Nuevas invasiones

Varios son los periodos de la Historia Universal que reciben el nombre de Edad Oscura, término que, por una parte, se ha aplicado normalmente con una connotación negativa para referirse a épocas carentes de brillantez. Por otra parte, sin embargo, la denominación alude a la oscuridad producida por la carencia de fuentes. En este sentido, resulta aceptable para referirse al período comprendido entre los siglos XII y VIII a.C. en Grecia. Entre la desaparición del brillante mundo de los palacios micénicos y el renacimiento producido cuatro siglos más tarde, cuya principal manifestación fue la aparición de la escritura y, posiblemente, la redacción escrita de los poemas homéricos, el conocimiento de la historia griega se hace especialmente difícil, por una carencia de fuentes que, sin duda, responde a realidades estructurales. De ahí que, a semejanza del período de la historia europea comprendido entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento, también se haya denominado Edad Media griega, con evidente pero justificada impropiedad. Los signos del Renacimiento se identifican con la aparición de los poemas homéricos, La Ilíada y La Odisea, obras referidas al pasado, que sirven para definirlo como mundo de los héroes. El escenario de los poemas se sitúa en el mundo micénico, de forma que todo el período se halla marcado por sus contenidos, por haber sido posible vehículo de transmisión y de elaboración constante, así como por haberse convertido ideológicamente en el periodo donde fraguó la imagen que los griegos se hacían de sí mismos. Realidad e imaginación se entrelazan para configurar las representaciones de una época oscura que deja entrever por ello mismo su complejidad.
 

Vaso en forma de caballo, Siglo XII a.C. Carro con vasijas, 700 a.C

Tanto los datos resultantes de los estudios arqueológicos como la impresión que se saca del análisis de las tradiciones legendarias griegas, llevan a la conclusión de que, en torno al año 1200 a.C., se produjo una fuerte conmoción en el mundo de los reinos micénicos, coincidente con la que tuvo lugar en general en el Mediterráneo oriental, que se conoce por la presencia de un conjunto de pueblos de carácter no bien determinado, identificados por los documentos egipcios de la época como "pueblos del mar". En realidad, se trata de las manifestaciones coyunturales de una profunda crisis que afectó, de una manera o de otra, a las estructuras de todos los grandes estados de la Edad del Bronce tanto en el Mediterráneo como en el Próximo Oriente. En la península helénica la crisis se manifestó en la aparición de una nueva población, en una renovación racial procedente del norte, pero no en el triunfo de una nueva población, sustituta de poblaciones antiguas. Se trata de un movimiento amplio de grupos humanos, más o menos organizados, entre los que algunos de los mencionados en documentos egipcios u orientales pueden identificarse con aqueos o dánaos, los nombres que reciben los griegos de época micénica en los poemas homéricos. De las leyendas que los griegos situaban en época micénica destaca sin duda la correspondiente al ciclo troyano, que narra la guerra de Troya y el regreso de los héroes a sus patrias, dramático y lleno de vicisitudes, entre las que sobresalen las que tuvo que pasar Odiseo. El regreso de Agamenón resulta muy significativo, por el proceso de destrucción familiar que se inicia y continúa con la dispersión de los descendientes, coincidente, en fecha mítica, con la desaparición de la Micenas arqueológica. El rey que dirigía la expedición a Troya fue asesinado a través de la confabulación entre su esposa, Clitemnestra, y Egisto, pero fueron muertos por los hijos del matrimonio, Orestes y Electra, que colaboraron en la realización del parricidio. La casa familiar y la ciudad sufren los efectos destructivos, consecuencia indirecta de la expedición lejana a Asia Menor, para destruir Troya. Este episodio puede responder también a los desplazamientos y luchas que caracterizaron la época que iba a terminar con el fin del mundo micénico.