LA VERA HISTORIA DE KOÑAN DE SIMPLERIA

© Eduardo Gallego & Guillem Sánchez

Ilustraciones: © Juana Mª García

Candidata a los premios Ignotus 1999


A todas vuesas mercedes
me complace relatar
la rara historia de Koñan,
un bárbaro singular.


En la remota Simpleria
son más bestias que el copón,
pues el país queda lejos
de la civilización.

Sus mujeres son ariscas
y sus hombres pendencieros.
Si pueden lograrlo a golpes,
¿quién necesita el cerebro?

Al herrero de una tribu
un retoño le ha nacido,
y lo ha bautizado Koñan,
que significa: "¡Dios mío!".


Desde su más tierna infancia
luchando mostró destreza,
pues le arrancó de un porrazo
a un chiquillo la cabeza.

Al pasar la pubertad
su fuerza se confirmaba,
pues dejaba de ser virgen
la que con él se cruzaba.

Por éstas y otras fazañas,
su familia y los vecinos
llegan a una conclusión:
"¡Vaya un coñazo de niño!".

Para deshacerse de él
lo persuaden sutilmente,
a ver si emigra hacia el sur,
donde habrá mucha más gente.

Y con la cabeza llena
de tantos sueños de gloria,
Koñan parte de Simpleria
embargado por la euforia.


A lo largo de sus viajes,
gracias a su fiel espada
(y a lo bruto que es el tío)
no se le resiste nada.

Ha dado muerte a demonios,
despedazado hechiceros,
se ha metido a mercenario
y ha vivido a sangre y fuego.

Batallando sin cesar
y echando un par de pelotas,
muchos tronos de los reyes
ha pisado con sus botas.

Al cabo de varios años
un ejército ha reunido,
compuesto por malandrines,
forajidos y asesinos.

Forman una alegre tropa
sin disciplina ni honor,
que en cuanto huele el dinero
se alquila al mejor postor.

Tan pronto Koñan se entera
que hay países en conflicto,
sin dudarlo los visita
ofreciendo sus servicios.


El Gobierno de Akolonia
con urgencia se ha reunido,
y tras un largo silencio
se escucha al Primer Ministro:

"Distinguidas señorías:
malas nuevas recibimos,
pues Koñan, el simpleriano,
a servirnos ha venido.

Al recordar la otra vez
que ese tipo y sus esbirros
nos echaron una mano,
me entran sudores fríos...

Cuando convenció a la Reina
de su genio militar,
los desastres que nos trajo
no se pueden ni contar.


En la vecina Nimedia,
¡pobre país enemigo!
prendió fuego a sus ciudades;
sus gentes pasó a cuchillo.

La cabeza del monarca
nos trajo como regalo,
mas la victoria asoló
nuestra balanza de pagos.

Al enemigo vencido
no se le trata a lo bruto,
pues lo que nos interesa
es cobrarle un buen tributo.

Pero los muertos no pagan,
y tras quemarles los campos
¿de qué nos sirvió Nimedia?
¡Sólo nos generó gastos!

Y los secuaces de Koñan
que bebían cual cosacos
y comían cual leones,
por poco nos arruinaron.

Violaron tres mil doncellas,
los comercios saquearon...
¡Gracias dimos a los dioses
cuando por fin se largaron!


Para colmo de los males
la Reina se encaprichó
de Koñan, el simpleriano,
¡y menuda nos cayó!

Yo no sé lo que vio en él...
O lo sé, pero me callo,
pues pasaron todo un año
fornicando sin desmayo.

Sus repugnantes costumbres
hicieron que de un infarto
se muriera el mayordomo,
harto ya de sufrir tanto.

No le vimos darse un baño,
escupía por los balcones,
y tras sacarse los mocos
los pegaba en los sillones.

Cuando se cansó y se fue
dejó a la Reina preñada,
con el corazón partido...
y hubo que despiojarla"
.

Se calla el Primer Ministro
porque la voz se le quiebra,
y tiembla todo el Gobierno
al ver lo que les espera.


De repente un secretario
rompe el silencio siniestro,
pues tiene una idea sensata
que puede ser de provecho.

¡Aún no está todo perdido!
Y si el plan no es un fracaso
pagarán su peso en oro
al bueno del secretario.

Cuando Koñan de Simpleria
a la ciudad ha llegado
se va derecho al Palacio
sin bajarse del caballo.

Con su voz ronca y potente
proclama con desparpajo:
"¡Enemigos de Akolonia!
¡Yo les mandaré al carajo!

Y si no hay guerra a la vista,
ayudaré como sea:
limpiaré los bajos fondos,
perseguiré a las rameras,

desollaré a los ladrones,
quemaré a los proxenetas...
¡Secundado por mis hombres,
traeré la paz a estas tierras!"
.


Entonces el secretario,
llorando a lágrima viva,
al simpleriano se acerca
y se postra de rodillas.

"¡Oh Koñan, el Invencible!
Ni siquiera tu destreza
puede salvar a Akolonia
del problema que la aqueja..."
.

El bárbaro se alborota
y exclama con gran furor:
"¿Qué problema ni que leches?
¡A nada le temo yo!"
.

El secretario le explica
que al oeste del país,
un dragón aterroriza
a la gente hasta morir.

Koñan mira con desprecio
a los allí congregados:
"¡Habéis perdido el valor,
cobardes civilizados!

Antes que se ponga el sol
yo destriparé a ese bicho.
¡No consiento que mi honor
se vea puesto en entredicho!"
.

Sin pensárselo dos veces
Koñan se da media vuelta
y les dice a sus secuaces:
"¡Hay que matar a la bestia!".


El viejo dragón Esmug,
pacífico carroñero,
es apreciado por todos
los que moran en el pueblo.

Se alimenta de basura,
de desechos e inmundicias,
y con ello se consigue
que la comarca esté limpia.

Si no se meten con él,
resulta un gran compañero:
es culto e inteligente
y conversa con salero.

Aquel día, su digestión
resultó ser un calvario,
pues se comió para postre
a un crítico literario.

Para pasar aquel trance
tuvo que echarse una siesta,
y su sueño es tan profundo
que ni un trueno lo despierta.


Escondido tras las rocas,
Koñan observa al dragón,
y cree llegado el momento
para pasar a la acción.

Mas su viejo y fiel amigo,
el pirata Patapalo,
va y le dice, pesaroso:
"Este asunto es malo, malo...

Los dragones echan fuego
y son bichos resabiados.
No te juegues el pellejo.
¡Vámonos para otro lado!"
.

Pero Koñan no hace caso
al consejo del pirata.
Él ha matado a demonios
y ha escapado de sus garras.

Según le explica a su amigo,
esos monstruos del infierno
presentan su punto débil
justo en medio de los cuernos.

"Aprovechando que duerme,
por la espalda y con sigilo,
si me acerco a su cabeza
¡con la espada lo liquido!"
.

¡Dicho y hecho! Koñan parte
y se acerca paso a paso,
mientras que el viejo pirata
ya está rumiando el fracaso.


Cuando Koñan llega al lado
de aquel engendro tan feo,
el dragón levanta el rabo
y expele un sonoro pedo.

El metano y otros gases
que salen a gran presión
se inflaman, y así convierten
a Koñan en chicharrón.

El pirata Patapalo,
transido por el dolor,
al ver frito al simpleriano
de esta manera lloró:

"¿No le dije una y mil veces
que echan fuego los dragones?
¡¡La madre que lo parió
al tonto de los cojones...!!"
.

Y tras perder a su jefe
todos se desmoralizan,
y las tropas de Akolonia
les dan una gran paliza.


Ninguno dejan con vida.
¡Problema solucionado!
El Gobierno de Akolonia
por el éxito ha brindado.

Y aquesta historia nos deja
la siguiente moraleja:

Si olvidando la prudencia
te da por hacerte el chulo,
no te acerques a un dragón
ni siquiera por el culo.

O dicho de otra manera:
si quieres que te crean macho,
no te arrimes a un dragón,
por si ha sufrido un empacho.


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