La sociedad en la época oscura

Hacia el 1200 a. C. la civilización micénica quedó prácticamente destruida por un gran levantamiento de pueblos (invasión doria). No podemos averiguar con detalles cómo ocurrió esto (desde luego no fue un movimiento único y organizado), pero sí sabemos con certeza que fue un proceso largo y que concluyó hacia el 800 a.C. con el establecimiento de un modelo completamente distinto, tanto desde el punto de vista étnico, como económico, social y político. De la centralización micénica pasamos a la atomización de ciudades, autosuficientes y hostiles entre sí. La sociedad homérica se presenta lo bastante compleja como para intentar entenderla con categorías modernas. Se trata además de un periodo de transición. Cuando los dorios se asientan en Grecia, en el seno de su sociedad ya había comenzado a producirse un proceso de diferenciación. No obstante las tierras conquistadas se reparten en lotes proporcionales y se mantiene la organización en tribus, aunque el proceso de diferenciación no se paralizó por esta organización impuesta.

Campesino arando

En cada una de estas comunidades políticas el poder estaba concentrado en las manos de un Rey, rodeado por una aristocracia a menudo inquieta, o sólo en las de los aristócratas. Este poder se basaba, desde luego, en la riqueza heredada (fundamentalmente tierras). La aristocracia provee los héroes que Homero sitúa en el centro de su canto. Combaten como campeones fuera de la formación, montados en carros, al encuentro de su adversario, y revestidos de su armadura luchan contra él, intentando despojarle de su armadura cuando caiga : armas que serán signo de victoria y que acrecentarán su tesoro. Ellos son los combatientes cuando se trata de una incursión y a ellos corresponden las mejores partes del botín. Su riqueza se define en tierras que explotan por su cuenta, en cabezas de ganado y en viandas que ofrecer a sus invitados. De su tesoro extraerá el jefe de familia los dones con que obsequiar a sus huéspedes, al vencedor de un certamen por él organizado, al padre de la mujer solicitada por su hijo, a su jefe cuando le solicite una contribución. Su esperanza consiste en poder compensar tales mermas con los dones que reciba, a su vez, en circunstancias análogas. De esta suerte, en un sistema de relaciones que se basan en el intercambio según normas obligadas, el aristócrata ha de mantener su rango. La ley de la reciprocidad, estrictamente observada, crea vínculos indisolubles que le sirven de ayuda. En este grupo, el poeta pone su acento en una élite; son los que él  llama basileus, hegemónes, los jefes y no parece sino que, a través de un sistema de relaciones personales, todos los demás se hallen, por una u otra causa, bajo su dependencia. Agamenón no es sin o el más regio entre los reyes; un mismo conjunto de razones explica su posición capital en la expedición y la de los jefes en cada principado: se trata de que el asunto concierne a un miembro de su familia (rapto de Helena); su contingente es  el más importante y su riqueza le permite recibir y mantener a sus  pares. En Ítaca, el viejo Laertes y el joven Telémaco, padre e hijo de Odiseo respectivamente, no son capaces de imponer la autoridad. No obstante, para sustituirlos, se crea una especie de transmisión familiar del poder que, curiosamente, pasaría a través de Penélope. Todos contribuyen al poder del rey. Le reconocen el poder de mando en las expediciones armadas; aceptan que le corresponda una parte más importante del botín y, llegado el caso, hacen honor a su persona. Cuando hay que tomar una decisión importante, le ayudan a resolver y a iniciar la acción. Vemos en acción a este grupo de basileis (consejeros en torno a Agamenón o de Alcinoo).

Guerrero a caballo, Siglo X a.C.

La realeza

La base de la organización social la constituía el génos, reunión de cuantos se suponen descendientes de un antepasado común, mítico, por lo general: las posesiones de sus miembros radican, generalmente, en una misma zona. Su fuerza residía tanto en los vínculos de sangre o de religión como en el monopolio de la tierra y el ganado, las únicas riquezas que se reconocían entonces. Tal es el grupo privilegiado de los nobles, a través del cual se produce la afirmación de su poder; no obstante, es posible que los no nobles formasen parte del génos. Para pertenecer al génos se requería no haber perdido los lazos con la tierra. Cuando la propiedad perdió su carácter inalienable, que debió ser muy pronto, los lotes, kléros, fueron diferenciándose, se podía pertenecer al génos y tener diversa cantidad de tierra e incluso perderla. Quien perdia su tierra dejaba de pertenecer al genos: tal era el caso de los thétes. El génos ofrecía protección a sus miembros y sólo estando dentro de él se podían tener los derechos civiles y politicos plenos: sólo la nobleza con propiedades agrarias y los pequeños agricultores terminaron formando parte de él. Las mayores y mejores tierras estaban en manos de los nobles, que eran considerados también de sangre más pura; aquel noble que parecía tener una relación más directa con el antepasado mítico, era quien mejor conocería las normas divinas (thémistes), y, por tanto, quien debía ser intermediario ante los dioses y los hombres, a la vez de dirigir la política y la administración de la justicia; era el rey del guenos. Su carácter era muy distinto de la monarquía micénica, sin su carácter absolutista y omnipotente. Este de ahora era un noble que poseía mayor poder y riqueza, y aunque fuera el más importante, no dejaba de ser un "primus inter pares" cuyos poderes eran limitados. Mandaba el ejército y dirimía las controversias. Gobernaba asistido y supervisado por un Consejo de Ancianos. Una Asamblea del Pueblo (formada por todos los varones en situación de llevar armas) podía ser convocada tanto en tiempos de guerra como de paz, pero sus funciones eran solamente consultivas
Los nobles conservan orgullosos su pretendida descendencia de un antepasado divino, pero también más y mejores tierras. Homero se complace describiéndonos sus riquezas (viñedos, rebaños de ganados, vastas extensiones de tierras, grandes almacenes), como el lujo de sus vestidos y de sus moradas o de su habilidad y fuerza en el combate. Sus tierras son trabajadas por esclavos, poblaciones semilibres o libres; en regiones como en Tesalia, en que las poblaciones pre-dorias estaban en la categoría de semiesclavos. Cuando había que intensificar la mano de obra durante la recolección, la vendimia y la sementera, se contrataba a jornaleros a sueldo, thétes. La recompensa del trabajo realizado se limitaba a lo imprescindible para la manutención y vestido cuando se trataba de esclavos y semiesclavos y podía ser superior en el caso de un thetes; pero al no tener éste la protección del génos podía ser despedido sin sueldo al terminar su trabajo bajo la amenaza de ser vendido como esclavo si persistía en su petición. El thétes se preciaba de su libertad.
Caballo de transporte (s. XII)

El pueblo


A los que estaban en situación de semiesclavitud se les concedía en la práctica ciertos derechos: podían unirse en matrimonio, tener su propia casa y una pequeña parcela‑jardín, para que la trabajasen como propia. Los esclavos, en cambio, estaban privados de todo derecho. Al no ser proporcionalmente grande el número de esclavos, no ofrecían riesgo de poner en peligro la sociedad de los libres; de aquí que, en la práctica, su estatuto jurídico estuviera suavizado y de que se haya llamado "esclavitud patriarcal" a la de este periodo. A su consideración como persona contribuía también mucho el que aún no se considerasen despreciables los trabajos manuales. Aunque no lo digan expresamente, hay autores que exponen la organización social de esta época como queriendo indicar que las tierras estaban todas en manos de los nobles, y sólo se acuerdan del pueblo al hablar de su participación en la asamblea. El que Homero pretenda pintarnos la sociedad de los aristócratas y para ello ignore, en lo posible, al pueblo, no quiere decir que no tuviera realmente una importancia económica. El pueblo, que forma la masa de los combatientes y que compone la asamblea, está compuesto por hombres libres, organizados en génos, con posesión de tierras y ga­nado, y es distinto de los otros miembros libres (thetes, demiurgos y extranjeros) que están fuera del genos. Ese pueblo estaba diferenciado económicamente, aunque la posición de sus miembros fuera in­ferior a la de los miembros de la nobleza.

Los demiurgos


Un grupo suficientemente diferenciado en la sociedad lo constituyen los demiurgos: médicos, aedos, sacerdotes, adivinos y heraldos. A veces llama Homero demiurgos a algunos artesanos. En ambos casos se trata de personas que desempeñan un trabajo más espiritual que manual. Son libres, no incluidos en la organización en forma de genos, que gozan de cierta consideración social. Sus profesiones liberales les permiten un relativo desahogo económico. Los artesanos y comerciantes, libres, en número reducido, tuvieron una importancia social secundaria, pero no llegaron a constituir un cuerpo capaz de darse cuenta de sus intereses comunes.
Carro con vasijas (c- 700 aC)


El código de hospitalidad

No son extrañas a esta sociedad las relaciones con el exterior. A pesar de una economía de autoabastecimiento, las malas cosechas de algunos años y la necesidad de intercambiar siempre ciertos productos, las alianzas políticas, los matrimonios... obligaba a relacionarse con otras regiones. No hay que olvidar que, a pesar de las variantes dialectales, tenían los griegos una lengua común, así como tradiciones religiosas análogas. Los jornaleros a sueldo temporalmente y los que practicaban una profesión liberal facilitarán también estas relaciones. De aquí que aparezca con bastante frecuencia la figura del extranjero y del huésped. A través de los poemas homéricos puede verse cómo se llegó a formar un código de hospitalidad: aunque una persona por el hecho de ser extranjero estaba desposeído de todo derecho estos extranjeros son admitidos casi siempre como huéspedes. Júpiter protege al huésped y hay, por tanto, que acogerlo y honrarlo: se le invita, se le ofrece lo necesario, se le proporcionan medios para volver a su país de origen. Se hacen pactos de hospitalidad: maltratar o no aceptar a un huésped no es sólo un delito humano o político, sino religioso. Esta institución será un buen medio, sin que llegara nunca a desaparecer, para facilitar los intercambios comerciales. Algunos extranjeros dejarán de ser transeúntes y al domiciliarse forman un grupo social específico dentro de la ciudad.