La espulsión del tirano

 Al morir Pisístrato en el 528 la tiranía pasó a su hijo mayor Hipias, cuyo poder, aunque no tan invulnerable como el de su padre, permaneció seguro durante los catorce años siguientes. Después, una disputa con dos de sus partidarios, Harmodio y Aristogitón, condujo al asesinato del hermano de Hipias, Hiparco, y a tres años finales de recelo y brutalidad. Los Alcmeónidas, tanto antes como durante la tiranía, habían colaborado a veces con los tiranos y a veces se habían enfrentado a ellos, pero en el momento del asesinato de Hiparco se hallaban una vez más, en el exilio y decidieron aprovechar la intranquilidad reinante para asegurarse el regreso. Una intentona de invasión sin apoyo de ninguna clase fracasó, pero a continuación, gracias a la intervención del oráculo de Delfos, consiguieron la ayuda de Esparta y en el 510 a.C., con un ejército espartano tras ellos o quizá más bien delante de ellos, volvieron a entrar en el Atica y expulsaron a Hipias y a su familia. Muchos otros aristócratas habían tenido que exiliarse, algunos en un determinado momento se habían reconciliado con los tiranos y regresado a Atenas; otros, en cambio, habían permanecido en la ciudad todo este tiempo. Ahora, todos ellos pensaban que podrían reanudar el juego de facciones políticas interrumpido por última vez en el 546, y que podrían renovarlo con las viejas armas y las viejas reglas de juego. Hacia el 508, se habían congregado en torno a dos grupos principales, uno dirigido por Clístenes el Alcméonida y el otro por un tal Iságoras, dos grupos aristocráticos exactamente del mismo tiempo que aquellos con los que tuvo que enfrentarse Pisístrato en el 561. Estos dos hombres, afirma Heródoto (V,66), edynasteyon, eran "dianastas", término que es el más claro signo del tipo de política que ejercían: cada uno de ellos "estaba en la cúspide de una pirámide aristocrática". Pero Clístenes, prosigue Herodoto, se sintió derrotado, y para salvarse "añadió el demos a su facción", un demos "al que anteriormente había menospreciado". Quizá Herodoto no escogiera deliberadamente sus palabras, pero no pueden ser más adecuadas. "Facción" es un término aristocrático; pertenece a un mundo en el que el demos no existe como entidad política, en el que un demos no puede desempeñar papel alguno. Al igual que Herodoto, Clístenes mezcló ambos conceptos con resultados catastróficos, para él mismo y para los de su clase.

Las reformas de Clístenes: las trityas

La nueva aristocracia

Las reformas de Solón eran en buena medida soluciones de compromiso de un árbitro elegido como consecuencia de una negociación. Para él lo más importante eran los objetivos sociales; las medidas genuinamente políticas sólo constituían una parte de su obra, consagrada ante todo al restablecimiento más amplio posible de una Eunomia de innegable cuño aristocrático. Grandes sectores de los ciudadanos se encontraban aún al margen de estos procesos, incapaces de ser captados incluso por las medidas más tendentes a ello. Muy distinto es el caso con Clístenes: Cabecilla de una facción de la nobleza, se había distinguido en los intentos para derrocar a los Pisistrátidas y en las luchas por el poder libradas por los aristócratas después de 510. Vencido en un principio, fue no obstante capaz de imponer su criterio, tras haberse ganado el apoyo de considerables sectores de la nobleza y la adhesión del demos mediante un programa de reformas. Estas fueron sometidas a la Ecclesia, que las aprobó. Además, posteriormente, hubieron de ser confirmadas en lucha abierta en la que, ante la sorpresa de los adversarios, esa misma coalición, apoyada por grandes masas populares, salió airosa de una situación confusa y, dada la intervención militar exterior, aparentemente desesperada. Respondían por tanto, según todas las probabilidades, a necesidades muy difundidas.

Las nuevas tribus: las Trityes

Sí Clístenes, como antes Solón pero en mayor medida, creó la democracia devolviendo su vigor a una vieja institución indoeuropea como es la Asamblea, en cambio puso su mayor empeño en romper la organización social de base gentilicia, dominada por los nobles. Con la nueva Constitución Clístenes perseguía lo siguiente: suprimir las cuatro tribus tradicionales que eran la base del poder de los nobles y proporcionar unos cauces para que los grupos artesanales pudieran tener acceso al poder. Para conseguir esto utilizó un procedimiento original que consistió en dividir a la población en diez tribus territoriales y en aplicar el sistema decimal, como un medio aséptico, para organizar los elementos de la administración política; en ellas se encuadra toda la población sin tener en cuenta el antiguo sistema de cuatro tribus. Anteriormente, el sistema tribal consistía en cuatro tribus, dividida cada una de ellas en tres phratríai. Éstas se fundamentan en un conjunto indeterminado de genos. Los Eupátridas eran, de hecho, los eugeneis que controlaban el sistema a través de la estructura de la phratría. Clístenes recupera como fundamento el demos, unidad territorial donde se agrupaba, al estilo de las comunidades aldeanas, la población campesina. De este modo, la libera de las dependencias gentilicias al mismo tiempo que amplia el sistema y lo adecúa a la ciudad. Las nuevas tribus, diez, eran en realidad distritos y ni siquiera distritos con territorio continuado: cada una se dividía en tres tercios (trittyes), situado cada uno en una de las tres regiones del Atica: llanura (generalmente aristócratas terratenientes), costa (generalmente comerciantes) y montaña (pequeños agricultores y ganaderos). Al dividir las antiguas organizaciones gentilicias y mezclarlas, favorece la unidad nacional. Este proceso se ha repetido siempre que se ha querido crear un estado nacional a partir de una sociedad tribal (Roma, antigua Hispania, Africa actual). El que las tribus llevaran nombres de héroes antiguos, como si sus miembros descendieran de ellos, era puro arcaísmo, sin significado. Además, las tribus no se dividía en fratrías, sino en demos o aldeas. En suma: la organización gentilicia era sustituida por una territorial.

La Constitución ateniense

La pritanía

 Las nuevas tribus son el fundamento de la organización política. Cada una elige diez consejeros que juntos forman un nuevo Consejo de los 500. Los de cada tribu constituyen una pritanía, especie de comisión permanente o gobierno durante la décima parte del año: viven en el pritaneo, en el ágora, y su jefe de día (epistatés) es el que convoca y preside el Consejo y la Asamblea. Cada uno de estos grupos de cincuenta hombres actuaba en calidad de comisión ejecutiva de la Boulé. Los pritaneos desempeñaban su función cotidianamente, preparando los asuntos del estado de cada día y organizando las reuniones de la Boulé y de la asamblea. Comían y dormían en un edificio del agora a costa del estado. Todos los días se sorteaba el puesto de epistates, una especie de encargado general, que permanecía de servicio las 24 horas del día, presidiendo cualquier reunión de la Boulé y de la Ecclesia que pudiera tener lugar. Como a nadie se le permitía ser epistatés más de una vez, tocaba ejercer este cargo a una gran parte de la ciudadanía.

El demos

 La unidad administrativa básica del Atica pasó a ser el "demo", un pueblo, una localidad, un barrio de la ciudad; la lealtad a la patria chica es un fenómeno universal. En el Atica hasta poco antes lo había significado todo y aún seguía significando mucho. El demo hacía girar a esta lealtad en torno a un nuevo centro: un demo constitucional sustituyó a la fratría consuetudinaria. Los funcionarios reemplazaron a la familia dirigente del distrito, y esta constitución, además, era democrática; sus funcionarios se elegían. La fratría fue un producto natural del período caótico que siguió a las invasiones, cuando apenas existía una organización estatal. Hacia el siglo VI ya había una organización semejante que sin duda continuó vigente: por poner sólo un ejemplo: prescindiendo ahora de las complicaciones planteadas por la existencia de varios grupos subordinados, podemos afirmar que hacia el 510 la condición suficiente y necesaria de la ciudadanía para la inmensa mayoría de los atenienses, si no para todos, era el pertenecer a una fratría. Un ciudadano era ahora el hombre que había sido aceptado por sus demotas como un verdadero miembro del demo. Cada año la asamblea del demo elegía a su demarchos, su "alcalde", un consejo y otros funcionarios, y el ciudadano dependía de esta organización no sólo para el gobierno local como tal, sino como el conducto a través del cual recibía las instrucciones del gobierno nacional de Atenas, y como ámbito en donde adquiría la experiencia política necesaria y a través del cual era admitido en el gobierno nacional. Como miembro de la asamblea ateniense, por supuesto, era un individuo desconectado de cualquier grupo; pero si llegaba a ser miembro del consejo ateniense, llegaba en calidad de miembro de su demo. Con otras palabras, para la mayoría de los atenienses el demo lo era todo; incluso para el hombre con ambiciones políticas, podía ser una útil escuela y en todo caso, un elemento con el que tenía que contar.

Ejemplos de ostracas con el nombre del político Temístocles

El demótico

 Desde ahora, la onomástica ática se transforma para dar paso, frente al genos, al demos, de modo que Clístenes Alcmeónida queda sustituido por una fórmula del tipo Sócrates (hijo) de Sofronisco, del demos de Alopece. Los jefes militares de la tribu pasan a mandar sobre unidades heterogéneas de hoplitas, como phylarchoi, con tendencia a convertirse en los verdaderos jefes políticos de la polis. La nueva estructura permite a Clístenes inscribir en la tribu a quienes antes eran extranjeros y esclavos metecos, es decir, a quienes por no tener la ciudadanía quedaban al margen de los derechos cívicos y podían transformarse en esclavos. Ahora se garantiza el estatuto de meteco para quienes no siendo ciudadanos se consideran dignos de protección frente al creciente sistema esclavista. El único efecto que pudo tener sería el de poner de relieve dos cosas: la unidad del demo y la igualdad de todos sus miembros en tanto que miembros. Y aquí precisamente, en la nueva importancia y en la organización interna del demo tenemos el caramelo que Clístenes puso ante los ojos del demos ateniense. Esto no quiere decir que la democracia naciera en el demo de la noche a la mañana. Sin duda, en los primeros momentos el demarkos era la mitad de las veces, el jefe de la fratría aunque con distinto nombre, pero el noble produce menos impresión en el Consejo que en la casa solariega, aunque sólo sea porque ha llegado allí por votación y no por nacimiento; además, estos cambios, drásticos, como lo fueron, no hacían sino continuar y sancionar precisamente aquel proceso espontáneo alentado por los tiranos, que buscaba la liberación de las cadenas impuestas por la aristocracia. No pudo pasar mucho tiempo antes de que el demota medio viera en el nombre del demo que compartía con su aristocrático vecino, y en la asamblea del demo en donde tal vez seguía votando en favor de su aristocrático vecino, signos palpables de independencia e igualdad.

El ostracismo

La idea de que Clístenes era un reformador desinteresado encuentra a primera vista, cierto apoyo en que fue él quien creó el ostracismo. En virtud de este curioso procedimiento, una vez al año, el demos podía, si así lo deseaba, enviar a cualquier ciudadano a un exilio de diez años. Primero había una votación para decidir si un ostracismo era necesario o no; después en caso afirmativo, cada ateniense garabateaba en un fragmento de cerámica (ostrakon) el nombre del político del que consideraba preferible prescindir; el vencedor, por decirlo así, tenía que abandonar el país. El primer ostracismo que conocemos tuvo lugar en el 487 a.C., y algunos historiadores, perplejos ante el hiato de veinte años, se han negado a prestar crédito a nuestra única fuente coherente sobre el tema, Aristóteles, que atribuye esta medida a Clístenes; con más razón, han rechazado también la explicación de Aristóteles quien ve en ella una salvaguardia contra cualquier tiranía futura, señalando que no supondría un obstáculo para ninguna de las vías normalmente utilizadas por los tiranos para acceder al poder: por la fuerza o gracias a la popularidad personal. Más bien debemos ver en él, creo (aunque se han propuesto también otras muchas teorías) un mecanismo para conceder a los atenienses la oportunidad de tomar una decisión inapelable sobre un asunto político de la mayor importancia, cuando la indecisión podría ser peligrosa o los sentimientos desatarse hasta desembocar en un conflicto civil; en suma, la oportunidad de resolver con medios constitucionales, precisamente el tipo de oposición que había existido entre Clístenes e Iságoras. En tal caso, su atribución a Clístenes no tiene por qué ser puesta en duda. Ahora bien, ¿podría un hombre atento tan sólo a asegurar su posición en el estado, mediante las mínimas concesiones al demos y a la vez mediante un sistema amañado para servir a sus intereses, correr el riesgo de poner en manos de una asamblea popular un arma como ésa, que tan fácilmente podía volverse contra él? ¿No debemos pensar más bien en un hombre que planea para su país un futuro pacífico, estable y democrático? Sin duda; pero esta impresión puede movernos a engaño. Todo depende de cómo viera Clístenes a ese demos que estaba "añadiendo a su facción". He intentado describir a ese demos como consciente a medias de su nueva identidad como fuerza política, es decir, consciente de que era agradable intervenir en los asuntos de los demos o del estado y de que era desagradable sufrir los abusos o ser dominado por los aristócratas, un demos a punto de darse cuenta (o al menos, de actuar como si lo hiciera) de que podía intervenir aún mucho más, pero lejos todavía de ser capaz de formular (o de comprender) nada parecido a una teoría democrática del gobierno. Las palabras utilizadas para describir el programa de Clístenes eran todavía isonomia e isegoria, igualdad ante la ley y, muy aproximadamente (es díficil captar el significado preciso) igualdad en la asamblea. Ambas tenían en el 508 mucho más contenido que en los días de Solón, pero no importaba cuánto más, estaban aún muy lejos de constituir una auténtica afirmación de demokratia. Clístenes, sin duda, compartía la general miseria teórica: no disponía ni de vocabulario adecuado ni de modelos disponibles en otros estados de Grecia que le ayudasen a forjarse la imagen de un demos activo, con la adecuada conciencia de clase. Le era posible observar a los hombres que veía a su alrededor y nada más, observarlos a ellos y a la actitud provocada por su creciente deseo de independencia, deseo que, como aristócrata que era, no podía compartir. Con esto vería que las cosas habían cambiado (eso era evidente), pero bien es posible que no percibiera cuán fundamental había sido el cambio. Un hombre no se desprende de la noche a la mañana de siglos de prejuicios aristocráticos y no parece difícil imaginarse que Clístenes, aunque sintiera lo generalizado del descontento popular y se diera cuenta de que era preferible explotarlo apelando a todo el pueblo más que a un conjunto de facciones adeptas, pudo seguir pensando en términos de facciones, pudo soñar en un nuevo estilo de seguidores, en una pirámide de nuevo cuño, con todo el demos en su interior y sólo Clístenes firmemente asentado en su cima. Como buen ateniense, Clístenes deseaba dotar a Atenas de una administración nueva y más eficaz (los detalles de este importante aspecto de su obra no nos atañen); como buen aristócrata, deseaba que sus seguidores estuvieran contentos y estaban dispuesto a concederles, dentro de ciertos límites, lo que querían; como político sagaz, sin embargo, hizo cuanto pudo para que la administración ideada por él y las concesiones que hizo perjudicaran a sus rivales y sólo a ellos; todo lo que pedía a cambio era que sus partidarios y los que antes habían sido partidarios de sus rivales, es decir, todo el demos ateniense, le profesaran el tipo de lealtad que él y todos los aristócratas daban por supuesto en sus seguidores privados. Con este único requisito, el ostracismo cumpliría su útil función, pero no se volvería en contra suya; el sistema de circunscripciones satisfaría la ambición del demos, pero jamás causaría problemas en una circunscripción alcmeónida. Su único fallo residía en que esperaba una lealtad que, por su propia naturaleza, un demos no puede prestar. Una fuente poco fiable nos cuenta que el propio Clístenes fue condenado al ostracismo. Es una historia falsa sin duda alguna y es una pena. Hubiera sido agradable poder pensar que fue derrotado con sus propios ostraka y muy interesante saber cuántos en su propio demo hubieran votado en contra suya. En otras palabras, Clístenes confiaba en que un modo aristocrático de pensar podría sobrevivir dentro de una constitución democrática y, por supuesto, hay sociedades en donde tales cosas han ocurrido (mutatis mutandis, Esparta es un ejemplo), pero Atenas estaba cambiando demasiado deprisa y los atenienses eran demasiado aventureros como para permitir ahora que la situación se estancase.