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(Electra sale del palacio.) |
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nos contará lo que allí ha ocurrido con tu hermano. |
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Pero, ¿qué discusión hubo, qué argumentos entre los
argivos nos han acusado y condenado a morir? Di, anciano: ¿debo
expirar mi ánimo en la lapidación o por medio del hierro, ya que me
toca compartir las desdichas con mi hermano? |
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Y veo a la gente que se dirige y toma asiento en la colina, donde cuentan que Dánao por primera vez reunió al pueblo en asamblea pública al sentenciar un pleito. Entonces, al contemplar la reunión le pregunté a uno de los ciudadanos: «¿Qué novedad hay en Argos? ¿Es que alguna noticia de nuestros enemigos tiene conmocionada a la ciudad de los Danaides?» Contestó él: «¿No ves avanzar ahí cerca a ése, a Orestes, que corre a un combate de vida o muerte?» Y veo una inesperada aparición ¡qué ojalá no viera jamás! A tu hermano y a Pílades, que avanzan juntos, |
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el uno abatido y abrumado por la enfermedad, y el otro, como un hermano, sufriendo lo mismo que su amigo, velando sobre sus padecimientos con el celo de un pedagogo. Cuando estuvo completa la muchedumbre de los argivos, el heraldo se puso en pie y dijo: «¿Quién desea hablar sobre si Orestes, el matricida, debe morir o no?» y tras esto se levanta Taltibio, que al lado de tu padre arrasó Frigia. Y pronunció, poniéndose siempre bajo la sombra de los que tienen el poder, un discurso ambiguo. De un lado ensalzó a tu padre, |
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pero no elogió a tu hermano; envolvió en bellas frases palabras malignas, diciendo que había implantado unos usos perversos contra los progenitores. Y dirigía rápidamente la mirada insinuante a los amigos de Egisto. Tal es, en efecto, esa raza: los heraldos brincan siempre en pos del afortunado. Para ellos ése es amigo: cualquiera que domine en la ciudad y esté en los altos cargos. Después de éste habló el rey Diomedes. Él proponía que no os mataran ni a ti ni a tu hermano, sino que os castigaran con el destierro para cumplir con lo piadoso. |
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Hubo un cierto tumulto: unos aplaudían lo que había dicho, pero otros no lo aprobaban. Y tras él se alza cierto individuo de lengua desenfrenada, fortalecido en su audacia, un argivo sin ser de Argos, un intruso, confiado en el barullo y en la desvergonzada libertad de palabra, capaz de impulsar a la gente a cualquier desatino. [¡Cuando alguien, atractivo en sus palabras pero insensato, persuade a la masa, gran desdicha para la ciudad! En cambio aquellos que con sensatez aconsejan una y otra vez lo bueno, aun si no de inmediato son luego útiles |
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a la ciudad. Así debe considerarse y juzgar a quien gobierna. Porque tienen un papel parecido el orador y el que ocupa el poder] Éste dijo que debían mataros a Orestes y a ti lapidándoos. Por lo bajo Tindáreo le sugería las palabras con las que afirmaba que debíais ser ejecutados. Otro se levantó y dijo lo contrario a éste. No era un hombre de aspecto elegante, pero sí un valiente, que rara vez frecuenta la ciudad y el círculo del ágora, uno que con sus manos cultiva su propio campo —ésos son los únicos que defienden el país—, |
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inteligente cuando está dispuesto a recurrir al diálogo, íntegro y que practica un género de vida irreprochable Éste pidió que se premiara con una corona a Orestes, hijo de Agamenón, que quiso vengar a su padre, al dar muerte a una mujer perversa y sacrílega, que iba a impedir con su crimen que nadie armara su brazo y dejan su hogar para partir en campaña, con recelo de si los que se quedaban en la patria iban a destruir sus hogares y a corromper a las mujeres de los ausentes. Y a la gente decente les pareció que tenía razón. |
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Ninguno más habló. Se adelantó tu hermano y dijo: «¡Señores de la tierra de Inaco, [antiguos pelasgos, luego Danaides]! Por defenderos a vosotros no menos que a mi padre, di muerte a mi madre. Pues si el asesinato de los maridos fuera lícito a las mujeres, no tardaríais en morir o tendríais que ser esclavos de vuestras esposas. Y haríais lo contrarío de lo que debe hacerse. En cambio ahora la que traicionó el lecho de mi padre ha muerto. Mas si por esto me condenáis a morir, |
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la ley se relajará, y ninguno se escapará de la muerte porque no va a haber restricción en tal audacia.» Pero no convenció a la masa, aunque sí parecía tener razón. Conque triunfa aquel malvado que había hablado a gusto de la multitud, que aconsejó mataros a ti y a tu hermano. A duras penas consiguió el pobre Orestes convencerle de que no le mataran a pedradas. Se comprometió a dejar vida por propia mano junto contigo en el día de hoy. Y Pílades le retira de la asamblea entre lágrimas. Le acompañan sus amigos, |
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sollozando y lamentándose por él. Viene hacia ti,
¡amargo espectáculo, visión lamentable! Así que prepara un puñal o
un lazo para tu cuello. Porque debes abandonar la luz. Tu noble
origen nada te ha beneficiado ni el pítico Febo que se sienta sobre
el trípode. Por el contrario os ha perdido. |
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rasgando mis mejillas con mis blancas uñas, en mi sangriento sino, y golpeo mi cabeza, como homenaje a la diosa subterránea de los muertos, la hermosa Perséfone. ¡Lance alarido la tierra ciclópea, al aplicar el hierro rasurador a su cabeza, por las calamidades del palacio! Un gemido de compasión, de compasión es el que se alza por los que van a morir, que fueron antaño caudillos de Grecia. |
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Antistrofa. |
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La vida toda de los mortales es vacilación. |
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Pélope cruzó por encima de los acantilados, arrojando el cadáver de Mírtilo en lo profundo de las olas marinas, al pasar junto a las rompientes de Geresta, blanqueadas por la espuma de los embates de mar. A partir de entonces, cayó sobre mi casa la muy llorada maldición: cuando en un parto en los rebaños, que el hijo de Maya propició, surgió el vellocino de oro de un carnero, prodigio funesto para Atreo, criador de caballos. |
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Desde entonces la Discordia desvió el alado carro de Helios, encomendando el camino hacia poniente por el cielo a la Aurora de único corcel, y Zeus modificó los oscuros de la Pléyade de siete estrellas hacia varios rumbos. Y da réplica a los asesinatos de éstos con otros asesinatos, con el banquete a que da nombre Tiestes, y el adulterio de la pérfida cretense Aérope tras sus pérfidos desposorios. |
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Y sus últimas derivaciones llegaron a mi y a mi
hermano por el pesaroso destino de la familia. |
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en un último encuentro pierdo la razón! |
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Orestes.-
¡Por los dioses,
no me envuelvas en cobardía, transportándome al llanto con la
recordación de mis desgracias! |
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Electra.-
Así será. No me
quedaré atrás relegada por tu espada. Pero quiero rodear tu cuello
con mis brazos. |
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nos quedan en nuestra desventura. |
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y actuando del modo más digno de Agamenón. Yo
demostraré mi noble raza a la ciudad hincándome la espada junto al
hígado. Tú, a tu vez, debes obrar de modo semejante a mis actos
audaces. ¡Pílades, tú sírvenos de testigo en la muerte, y cuando
muramos cubre bien nuestros cuerpos y entiérranos juntos,
llevándonos a la tumba de nuestro padre! |
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Orestes.-
Pues, ¿por qué
te toca a ti morir conmigo? |
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la alianza familiar entre tú y yo ya no subsiste. Así
que, ¡oh deseada imagen de la camaradería!, a ser feliz. Para
nosotros, pues, ya no hay tal posibilidad, para ti sí. Porque los
muertos estamos privados de alegrías. |
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Así que tengo que participar de la contigo y con
ésta, a la vez. Porque ella, a cuya boda me ofrecí, la considero ya
mi esposa. ¿Qué, pues, voy a decir en el futuro, si regreso a la
tierra délfica, a la acrópolis de los atenienses, yo, que fui
vuestro amigo antes de que cayerais en infortunio, y ahora ya no soy
tu amigo, porque has caído en él? No es posible. Conque también esto
me incumbe. Ya estamos condenados a morir, deliberemos en común Cómo
hundir también con nosotros a Menelao. |
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Pílades.-
Atiende
entonces, y demora los tajos de la Upada. |
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Pílades.-
¿A quiénes? Desde luego a ningún frigio voy a temer yo. |
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Pílades.-
Iremos a llorar
ante ella por lo que sufrimos |
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Pílades.- Lo captaste. Pero escucha con qué acierto planeo. Si blandiéramos nuestra espada contra una mujer decente, seria un asesinato infame. Pero ahora Helena pagará su culpa a aquellos a cuyos padres envió a la muerte, a los que les mató los hijos, y a las jóvenes esposas que dejó privadas de sus maridos. ¡Se alzará un grito de júbilo, y encenderán fuego en honor de los dioses elevando preces para que consigamos tú y yo muchos favores, por haber vertido sangre de esa perversa mujer! Después de matar a ésa no te llamarán «el matricida» |
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sino que, perdiendo ese calificativo, recibirás otro mejor, siendo aclamado como «el matador de Helena», la que hizo morir a muchos. No debe, no debe jamás ser feliz Menelao, mientras morís tu padre, tú, y tu hermana, y tu madre... —pero dejo esto, que no es conveniente mencionarlo, ni poseer tu palacio, después de haber conquistado a su esposa gracias a la lanza de Agamenón.¡No viva yo, por tanto, más, si no retiro mi espada tinta en su sangre! Y en caso de que no consigamos matar a Helena, incendiaremos estas moradas antes de morir. |
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Así, aunque fallemos en una cosa, no dejaremos de
obtener un motivo de gloria, al morir con honor o al salvamos
honrosamente. |
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y no me abandonas. Dejaré de elogiarte porque aun eso de sentirse alabar demasiado resulta un tanto molesto. Yo, aunque expire totalmente mi vida en la acción, quiero que mis enemigos mueran, para destruir en pago a los que me traicionaron, y que giman esos que me hicieron desgraciado. Soy por nacimiento hijo de Agamenón, que fue caudillo de la Hélade por elección, no un tirano, aunque tuyo el poderío de un dios. No le avergonzaré, resignándome a una muerte servil, sino que con libre impulso |
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dejaré mi vida, y castigaré a Menelao. Conque si
alcanzamos una de las dos cosas, seremos felices. ¡Ojalá de alguna
parte llegara imprevista la salvación, para no morir tras haber
matado! Esto es lo que suplico. Porque es dulce expresar lo que
quiero, y regocijar mi espíritu gratuitamente con palabras aladas. |
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Electra.-
Escucha, pues.
También tú presta atención ahora. |
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Electra.- Cuando Helena haya muerto, si Menelao amenazara hacer algo contra ti, o contra éste, o contra mi —pues la amistad nos confunde en uno— dile que matarás a Hermione. Debes tener tu espada desenvainada junto al cuello de la muchacha. Y si Menelao te pone a salvo, implorando que su hija no muera, tras haber visto a Helena caída en la sangre, deja que quede en sus brazos su hija. Pero si, sin dominar su ánimo enfurecido, trata de atacarte, córtale también tú el cuello a la joven. Mas sospecho que él, si bien al principio estará muy frenético, |
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al cabo de un rato ablandará su furor, porque por su
natural no es ni duro ni valeroso. Ese recurso de salvación os
ofrezco para nosotros. Mi propuesta está dicha. |
1220 |
Orestes.-
¿En qué momento
va a llegar a palacio Hermione? Porque todo cuanto has dicho, con
tal que tengamos suerte, está muy bien, una vez que capturemos a ese
cachorro de un padre impío. |
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o da golpes en las puertas o envía al interior tus advertencias. Nosotros entrando armaremos nuestras manos con la espada para el último combate, [Pílades, ya que tú compartes todos mis esfuerzos]. Oh padre, tú que habitas la morada de la tenebrosa noche, tu hijo Orestes te llama para que acudas como auxiliador de quienes te necesitan! l Por tu causa, en efecto, sufro, triste de mi, injustamente. He sido vendido por tu propio hermano, tras ejecutar obras justas. Por eso quiero apoderarme de su esposa y matarla. ¡Sé tú nuestro colaborador en esto! |
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Electra.-
¡Oh padre, acude
ya, si oyes desde bajo la tierra a tus hijos que te llaman, que
mueren por ti! |
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Pues si las súplicas penetran bajo tierra, las
escucha. Tú, Zeus, antepasado nuestro y venerable Justicia,
concédenos el éxito a éste, a ésta y a mi. Pues es un combate único
para tres amigos, y única sentencia. [Nos toca a todos vivir o
morir.] |