El declive de la monarquía
|
Remontándonos algo atrás, en la época micénica, la unidad política establecida consistía en una monarquía dirigida por un wanax, que tenía carácter semidivino y controlaba todo el poder religioso, militar y político. Del
wanax dependían los jefes de las aldeas, los basileis, cuya posición no está muy clara, pero que al parecer eran funcionarios sin ningún carácter sagrado. Cuando vuelve a cobrar fuerza la antigua sociedad tribal a raíz de las invasiones dorias, estos jefes locales se convierten en las más alta magistratura política de los enclaves micénicos respetados por los invasores. Los
basilei son también los que dirigen las primeras migraciones hacia la otra orilla del Egeo y dan nacimiento a las monarquías que refleja Homero en sus poemas. Del análisis de estos poemas se desprenden que los reyes micénicos desempeñan la función de
basileis, no de wanaktes; es decir, son caudillos de áreas geográficas más limitadas que controlan sobre todo por su propio prestigio real y prerrogativas, no como monarcas semidivinos que dirigen una red de funcionarios burócratas. Lo cierto es que rondando el s. VIII aC los testimonios parecen indicar un declive de la institución monárquica. La desaparición del rey va unida a las causas que determinan el nacimiento de la polis. Hay que destacar también la debilidad del rey inherente a su posición heredada: los reyes en la tierra, al igual que Zeus en el cielo, encuentran restricciones a su poder en el peso de la tradición y en las costumbres tribales. La voz de los nobles y la del pueblo cuenta ya en Homero, aunque todavía no tengan un papel decisivo. De otra parte, el desarrollo económico, las fundaciones de colonias y la serie de guerras que llenan la segunda mitad del s. VIII requieren líderes, al tiempo que el pueblo, cuya participación en el ejército es cada vez más activa, va tomando conciencia de su subordinación a un jefe y le exige ciertas condiciones como tal.
|
Periandro, tirano de Corinto |
Paralelamente aumenta el prestigio de los nobles que rodean al monarca y que en Homero constituyen el Consejo. Los
basileis no están por encima de sus compañeros de tribu ni en intereses económicos y políticos, y aparentemente su plan de vida y costumbres sociales no diferían radicalmente de los de las clases altas que combatían junto a ellos. Alcinoo,
en la Odisea, tiene en cuenta en sus decisiones al consejo y es uno más, el primero entre iguales.
Así, desde principios del s. VIII encontramos los estados griegos goberrnados por una de las principales familias aristocráticas. Hesiodo dará el nombre de
basileis, en plural, a todos los aristócratas de Tespias (su ciudad) que detentan el poder y administran la justicia. En Atenas era la familia de los Eupátridas la que gobernaba y entre ellos se elige anualmente el
basileus y los demás arcontes desde que el legendario Codro dimitió pacíficamente de la corona. En Corinto eran los Baquíades (descendientes de los Heráclidas que practicaban la endogamia).
Estas familias aristocráticas habían conseguido acabar con el antiguo monarca apoyándose en el pueblo, a cambio de pequeñas concesiones; pero será también el pueblo la causa más importante de su crisis cuando, por abuso del poder de los aristócratas, ese mismo pueblo, bien dirigido por un noble o no, les imponga un tirano.
Pero Hesiodo no representa la clase pobre, el campesino oprimido por los grandes terratenientes que obligará a Solón a tomar, un siglo más tarde, drásticas medidas sociales y agrarias. Lo que Hesiodo representa es esa clase medio burguesa que echa en cara ya sus atropellos a los injustos señores. El hecho de que la sangre no es ya un obstáculo en la época de Hesiodo para alcanzar las esferas elevadas de la sociedad, queda demostrado cuando el poeta nos dice:
la areté y la estimación van unidas al dinero (Trabajos y los Días
v. 313)
reflejando así una ideología que llevará a la situación social contra la que, indignado, se quejará Teognis casi dos siglos más tarde:(
Buscamos, oh Cirno, carneros, asnos, caballos de buena raza, y todo el mundo quiere que se apareen con hembras de pura sangre; en cambio, a un hombre noble no le importa casarse con una villana, hija de un villano, con tal de que lleve muchas riquezas; ni una mujer que se niega a ser la esposa de un hombre vil con tal de que sea rico, sino que prefiere el acaudalado al hombre de bien; el dinero ha confundido las clases. Por ello no te extrañes, oh Polipaides, de que decaiga la raza de nuestros ciudadanos: pues lo bueno se mezcla con lo malo)
En contra de lo que se piensa con frecuencia, Hesiodo acepta el status político de su época, el gobierno de los aristócratas, y no se irrita contra los "reyes" en cuanto tales, lo que haría de él un revolucionario, sino contra el comportamiento injusto de aquellos. Todavía la tradición tiene bastante peso como para impedir actitudes más enérgicas y prácticas. Ahora bien, para que el ciudadano medio reaccione ante la injusticia del aristócrata gobernante necesita liberarse del peso de la tradición y ver en el noble una persona igual que él, sin más atribuciones que las que aquél se arroga en virtud de su ascendencia aristocrática. Tal independencia psicológica es el resultado, según opinión generalizada, de las transformaciones experimentadas por las tácticas bélicas y la aparición de la falange hoplítica.
|
Guerreros en formación |
Por su carácter desorganizado, las primeras representaciones de escenas bélicas en cerámica coinciden con las descripciones homéricas. El combate era individual y a pie. Los héroes acudían en carros al campo de batalla, cuidados por los aurigas durante el combate singular. La masa de guerreros se limita a animar a sus señores y a arrojar piedras. El armamento se ajusta al tipo de combate. El escudo podía colgarse a la espalda para usar los dos brazos y cubrir la retaguardia en la retirada. Pero el nuevo no sólo no permitía ese uso sino que estimuló el desarrollo de la organizada y disciplinada falange de hoplitas. El orden es esencial. La nueva táctica requiere más hombres, menos habilidad individual y la equipación era más barata. La trascendencia social de esto es obvio. La necesidad de más hombres motivó que la guerra no fuera ya exclusiva de los aristócratas. El menor coste del equipo facilitó a la clase media la intervención en los combates. No es que se creara una nueva clase social a mitad de camino entre la aristocracia y los pobres, sino que la burguesía carente de nobleza combatía al lado de los aristócratas.