides y Jenofonte), y está presente incluso en las obras filosóficas que, a menudo, se valen de la oratoria ya para exponer noticias opuestas por medio del diálogo, ya para instaurar un método lógico, como hicieron los sofistas. Por otra parte, estos discursos no son un género independiente: son solo un elemento dentro de los géneros poéticos mencionados. Igual ocurre con la historia, en la que los discursos de los principales protagonistas hemos visto que son un recurso muy usado para dar su caracterización personal y exponer sus ideas (y aun las del autor) sobre la situación. Aunque los discursos de Tucídides están ya muy influídos por los diversos que comenzaban a escribirse como género independiente bajo la influencia de Gorgias y los demás retores.

Retórica y política

El arte de hablar con propiedad requiere que se consideren con atención los términos de relación entre los cuales se mueve y se desarrolla el discurso. Esta relación de la persona que habla y la que escucha se da en la época clásica por la conjugación de la evolución filosófica, política y literaria del pueblo griego. Surge entonces el hablar bien como una exigencia de la educación de la vida colectiva de los ciudadanos. El cambio político de Grecia, que culminó en Atenas con las reformas de Pericles, exigió una mayor participación de los ciudadanos en la administración del Estado. Debían intervenir en el sistema político y judicial como orador que proponía medidas políticas referentes al bien del Estado, ya como acusador o como juez que impartía justicia. Se hizo necesario entonces cambiar la forma de los discursos, que representaban el instrumento práctico esencial del sistema político-democrático. Se aprovechó fundamentalmente la técnica de los maestros sicilianos quienes, de hecho, sentaron las bases de la retórica en Grecia.

La oratoria en Atenas

En Atenas, todo ciudadano puede acusar y defenderse. Los jurados, legos en derecho, atienden más bien a las presentaciones, a la fluidez de discurso que a la verdad. En su favor, el ateniense acudía a un synegoros (abogado) o a un logógrafo o bien en el mismo se formaba en el arte del discurso. En el siglo V retórica, sofística y política son un todo: políticos, jurados, sofistas, logógrafos y sicofantes forman parte de él. El siglo V ateniense fue un siglo de crecimiento de la oratoria y de consolidación en la técnica retórica. La oratoria que pudiéramos llamar literaria procede en definitiva de la oratoria oral, la que practicaban los políticos ante la Asamblea o el Consejo, los generales ante sus tropas, los pleiteantes ante los tribunales. En la democracia ateniense (como antes en las sicilianas, donde floreció la primera oratoria) toda la vida política se centraba en torno al arte de la palabra. "Orador" (o retor) y "político" son conceptos que coinciden. De ahi el éxito de la enseñanza de la retórica entre la juventud. Pero Pericles y los grandes políticos del siglo V no escribieron ni publicaron sus discursos: esto sólo ocurrió normalmente en el siglo IV, con Demóstenes, Esquines, etc. Por otro lado, la mayor parte de los procesos se veían ante los grandes tribunales populares: acusado y acusador habían de hablar ante ellos. No había abogados, aunque los amigos de las partes podian hablar a su favor. Esto favorecía el cultivo de la retórica. Es más, había "escritores de discursos" profesionales, los llamados logógrafos, que se ganaban la vida escribiendo discursos que luego los querellantes se aprendían y recitaban.
En política, conseguida la paz, se suceden las hegemonías entre las diversas polis griegas (Esparta, Atenas, Tebas) y se forja el poder de Macedonia. La retórica ocupará el lugar de la poesía y se enfrenta a la filosofía como materia educadora. La logografía se halla plenamente desarrollada y sistematizada. El logógrafo redacta según los datos que le da el cliente y adapta el discurso a su personalidad. El resultado es la monotonía, plasmada en fórmulas y frases hechas, pero también la variedad (dictada por el caso y el tipo de cliente). Estos discursos no son estrictamente obras de autor, puesto que el cliente colabora y se ven alterados de copia en copia. Ello hace que no se pueda atribuir autoría a muchos discursos, aunque se pueden reconocer los rasgos esenciales de cada orador.