TALTIBIO.- Hécuba, ya conoces mis numerosas venidas a Troya como mensajero del ejército aqueo. Ya me conoces de antes, mujer. Ahora he venido para comunicarte un nuevo mensaje.
HÉC.- ¡Ay, ay! Aquí está, troyanas, lo que hace tiempo me temía.

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TAL.- Ya habéis sido sorteadas, si es eso lo que os temíais.:
HÉC.- ¡Ay, ay! ¿Qué ciudad has dicho? ¿Es de Tesalia, de Ptiótide o de la tierra cadmea?
TAL.- Habéis sido sorteadas una a una, no en grupo.
HÉC.-¿Y quién ha tocado a quién? ¿A cuál de las troyanas le aguarda un destino Feliz?
TAL.- Yo lo sé, mas escucha por partes, no todo a la vez.
HÉC.- ¿A quién, pues, te ha tocado mi desdichada hija Casandra? Di.
TAL.- El soberano Agamenón la ha elegido especialmente para sí.

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HÉC.- ¿Sin dada como esclava para su esposa laconia? ¡Ay de mí!
TAL.- No, como novia secreta para su lecho.
HÉC.- ¿A la virgen consagrada a Febo, a quien el de bucles de oro concedió en recompensa una vida alejada del yugo nupcial?
TAL.- Amor lo alanceó por la doncella poseída del dios.
HÉC.- ¡Arroja, hija mía, las divinas llaves; arroja de tu cuerpo el sagrado adorno de tus bandas y coronas!
TAL.- ¿No es grande para ella que la toque; en suerte el lecho de un rey?

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HÉC.- ¿Y qué hay de la pequeña cría que me habéis arrebatado? ¿Dónde está?
TAL.- ¿Te refieres a Políxena, o preguntas por otra?
HÉC.- Por ella. ¿A quién la ha uncido el sorteo?
TAL.- Se le ha ordenado hacer servicio a la tamba de Aquiles.
HÉCVBA.- ¿Ay de mí! ¡Haberla parido para esclava de una tumba! ¿Qué ley es ésta, amigo, o qué divino decreto de los griegos?,
TAL.- Considera feliz a tu hija, está bien.
HÉC.-
¿Por qué has dicho esto?

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¿Es que no contempla ya la luz del sol?
TAL.- Ha alcanzado un destino tal, que ya está libre de sufrimiento
[13].
HÉC.- ¿Y qué hay de la esposa de Héctor, avezado en el combate, la desventurada Andrómaca? ¿Qué suerte ha corrido?
TAL.- A ésta la ha elegido para sí el hijo de Aquiles.
HÉC.- ¿Y yo de quién soy esclava, yo que necesito del tercer apoyo que of rece un bastón a mi envejecido cuerpo?
TAL.- Odiseo, el soberano de Itaca, te ha tomado como esclava.
HÉC.-
¡Oh, oh! ¡Araña tu cabeza ya rapada,

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abre surcos con las uñas en tus dos mejillas! ¡Ay de mí, ay! Me ha tocado servir a un ser odioso y trapacero, enemigo de justicia, a una bestia sin ley que todo lo revuelve aquí y allá y de nuevo lo de allá lo trae aquí con las dobleces de su lengua; y lo que antes era amigo lo hace enemigo de todo[14]. Lamentaos, troyanas, por mí.

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Me dirijo a un triste destino. Yo, la desdichada, he caído con el lote más adverso.
CORIFEO.- Tu destino ya lo conozco, señora. Pero ¿y mi suerte? ¿Quién de los aqueos, quién de los griegos es mi dueño?
TAL.- Vamos, esclavas, tenéis que conducir aquí a Casandra lo antes posible. Quiero ponerla en manos del general y llevar después también a los demás las prisioneras escogidas. ¡Eh! ¿Qué brillo es éste de teas que arden dentro? ¿Qué hacen las troyanas?

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¿Están poniendo fuego a las tiendas a fin de abrasar sus propios cuerpos, con el deseo de morir, ahora que están a punto de llevarlas a Argos? ¡En verdad el hombre libre soporta con impaciencia la desgracia en tales casos! ¡Abre, abre! No vayas a cargarme con la culpa de algo que conviene a éstas pero que sería odioso para los aqueos.
HÉC.- No es eso, no están prendiendo fuego. Es mi hija Casandra, la ménade, que viene a la carrera hacia acá. (Sale de la tienda Casandra, vestida con sus símbolos sagrados y una tea encendida.)
Estrofa.
CASANDRA.-
¡Eleva, ofrece! Porto la luz, venero, ilumino —¡aquí, aquí!—

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con antorchas el templo. ¡Oh soberano Himeneo, feliz es el novio y feliz yo que en Argos voy a unirme al lecho de un rey! ¡Himen, oh soberano Himeneo! Porque tú, madre, con lágrimas y; sollozos te lamentas de mi padre muerto y de la querida patria, pero yo por mis nupcias

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levanto la llama del fuego, para brillo, para resplandor, para darte, oh Himeneo, para darte, oh Hécate, luz sobre los tálamos de las vírgenes, como es ritual.
Antistrofa.
Agita tus pies, conduce en et éter et coro—¡evoé,; evoé![15]'—como en los días más felices de mi padre. El coro es santo; ¡condúcelo tú ahora, Apolo!

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En tu templo ceñido de laureles yo seré la oficiante[16]. ¡Himen, oh Himeneo, Himen! Danza, madre, recobra tu risa; mueve en círculos aquí y allá, conmigo, los pasos que tanto amo de tus pies. Gritad a Himeneo, ¡oh!, y a la novia con felices cantos y alaridos. ¡Vamos, hijas de bellos peplos de los f rigios, cantad al esposo de mis bodas,

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al esposo señalado para mi cama!
CORIFEO.- Reina, ¿no vas a sujetar a la doncella poseída, no vaya a llegar con veloz paso hasta el campamento de los argivos?
HÉC.- Hefesto, tú portas la antorcha en las bodas de los hombres, pero esta luz que haces brillar  es triste en verdad y alejada de toda esperanza. ¡Ay de mí, hija mía! Nunca pensé que llegaras a celebrar tus bodas a punta de lanza y obligada por las armas argivas. Entrégame la antorcha. No llevas derecho el fuego, como una ménade en loca carrera. Ni siquiera  tu destino te ha vuelto a tus cabales, hija mía;

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permanece en el mismo estado de siempre. Traed las antorchas, troyanas, y contestad con lágrimas a los cantos nupciales de ésta.
Casandra.- Madre, corona mi victoriosa cabeza y celebra mis bodas reales. Conque despídeme, y si no te parece que tengo suficiente celo, empújame a la fuerza. Que si existe Loxias, el ilustre Agamenón, soberano de los aqueos, va a concertar coomigo una boda más infausta que la de Helena. Voy a matarlo, voy a destruir su casa para tomar venganza de mis hermanos y padre.

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Dejaré lo demás: no quiero cantar un himno al hacha que va a caer sobre mi cuello y el de los demás, ni a las luchas matricidas que va a suscitar mi boda, ni a la ruína total de la casa de Atreo. Voy a demostrar que estos troyanos son más afortunados que los aqueos y, aunque estoy poseída, esto al menos lo afirmo libre de mi locura báquica. Éstos por causa de una sola mujer, de un solo amor —por conquistar a Helena— ya han perdido millares de vidas.

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Y su experto general ha perdido lo que más quería en aras de un ser odioso. Ha entregado a su hermano el placer hogareño de sus hijos por causa de una mujer, que incluso vino de buena gana y no raptada por la fuerza. Cuando arribaron a las orillas del Escamandro, comenzaron a morir no porque les hubieran privado de las fronteras de su tierra ni de su patria de elevadas torres. Aquellos a quienes Ares sometía, no volvieron a ver a sus hijos, no fueron amortajados por las manos de su esposa. Y ahora yacen en tierra extraña. En su patria sucedían cosas semejantes:

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sus mujeres morían viudas y los hombres quedaban en casa sin hijos después de haber criado los suyos para otros. Y no había nadie que, junto a su tumba, donara a la tierra sangre de víctimas. ¡Cómo va a ser su expedición digna de elogio! Más vale silenciar las ignominias. ¡Que la musa de los cantos no me inspire un himno con que celebrar la infamia! En cambio los troyanos, para empezar, morían inmolados por su patria, lo que constituye la más hermosa gloria. Aquellos a quienes domeñaba la lanza eran llevados a casa por sus hijos y recibían el abrazo de la tierra en su propia patria,

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amortajados por las manos de quienes debían hacerlo. Los frigios que no morían en combate vivían constantemente, día tras día, con su esposa e hijos, placer del que se veían privados los aqueos. En cuanto al doloroso destino de Héctor, escucha cómo es en verdad: ha muerto con la fama del hombre más excelente, cosa que propició la venida de los aqueos; pues si se hubieran quedado en casa, la excelencia de éste habría quedado en la oscuridad. Paris desposó a la hija de Zeus; que si no lo hubiera hecho, habría tenido un casamiento oscuro en su casa.

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Y es que, en verdad, el hombre prudente debe evitar la guerra; pero si da con ella, es hermosa corona para su ciudad el morir con honor, más es deshonra morir indignamente. Por esto, madre, no tienes que lamentarte por tu patria ni por mi boda, pues con ella voy a destruir a mis enemigos más odiados y a los tuyos.
Corifeo.- Con qué placer desprecias los males de tu casa y cantas lo que quizá no vas a probar como cierto.
TAL.- Si Apolo no te hubiera enloquecido la mente, no te habrías despedido de esta tierra,

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calumniando así a mis generales, sin pagarlo. En verdad, los hombres grandes y que tienen fama de sabios en nada superan a quienes nada son. E1 gran soberano de los ejércitos de toda Grecia, el amado hijo de Atreo, ha aceptado por propia elección el amor de esta ménade. Yo soy un pobre hombre, pero jamás habría querido para mí el lecho de ésta. En cuanto a ti..., ya que no tienes sano el juicio, ¡que el viento se lleve tus reproches a los argivos y tus loas a los frigios!

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Sígueme en dirección a las naves. ¡Hermosa prometida para el jefe de nuestro ejército! (A Hécuba.) Y tú, cuando el hijo de Laertes quiera llevarte, sígueme; vas a ser la sierva de una mujer prudente, según aseguran cuantos han venido a Ilión.
CASANDRA.- ¡Insolente es este esclavo! ¿Por qué tendrán el nombre de heraldos —única maldición
[17] común para todos los hombres—estos lacayos de tiranos y ciudades? ¿Tú afirmas que mi madre va a llegar al palacio de Odiseo? ¿Y dónde está la profecía de Apolo que asegura que morirá aquí mismo,

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tal como se me ha manifestado?... Por lo demás, no voy a reprocharte. ¡Pobre Odiseo, no sabe qué sufrimientos le aguardan! Algún día va a considerar como oro mis males y los de los frigios comparados con los suyos. Después de diez años —,además de los de aquí—llegará sólo a su patria. (Bien lo sabe la terrible Caribdis que ocupa el estrecho rocoso y el montaraz Cíclope comedor de carne cruda, y la ligur[18] Circe que transforma a los hombres en cerdos, y los naufragios en el salino mar, y el ansia por comer loto, y las vacas sagradas de Helios

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que un día dejarán escapar su voz en amarga profecía para Odiseo. Para abreviar, entrará vivo en el Hades y, después de escapar del agua de la laguna, encontrará en su casa, al volver, males sin cuento. Mas ¿a qué enumerar los trabajos de Odiseo? Marcha con la mayor rapidez posible; celebremos en Hades las nupcias con mi prometido. ¡Ah! Tú que pareces haber llevado a cabo algo importante, conductor de los Dánaos[19], recibirás sepultura de mala manera y de noche, no de día. Y en cuanto a mí, me arrojarán desnuda y las torrenteras de nieve fundida entregarán mi cadáver —¡el de la sierva de o Apolo!—

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a las fieras para banquete, cerca de la tumba de mi prometido. (Se desnuda de sus símbolos sagrados.) ¡Adiós, bandas del más querido de los dioses, insignias del evohé! Abandono las fiestas en las que antes me gloriaba. Alejaos de mi cuerpo rotas a jirones; ahora que mi cuerpo todavía es virgen, quiero entregárselas al viento para que te las entregue a ti, oh soberano profeta. ¿Dónde está el barco del general? ¿Dónde tengo  que embarcar? No te apresures en esperar viento para tus velas, porque conmigo vas a sacar de esta tierra a una de las tres Erinis.  ¡Adiós, madre, no llores! ¡Oh amada patria y vosotros, hermanos y padre que yacéis bajo tierra,

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no tardaréis mucho en recibirme! Me presentaré ante vosotros muertos como triunfadora, luego de arruinar la casa de los Atridas por quienes perecimos. (Sale con Taltibio. Hécuba se desploma.)
Corifeo.- Siervas de la anciana Hécuba. ¿No veis que vuestra señora se ha desplomado y está sin habla, fuera de sí? ¿No vais a recogerla? ¿O dejaréis, malas siervas, a una anciana abatida? ¡Levantad su cuerpo! (Las siervas tratan de levantarla.)
HÉC.- Dejad que siga caída —no me agrada lo que no deseo, muchachas—. Sufro, he sufrido y todavía sufriré males dignos de esta postración. ¡Oh dioses...! A flacos aliados invoco,

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mas con todo no carece de dignidad el invocar a los dioses cuando uno de nosotros recibe un revés de la fortuna. En primer lugar quiero desahogarme cantando mis bienes, pues así produciré mayor lástima con mis males. Era reina y casé con un rey; luego engendré hijos excelentes, no sólo por el número, sino los más sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana, griega o bárbara, podrá jactarse de haber parido tales. Mas los vi caer bajo la lanza helena

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y mesé mis cabellos ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré no porque conociera su muerte de otros labios, sino que yo misma ,con estos ojos, vi cómo lo degollaban sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad. Mis hijas, a quienes eduqué con esmero en la virginidad para honra y prez de sus esposos, para otros las eduqué, las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas tienen esperanza de volver a verme ni yo misma las veré ya jamás. Y lo último, la cornisa de mis lamentables males:

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yo que soy una anciana voy a llegar a la, Hélade como esclava. Esto es lo más desventurado para una anciana: me encargarán de que guarde las llaves como portera —¡a mí, que parí a Héctor!— o de fabricar pan. Me acostaré en el suelo, con la espalda arrugada —que viene de un lecho real—, con mi arrugado cuerpo vestido con jirones de peplos arrugados, una deshonra para los poderosos. ¡Pobre de mí, qué cosas me han tocado en suerte, y me seguirán tocando, por la boda de una sola mujer!

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¡Hija mía Casandra, compañera de los dioses en el éxtasis báquico, con qué infortunio has destruido tu pureza! Y tú, oh paciente Políxena, ¿dónde estás? ¡Que no pueda ayudar a esta desgraciada ningún hombre ni mujer, con los muchos que me nacieron! Por ello, ¿a qué levantarme? ¿Con qué esperanza? Conducid mis pies —que un día fueron delicados en Troya, mas ahora son esclavos— hacia un jergón de paja tendido en tierra o a un lecho de piedra. Allí me dejaré caer y moriré consumida por el llanto.

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No consideréis feliz a nadie de los poderosos hasta el momento de su muerte.

13] Tanto esta frase como el y. 264 son eufemismos, que Hécuba no comprende, para ocultar la muerte de Polixena.

[14] A Odiseo, que llegó a ser el representante ideal del pueblo jonio, por su carácter astuto y emprendedor, lo presenta la tragedia a veces (ya incluso los Cantos Ciprios) como un ser abyecto, cínico y cobarde. En todo caso, la alusión a Odiseo aquí es un procedimiento para mantener la trabazón de la trilogía; no hay que olvidar que él fue el causante de la muerte de Palamedes.

[15] Es el grito de las Ménades de Dioniso, con quienes Casandra se identifica por su estado de posesión divina.

[16] Alusión obvia a su propia muerte, de la que va a ser oficiante y víctima a la vez.

[17] Juego de palabras: se llaman heraldos y son odiados Por todos porque son, como señala MURRAY, como la negra Ker (Ker-ykes).

[18] Ligur, porque su isla de Eea (de localización imaginaria en Odisea, y en todo caso se situaría en el extremo oriental) fue luego identificada con el territorio Circeo.

[19] Agamenón.