Clístenes
Política Exterior

 Clístenes, pues, puso en libertad al demos confiaba en que, libre de cadenas, el perro seguiría llevando un collar alcmeónida. Menos de diez años después, el perro prescindía de ese collar en total rechazo a la política sobre la que Clístenes y sus sucesores alcmeónidas habían basado sus planes para la supervivencia de Atenas. La consecuencia fue que tras veinte años de crisis, se demostró que los Alcmeónidas estaban equivocados; Atenas no sólo sobrevivió sino que llegó a triunfar y el demos ya no llevaría más collar que el suyo propio.
El problema era uno de política exterior. ¿Cuál debía ser la actitud de Atenas frente al Imperio Persa que, hacia el 540 a.C., había arrebatado Asia Menor a los lidios y ocupado las ciudades griegas de la costa oriental del Egeo? Ante el temor a una nueva intervención espartana para apoyar a los aristócratas, Clístenes había buscado la alianza con los persas. Las condiciones de Persia fueron rechazadas (lo cual puede ser ya un síntoma de que la "lealtad" ateniense era menor de lo que Clístenes pensaba), pero los Alcmeónidas continuaron siendo partidarios de la colaboración. Esta actitud, sin embargo, tuvo que ser abandonada a medida que el argumento más claro en su favor (la seguridad frente a Esparta) fue perdiendo fuerza y sobre todo, cuando Atenas decidió apoyar un levantamiento de los griegos de Asia contra los persas en el 499. Pero no hubo la firmeza suficiente para proseguir el audaz gesto inicial de enviar veinte naves al otro lado del Egeo y se hizo regresar a casa a las naves mucho antes de que la sublevación fuese aplastada en el 494. Pero con ello, Atenas invitaba a los persas para que invadieran Grecia y cuando la invasión tuvo lugar, primero del Ática en el 490, y luego de toda Grecia en el 480 79, no le quedó a Atenas otra alternativa que resistir o someterse por completo. Desde una perspectiva racional era absurdo pretender resistir, pero aún así, para asombro de todos, los hoplitas atenienses en Maratón, en el 490, obligaron al ejército persa a reembarcarse tras matar a más de seis mil y habiendo perdido sólo ciento noventa y dos hombres y en Salamina en el 480, una escuadra griega, aunque en su mayoría ateniense, bajo mando espartano, pero operando con una estrategia de inspiración ateniense, derrotó a la flota persa muy superior en número y puso en fuga a lo que quedó de ella.

Familia de los Alcmeónidas con algunos de sus más insignes estadistas
Guerras Médicas

 El enorme ejército persa y su imponente flota (sin duda, no menos de seiscientos barcos y quizá, un cuarto de millón de hombres) había ocupado toda la Grecia al norte del istmo de Corinto e incluso cuando, después de Salamina, Jerjes decidió retirarse, dejó tras de sí tropas suficientes como para acabar con el ejército griego aliado. Fue precisa otra gran batalla por tierra, en Platea, en el 479, para liberar el continente, y otra más que tuvo lugar, según la tradición en el mismo día, en Micale, en Asia Menor, para destruir el resto de la flota enemiga y garantizar la seguridad de las islas y de los griegos de Asia. En estas dos batallas, Atenas desempeñó un papel más reducido; en conjunto, la campaña fue una victoria de todos los griegos, pero como dijo Heródoto (VII, 139), "quien diga que los atenienses fueron los salvadores de Grecia no andará lejos de la verdad". Sus casas y templos habían quedado destruidos, sus campos devastados (en el 480 y, de nuevo, en el 479, cuando los persas ocuparon toda el Ática, los atenienses habían huido en masa al Peloponeso y a la isla de Salamina); pero ganaron mucho más de lo que perdieron, en prestigio y, sobre todo, en confianza en sí mismo. No es ninguna sorpresa que, ante la negativa de Esparta de ponerse a la cabeza de una ofensiva contra Persia, Atenas no vacilara un momento en formar una nueva alianza con los griegos de Asia y con los de las islas "para tomar venganza de cuanto habían padecido, devastando la tierra del Rey"; una asociación libre a la que todos contribuían con naves, hombres o dinero y en la que todos tenían voz en las decisiones que se tomaban en las reuniones de Delos, aunque desde un principio, sus generales y tesoreros fueron atenienses. Y dada la indolencia de los aliados y la energía ateniense, no tardó mucho tiempo en convertirse en un imperio de Atenas.
Es en este marco en donde debemos situar la evolución política del medio siglo posterior a Clístenes. A primera vista los datos que tenemos no parecen ser de mucha ayuda. En el 487, dicen, se introdujo el sorteo para el arcontado en lugar de la elección directa en uso desde el 510; un cambio de cierta importancia, porque implicó que en muy poco tiempo los generales de las tribus, los strategoi, elegidos cada año pero reelegibles repetidas veces, arrebataron a los arcontes el protagonismo político con lo que quedó abierto el camino para la supremacía de un Pericles. Pero nada se sabe ni sobre los hombres que promovieron el cambio, ni de sus motivaciones, ni de sus argumentos.

Temístocles
Guerra contra Esparta

 Fuera de esto, no sabemos que ningún asunto de política interior haya provocado disensiones entre los atenienses hasta llegar al momento de los cambios constitucionales del 462 que dieron su configuración definitiva a la democracia ateniense. Entre el 479 y el 462, lo mismo que antes del 479, los debates políticos en Atenas se centraron, al parecer, en la política exterior. En principio, el tema a debatir seguía siendo el mismo: combatir o no contra Persia; pero el contexto era muy diferente y el énfasis muy distinto. Por supuesto no es probable que nadie se opusiera a la formación de una liga antipersa en el Egeo, pero ya en el 478 y cada vez más a medida que el peligro persa se alejaba, era posible argumentar que había otro enemigo más cercano, molesto por la reciente preponderancia de Atenas y preparado para socavarla aún a riesgo de una guerra: Esparta; en consecuencia, era posible sugerir que no bastaba con una serie de expediciones de castigo en el este, por muy afortunadas, lucrativas o gloriosas que fueran; que mucha diplomacia y quizá un mínimo esfuerzo militar en el Peloponeso aún a costa de disminuir algo la presión contra Persia, aportaría una recompensa mucho más importante: ver a la única rival de Atenas por la supremacía de Grecia tan enmarañada por la hostilidad de sus vecinos que se viera obligada a aceptar sin lucha la competencia e incluso la hegemonía de Atenas.
El hombre que exponía estos argumentos y en la medida de sus fuerzas intentó acomodar a ellos su conducta a lo largo de la década del 70 fue Temístocles, el mismo que en el 483 había convencido a los atenienses para que construyeran los barcos que derrotaron a los persas y había ideado la estrategia que condujo a una victoria decisiva en Salamina. Pero con una energía y una perspicacia características, aunque sin excesivo sentido de la realidad inmediata, había vuelto su atención de Persia hacia Esparta tan pronto como se logró la victoria final y había dejado para otros la fácil popularidad que podía obtenerse en el Egeo recolectando los frutos de su clarividencia. Inmediatamente después de la retirada persa, logró burlar un intento de los espartanos, que querían evitar la reconstrucción de las murallas de Atenas, entreteniéndoles con negociaciones mientras todos los atenienses útiles ponían manos a la obra para levantar un recinto que fuera de algún modo defendible. Este cambio de orientación fue fatal para él. En el 470 fue condenado al ostracismo y no mucho después, justo cuando la liga acababa de obtener el éxito más brillante de su carrera en la batalla del Eurimedonte (469), calumniosas acusaciones de connivencia con los persas a las que, sin embargo, su actual política daba ciertos visos de verosimilitud, obtuvieron una condena por traición y su huida a la corte del rey persa.
Pero la política de Temístocles no sucumbió con su desgracia. En el 460 Atenas se hallaba en guerra con Esparta (la llamada primera guerra del Peloponeso de 460-45); y aunque apenas hay información directa que permita vincular con Temístocles a los hombres que promovieron esta guerra, es difícil dudar que tales vínculos existieron. Eran estos hombres--el joven Pericles y su líder, el nebuloso, pero apasionante Efialtes,--los mismos que dos años antes habían propuesto y llevado a cabo las medidas que eliminaron de la constitución ateniense los últimos vestigios de los privilegios aristocráticos.
No hay duda, pues, de que en el debate interno del 462 los atenienses, hablando en general, estaban divididos en los dos mismos campos que se habían enfrentado en los años anteriores por cuestiones de política exterior. Ahora al menos, la disyuntiva Persia/Esparta no podía separarse de lo que casi podríamos llamar diferencias ideológicas, incluso aunque no derivara de ellas. Por una razón: es muy posible que Esparta ya atrajera por entonces algo de esa veneración como modelo de inmovilismo político que en los años siguientes se volvería más intensa y más perjudicial. Pero aunque las fuentes sólo ofrezcan en este sentido, unas cuantas alusiones esporádicas, es seguro que podemos rastrear la conexión a lo largo de los años precedentes, es decir, que ser antiespartano en el 479 implicaba, al igual que en el 462, ser "radical" cualquiera que fuese el significado de la palabra en este contexto y que partiendo de tal suposición, podemos reconstruir los "partidos" de este período y tratar de adivinar sus diferencias en política interior con ciertas garantías. Y ello, en gran parte, porque las disenciones internas del 462 miraban al pasado casi tanto o incluso más que al futuro.

Tribunal del Areópago
El Areópago

 Expliquémonos. Clístenes no hizo gran cosa para cambiar el gobierno central de Atenas; en particular no hizo nada para disminuir las competencias del antiguo consejo aristocrático, el Areópago. Es una mera suposición que Clístenes concediera a su consejo poderes más amplios que los que había tenido el que le precedió. Pero por encima de sus atribuciones concretas, mucho más importante era la autoridad indefinida e indefinible de que gozaba por el mero hecho de ser un organismo aristocrático, la autoridad de la institución en cuanto tal, y la autoridad conjunta de sus miembros, todos ellos ex magistrados y muchos destacadas figuras políticas del momento. Pero para modificar una esfera de competencias, basta con una ley y ese fue el núcleo de las reformas del 462. A partir de entonces, el Areópago conservó el derecho de juzgar los casos de homicidio y unos cuantos crímenes más que se pensaba, tenían un significado religioso, pero sus restantes atribuciones fueron transferidas al Consejo de los Quinientos, a la asamblea o a los tribunales de apelación establecidos por Solón. Lo curioso del caso es que el Areópago parece haber perdido junto con sus poderes gran parte de su autoridad; y esto de una vez y casi sin lucha. La única explicación posible es que su autoridad era ya más débil que las atribuciones en las que se manifestaba; que la mayor parte de los atenienses, consciente o inconscientemente consideraba al Areópago como una anomalía en la constitución del 462, es decir, en la del 508.
En el 508 no pensaban así ni Clístenes ni, al parecer, sus seguidores. ¿Cómo, pues, llegó a producirse semejante cambio? La introducción del sorteo en la designación de los cargos tuvo que contribuir a ello. Entre el 510 y el 487, los arcontes, electos, habían sido los dirigentes de Atenas. Y tras haber reclutado sus miembros entre ellos durante más de veinte años, el Areópago debió convertirse en un organismo capaz e impresionante. Pero después del 487, aunque quienes alcanzaban el arcontado y llegaban al Areópago aún pertenecían a las dos clases censitarias superiores, estos hombres constituían simplemente una representación aleatoria de la aristocracia, no eran aristócratas elegidos por el pueblo.
Para el 462, el Areópago probablemente había perdido en buena medida, su condición de foro para la élite política del país. Pero esto no basta: un organismo como el Areópago no decae por el mero hecho de ser estúpido o no representativo. Es probable que la introdución del sorteo sea más un síntoma de un cambio de actitud que su causa y es el cambio de actitud lo que importa.
De un modo u otro, lo que era natural en el 508 resultaba un absurdo en el 462; un verdadero absurdo, ya que al más leve golpe, el Areópago desapareció como fuerza política para el resto del siglo. Apovarlo era sencillamente una locura.

Óstraca con el nombre de Cimón
Argumentos conservadores

Pero muchos atenienses todavía seguían apoyándolo, y los propios aristócratas se sintieron tan indignados por su desaparición como para asesinar a Efialtes, inmediatamente después de su éxito, y como para pensar en hacer traición a Atenas en favor de Esparta en la guerra que siguió. Por tanto, si queremos entender los acontecimientos de los años precedentes, hemos de tratar primero de comprender cómo se sentían ambas partes cuando Efialtes y Pericles les dieron la posibilidad de elegir, cuando la mayoría aceptó lo que a partir de ahora conocemos como "democracia plena".
Dirigía a los partidarios del Areópago un tal Cimón, aristócrata de nacimiento (era hijo de Milcíades, el héroe de Maratón) y por matrimonio (estaba casado con una Alcmeónida). Y, aristócrata como era, supo aprovecharse de la abdicación de Temístocles en el 479 y dirigir con gran éxito, las fuerzas de la liga de Delos en todas las campañas importantes desde entonces y hasta el 465. Inevitablemente, la simpatía que despierta el héroe joven tuvo que beneficiar a su política, bastante atractiva ya por sí misma, partidaria de proseguir la guerra contra Persia y de colaborar con Esparta y, en cierta medida, también a sus amigos, aristócratas como él, y a la institución que encarnaba su ideal: el Areópago. Un posible argumento conservador sería, por tanto: una aristocracia produce hombres como Cimón y desarrolla una noble política; no cambiéis a un equipo que está ganando y que cuenta con vuestras simpatías.
Sólo se puede imaginar otro argumento, a primera vista igualmente irracional: el típico argumento conservador de que todo cambio es peligroso, más en concreto, que un cierto miedo es necesario para mantener sujeto al ciudadano medio y que unos tribunales integrados por tales ciudadanos no podrían nunca adquirir el prestigio ni la autoridad de un Areópago. A primera vista irracional, pero sólo porque sabemos que los hechos se encargaron de demostrarlo. En su momento, sin duda, despertaría algunos temores que los radicales de alguna forma, tenían que despejar.

Respuesta de los radicales

 Al nivel de la calle, era fácil encontrar respuestas para ambos argumentos. En el 465, Cimón había sufrido su primera derrota seria al intentar fundar una nueva colonia ateniense en Tracia; durante los dos años siguientes estuvo ocupado en el sitio de Tasos, una aliada sublevada, no una ciudad bárbara enemiga, que finalmente concluyó con éxito, pero en conjunto fue difícil y nada glorioso. A su regreso en el 463 fue procesado (y, cierto es, absuelto) por corrupción; lo mismo ocurrió con otros miembros del Areópago. Con ello se difuminó el halo del héroe y la imagen de sus venerables asociados quedó algo empañada. Todavía pudo persuadir a los atenienses para que enviaran un ejército en ayuda de los espartanos frente a la amenaza de una sublevación de los ilotas en el 462, pero para mayor vergüenza, los espartanos, recelosos, le enviaron casi inmediatamente de vuelta a Atenas; su preponderancia, discutida ya en el 463, se derrumbó.
Así desapareció el argumento del éxito; rebatir el argumento conservadurista requería mayor ingenio, pero hábilmente se recurrió a la pretensión de que eran ellos, los radicales, los verdaderos conservadores, de que había habido una época (no sabemos si se especificó alguna) en la que el Areópago carecía de las atribuciones actuales pues éstas las había ido usurpando con el paso de los años. La pretensión, por supuesto, era cierta en el sentido de que antes de Solón no habría nadie que dijera o pudiera decir "el Areópago tiene tales o cuales poderes" (fue Solón, como muy pronto, quien se encargó de definirlos), pero en realidad, era totalmente falsa. A medida que los atenienses crecían en madurez política, la actividad del Areópago se haría más perceptible y por ello, más hiriente, pero es difícil creer que los miembros del Areópago tuvieran alguna vez menos influencia de la que tenían en el 462. La pretensión es también interesante por cuanto representa el primer ejemplo claro que poseemos de un acercamiento teórico a los problemas de la política: la acusación de usurpación sólo puede formularse en una sociedad convencida de que su constitución está justificada por algo más que por una mera existencia. Y en efecto, hay en toda esta revolución cierto aire doctrinario del que en buena medida carecen las crisis anteriores (Solón se había basado en principios que eran más morales que constitucionales). Pero, dejando aparte lo que pueda haber de verdad o de interés en esto, se trataba de una cuestión a debatir, no de una argumentación coherente. Para encontrarla, hemos de dirigirnos al teatro.