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MENELAO.- ¡Qué hermosa es esta luz del día en que voy a recuperar a mi esposa Helena! Yo soy Menelao, el que mucho se ha esforzado, y éste es el ejército argivo[39]. Vine a Troya no sólo por lo que se piensa —por causa de mi esposa—, sino en busca del hombre que engañó a quien le hospedó y robó a mi esposa del palacio. Pues bien, con la ayuda de los dioses aquél ya ha pagado, pues ha sucumbido junto con su tierra a la lanza helénica. He venido para llevarme a esa desdichada —pues no me place

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dar el nombre de esposa a la que un día lo fue mía—. Se encuentra entre otras troyanas en este recinto para prisioneros de guerra. Los que por ella lucharon me la entregan para que la mate a menos que quiera llevármela, sin matarla, a la tierra de Argos. He decidido rechazar la alternativa de matarla en Troya

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y llevármela en una nave a tierras de Grecia para entregarla allí a la muerte. Será una recompensa para quienes perdieron en Ilión a los suyos. Mas, ea, encaminaos a la casa, siervos, y traedla  aquí arrastrándola de su criminal cabello. Cuando vengan vientos favorables, la enviaremos a Grecia.
HÉC.- ¡Oh Zeus, soporte de la tierra y que sobre la tierra tienes tu asiento, ser inescrutable, quienquiera que tú seas —ya necesidad de la naturaleza o mente de los hombres
[40]. ¡A ti dirijo mis súplicas! Pues conduces todo lo mortal conforme a justicia por caminos silenciosos.
MEN.- ¿Qué sucede? ¿Qué nuevas súplicas diriges a los dioses?

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HÉC.- Te alabo, Menelao, si piensas matar a tu esposa. Mas rehuye su mirada, no vaya a ser que te venza el deseo. Ella arrebata las miradas de los hombres, destruye las ciudades, pone fuego a las casas. Tal es su poder seductor. Yo la conozco, y tú, y cuantos han sufrido. (Los saldados hacen salir a Helena de la tienda.)
HELENA.- Menelao, este comienzo es sin duda para asustarme, pues en manos de tus siervos he sido sacada por la fuerza delante de estas puertas. Sé que me odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta:

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¿qué habéis decidido los griegos y tú sobre mi vida?
MEN.- No tuviste que llegar al recuento exacto de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te entregó a mí para que te matara.
HEL.- ¿ Puedo, entonces, contestar a eso razonando que, si muero, moriré injustamente?
MEN.- No he venido con intención de hablar, sino de matarte.
HÉC.- Escúchala, Menelao, que no muera privada de esto; pero concédeme también a mí la palabra para enfrentarme a ella. De los males que ha causado a Troya ninguno conoces bien, en cambio todo mi discurso —una vez ensamblado—

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causará su su escapatoria posible.
MEN.- Será un regalo de tiempo perdido si quiere hablar, tiene permiso. Se lo concedo en gracia a tus palabras —para que ella lo sepa—, por darle gusto.
HEL.- Puede que no me contestes por considerarme enemiga  —te parezca que hablo bien o mal—, pero yo voy a contestar a aquello de lo que me acusar con tus palabras, oponiendo a tus razones a las  mías y mis acusaciones contra ti. En primer lugar, ésta fue quien engendró el origen de los males cuando alumbró a Paris.

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Después perdió a Troya y a mí el anciano que no mató a Alejandro bajo la forma de un tizón. Escucha lo que se ha seguido de aquí. Éste dirimió el juicio de  las tres diosas: el regalo de Palas a Alejandro era conquistar Grecia al frente de los frigios; Hera le prometió el dominio de los límites de Europa y Asia si París la elegía, y Afrodita, ensalzando mi figura,

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le prometió entregarme si sobrepasaba a las diosas en belleza. Escucha las razones de lo que pasó después: venció Cipris[41] a las diosas y en esto mi boda benefició a Grecia: ni fue dominada por los bárbaros ni os sometisteis a su lanza ni a su tiranía. En cambio, lo que hizo feliz a Grecia me perdió a mí, que fui vendida por mi belleza. Y se me insulta por  algo por lo que debíais coronar mi cabeza. Dirás que no me estoy refiriendo a la cuestión obvia: por qué escapé furtivamente de tu casa.

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El dios vengador que acompaña a ésta—llámalo Alejandro o Paris, como quieras—, vino trayendo consigo a una  diosa nada insignificante. Y tú, el peor de los hombres, lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta en tu nave hacia Creta. Pero basta; a continuación voy a hacerme una pregunta a mí misma, no a ti: ¿en qué estaba pensando para abandonar mi casa y seguir a un extranjero traicionando a mi patria y familia? Castiga a la diosa, hazte más poderoso que Zeus, quien tiene el poder sobre los demás dioses

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pero es esclavo de aquélla. Y ten comprensión conmigo. En un punto sí que tendrías un argumento razonable contra mí: cuando Alejandro murió y descendió a las entrañas de la tierra, debía yo haber abandonado el palacio y marchado a las naves argivas ahora que ya no tenía una boda dispuesta por los dioses. Me apresuré a hacerlo y son mis testigos los guardianes de las puertas y los vigías de las torres, quienes más de una vez me sorprendieron tratando de hurtar mi cuerpo desde las almenas hasta el suelo con cuerdas. Pero un nuevo esposo,

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Deífobo, me arrebató y me retenía como esposa con el consentimiento de los frigios. ¿Cómo pues, esposo mío, va a ser justo que muera a tus manos[42] yo, a quien uno desposó a la fuerza y que, lejos de salir victoriosa, tuve que servir amargamente en mi segunda casa? Si quieres ser superior a los dioses, tal pretensión es insensata por tu parte.
CORIFEO.- Reina, defiende a tus hijos y a tu patria destruyendo la persuasión de ésta, puesto que, con ser malvada, habla razonablemente. Y esto es terrible.
HÉC.- En primer lugar, me pondré del lado de las diosas

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y demostraré que ésta habla sin razón. No creo que Hera y Ia virgen Palas llegaran a tal punto de insensatez como para que una vendiera Argos a los bárbaros y Palas esclavizara Atenas a los frigios, cuando vinieron al Ida de broma y por coquetería. ¿Por qué iba a tener Hera tantos deseos de aparentar belleza? ¿Acaso para conseguir un marido mejor que Zeus? Y Atenea, ¿perseguía el amor de algún dios,

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ella que pidió la virginidad a su padre por huir del matrimonio? No trates de hacer de las diosas unas insensatas por adornar tu maldad; no vas a persuadir a personas juiciosas. Has dicho que Cipris—y esto sí que es ridículo— marchó junto con mi hijo a casa de Menelao. ¿No podría haberse quedado tranquilamente en el cielo y transportarte a ti con todo Amiclas[43] hasta Ilión? Si mi hijo era sobresaliente por su belleza, tu mente al verlo se convirtió en Cipris; que a todas sus insensateces dan los mortales el nombre de Afrodita.

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¡Con razón el nombre de las diosas comienza por «insensatez»[44]! Cuando lo contemplaste con ropajes extranjeros y brillante de oro se desbocó tu mente. Y es que en Argos te desenvolvías con pocas cosas, pero si abandonabas Esparta pensabas que inundarías con tus gastos la ciudad de los frigios que manaba oro. ¡El palacio de Menelao no era suficiente para que te insolentaras con tus lujos! Bien. Dices que mi hijo te llevó a la fuerza. ¿Quién se enteró en Esparta? ¿Qué voces diste

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—y eso que el joven Cástor y su gemelo aún vivían y no estaban entre los astros? Cuando llegaste a Troya—los argivos siguiendo tus pasos—y se trabó combate a lanza, si te anunciaban las hazañas de Menelao lo elogiabas para que mi hijo sufriera por tener tan gran competidor de su amor. Si eran los troyanos quienes tenían éxito, éste ni existía. Esto lo hacías poniendo los ojos en la fortuna; a ésta querías seguir los pasos, mas no a la virtud.

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¿Y luego dices que tratabas de hurtar tu cuerpo con sogas, dejándote caer de las torres, porque no querías permanecer aquí? Entonces, ¿dónde te sorprendieron trenzando un nudo o afilando una espada, como haría una mujer noble que añora a su anterior esposo? Y sin embargo, yo te reprendí más de una vez diciendo: "Hija, sal de aquí, mis hijos casarán con otras; te enviaré a ocultas hacia las naves aqueas; pon fin a la lucha entre los griegos y nosotros." Pero esto te resultaba amargo.

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Paseabas tu insolencia en el palacio de Alejandro y exigías que los bárbaros se postraran ante ti. Esto era grande para ti. Y después de esto ¿has salido con el cuerpo lleno de adornos y respiras el mismo aire de tu esposo, tú, cuya cara habría que escupir? Debías venir pobre, con la túnica hecha jirones, temblando de miedo, con la cabeza rapada como un escita[45]. Y con más humildad que desvergüenza por tus culpas pasadas. Menelao  —mira dónde pongo fin a mi discurso—,

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coloca una corona sobre la Hélade matando a ésta como se espera de ti, y establece esta ley para las demás mujeres: que muera la que traicione a su esposo.
CORIFEO.- Menelao, castiga a ésta como merecen tus antepasados y tu casa y borra de la Hélade el reproche de blando, tú que te has mostrado tan gallardo con los enemigos.
MEN.- Estás de acuerdo conmigo al decir que ésta salió voluntariamente de mi casa hacia un lecho extranjero. Y que Cipris se encuentra en sus palabras por orgullo. (A Helena.) Marcha con los que te van a apedrear

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y paga con tu muerte, en corto tiempo, los dilatados sufrimientos de los aqueos para que aprendas a no cubrirme de vergüenza.
HEL.- (De rodillas.) -No, te pido abrazada a tus rodillas, no me atribuyas la locura que los dioses me enviaron. No me mates, perdóname.
HÉC.- (También de rodillas.) No traiciones a tus aliados a quienes ella mató. Te lo suplico por ellos y por sus hijos.
MEN.- Calla, anciana. No tengo miramientos con ella. Voy a decir a mis siervos que la acompañen a las naves en que será enviada.
HÉC.- No permitas que suba al mismo barco que tú.

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MEN.- ¿Qué sucede? ¿Es que pesa más que antes?[46].
HÉC.- No hay amante que pierda el amor para siempre, de cualquier forma que se manifieste el talante de su amado
[47].
MEN.- Será como deseas. No ascenderá a la misma nave que yo —no te falta razón en lo que dices—. Y cuando llegue a Argos morirá de mala manera, como merece, y hará que todas las mujeres sean comedidas aunque esto no es fácil. Sin embargo, la muerte de ésta hará que teman su ligereza aunque sean todavía peores. (Menelao, Helena y la escolta salen por la izquierda.)

[39] Se ha sospechado que estos versos son espureos porque un personaje que aparece en escena (salvo en Prólogo y Epílogo) no suele presentarse a sí mismo En este caso, sin embargo, está justificada la presentación, pues se trata de una aparición totalmente inesperada; piénsese que los griegos –el gran protagonista colectivo de la obra— están, salvo en este caso, detrás de la acción, no en la acción.

[40] Desde siempre se ha visto en esta frase una influencia de la filosofía de DIÓGENES DE APOLONIA y ANAXÁGORAS. Aquí Zeus ya no es el dios de la religión popular, ni siquiera el garante de justicia de HESIODO, SOLÓN o ESQUILO. Es un dios filosófico identificado con el Éter - Nous.

[41] aFRODITA

[42] No hay necesidad de postular con LENTING —como admite MURRAY— la existencia de una laguna tras el v. 961.

[43] Centro importante durante la época «micénica» era, según la tradición, la patria de Helena y de su padre Tindáreo.

[44] Juego de palabras basado en la (falsa) etimologia popular de Aphrodíte como aphrosyne «insensatez».

[45] Los escitas solían desollar la cabeza de sus enemigos capturados y muertos en guerra (cf. HERÓDOTO, IV 64).

[46] Se puede pensar que se trata de una interpolación —graciosa— de actor; sobre todo, aparte de la irrelevancia de tal pregunta (por más que Menelao aparezca a veces como un imbécil), porque rompe la estructura de dos versos por interlocutor, introduciendo inesperadamente un par de versos esticomíticos.

[47] Es evidente que el y. 1052 sigue perteneciendo a Hécuba. De esta forma, si suprimimos el y. 1050 como interpolado, queda una estructura más regular con tres versos para Menelao (1046-1048) y tres para Hécuba (1049, 1051 y 1052).