1320 |
Corifeo.-
¡Callad! ¡Callad! He percibido cierto ruido de pasos que avanza por
el camino hacia la casa.
Electra.- ¡Oh
queridísimas mujeres! En medio de la matanza llega Hermione. Dejemos
el griterío. Avanza para caer en los lazos de nuestras redes.
¡Hermosa presa será, si la capturo! Presentaos de nuevo con rostro
sereno, y con un color que no revele nada de lo sucedido. Yo
mantendré mis pupilas entenebrecidas, como si nada en absoluto
supiera de lo ejecutado ya. |
1330 |
(Entra Hermione, Electra se dirige a ella.)
Muchacha, ¿vienes de depositar ofrendas y de derramar libaciones
fúnebres en la tumba de Clitemestra?
Hermione.- Vengo de
atraerme su benevolencia. Pero me ha punzado un cierto temor, por el
grito que acabo de oír de palacio, aunque estaba yo alejada de la
casa.
Electra.- ¿Por qué?
Nuestra situación es digna de lamentos.
Hermione.- ¡No digas
algo de mal agüero! Mas, ¿qué hay de nuevo?
Electra.- Este país ha
decretado que hemos de morir Orestes y yo.
Hermione.- ¡No!
¡Vosotros que sois por nacimiento mis próximos parientes!
Electra.- Está
decidido. Nos hallamos bajo el yugo de la necesidad. |
1340 |
Hermione.-
¿Por eso,
entonces, era precisamente el grito del interior de la casa?
Electra.- Es que
suplicante, cayendo a las rodillas de Helena, grita...
Hermione.- ¿Quién? No
se nada más, si tú no me lo cuentas.
Electra.- El
desventurado Orestes, le implora no morir, y también por mí.
Hermione.- Con justos
motivos alza la casa su fúnebre grito.
Electra.- ¿Por qué
otro con más razón podría uno gritar? Pero acércate y comparte la
súplica con tus amigos, arrodillándote ante tu madre, la muy
dichosa, para que Menelao no consienta en que muramos. Así que tú,
que te has criado en los brazos de mi madre, |
1350 |
compadécete de nosotros y alivia nuestros pesares.
¡Ven aquí a este encuentro, yo te conduciré! Porque tú sola posees
nuestra última posibilidad de salvación.
Hermione.- Mira,
apresuro mi paso hacia la casa. A salvo estáis en lo que de mí
dependa.
Electra.- ¡Oh, amigos,
que en la casa empuñáis la espada! ¿No vais a cobrar la pieza?
Hermione.- ¡Ay de mi!
¿Quiénes son los que veo?
Electra.- Debes
callar. Porque has venido como salvación para nosotros, no para ti.
¡Cogedla, cogedla! Ponedle la cuchilla en la garganta y conservad la
calma, para que Menelao sepa |
1360 |
que ha encontrado hombres y no cobardes frigios, por
lo que sufre lo que han de sufrir los villanos.
Coro.-
¡Ioh, ioh! ¡Amigas, moved estrépito, estrépito y
griterío ante la casa, para que el asesinato cometido infunda un
terrible espanto a los argivos, y se apresuren acudir en socorro al
palacio real, hasta que vea yo claramente el cadáver de Helena
sanguinolento, caída en la morada, o que nos informemos por el
relato de alguno de los criados. Algunas cosas sé, desde luego, de
la desdicha, pero otras están obscuras. |
1370 |
La venganza de los dioses llegó con justicia hasta
Helena, que a toda Grecia había colmado de lágrimas, a causa del
funesto, funesto Paris del Ida, que atrajo a la Hélade a Ilión.
Corifeo.- Mas...
chasquean los cerrojos de las puertas reales. ¡Callad! Afuera sale
uno de los frigios, por el que vamos a enteramos de qué sucede
dentro de la casa.
(Sale un esclavo frigio, presa de la mayor agitación.)
Frigio.-
¡He escapado de la espada argiva, de la muerte! |
1380 |
Con mis bárbaras babuchas he saltado por encima de
las vallas de cedro y los triglifos dóricos del gineceo, lejos, ¡oh
tierra, tierra!, en mis bárbaros apresuramientos. ¡Ay, ay, ay! ¿Por
dónde escapar, mujeres extranjeras, volando al éter blanquecino, o
por el alto mar, que arremolina Océano de cabeza de al rodear en sus
brazos la tierra?
Corifeo.- ¿Qué pasa,
servidor de Helena, venido del Ida |
1390 |
Frigio.-
¡Ilión, Ilión,
ay de mí, ay de mí! ¡ Ciudadela frigia y monte sagrado del Ida de
fértiles glebas, cómo te lloro en tu destrucción en un lastimero,
lastimero canto con bárbaro alarido! A causa del cachorro de la
hermosa Leda, nacido de un pájaro de alas de cisne; por la funesta
Helena, por la funesta Helena, una Erinis para los lisos muros que
Apolo construyera. ¡Oh, oh, oh! ¡Quejidos, quejidos! |
1400 |
¡Triste tierra dardania, donde corría caballos
Ganimedes, compañero de lecho de Zeus!
Corifeo.-
Dinos claramente
ahora cosa por cosa lo que pasó en palacio, [porque aunque no es
fácil de comprender lo pasado lo voy conjeturando].
Frigio.-
¡Ay! ¡Ay! «¡Aílino! ¡Aílino!» dicen los
bárbaros como comienzo de un canto de muerte con expresión asiática
cuando la sangre de reyes se ve derramada por el suelo bajo los
puñales de hierro de Hades. Entraron en la casa —para contártelo de
nuevo cosa por cosa— |
1410 |
dos leones griegos gemelos. Del uno el padre fue
aclamado caudillo del ejército; el otro, hijo de Estrofio, un hombre
de ingenio perverso, como Ulises, taimado en su silencio, pero leal
con sus amigos, bravo en la contienda, sagaz en la guerra, y una
serpiente sanguinaria. ¡Ojalá perezca, porque con su astucia fría es
un malhechor! Ellos avanzaron en el interior hasta el asiento de la
mujer que desposó el arquero Paris, |
1420 |
con sus rostros empapados de lágrimas, y humildes se
colocaron a sus pies, el uno a un lado y el otro al otro, prestos a
la acción. Y tendieron, tendieron sus manos suplicantes hacia las
rodillas de Helena, el uno y el otro. De un salto acudieron,
acudieron, presurosos los sirvientes frigios. Entre sí se decían,
temerosos, que ojalá no fuera una trampa. |
1430 |
Y los unos creían que no, pero a otros les parecía
que en una maquinación enredadísima envolvía a la hija de Tindáreo
esa sierpe matricida.
Corifeo.- ¿Y tú, dónde
estabas entonces? ¿O hace tiempo que huyes de terror?
Frigio.-
Según frigios, frigios usos, me hallaba agitando la
brisa, brisa junto a los rizos de Helena con un abanico circular
bien trenzado de plumas, por delante de sus mejillas, según la
costumbre bárbara. |
1440 |
Y ella el lino de la rueca con sus dedos torcía, y
dejaba caer al suelo el hilo, porque con los despojos frigios para
depositarlos sobre la tumba deseaba recoser con lino algunas piezas,
unos mantos purpúreos como regalos para Clitemestra. Y dirigió
Orestes su palabra a la joven lacedemonia: «¡Oh, hija de Zeus, pon
tus pies en el suelo, abandona tu sillón y encamínate hacia acá, a
la sede del antiguo hogar del bisabuelo Pélope, |
1450 |
donde vas a enterarte de mis súplicas!» Y la conduce,
la conduce. Y ella le siguió sin adivinar lo que le esperaba. Y su
colaborador, el malvado focense, se dedicaba, moviéndose, a otra
cosa: «¡No salgáis fuera! Siempre sois perversos los frigios!» Y nos
encerró por separado en las cámaras palaciegas, a los unos en las
cuadras de los caballos, a los otros en cuartos apartados, |
1460 |
distribuyendo a unos aquí y otros por allí, lejos de
la señora.
Corifeo.- ¿Qué
desgracia acaeció después de eso?
Frigio.-
¡Madre del Ida,
poderosa, poderosa Madre! Ay, ay! ¡Qué sangrientas pasiones y qué
daños criminales he visto, he visto en las moradas regias! De sus
peplos purpúreos en la sombra sacaron en sus puños las espadas y
cada uno por su lado revolvió su mirada por si había alguien
presente. Como jabalíes monteses se colocaron frente a la mujer |
1470 |
y le dicen: «¡Muere, muere, te da muerte tu vil
esposo, que ha traicionado al linaje de su hermano para que perezca
en Argos!» Ella dio un grito, un grito. «¡Ay de mí! ¡Ay de mí!» Y
alzando su blanco brazo golpeó su cabeza tristemente con el puño, y
en fuga aceleraba, aceleraba el paso de sus sandalias doradas. Pero
Orestes clavó sus dedos en sus cabellos, anteponiendo su bota
micénica, |
1480 |
haciéndola doblar el cuello sobre el hombro
izquierdo, y se aprestaba a hundir en su garganta la negra espada.
Corifeo.- ¿Dónde
estaban para defenderla los frigio, de dentro?
Frigio.-
A su grito los portones de las salas y establos,
donde estábamos encerrados, los hicimos saltar con palancas, y nos
apresuramos en su socorro, cada uno desde un rincón de la casa, el
uno con piedras, otro con venablos, y el otro blandiendo en las
manos un afilado puñal. Pero salió a nuestro encuentro Pílades,
irresistible, como... como el frigio Héctor, o como Ayante, el del
triple penacho, |
1490 |
al que vi, vi en el portal palaciego de Príamo.
Trabamos los filos de las espadas. Pero entonces, entonces
demostraron los frigios, cuán inferiores nacimos en las proezas de
Ares ante la lanza de Grecia. El uno que abandona huyendo, el otro
que cae muerto, el otro que recibe una herida, el otro suplicando..,
un refugio de la muerte. Entre las sombras escapamos. Cadáveres
quedaban en el suelo, los unos moribundos, los otros tensos. Y llegó
la pobrecilla Hermione a palacio |
1500 |
en el momento de caer asesinada su madre, la que la
dio a luz, desdichada. Y ellos, corriendo ambos, como bacantes sin
tirso con un cervatillo agreste en los brazos, sobre ella se
abalanzaron. Y de nuevo disponían a la hija de Zeus al sacrificio.
Pero enfrente de su dormitorio, en medio de las salas, ella se hizo
invisible, ¡oh Zeus, y Tierra, y luz, y noche!, bien por medio de
bebedizos o de artes de magia, o por un rapto de los dioses. Lo de
después no lo sé. Porque saqué furtivamente mi pie huidizo del
palacio. Muy gravosas, muy gravosas penas soportó Menelao en vano, |
1510 |
al rescatar de Troya la persona de su Helena.
Corifeo.-
Cierto que esta
sorpresa responde a otras cosas sorprendentes. Ahora veo salir ante
el palacio a Orestes con paso conmocionado.
(Sale Orestes.)
Orestes.- ¿Dónde está
el que ha escapado a mi espada fuera de la casa?
Frigio.- Te imploro de
rodillas soberano, postrándome al modo bárbaro.
Orestes.- Ahora no
estamos en Ilión, sino en tierra argiva.
Frigio.- En cualquier
parte es más agradable vivir que morir para los sensatos.
Orestes.- ¿No soltaste
aún algún chillido para que venga Menelao en tu auxilio? |
1520 |
Frigio.-
¡Sólo para
ayudarte a ti! Porque eres más valioso.
Orestes.- ¿Entonces la
hija de Tindáreo ha perecido justamente?
Frigio.-
Justísimamente, ¡ojalá hubiera tenido tres gargantas para
acuchillar!
Orestes.- Me adulas
con lengua cobarde, pero en tu interior no piensas así.
Frigio.- ¿Pues no,
ella que fue una calamidad para Grecia y para los propios frigios?
Orestes.- Jura —y si
no, te mataré— que no lo dices por halagarme.
Frigio.- ¡Lo juro por
mi alma, por la que yo daría. Sólo buen juramento!
Orestes.- ¿Así también
en Troya el hierro era el espanto de todos los frigios?
Frigio.- ¡Aparta tu
espada! Pues de cerca relampaguea terrible muerte.
Orestes.- ¿No temes la
conversión en piedra, como vieras una Gorgona? |
1530 |
Frigio.-
Sólo la muerte.
La cabeza de la Gorgona la conozco yo.
Orestes.- Siendo un
esclavo, ¿temes a Hades, que te redimirá de tus males?
Frigio.- Todo hombre,
aunque sea esclavo, se alegra de ver la luz del sol.
Orestes.- Tienes
razón. Te salva tu entendimiento. Pero ve dentro de la casa.
Frigio.- ¿No vas a
matarme?
Orestes.- Estás
perdonado.
Frigio.- Buena palabra
es la que dices.
Orestes.- Tal vez
cambiemos de decisión.
Frigio.- Eso ya no
está bien dicho.
Orestes.- ¡Necio, si
crees que me importa cubrir de sangre tu cuello! Pues ni has nacido
mujer ni te cuentas entre los hombres. Pero, a fin de que no alzaras
tu chillido he salido de la casa, porque al oír un grito agudo de
alarma puede despertar Argos. |
1540 |
¡Tener de nuevo a Menelao al alcance de la espada no
me espanta! Que venga, pues, orgulloso de los rubios cabellos
flotantes sobre sus hombros. Pues si azuza a los argivos,
trayéndolos contra esta morada, por vengar el asesinato de Helena, y
si no quiere salvarme, y a mi hermana y a Pílades, que ha colaborado
conmigo en esto, verá a sus pies dos cadáveres: su mujer y su joven
hija.
Coro.- ¡Ay, ay,
fatalidad! ¡A otro combate, a otro, terrible, se precipita la
familia de los Atridas!
— ¿ Qué vamos a hacer? ¿Anunciamos esto a la ciudad? ¿ O guardamos
silencio? Es más seguro, amigas. |
1550 |
—¡Mira, mira! Ese humo que se eleva de la casa hacia
lo alto del éter se anticipa a pregonarlo.
— Encienden antorchas, como si fueran a incendiar el tantálico, y no
desisten de su crimen.
—Su fin fija la divinidad a los mortales, su fin, como ella quiere.
—¡Es una gran fuerza que actúa a través de un genio vengador! Se han
hundido, hundido, estas mansiones a causa de la sangre derramada, a
causa del hundimiento de Mírtilo desde su carro.
Corifeo.- Pero, en
fin, ahí veo a Menelao cerca de la casa, con paso rápido, que de
algún modo ha comprendido la calamidad que ahora sucede. |
1560 |
¿No podéis apresuraros a asegurar los cerrojos con
barras, Atridas, desde el interior? Terrible puede ser un hombre en
buena posición contra los que están en la adversidad, como tú
Orestes, te hallas.
(Entra Menelao, acompañado por guardias.)
Menelao.- He venido en
cuanto me enteré de los crueles y audaces actos de una pareja de
leones. Que no los llamaré hombres. El caso es que he oído que mi
mujer no ha muerto, sino que ha desaparecido, invisiblemente; he
escuchado ese turbio informe que uno, desmayado de terror, me ha
anunciado. ¡Mas eso son invenciones del matricida y una macabra
burla! |
1570 |
¡Que alguien abra la casa! Ordeno a los criados que
empujen estas puertas, de modo que al menos a mí hija rescatemos de
las manos de esos asesinos, y recuperemos a mi desgraciada, infeliz
esposa. ¡Con ella han de morir a mis manos los que la asesinaron!
(Sobre una terraza aparecen Orestes y Pílades, que tienen a
Hermione amenazada con sus espadas.)
Orestes.- ¡Eh, tú, no
toques esos cerrojos con tu mano! ¡A ti, Menelao, te hablo, que te
has amurallado en tu audacia! O con este entablamento te quebraré la
cabeza, desgajando la vieja cornisa, un buen trabajo de los
constructores. |
1580 |
Con barrotes están fijados los cerrojos, que te
frenarán tu ímpetu apresurado, para que no entres en la casa.
Menelao.- ¡Ea! ¿Qué es
eso? Veo brillar las antorchas. Y en lo alto de la casa a ésos, que
se han fortificado, y un puñal apuntando al cuello de mi hija.
Orestes.- ¿Prefieres
preguntar o escucharme?
Menelao.- Ninguna de
las dos cosas. Pero es forzoso, al parecer, escucharte.
Orestes.- Voy a matar
a tu hija, por si quieres saberlo.
Menelao.- ¿Después de
asesinar a Helena, añades un crimen al crimen?
Orestes.- ¡Ojalá la
hubiera retenido, de no robármela los dioses! |
1590 |
Menelao.-
¡Niegas haberla
matado, y lo dices para añadir escarnio!
Orestes.- ¡Dolorosa
negación! Porque bien quisiera...
Menelao.- ¿Acometer
qué acción? Me incitas al temor.
Orestes.- Arrojar al
Hades a la que mancilló a la Hélade.
Menelao.- Devuélveme
el cadáver de mi esposa, para que le dé sepultura.
Orestes.- Reclámaselo
a los dioses. Yo mataré a tu hija.
Menelao.- El matricida
añade un crimen a otro crimen.
Orestes.- El vengador
de un padre, al que tú abandonaste a su muerte.
Menelao.- ¿No te basta
la sangre de tu madre que te contamina?
Orestes.- No me
cansaría de matar una y otra vez las mujeres perversas. |
1599 |
Menelao.-
¿Es que también
tú, Pílades, participas en este crimen?
Orestes.- Asiente con
su silencio. Yo me basto para dialogar.
Menelao.- Pero no
impunemente, a no ser que huyas con alas.
Orestes.- No huiremos.
Pegaremos fuego al palacio.
Menelao.- ¿Es que
acaso vas a incendiar esta mansión de tus padres?
Orestes.- Para que tú
no la poseas, degollando a ésta como víctima sobre la hoguera.
Menelao.- Mátala. Pero
sabe que, si la matas, me pagarás tu pena por esto.
Orestes.- Así será.
Menelao.- ¡Ah! ¡Ah!
¡No lo hagas de ningún modo!
Orestes.- Calla pues.
Sopórtalo justamente, por haber obrado mal. |
1612 |
Menelao.-
¡Aparta de mi
hija la cuchilla!
Orestes.- Naciste
engañado.
Menelao.- ¿Pero vas a
matar a mi hija?
Orestes.- Ya no estás
engañado.
Menelao.- ¡Ay de mí!
¿Qué haré?
Orestes.- Ve a
convencer a los argivos.
Menelao.- ¿A
convencerlos de qué?
Orestes.- Pide que la
ciudad no nos haga morir.
Menelao.- ¿O
asesinaréis a mi hija?
Orestes.- Así es la
cosa. |
1607 |
Menelao.-
¿Es que es justo
que tú vivas?
Orestes.- Y que mande
en este país.
Menelao.- ¿En cuál?
Orestes.- En este
Argos pelásgico.
Menelao.- ¿Podrías
tocar los vasos lustrales?
Orestes.- Pues, ¿por
qué no?
Menelao.- ¿Y
sacrificarías las víctimas antes de la batalla?
Orestes.- ¿Y tú, lo
harías decentemente?
Menelao.- Ya que tengo
mis manos puras.
Orestes.- Pero no el
pensamiento.
Menelao.- ¿Quién te
dirigiría la palabra?
Orestes.- El que
quiera a su padre.
Menelao.- ¿Y el que
honre a su madre?
Orestes.- Nació
afortunado.
Menelao.- Desde luego
tú, no.
Orestes.- Me
desagradan las pervertidas. |
1620 |
Menelao.-
¡Oh desdichada
Helena!
Orestes.- ¿Y mis
desdichas, no son tales?
Menelao.- Te traje
como víctima de Frigia...
Orestes.- ¡Ojalá fuera
así!
Menelao.- Después de
sufrir mil penalidades.
Orestes.- Excepto por
mí.
Menelao.- He penado lo
indecible.
Orestes.- Antes, desde
luego, no me serviste de nada.
Menelao.- Me tienes en
tu poder.
Orestes.- Tú mismo te
has apresado en tu maldad. ¡Pero, venga, pega fuego a esta casa,
Electra! Y tú, el más seguro de mis amigos, Pílades, prende el
entablamento de esta techumbre! |
1630 |
Menelao.-
¡Oh tierra de
los Dánaos, fundadores de Argos ecuestre! ¿No acudiréis en mi ayuda
con una tropa armada? Porque éste ataca con violencia a toda la
ciudad vuestra, para seguir con vida, después de haber ejecutado el
repulsivo asesinato de su madre.
(En lo alto aparece, como «deux ex machina», Apolo. Y a su lado,
silenciosa, se ve a Helena.)
Apolo.- ¡Menelao, deja
de presentar un corazón irritado! ¡Es Febo el hijo de Leto, quien
desde aquí cerca te llama! Y tú que empuñando la espada asedias a
esa muchacha, Orestes, ¡ atiende para que sepas los mandatos que
vengo a traeros! En cuanto a Helena, a la que tú estabas dispuesto a
destruir, por dar curso a tu ira contra Menelao, y a la que erraste, |
1640 |
está aquí, y la veis a mi lado entre los celajes del
éter, a salvo y no muerta por ti. Yo la salvé y la rescaté lejos de
tu espada a instancias del padre Zeus. Pues es preciso que viva,
como hija inmortal de Zeus que es, y junto a Cástor y Polideuces en
los confines del éter tendrá su residencia, y será propicia para los
navegantes. Tú elige y toma a otra por esposa en tu morada, ya que
los dioses por la belleza de ésta llevaron a enfrentarse a griegos y
frigios, |
1650 |
y motivaron muertes, para aligerar la tierra de un
exceso de hombres, de una cargazón descontrolada. En lo que se
refiere a Helena queda así. A ti, Orestes, te es preciso franquear
las fronteras de esta tierra y habitar el suelo Parrasio durante el
ciclo de un año. Ese país tomará un nombre epónimo por tu destierro
y lo llamarán Orestio los azanes y los arcadios. Desde allí irás a
la ciudad de los atenienses para someterte a un juicio de sangre por
matricidio ante las tres Euménides. Los dioses árbitros del proceso |
1660 |
en la colina de Ares velarán por la votación más
piadosa, donde vas a vencer. Y está determinado por el destino que
desposes tú a Hermione, sobre cuyo cuello, Orestes, tienes tu
espada. Neoptólemo, que confía en casarse con ella, no la desposará
jamás. Porque su destino es morir bajo el puñal en Delfos, cuando me
reclame pleitos por su padre Aquiles A Pílades dale en matrimonio a
tu hermana, como le habías prometido. Su vida en lo porvenir será
feliz. Deja a Orestes mandar en Argos, Menelao, |
1670 |
y tú ve a reinar en tu tierra de Esparta, que tienes
como dote de una esposa que hasta aquí, continuamente, no cesó de
obsequiarte con innumerables pesares. La contienda de la ciudad y
éste, ya la arreglaré bien yo, que le obligué a matar a su madre.
Orestes.- ¡Oh profeta
Loxias, qué oráculos los tuyos! No fuiste, pues, un profeta falso,
sino auténtico. Aunque me acometía el temor, de si al oír la voz de
algún demonio vengador la habría creído tuya. Pero bien va a
concluir, y obedeceré a tus palabras. |
1680 |
Mira, libero a Hermione del sacrificio y consiento en
desposarla, en cuanto me la entregue su padre.
Menelao.- ¡Oh Helena,
hija de Zeus, te saludo! Te envidio porque tú ya habitas la morada
feliz de los dioses. Orestes, a ti te entrego yo mi hija como
prometida, puesto que Apolo lo ordena. Ojalá que como hombre de buen
linaje al desposar a una de buen linaje te beneficies, y también yo,
al ofrecértela.
Apolo.- Marchad pues
cada uno adonde os encomendamos y concluid vuestras rencillas.
Menelao.- Hay que
obedecer.
Orestes.- También yo
hago lo mismo, y me reconcilio con nuestras desdichas, |
1690 |
Menelao, y con tus oráculos, Loxias.
Apolo.- ¡Emprended
pues vuestro camino, Venerando a la Paz como la más hermosa de las
divinidades! Y conduciré a Helena a las moradas de Zeus, atravesando
el polo de las radiantes estrellas, allí donde al lado de Hera y de
Hebe, esposa de Heracles, ocupará un trono como divinidad siempre
honrada con libaciones entre los humanos, juntamente con los
Tindáridas, los hijos de Zeus, velando por los navegantes del mar. |
1693 |
Coro.-
¡Oh muy
venerable Victoria, ojalá domines el curso de mi vida y no dejes de
coronarla! |