La aparición de una política racional

La tradición aristocrática, al buscar reproducir un modelo del pasado o, mejor, eterno (reflejado en los héroes legendarios), vive fuera de la historia. Su política práctica se reduce a un mantenimiento del status quo tradicional que incluye, por supuesto, un estado endémico de pequeñas luchas y disputas fronterizas que dan ocasión para realizar de nuevo la vieja areté. Junto a este panorama encontramos en la época arcaica el de las individualidades que van creando el concepto de la historia como un progreso de racionalización y poniéndolo en práctica. El progreso racional es concebido como conduciendo a un éxito material (poder, riqueza) y como solidario con el progreso de la Justicia. Ya en la Teogonía de Hesiodo se constata la idea de un desarrollo general del caos al kosmos ("orden"), que culminaba en Zeus, el dios inteligente y justo. En Los Trabajos y los Días la tesis del éxito de la justicia y el trabajo lleva implícito un optimismo semejante. En Solón encontramos un convencimiento del éxito de una acción inteligente en el sentido de la justicia. Filósofos como Anaximandro y Jenófanes se observa una concepción de la historia del hombre como un progreso desde la materia inanimada al animal, el hombre primitivo y el civilizado. Por esta concepción avanza la política activa de estos siglos: los contactos comerciales, facilitados por la introducción de la moneda, los programas colectivos de acción como la creación de la Liga Peloponésica, denotan este avance en una línea de progreso con un ideal definido. Pero es en la política interna donde se observa más claramente: legisladores como Solón tratan de restaurar un equilibrio amenazado limitando los excesos de los nobles y remediando las injusticias sufridas por el pueblo; pero también insuflando sangre nueva la aristocracia al crear sistemas timocráticos. Pero ello se sintió como insuficiente: la tiranía, tan temida por la aristocracia, acaba por llegar a todas partes excepto en Esparta. Lo característico es que la nueva concepción de la dike o justicia ya no se identifica con el viejo orden, sino que avanza por un camino igualitario. Para romper el viejo orden no se vacilará en procedimientos y se recurrirá al único posible: aprovechar la ambición de un noble destacado que se hará "tirano" (palabra en principio no peyorativa) al servicio del pueblo. En otras palabras, se trata de una revolución. La justificación de su personalidad aislada está en su particular sophía (alguno como Periandro entró en el círculo de los 7 Sabios). Pero por esencia propugnan un ideal de igualdad, incluso en lo económico: reparten tierras, dan trabajo, crean cultos, organizan una administración del Estado sin vacilar en recurrir a los impuestos directos. Son, en definitiva los creadores del ideal de la Polis, los que hicieron que el pueblo se adhiriera a este ideal. Adoptaron una "presentación" popular (trato llano con el pueblo). Dejaron intactas las magistraturas, pues ellos eran teóricamente ciudadanos como los demás que sólo se distinguían por poseer una guardia. Y pusieron como lemas los de la justicia, la benevolencia recíproca entre los ciudadanos y la democracia. Con los tiranos, más que con los legisladores, encontramos una política conforme a plan que busca una organización estatal que asegure el poder de la ciudad y el bienestar material de todos los ciudadanos, así como su unidad y concordia dentro de la polis. Al servicio de estos ideales no vacilan en atacar directamente el viejo orden aristocrático. Los avances que lograron fueron prácticamente irreversibles. Lo que sucedió seguidamente fue que, para la continuación de esa evolución, sobraban precisamente ellos. Pasando el tiempo, algunos habían abusado de su poder y, en suma, estaban ya demasiado en conflicto con la idea de justicia e igualdad como para seguir representándola. En ese momento, en Atenas (por centrarnos en la polis que más nos va a ocupar) se produce una inversión de la alianza: los nobles o parte de ellos (Alcmeónidas) ven que si quieren acabar con los tiranos tienen que reconocer las conquistas del pueblo y contar con el. Una vez destruida la tiranía, el alcmeónida Clístenes no cometió el error de restaurar el gobierno aristocrático, sino que, por el contrario, fue el verdadero fundador de la democracia ateniense al reformar la constitución en el mismo sentido que el tirano Pisístrato, pero sin Pisístrato.
En resumen, a la ruptura revolucionaria del viejo orden, realizada por los tiranos, siguió la creación de uno nuevo que, aceptando las consecuencias de la revolución e incluso ampliándolas, creó un equilibrio más o menos precario pero eficiente. Este equilibrio puede ser caracterizado como una aceptación por el pueblo de los principios fundamentales de la aristocracia, pero con garantías suficientes que le asegurarán que no perderá su nueva posición y que la aristocracia dependerá en último extremo de él para cualquier decisión importante. Mediante la ley del ostracismo, que condena a diez años de destierro a quienquiera que sentencie el pueblo en una Asamblea con al menos 6000 ciudadanos presentes, el pueblo acepta la teoría de los nobles de que el exceso de poder lleva inevitablemente a la hybris, o lo que es lo mismo, a la tiranía, pues debe tenerse en cuenta que se condenaba a ostracismo a ciudadanos que no habían alterado la legalidad, sino que solamente se temía que, dado su prestigio, pudieran hacerlo: en suma, es interés de todos evitar la tiranía y se toman precauciones. De otra parte, la creación de las diez tribus territoriales sustituyendo a las gentilicias, rompe el poder de la nobleza como cuerpo organizado. En suma: el pueblo se acoge a la teoría de los propios aristócratas de evitar la desmesura e hybris; para ello toma en sus manos el control del Estado. Pero aunque detenta el poder y puede llevar este principio a la práctica en cualquier eventualidad, no lo ejerce directamente. Es, en sustancia, la clase noble y los ricos en general (la primera clase de Solón) la que lo hace a través del arcontado, otorgado por votación, a través también del Areópago, compuesto a título vitalicio por exarcontes. El principio de la igualdad se combina con el de axioma o prestigio: la preparación para el mando de la clase noble es reconocida por el pueblo y, en consecuencia, son ellos los que llevan el timón del Estado; pero por elección del Pueblo y bajo su control. El pueblo no insiste en lograr su igualación económica, contentándose con lo obtenido ya, que le es reconocido. No hay más repartos de tierras. Así, por una serie de golpes y contragolpes, Atenas ha vuelto a una situación semejante a la establecida por Solón (que, convertidos los tiranos, ahora sí, en objeto de abominación, es considerado como fundador oficial del régimen; pero vuelve a un nivel superior. La última etapa no ha sido producto de una revolución ideológica, sino de un compromiso del que sale ganado la idea de la ciudad. Quitados los elementos que consideraba injustos, el pueblo admite la guía de los nobles. Y busca asimilar sus ideales: la arete agonal al servicio de la polis, la piedad para con los dioses, la medida y la sophrosyne. Reconoce incluso implícitamente una superioridad para el gobierno a la clase superior; pero toma precauciones ante su posible hybris. La mayor holgura de su situación en lo político y económico le hacen aceptar esto como expresión de la justicia. El ideal de la justicia como razón igualitaria ha constituido un fermento revolucionario importante y volverá a constituirlo cada vez que el pueblo se encuentre a disgusto dentro del orden establecido; pero de momento es olvidado.