El papel de Mardonio

 El año 492 se caracterizó, en las relaciones entre griegos y persas, por el protagonismo de la acción de Mardonio, tanto en el plano militar como en el diplomático. Por una parte, según la versión de Heródoto, se dedicó a establecer democracias en las ciudades gobernadas por tiranos, lo que resulta un tanto enigmático desde el punto de vista del contenido real del término. Tal vez se tratara tan sólo de un modo de garantizar pacíficamente los tributos, vistos los costos de la guerra. Por otra parte, Mardonio continúa la acción en las costas europeas. Tuvo un relieve especial la captura de Tasos, considerada como punto clave entre el mar y el continente, productora además de importantes riquezas minerales. En el plano militar, la expedición se encontró con dos graves obstáculos, la derrota ante los brigos, tribu tracia que permanecía incontrolada, donde se puso una vez más de relieve el tipo de dificultades con que podía encontrarse un ejército masivo, sometido a rígida disciplina, carente de movilidad, y el naufragio de buena parte de la flota en el promontorio del monte Atos, centro de corrientes marinas contrapuestas, agravadas por una fuerte tempestad. Era el extremo sur de la península de Acte, la más oriental de las tres en que se divide la península calcídica. Con todo, la labor de Mardonio continúa. La acción diplomática consiguió consolidar la colaboración de los macedonios, convertidos incluso en mensajeros de las propuestas persas. En Esparta y en Atenas no obtuvieron resultados positivos, pero los enfrentamientos que estas ciudades sostenían con Argos y Egina respectivamente jugaron a favor de que éstas se inclinaran a pactar con los persas.

Diversas reacciones en las ciudades griegas

 Mientras Darío preparaba el golpe envió mensajeros a las ciudades griegas que aún eran libres y les exigió que reconocieran la soberanía persa. Sólo así podrían evitar su perdición. La mayoría de las islas del Egeo, que no podían esperar ayuda de nadie contra la flota persa, se sometieron inmediatamente. Algunas ciudades de la Grecia continental también pensaron que la prudencia era lo más indicado y se sometieron. Pero el individualismo de las ciudades-estado griegas terminó ofreciendo varias soluciones: unas consideraban que saldrían ganando si se plegaban a los persas, otras estaban dispuestas a someterse pos miedo, en otras, donde perdominaban los grupos antipersas, eran partidarias de atacar.

 
Esparta

 Una ciudad que no se sometió, por supuesto, fue Esparta. Esta era más fuerte que nunca. En 494 a.C., justamente mientras era sofocada la revuelta jónica, Argos se había levantado otra vez contra Esparta y Cleómenes la había derrotado nuevamente, en esta ocasión cerca de la antigua ciudad de Tirinto. Sin embargo, sus dos reyes mantenían posturas enfrentadas: Cleómenes, antipersa, consiguió que se desterrara a Demarato, filopersa, y se unió a Atenas en una expedición de castigo contra Egina, que se había mostrado filopersa. Los éforos le acusaron de soborno, pero él no dudó en organizar tropas de la confederación peloponésica para ir contra Esparta, llegando a animar a los hilotas a la sublevación. Cleómenes murió (suicidio o asesinato) pero su política antipersa prevaleció. Se cuenta que, cuando el mensajero de Darío llegó para pedir la tierra y el agua, como signo de que Esparta aceptaba la soberanía de Persia en la tierra y el mar, los espartanos arrojaron al mensajero a un pozo de agua y le dijeron: «¡Ahí tienes ambas! »

Atenas

 En Atenas prevalecieron los elementos antipersas, aunque algunos Pisistrátidas vieran a Persia como una solución para reinstaurar la tiranía. Aunque Temístocles y Milciades coincidían en oponerse a los persas, cada uno representaba los intereses de dos tendencias políticas y de aquí las diferentes tácticas militares que miraban no sólo a la derrota persa, sino a la defensa de sus propios bienes: Milciades, cuyos intereses estaban ligados a los de los poseedores de tierras, proponía un fortalecimiento del cuerpo de hoplitas para hacer frente por tierra a los persas; Temístocles era partidario de la táctica naval, como medio de expulsar a los persas no sólo del Ática, sino de todo el Mediterráneo, lo que permitiría el incremento del artesanado y del comercio ateniense.

El desembarco de Maratón

 

En 490 a. C., la fuerza expedicionaria de Darío estuvo lista. No era muy grande, pero lo suficiente, estimaba Darío, para la tarea que debía llevar a cabo. Partió de Cilicia una flota persa bajo las órdenes de Datis y Artafernes, con la intención de dirigirse, por el camino de las islas del Egeo, hacia Eretria y Atenas. Aquí parece definirse por primera vez, en la práctica, el proyecto de venganza por la colaboración prestada por ambas ciudades a la revuelta jónica. De hecho, lo que consiguieron fue el control de las Cícladas. En la isla de Delos, hacen un sacrificio a Apolo, al tiempo que, para Heródoto, se trata de la esclavización de los griegos. Ahora bien, al mismo tiempo, en esa expedición los persas inician una transformación en sus modos de relación social, donde la influencia griega no deja de estar presente, aunque el resultado de la guerra frustrara en cierta medida el proceso. De hecho, cada conquista traía consigo la sumisión de las poblaciones y la integración en el ejército, cada vez más heterogéneo. Éste es el ejército que se dirige en las naves hacia Eubea, fuerte pero, al mismo tiempo, vulnerable, por su dependencia de las naves. La vía tracia se consideraba fracasada.

Milciades

El proyecto era el resultado mixto del imperio de formación terrestre ahora volcado a las acciones navales con apoyo de los fenicios y de los jonios. Sin embargo, se pretendía que su fuerte siguiera estando en la caballería, por lo que en la expedición iban unos transportes especiales dedicados al acarreo de las monturas. En esta isla se encontraba Eretria, que compartía con Atenas, en el sentir de Darío, la culpa de haber ayudado a incendiar a Sardes. Eretria fue tomada y quemada, mientras Atenas observaba sin osar enviarle ayuda.
Necesitaba todos sus hombres para su propia defensa. En efecto, mientras Eubea era tomada por una parte del ejército persa, otra parte desembarcaba en el Atica. Estaba a su frente el mismo Hipias, que la guió hasta una pequeña llanura de la costa oriental del Atica, cerca de la aldea de Maratón. Atenas, en el ínterin, había enviado a pedir ayuda a la otra única ciudad que no temía enfrentarse con los persas: Esparta. Se envió a un corredor profesional -pues la rapidez era esencial- llamado Fidípides. Por desgracia, Esparta era la ciudad mas aferrada a la tradición de toda Grecía, y era tradicional allí no empezar ninguna acción hasta la luna llena. Pero Atenas no se enfrentó totalmente sola con los persas. Platea, agradecida por el apoyo ateniense contra Tebas, envió 1.000 hombres para que se unieran a los 9.000 atenienses contra el enemigo. Los platenses adquirirían un especial estatuto en relación con la ciudadanía y recibirían los honores propios de los ciudadanos muertos en el combate por la patria. El pequeño ejército era comandado por un polemarca y diez generales. Uno de éstos era Milcíades.

Batalla de Maratón (490 aC.)

El 12 de septiembre del 490 a. C., el ejército ateniense, conducido por Milcíades, se lanzó contra los persas en Maratón. Ahora, el ejército persa, mayoritariamente formado por la caballería, se enfrenta al ejército hoplítico de los ciudadanos que defienden el territorio, posiblemente el mismo que les fue garantizado como posesión a través de las medidas del padre de Hipias. Son los campesinos los que llegan a tomar la defensa de la ciudad, los que pasarán a definirse como maratonómacos, el mayor timbre de gloria para un ejército y para una clase. Milcíades, el estratego que terminó imponiendo, por encima de las dudas de la mitad de sus colegas, la tesis del enfrentamiento en vez de la sumisión, terminó adquiriendo más prestigio y desempeñando un papel más importante que el arconte polemarco, Calímaco, que sirvió de árbitro, pero siguió las indicaciones del primero. Para éste, la batalla era el único modo de evitar la tiranía. Pero los persas retrocedieron tambaleantes ante la embestida. Por alguna razón, habían cometido el error de enviar la caballería de vuelta a los barcos, por lo que en ese momento no tenían jinetes que resistieran el embite griego. Los infantes persas murieron en gran cantidad, incapaces de devolver los golpes y atravesar el pesado escudo de los hoplitas priegos. De hecho, no pudieron hacer nada, excepto tratar de abrirse camino hacia su flota, completamente derrotados. Según un informe ateniense posterior (posiblemente exagerado), los atenienses perdieron en la batalla 192 hombres y los persas 6.400. La flota persa aún podía haber llevado lo que quedaba del ejército bordeando el Atica para atacar a Atenas directamente. Pero su moral estaba quebrada y les llegaron noticias de que el ejército espartano estaba en marcha. Decidieron que ya tenían suficiente y atravesaron de vuelta el Egeo llevándose a Hipias con ellos. La posibilidad del viejo de restablecer la tiranía se esfumó para siempre, y él mismo desapareció de la historia. Entre tanto, los atenienses esperaban noticias de la batalla. Quizá pensaban que verían en cualquier momento soldados huyendo, con los persas acosándolos, que la ciudad sería incendiada y ellos muertos o esclavizados. El ejército ateniense, victorioso en Maratón, sabía bien que su gente estaba en una angustiosa espera y que debían enviar un corredor a la ciudad con las grandes nuevas. Los espartanos llegaron al campo de batalla poco después de concluida ésta. Contemplaron el campo y los muertos persas, hicieron grandes elogios de los atenienses y volvieron a su patria. Si hubiesen tenido el buen sentido de ignorar la luna llena, habrían participado en la batalla, se les habría atribuido el mayor mérito por la victoria y la historia posterior de Grecia habría sido diferente.