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(De la puerta central del palacio sale a escena
Electra; luego, unos esclavos que llevan un lecho donde yace
Orestes. Lo depositan junto a ella, y se van. Electra se inclina
sobre él, observando preocupada su sueño, y lo cubre solícitamente
con las ropas. A continuación se dirige al auditorio y recita el
prólogo.)
Electra.-
No hay palabra ninguna tan terrible de decir, ni sufrimiento ni
desdicha impulsada por los dioses, cuya carga no venga a abrumar a
la naturaleza humana. Aquel bienaventurado —y no le echo en cara su
fortuna—, nacido de Zeus, según dicen, Tántalo, revolotea por el
aire aterrorizado por la roca que sobre su cabeza se alza. Y expía
tal pena, según dicen, porque siendo un hombre, que con los dioses
compartía la dignidad de una mesa común, tuvo una lengua
desenfrenada, vicio infame
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Ése engendró a Pélope, del que nació Atreo, para
quien, tejiendo las hebras de lana, urdió la diosa Discordia que
trabara pelea con Tiestes, que era su hermano. ¿Para qué voy yo a
enumerar de nuevo lo indecible?
En fin, Atreo mató a sus hijos y se los sirvió en un convite. De
Atreo — silencio los infortunios intermedios — nació el glorioso, si
es que glorioso fue, Agamenón, y Menelao, de una madre cretense, de
Aérope. Menelao desposó a Helena, aborrecida de los dioses,
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y el soberano Agamenón celebró un matrimonio,
memorable para los griegos, con Clitemestra. De ésta le nacieron
tres hijas: Crisótemís, Ifigenia, y yo, Electra, y un varón,
Orestes; hijos de una madre criminalísima que, después de envolver a
su esposo en una red inextricable, lo asesinó. Sus motivos no es
decente para una doncella exponerlos. Dejo eso sin precisar para
averiguaciones de la gente.
En cuanto a la justicia de Febo, ¿de qué debo acusarle? Persuade a
Orestes a dar muerte a la madre que le dio el ser, lo que no le
atrae la alabanza de todos.
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Con todo, él la mató por no desobedecer al dios. Y yo
participé, en cuanto puede una mujer, del asesinato. Y Pílades,
quien con nosotros ha colaborado en estos hechos
Desde entonces, aquejado por una feroz enfermedad, se consume el
desgraciado Orestes. Aquí yace tendido sobre el lecho y la sangre de
su madre lo transporta vertiginosamente en ataques de locura. Pues
no me atrevo a nombrar a las diosas Euménides que rivalizan en
aterrorizarlo] . Éste es ya el sexto día desde que murió mi madre a
golpes de espada y su cuerpo quedó purificado por el fuego. |
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Durante estos días no ha admitido alimentos por su
garganta, no ha bailado su piel. Oculto bajo los mantos llora,
cuando la enfermedad alivia su opresión y recobra la razón, pero
otras veces salta del lecho y echa a correr, como un potro que huye
del yugo.
Y este pueblo de Argos ha decretado que nosotros, por matricidas, no
nos acojamos bajo sus techos ni junto a su fuego y que nadie nos
dirija la palabra. Éste de hoy es el día decisivo, en el cual
emitirá su voto la ciudad de los argivos, sobre si debemos morir los
dos en el suplicio de la lapidación |
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[o si nos hincaremos en el cuello un afilado puñal].
Pero tenemos ya alguna esperanza de escapar a la muerte. Porque
Menelao ha llegado a esta tierra desde Troya, y llenando con su
flota el puerto de Nauplia arriba a sus orillas, tras de haber
vagado con rumbo errante desde Troya por tan largo tiempo.
A Helena, la que motivó tantos llantos, durante la noche, por
precaución de que de día la viera pasar alguien cuyos hijos hayan
muerto al píe de Ilión y llegara a arrojarla piedras, la envió por
delante a nuestra casa. Está dentro, |
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llorando por su hermana y la ruina de la familia.
Pero tiene aún un consuelo a sus dolores. Porque la niña que
abandonó en su palacio cuando se marchó navegando hacia Troya, y
que dio a criar a mí madre, Hermione, la ha traído Agamenón de
Esparta, y en su compañía se alegra y se olvida de sus males.
Oteo el camino todo a lo largo. ¿Cuándo voy a ver llegar a Menelao?
En lo demás contamos con un débil apoyo, en caso de que no nos
salvemos con su intervención. ¡Triste destino, una casa que la
desdicha agobia!
(Sale Helena.) |
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Helena.-
¡Hija de
Clitemestra y de Agamenón, Electra, doncella aún después de tan
largo plazo de tiempo! ¿Cómo, desgraciada, tú, y tu hermano, [el
miserable Orestes, el asesino de su madre], estáis aquí? No voy a
mancharme con tus palabras de respuesta, ya que atribuyo a Febo el
delito No obstante, lamento el destino de Clitemestra, de mi
hermana, a la que no vi desde que navegué, del modo en que so
navegué, hacia Ilión en un fatal arrebato de locura; y después de
haberla abandonado gimo su infortunio. |
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Electra.-
¿Helena, qué
puedo decirte de lo que ante ti ves? [Postrada entre desgracias ves
a la estirpe de Agamenón.] Yo, insomne acompañante, estoy sentada
junto a este desdichado cadáver — que es un difunto a juzgar por su
débil aliento—, y no le echo en cara sus penalidades. ¡Tú, en
cambio, eres feliz, y feliz tu esposo! Llegáis hasta nosotros cuando
estamos en una mísera situación.
Helena.- ¿Cuánto
tiempo lleva éste tumbado en el lecho?
Electra.- Desde que
derramó la sangre familiar.
Helena.- ¡Ah, infeliz!
¡Y la que le dio a luz, qué modo de morir! |
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Electra.-
De tal modo
están las cosas, que se ha abandonado a sus desgracias.
Helena.- ¿Por los
dioses me harías ahora un favor, muchacha?
Electra.- En cuanto lo
permita mi ocupación de velar a la cabecera de mí hermano.
Helena.- ¿Quieres ir
por mí a la tumba de mi hermana?
Electra.- ¿A la de mi
madre, me pides? ¿Con qué fin?
Helena.- A llevarla
mechones de mis cabellos y libaciones fúnebres.
Electra.- ¿A ti no te
está permitido encaminarte a la tumba de tus familiares?
Helena.- Es que me da
vergüenza mostrar mi persona a los argivos.
Electra.- Tarde
piensas con sensatez, después que abandonaste vergonzosamente tu
hogar.
Helena.- Tienes razón
en lo que dices, pero lo dices sin benevolencia hacia mí. |
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Electra.-
¿Qué vergüenza
te retiene ahora ante las gentes de Micenas?
Helena.- Temo a los
padres de los que murieron al pie de Ilión.
Electra.- Terrible es,
en efecto. En Argos tu nombre va de boca en boca como un grito de
rabia.
Helena.- Hazme tú
ahora el favor y líbrame de temores.
Electra.- No seria
capaz de mirar de frente la tumba de mi madre.
Helena.- Es que seria
vergonzoso que unas criadas lo llevaran mis ofrendas.
Electra.- ¿Por qué no
envías a tu hija Hermione?
Helena.- No está bien
que las doncellas vayan entre la gente.
Electra.- Pero así
pagaría los desvelos por su crianza a la muerta.
Helena.- Has hablado
bien, y te hago caso, joven. |
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[Enviaremos entonces a mi hija. Tienes razón, desde
luego.] ¡Hija, Hermíone, sal del palacio, y toma en tus manos estas
libaciones y estos cabellos míos!
(Sale Hermione.)
¡Ve junto a la tumba de Clitemestra, derrama miel mezclada con leche
y la espuma del vino, y erguida sobre lo alto del túmulo di estas
palabras: «Tu hermana Helena te obsequia con estas libaciones, y no
se atreve a presentarse ante tu tumba, por miedo a la muchedumbre de
Argos»! Ruégale que tenga su ánimo bien dispuesto para mí, y para
ti, y para mi esposo, |
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y para estos desgraciados a los que un dios condenó.
Prométele todas las ofrendas fúnebres que para una hermana es
oportuno que yo disponga.
¡Ve, hija mía, apresúrate y, después de verter las libaciones en su
sepulcro, acuérdate de regresar lo antes posible!
(Salen de escena Helena, que se retira hacia et interior del
palacio, y Hermione, que va a llevar las ofrendas fúnebres.)
Electra.- ¡Ah,
naturaleza, qué gran mal eres para las personas! [¡Y un buen refugio
para quienes te consiguen digna!] ¿Ves cómo ha cortado sus cabellos
sólo por las puntas, por conservar su belleza? Es la misma mujer de
antes. ¡Ojalá te odien los dioses por habemos perdido, a mí |
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y a éste y a toda Grecia!
¡Ay, triste de mí! Ahí están de nuevo mis amigas, que unirán su voz
a la mía para entonar mis lamentos. Quizá van sacar de su sueño a
éste que reposa tranquilo, y recubrirán de lágrimas mis ojos, al
contemplar a mi hermano enloquecido. [¡Ah, queridísimas mujeres,
avanzad con píe silencioso, no alborotéis, no haya ruido! Vuestra
amistad me es muy grata, pero será una desdicha si éste se
despierta]. |