|
Soberano Zeus |
La salvaguarda del derecho
|
Al poeta Hesiodo, estos nexos se le hicieron patentes a través de sus experiencias personales de la arbitrariedad de la nobleza en materia legal. Su hermano Perses había sobornado a los jueces con ocasión de un pleito sucesorio; con sus "torcidas sentencias", Hesiodo fue tratado injustamente
¡Oh Perses, grábate tú esto en el corazón y que la Eris gustosa del mal no aparte tu voluntad del trabajo, preocupado por acechar los pleitos del ágora; pues poco le dura el interés por los litigios y las reuniones públicas a aquel en cuya casa se encuentra en abundancia el sazonado sustento, el grano de Deméter, que la tierra produce. Cuando te hayas provisto bien de él, entonces sí que puedes suscitar querellas y pleitos sobre haciendas ajenas.
Pero ya no te será posible obrar así por segunda vez; por el contrario, resolvamos nuestra querella de acuerdo con sentencias justas, que por venir de Zeus son las mejores. Pues ya repartimos nuestra herencia y tú te llevaste robado mucho más de la cuenta, lisonjeando descaradamente a los reyes devoradores de regalos que se las componen a su gusto para administrar este tipo de justicia. ¡Necios, no saben cuánto más valiosa es la mitad que el todo ni que gran riqueza se esconde en la malva y el asfódelo
(Hesiodo, Trabajos 27-ss).
Por eso, en su pensamiento ocupa un papel predominante la salvaguardia del derecho para el bienestar del individuo y de la comunidad. Esto se aprecia en más de un pasaje de la
Teogonía, en la que Hesiodo se muestra como un pensador originalmente sistemático y orientado a las vastas conexiones casuales y al ordenamiento de la realidad vital total: En el Proemio (84 y sig . ) o en los versos en que sitúa junto a Zeus (caracterizado en esta obra en diversas formas pero con gran firmeza como creador y garante de un orden nuevo y bueno basado en la justicia) y a
Temis (personificación de la voluntad divina y del orden decretado por el dios), como hijas suyas, es decir, inmediatas a ellos, a esas potencias tan importantes para la comunidad humana que son Eunomía (el orden bueno),
Dike (la justicia), y Eirene (la paz); (901 y sig.).
|
Escenas de trabajo agrícola |
Pero, en lo que toca a lo que ahora nos interesa, es más importante Los trabajos y los días, cuya primera parte constituye una exhortación a su hermano Perses para que, en adelante, se atenga a la justicia y se sustente honestamente con el trabajo de sus manos (ver
texto anterior).
Destaquemos una serie de aspectos:
1º En primer término, la época en que vive Hesíodo se caracteriza por la injusticia y la arbitrariedad. Domina la ley del más fuerte, impera el perjurio, "el malvado prevalece y atropella a los mejores", "el pudor virtuoso" y "la justa retribución" (Aidos y
Némesis) han abandonado la tierra (TEXTO
13: Hesiodo Trabajos 109-201).
La sociedad que constituía el fondo sobre el cual se desplegaba el valor del héroe es ahora el ejemplo de toda corrupción e injusticia: la raza de bronce y los mismos héroes han muerto luchando en las guerras que ellos mismos provocaron; y ha llegado el día de la raza de hierro en que ya no se respetan los lazos de familia ni son respetados el huesped
o el anciano, el juramento o la verdad. Hasta qué punto se siente el «hombre
sencillo» desamparado a merced del poder y el capricho del más fuerte lo ilustra
la alegoría de gavilán y el ruiseñor (TEXTO
14: Hesiodo Trabajos 202-214), que acaba con estas palabras
desdeñosas del gavilán: «Es un loco el hombre que pretende contender con los
poderosos; no sólo será vencido, sino que habrá de soportar afrentas y dolores».
Para las siguientes consideraciones, presentaremos un amplio párrafo que posteriormente comentaremos
(TEXTO
15: Hesiodo Trabajos 215-285):
2º Siguiendo con nuestras consideraciones, en segundo lugar, el insignificante (como Perses) que se encuentra en tal situación, puede quizás sentirse obligado a adaptarse y colaborar en el juego de los poderosos. Pero la injusticia resulta al pequeño aún menos provechosa que al fuerte. Pues detrás de cuanto sucede ante los ojos se oculta otra verdad más poderosa: «La justicia vence a la violencia y, al final, se impone» (217 y sig.). Dike trae a los hombres su perdición, cuando es desatendida y desterrada por jueces corrompidos (219 y sig.). Se acoge de inmediato a Zeus, su padre, el que ha dispensado la ley a los hombres, «que es lo mejor con diferencia» (276 y sig.). Le «refiere las perversas intenciones de los depravados, y la colectividad paga el crimen de sus gobernantes que, tramando maldades, retuercen y falsean las sentencias de la ley, las deforman al tiempo que las pronuncian» (256 y sig.; 260 y sig.).
3º En tercer lugar, puesto que Zeus es el dador y garante del derecho y vigila atentamente las acciones de los hombres (248 y sig.), se puede construir un nexo causal legítimo, formulado con gran claridad en la descripción de la «ciudad justa y la ciudad injusta»; la ciudad donde se acata la justicia prospera; en ella reinan la paz, el bienestar y la salud, sus campos producen ricas cosechas, y hombres y animales son fecundos (225 y sig.). Pero a los que tienen por norma la injusticia y el crimen, Zeus les retribuye como merecen: «A menudo toda la ciudad debe padecer por causa de un malvado que ha delinquido y ha cometido fechorías». Las consecuencias son temibles: hambre, peste, infertilidad, el ejército aniquilado, las naves hundidas, la ciudad rendida al enemigo (238 y sig.). En suma, pues: el comportarse con probidad o injustamente constituve la clave del bienestar o la infelicidad. Los actos positivos o negativos de cada individuo afectan a toda la colectividad en conjunto. Los dioses y a su cabeza Zeus, garantizan la efectividad de este nexo causal.
4º Sin embargo, y en cuarto lugar, la experiencia real de la vida confirma esa legalidad teóricamente inexorable muy raramente. Hesíodo, por tanto, se limita a postularla. Su validez depende de la buena disposición de Zeus para justificar la confianza en él depositada. Pero, aunque a ningún doliente ser humano (y menos al pequeño y débil) le resulta posible cambiar las relaciones de poder existentes, no obstante, aparte de su creencia en el orden legal de Zeus tan imprescindible para la vida común de los hombres (ver 270y sig.), dispone de algunos medios sustanciales para mejorar su situación por sí mismo. De un lado puede aplicarse a sí mismo las consecuencias derivadas de lo antes expuesto: vivir honradamente, trabajar con empeño y cimentar así las bases de un bienestar material; concentrarse en las necesidades de su hacienda y en granjearse la amistad de sus vecinos y eludir el ruidoso mercado con sus reyertas y su algarabía, es decir, ignorar todo ese fárrago de los legalismos y de la vida política (27 y sig.; 298 y sig.). También puede anunciar la verdad que él ha reconocido (10) a aquellos que, como él, padecen arbitrariedades o, como Perses, han elegido el camino de la injusticia (ver 274 y sig.). Y, sobre todo, puede interpelar a los poderosos, representarles las funestas consecuencias que para la comunidad se derivan de sus actos y exhortarles con ahinco a un comportamiento justo y responsable.
5º En quinto lugar, la llamada directa, no ya a sus iguales, sino a la nobleza constituye también una característica peculiar de Los trabajos... (248 y sig.; 263 y sig.). Esta llamada procede desde luego de la propia experiencia de Hesíodo («este litigio»: 249) y se reduce al menoscabo sufrido como consecuencia por un sector concreto de la vida en común: «guardaos, vosotros los grandes señores, los jueces venales, de sentencias injustas, sed rectos en vuestros juicios» (263 y sig.).
Resumiendo: el conocimiento político viene provocado una vez más por la experiencia de la arbitrariedad de la nobleza y de la diferencia de poder entre la aristocracia y el resto del pueblo. Continúa estando vinculado a determinados acontecimientos, es decir, sigue siendo parcial, inseparable del caso aislado y, por tanto, reacio a la generalización. Sin embargo, hace ver con renovado vigor la importancia fundamental que para la comunidad ciudadana corresponde al derecho, y logra precisar la conexión causal existente entre la conducta individual y el estado de la colectividad en conjunto, aunque de momento haya de contentarse con postular tal relación. Su realización efectiva se encuentra más allá de las posibilidades humanas de actuación, sobre todo en lo que hace a los estratos no aristocráticos de la población, y debe confiarse a la esfera divina. El único capacitado para la acción política sigue siendo el noble; para los demás no resta sino la esperanza y la fe, la apelación a los poderosos o la concentración en la esfera privada. La vida pública sigue dominada por la nobleza y en lugar de atraer repele.