REINA.- Por esto vengo, abandonando el palacio adornado de oro y la alcoba nupcial que compartí con Darío.

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Me desgarra el corazón la inquietud. Os voy a dirigir unas razones, amigos míos, porque en manera alguna dejo de presentir el temor de que la gran riqueza cubra de polvo el suelo[13] y de un puntapié eche abajo la dicha que levantó Darío no sin la ayuda de alguna deidad. Por eso tengo en mi alma una doble preocupación: que la gente deje de respetar con el honor debido unas riquezas carentes de varón que las defienda, y que un hombre, por falta de riquezas, no brille en la medida debida a su poder. Pues nuestra riqueza no tiene tacha alguna, pero en cambio mi miedo es por el ojo, pues ojo de la cosa considero la presencia del amo.

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Ante esto, pensad que es así y sed mis consejeros en lo que os diga, persas, mis más fieles ancianos, pues todos los consejos ventajosos en vosotros los tengo.
CORI.- Sabe bien esto, Reina de este país: no es preciso que me mandes dos veces que diga una palabra o ejecute una acción en que mi esfuerzo pueda guiarte,  pues estás invitando a ser consejeros en estos asuntos a nosotros que somos tus amigos.
REI.- Continuamente vivo en medio de innúmeros ensueños nocturnos, desde que mi hijo, tras haber aprestado su ejército, partió con la intención de arrasar el país de los jonios. Pero nunca hasta ahora tuve una visión de tal claridad como la he tendido la noche pasada. Te la  contaré.

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Me pareció ver dos mujeres con rico atuendo: la una, ataviada con vestidos persas, la otra con dóricos, ante mi vista se presentaron, mucho más excelentes en altura que las de ahora e irreprochables por su belleza, y ambas hermanas, del mismo linaje.[14] Como patria habitaban, la una, Grecia, tierra que obtuvo en suerte, la otra la tierra bárbara. Según creía yo ver, ambas andaban preparando cierta discordia entre ellas, y mi hijo, que se enteró, estaba conteniéndolas y apaciguándolas,

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tras lo cual, las unce a su carro y pone colleras bajo sus cuellos. Una se ufanaba con este atalaje y tenía su boca obediente a las riendas. La otra, en cambio, se revolvía y con Ias manos iba rompiendo las guarniciones que al carro la uncían; tras arrancarlas con violencia, quedó sin bridas y partió el yugo por la mitad. Cae mi hijo, y su padre Darío se pone a su lado, compadeciéndolo. Al verlo Jerjes, se rasga el vestido que cubre su cuerpo. Te digo -sí- que esto he visto esta noche.

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Luego me levanté y toqué con mis manos una fuente, de bella corriente, y con mano dispuesta a ofrendar me acerqué al altar con la intención de ofrecer la torta sagrada en honor de los dioses que salvan de males, de quienes son propias estas ofrendas. Y entonces veo un águila huyendo hasta el hogar que hay en el altar de Febo , y de miedo me quedo, amigos, sin voz. Me fijo después en un halcón que, en veloz aleteo, se arroja sobre ella y con sus uñas le va arrancando plumas de la cabeza. Pero el águila no hacía otra cosa que hacerse un ovillo y abandonarse. Para mí fue terrible de ver,

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como lo es oirlo para vosotros, pues lo sabéis bien: si mi hijo llegara a triunfar, sería un héroe fuera de lo común; pero, si fracasara... no tiene que rendir cuentas a la ciudad y, con tal que se salve, seguirá siendo el Rey de esta tierra.
CORI.- No pretendemos, madre, asustarte en exceso con palabras ni tampoco animarte. Si, al ir a suplicar a los dioses, tuviste una visión desagradable, ruégales que la aparten de nosotros y que bienes se cumplan, en cambio, para ti, tu hijo, la ciudad y todos los amigos. En segundo lugar, es preciso que en honor de la tierra y los muertos se viertan libaciones. Con benevolencia pídele esto:

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que tu esposo Darío, a quien dices que viste esta noche, desde el interior de la tierra os envíe a la luz cosas excelentes a ti y a tu hijo, y que sus contrarias, aprisionadas bajo la tierra, las envuelva en tinieblas la obscuridad. Esto es lo que yo te aconsejo benévolamente, según me lo da el corazón. Y sobre ello opinamos que de cualquier modo todo te irá bien.
REI.- Sin duda ninguna, tú has sido el primero que ha dado valor al signo divino que encierra mi sueño y ha sido su intérprete con ánimo amigo para mi hijo y para mi casa. ¡Que todo acabe bien! Todo lo haré, conforme deseas, en honor de los dioses y de mis amigos que están bajo tierra, tan pronto volvamos al palacio. Pero quiero enterarme bien,

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amigos míos: ¿en qué lugar de la tierra dicen que Atenas está situada?
CORI- Lejos, hacia poniente, por donde se acuesta el soberano sol.
REI.- ¿Pero de verdad sentía deseos mi hijo de apoderarse de esa ciudad?
CORI.- Sí, pues así llegaría a ser súbdita del Rey toda Grecia.
REI.- ¿Pues tanta abundancia de soldados tiene su ejército?
<CORI.- ... >.
<REINA.-  ...>
[15]
COR.- Incluso siendo así, ha causado a los medos desgracias sin cuento.
REI.- ¿Acaso sobresale en tirar con sus manos flechas sirviéndose del arco?
CORI.- De ninguna manera. Combaten a pie firme con lanzas, y portan armaduras y escudos.

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REI.- ¿Y qué, además de esto? ¿Hay en sus casas bastantes riquezas?
CORI.- Tienen una fuente que les mana plata
[16] , un tesoro que encierra su tierra.
REI.- ¿Y qué Rey está sobre ellos y manda su ejército?
CORI.- No se llaman esclavos ni súbditos de ningún hombre.
REI.- ¿Cómo, entonces, podrían resistir ante gente enemiga invasora?
COR.- Hasta el punto de haber destruido al ejército ingente y magnífico del rey Darío.
REI.- Dices cosas terribles, motivo de angustia para las madres de aquellos que están en campaña
CORI.- Pero me parece que pronto vas a saber noticias completas sin mezcla de error, pues la carrera de ese hombre permite ver que se trata de un persa y que, buena o mala, nos trae una clara noticia.

[13] Esto es: "quede aniquilada."

[14] Hay cierta humanidad en esta expresión.

[15] Se han perdido dos versos, en los que el Corifeo contestaría que el ejército ateniense no puede compararse en número con el persa, y que la Reina preguntaría en qué radica la importancia de un ejército tan pequeño. Son versos básicos para la interpretación de la obra.

[16] Las minas de Laurión.