Trasíbulo, recibiendo una corona por su derrota frente a los Tiranos
Consecuencias de la Guerra

Como hemos visto, tras la muerte de Pericles el proceso de unificación social y política se vino abajo. Los hombres públicos empezaron a reclutarse en los ambientes mercantiles e industriales (Cleón, el curtidor, etc.). Bajo la dirección de estos hombres Atenas, en vez de buscar una paz honorable con Esparta, se embarcó en una política agresiva y la guerra hundió la base económica y moral de la concordia ateniense. La población del Ática se refugió dentro de las murallas de Atenas y vivía allí miserablemente. Los campesinos acomodados veían arrasados sus campos por los espartanos y se hacían fuertemente antiespartanos, olvidando toda su prudencia. El comercio exterior disminuía y la economía se tornaba una economía de guerra. Y así 27 años.
Más todavía. La democracia ateniense estaba fundada en la Liga Marítima, de la que procedían gran parte de sus recursos. Bajo la presión de la guerra y de las derrotas de Atenas, los miembros de la Liga tendían a hacer defección. Ni las finanzas de Atenas ni sus necesidades estratégicas ni otras consideraciones permitían esto: de ahí las violentas represiones (Mitilene, Melos). Los demócratas en el poder adquirieron así mala conciencia, pues el régimen democrático del interior era en realidad sostenido por una opresión violenta en el exterior. Más todavía, la democracia interior llegó a estorbarles como un obstáculo para ganar la guerra. De ahí la violencia del lenguaje y la actuación de Cleón y sus sucesores y, también, de la asamblea, que no vacila en descargar todas las culpas contra los oponentes de su línea política (pensemos en los continuos ostracismos y rendiciones de cuentas). Pues en este tiempo surge una oposición conservadora, que pretende en definitiva hacer la paz con Esparta sobre la base del programa de Pericles. Y también surgen políticos "realistas" como Alcibiades, demócratas sólo de nombre y que juegan con los diversos partidos para satisfacer su ambición.
Bajo la dirección de Nicias, jefe conservador, Atenas firmó con Esparta una paz muy favorable (421). Pero siguió un periodo en que había una guerra encubierta, guerra que estalló de nuevo en el 414, por obra de Alcibiades y su expedición a Sicilia. La derrota de Sicilia y otras derrotas más llevaron al golpe oligárquico del 411 y al terrorismo de los extremistas antidemócratas. ello sólo pudo suceder porque los ciudadanos del centro vacilaban en seguir a los demócratas radicales, cansados de la política de guerra. Luego se volvió a la democracia y entonces tuvo lugar, a su vez, el terrorismo de los radicales. La guerra externa se había doblado en guerra civil y la obra de Pericles estaba destrozada.
Por otra parte, cuando Esparta logró que Persia se aliara con ella, todo estuvo perdido para Atenas, que quedó sin el dominio del mar. Tras la derrota, Atenas malamente podía mantener el régimen democrático. La ciudad tuvo que poner al frente a los moderados, dirigidos por Terámenes. Los desterrados políticos habían regresado en virtud de la capitulación: eran oligarcas que inmediatamente comenzaron a conspirar para derribar a Terámenes e imponer un régimen más extremista. Aterrorizaron a la asamblea y lograron que ésta comisionara a 30 de ellos (los Treinta Tiranos) para restablecer la "constitución tradicional". Este gobierno, protegido por el rey espartano Lisandro, chocó con resistencia y desencadenó un verdadero terrorismo contra sus enemigos políticos. Los ricos industriales demócratas eran asesinados, por venganza y para confiscar sus bienes. Y sin embargo el régimen de los Treinta duró un sólo año. Los desterrados demócratas volvieron, con la ayuda del rey espartano Pausanias, en malas relaciones con Lisandro, restableciendo el régimen democrático.
Esta restauración se hizo bajo un signo conservador: trataba de curar las heridas abiertas, era opuesta a toda innovación importante. Representó un alivio, pero era un régimen de alas recortadas y que tenía grandes problemas en su intento de convertir Atenas en una ciudad pacífica y provinciana. Las finanzas estaban arruinadas, había pobreza, el tema económico es obsesivo en la literatura de comienzos del siglo IV (Aristófanes, Pluto). No había impulso para un nuevo desarrollo económico y las reformas interiores eran tabú. El pueblo desertaba de la política: hubo de establecerse un salario para los que asistieran a la asamblea, una especie de limosna. Los viejos odios no cesaban: se ve por los discursos de Lisias, que recogen innumerables intentos de burlar la ley de amnistía y satisfacer cuentas pendientes. Las sospechas contra todos los innovadores eran grandes: sólo a esta luz puede comprenderse la condena y muerte de Sócrates.

Alcibiades
La escisión de la sociedad

Conviene que precisemos un poco más los efectos sobre la sociedad ateniense de la guerra y la pobreza, más el fanatismo de los partidos enfrentados. Al comienzo de la guerra abundaban entre los aristócratas los partidarios sinceros del régimen de Pericles, con discrepancias sólo de matiz. Una serie de pasos sucesivos que se fueron dando cambiaron esta situación.
El régimen mixto que, en la práctica, se había establecido, por el que los aristócratas tenían los puestos ejecutivos, aunque nombrados y vigilados por el pueblo, cambió. Los demagogos del tipo Cleón azuzaron a la asamblea contra ellos: y hay que saber que los demagogos no estaban sometidos a responsabilidad (su cargo no estaba en la constitución) y la asamblea tampoco. Por otra parte, los nobles se empobrecían al hundirse la industria y el comercio y al caer sobre ellos los impuestos de guerra. Los tribunales populares les acechaban para multarles, aumentando así los ingresos de la ciudad: un ejercito de sicofantas o delatores esparcía el terror. Tucídides y Plutarco nos pintan a Nicias, por ejemplo, como constantemente lleno de temores a la asamblea.
La escisión social tuvo lugar también con las clases campesinas del centro, arruinadas por la guerra. Sólo así se comprende la revolución oligárquica del 411. La política imperialista favorecía tan sólo al pueblo sin tierras y a las clases mercantiles e industriales; socavaba la unidad de la ciudad. Sólo parcialmente se seguía el proceso de igualación económica: surgían nuevos pobres y nuevos ricos; y reformas de tipo social no era posible hacerlas bajo la presión de los acontecimientos, sólo se tomaban pequeñas medidas parciales que aumentaban los resentimientos. Y se perdía la fe en la democracia, a la que Alcibiades llamaba "una insensatez reconocida". Se llegó a una política realista y amoral, con inversiones de alianzas para dañar al enemigo común (caso de Alcibiades). El odio de los nobles contra el pueblo (veremos en el panfleto falsamente atribuido a Jenofonte) se observa en la proliferación de heterias o clubs donde se conspiraba. A su vez, el pueblo veía conspiradores por todas partes, estaba en un estado de histeria (ver las comedias de Aristófanes).

El hundimiento de las normas tradicionales

Todo esto no quiere decir que no hubiera un sector importante de la democracia que siguiera funcionando durante los años de la guerra, ni hombres que representaran el espíritu de Pericles: los había, pero iban quedando desbordados por los extremistas en una situación de guerra, pobreza y odio. Igualmente, en la vida privada, una parte importante de los antiguos ideales de igualdad y libertad, de patriotismo y valor, de concordia, permaneció vigente. Obras como Las Suplicantes y Los Heráclidas de Eurípides (hacia el 425) lo hacen ver claro. Y es el fondo que trasluce de la Historia de Tucídides como posición del historiador. Pero Eurípides cayó al final en el pesimismo y se expatrió; Tucídides vivió desterrado, por obra de Cleón, del 424 al 404. Según Tucídides, al describir los efectos de la guerra sobre las costumbres, menciona como las palabras cambiaban de valor, eran usadas por los distintos partidos según su conveniencia: las viejas virtudes quedaban burladas, sus nombres eran puro pretexto. Se perdía el respeto a la vieja religión. Se olvidaba la moral de la sophrosyne o autodominio: en una situación con el futuro tan oscuro, se buscaba el disfrute personal, el interés colectivo se despreciaba.
Aristófanes describe una y otra vez el cuadro de la oposición entre las generaciones. A los viejos que conservan el espíritu austero de los viejos atenienses y sus creencias religiosas, opone los jovencitos de costumbres relajadas, que no hacen caso de sus padres ni del modo de ser ateniense tradicional. Son sobre todo los hijos de los ricos los que abusan de su vida libre, convierten la especulación intelectual y la política en un juego, sueñan con sus caballos y sus palestras. Otros, cuyos padres no son tan ricos, contraen deudas y les ponen en situación difícil.
En parte todo esto es exageración cómica de ciertas constantes, pero algo hacía, evidentemente, que la sociedad ateniense se cuarteara. El hedonismo, el interés por la vida privada nada más, se ve bien claro en una serie de pasajes de Eurípides y de los sofistas. El pragmatismo, por el cual sólo se aceptan como criterio las relaciones de poder, es doctrina del propio Tucídides o, al menos, aunque no se adhiere sentimentalmente a ella, considera que representa una verdad. La antigua fe en que los dioses gobiernan el destino humano, se ha perdido. La fe períclea en el dominio de la razón también.

El surgimiento de una nueva polaridad

Como vemos, la advertencia de Esquilo fue desoída. Arrastradas por la vasta e irresistible política de gran potencia de Atenas durante la década de los años cincuenta, todas las fuerzas se concentraron centrífugamente, lo cual, en principio, alivió y allanó probablemente las tensiones internas. No obstante, hacia el final de esa década, el grupo alineado con Pericles y responsable de esta política se dio cuenta de que Atenas estaba agotada. Se puso fin a la guerra contra Persia, se hizo la paz con Esparta y se procedió a consolidar sistemáticamente el poderío de Atenas en el extenso ámbito de la liga marítima. A este cambio en la política exterior correspondieron en lo interior los esfuerzos de Pericles para captarse la buena voluntad del demos merced a su política de derechos de ciudadanía, y también mediante los grandiosos planes de construcción en la Acrópolis, posibilitados por los recursos proporcionados por la liga marítima. Así cimentó su poder personal sobre una base muy duradera.
Esta reformulación radical de los objetivos políticos de Atenas, y en especial la opresión y explotación de sus aliados, provocaron una resistencia exacerbada por parte de una pujante oposición, y dieron lugar, mediado el decenio de los años cuarenta, a un conflicto inusitadamente tenaz e intenso entre ambas facciones políticas, encabezadas por Pericles y por Tucídides, el político, hijo de Melesias (no confundir con el historiador). Con el destierro de Tucídides en el año 443 concluyó la resistencia organizada contra Pericles que, ya hasta su muerte, dominó sin apenas interrupciones el escenario político de Atenas como indiscutido «hombre fuerte».
Los sucesos de esos años están mal documentados. Los desacuerdos parecen haber versado en primer término sobre cuestiones concretas de programación. No puede sorprendernos la ausencia de testimonios contrarios a la democracia, si tenemos presentes los éxitos y la arrogancia del demos que, gracias a las nuevas medidas de Pericles, se veía aún más realzado en su valor y méritos. No obstante, es posible que se llegara a hacer la distinción entre lo que es una política democrática consecuente y una política moderada, y que se advirtiera cómo tras estas variantes se agitaban contrastes mucho más profundos. Pues es de suponer que, desde el cambio de orientación política y la lucha por el poder entre Tucídides y Pericles, habrá ido insinuándose en los círculos de la oposición contra este último la convicción de que se estaba fraguando una política que respondía únicamente a los intereses del demos. A esto se unía el reconocimiento de que, a la vista de las circunstancias de la mayoría, de los objetivos políticos vigentes y de la supremacía metódicamente llevada a término por Pericles, apenas si cabía esperar que pudiera abrirse paso un programa político alternativo, incluso a largo plazo. Los paladines de tales alternativas relegados sin remedio a una minoría permanente tenían que sentirse excluidos. La pretensión de la democracia de ser el gobierno de todos los ciudadanos y representar a todos, perdió para ellos toda credibilidad. Al darse cuenta de que la democracia representaba sólo el gobierno de una parte de los ciudadanos, de la mayoría, de la masa del «demos», en sentido ahora peyorativo, y que no había lugar en ella para la otra parte de la colectividad ciudadana, para los buenos, menores en número, se creó la conciencia de una nueva polarización insalvable. A partir de entonces, democracia y oligarquía se podían concebir como dos «fuerzas partidistas» irreductibles entre sí. La alternativa así configurada la define Tucídides con gran acierto como «esclavización de los muchos por unos pocos, o de éstos por los muchos» (Tucidides, Historia ….,IV,86 )

Tucidides, Historia ….,IV,86
(Brásidas, inteligente general espartano, intenta convencer a Acanto, miembro de la alianza ateniense para que deserte )
"Ciudadanos de Acanto: ... Yo no he venido aquí para perjudicar, sino para libertar a los griegos; he comprometido con los más solemnes juramentos a los Lacedemonios a que cuantos aliados yo consiga conservarán su independencia... Os conjuro a que desechéis toda sospecha sobre quien os da las máximas garantías... Si acaso alguno recelando siente perplejidad, suponiendo pueda yo entregar la ciudad a un partido, tenga absoluta confianza. No vengo para favorecer a una facción, ni creería traer una libertad auténtica si, menospreciando vuestras tradiciones, esclavizara la masa a los oligarcas, o la minoría a la multitud. Esto sería más insoportable que una dominación extranjera... Los reproches por los que guerreamos contra los atenienses nos serían imputables"

Los «pocos» estaban sometidos a una voluntad colectiva que absorbía la suya sin por eso convertirse en algo suyo. Y del otro lado, los defensores de la democracia eran conscientes de que la toma del poder por parte de la oligarquía daría lugar a una exclusión del pueblo en lo que concierne al poder y a la participación en el gobierno, y a su sujeción al albedrío de unos pocos, es decir, a su esclavización. De aquí que la democracia hiciera suyo el concepto de libertad que, en adelante, jugó un papel predominante en sus argumentos propagandísticos y sus justificaciones.
El debate, con seguridad ya antes abordado, sobre los atributos distintivos, ventajas y desventajas de las distintas constituciones, adquirió con esta polarización una candente actualidad: se hizo más sistemático, pero también más partidista. Y el desarrollo ulterior de la democracia, desde unas posturas relativamente moderadas que caracterizaron a Pericles hasta el «radicalismo» de los «nuevos políticos» aparecidos tras su muerte, contribuyó de manera notable a agudizarlo. La segunda mitad del siglo v es la época de los debates constitucionales, como el siglo IV lo es de la teoría constitucional. Es significativo que en las fuentes no se encuentre ninguna comparación íntegra y radical entre las tres constituciones. Incluso cuando se abarcan las tres como en Heródoto, la polémica se refiere en lo esencial al cotejo entre monarquía o tiranía. y democracia. Y hay que subrayar que la tiranía, aunque se mencionara aún con frecuencia como un peligro posible y su amenazador atisbo provocara accesos de histeria en el demos, estaba acabada políticamente. La pregunta de por qué no se debatía y cuestionaba el verdadero polo opuesto de la democracia, o sea la oligarquía, no ha podido ser aclarada aún satisfactoriamente. Junto a otras cuestiones que hemos de dejar de lado obligatoriamente, es muy probable que la oligarquía no pudiera constituir un blanco de ataque simplemente porque sus defensores, de acuerdo con las circunstancias, apenas disponían de ocasiones para expresar su sentir, y aún menos para desarrollar un programa o ideología. Mientras el demos gobernó incuestionado, la propagación o la simple defensa con argumentos de una forma de gobierno que se oponía básicamente al gobierno del demos resultaba ilegal y peligrosa para el infractor. El Sócrates platónico describe, en otro contexto, el riesgo que comportaba una crítica demasiado clara de la democracia (Platon, Apología de Socrates, 31e-ss)

Platon, Apología de Socrates, 31e-ss
Ahora bien, quizás parezca insólito el que yo ande por aquí y allá y me mezcle en muchas cosas dando consejos en privado, mientras que en público no me atrevo a hacer frente a la multitud de ustedes, dando consejos a la ciudad ....; pues deben saber, señores atenienses, que si yo hace tiempo hubiera intentado actuar en asuntos políticos, hace rato que habría perecido, y no habría sido útil a ustedes ni a mí mismo. Y no se fastidien conmigo porque digo la verdad. Porque no existe hombre que sobreviva si se opone sinceramente sea a ustedes, sea a cualquier otra muchedumbre, y trata de impedir que llegue a haber en la ciudad mucha injusticia e ilegalidad, sino que, para quien ha de combatir realmente por lo justo, es necesario, si quiere sobrevivir un breve tiempo, actuar privadamente, pero no en público "

Por eso persistió la confrontación entre democracia y monarquía, o su forma degenerada, la tiranía, que se prestaba especialmente bien a un contraste por su negación absoluta de los valores democráticos. Lo que se pretendía presentar como «debate constitucional» se convertía fácilmente en un simulacro de combate, destinado a presentar la imagen positiva de la democracia desde dos facetas distintas. No obstante, el hecho de que, aún en los tiempos de una democracia aparentemente inatacable, nunca se perdiera de vista la posibilidad de una usurpación tiránica del poder y se recurriera a una exhaustiva reaseveración de las excelencias de la democracia, es indicio, no sólo de una honda inseguridad, sino también de la conciencia de un peligro objetivo pertinaz.