360 |
¡Oh tú que condujiste una armada de mil naves contra
la tierra de Asia, salve! Vienes acompañado por la fortuna, ya que
has logrado de los dioses lo que pedías. |
370 |
y de qué muerte pereció a manos de su esposa, después de arribar con mi nave a Málea. Sobre las olas me lo anunció el adivino de los navegantes, intérprete de Nereo, Glauco, un dios infalible, que surgiendo a mi encuentro me dijo claramente: «Menelao, tu hermano yace muerto, atrapado en un último baño preparado por su esposa.» Y nos colmó a mi y a mis marineros de muchas lágrimas. Y apenas atraco en la zona de Nauplia, cuando ya desembarcaba a mi mujer, |
380 |
pensando en estrechar entre mis brazos a Orestes, el
hijo de Agamenón, y a su madre, como al encontrarlos en un feliz
momento, escuché de uno de los pescadores el asesinato impío de la
hija de Tindéreo. Y ahora, decidme muchachas, ¿dónde está el hijo de
Agamenón, que realizó esos terribles daños? Era, pues, un niño de
pecho en los brazos de Clitemestra entonces, cuando dejé el palacio
al partir hacia Troya, de modo que no le conocería aunque lo viera. |
390 |
Por propia decisión yo te expondré mis males. Pero
como primer gesto de saludo toco tus rodillas como suplicante,
desgajando las súplicas de mi boca falta de los ramos rituales.
¡Sálvame! Has llegado en el preciso momento crítico de mis
desdichas. |
400 |
Menelao.-
¡Qué desfigurado
te veo, contra lo que esperaba! |
410 |
Menelao.-
¿Cuándo
comenzaste con esa locura? ¿Qué día fue? |
420 |
Menelao.-
Ésas te
arrastran al delirio por el asesinato de un familiar. |
430 |
Menelao.-
¿Qué tiempo hace
que expiró tu madre? |
440 |
Menelao.-
¿Qué ciudadanos
presionan para echarte del país? |
450 |
Menelao.-
¿Para expulsaros
de la ciudad? ¿O de vida o muerte? |
460 |
y no disfrutes solo del prestigio que conseguiste; y
comparte también esos pesares a la vez, pagando los favores de mi
padre a quienes se los debes. De nombre pues, y no de hecho, son los
amigos que no son amigos en las desdichas. |
470 |
al presentarme ante sus ojos después de lo que he
hecho. Porque me crió de pequeño, y me colmó de besos, llevándome
por ahí en sus brazos como el hijo de Agamenón, y lo mismo hacía
Leda; me apreciaban ambos no menos que a los Dioscuros. Y a ellos,
¡oh triste corazón y alma mía!, les he dado un pago criminal. ¿Qué
sombra extenderé sobre mi cara? ¿Qué nombre colocaré ante mí, para
evitar las miradas de los ojos del anciano? |
480 |
a Menelao? Pues mientras derramaba libaciones sobre
la tumba de Clitemestra oí que ha arribado a Nauplia, regresando
salvo con su esposa después de muchos años. Guiadme. Porque quiero
colocarme a su diestra y abrazarle, como a un amigo que vuelvo a ver
después de largo tiempo. |
490 |
Menelao, ¿le diriges la palabra a ese maldito? |
500 |
Tindáreo.- ¿En presencia de éste puede llegarse a disputar de sabiduría? Si las acciones buenas y las malas son evidentes para todos, ¿qué hombre fue más insensato que él, quien no atendió a lo justo ni se atuvo a la ley común de los griegos? Pues, una vez que Agamenón exhaló su vida herido por mi hija en la cabeza, una acción de lo más abominable —que no aprobaré jamás—, él habría debido entablar un proceso criminal, |
510 |
prosiguiendo una acción legal legítima, y expulsar del palacio a su madre. Habría mostrado su prudencia en la desgracia, se hubiera amparado en la ley y habría sido piadoso. Ahora en cambio ha incurrido en la misma fatalidad que su madre. Pues, aunque justamente la consideró perversa, él se ha hecho más perverso al matarla..Te preguntaré, Menelao, sólo esto: si a uno le asesina la mujer que comparte su lecho, y el hijo de éste mata luego a su madre, y luego su hijo va a vengar el crimen con el crimen de nuevo, |
520 |
¿hasta dónde va a llegar el final de los males? Bien dispusieron eso nuestros antepasados de antiguo: a quien se encontraba reo de sangre no le permitían mostrarse ante los ojos de los demás ni salir a su encuentro, y dejaban que se purificase en el destierro, pero no lo mataban. Pues siempre habría uno incurso en el crimen, el que hubiera manchado su mano en el último derramamiento de sangre. Yo odio, desde luego, a las mujeres impías, y la primera a mi hija, que asesinó a su esposo. Y a Helena, tu esposa, jamás la alabaré, |
530 |
ni le dirigiría la palabra. No te envidio a ti que, a
causa de una perversa mujer, fuiste a la tierra de Troya. Pero
defenderé, en la medida de mis fuerzas, la ley, tratando de impedir
ese instinto bestial y sanguinario, que destruye de continuo el país
y las ciudades. |
540 |
Eres odiado por los dioses y expías el castigo de tu madre, desvariando entre delirios y terrores. ¿A qué tengo que oír de otros testigos lo que puedo ver ante mí? Ya lo ves, Menelao; ahora, no obres en contra de los dioses, en tu afán de ayudarle, sino que deja que sea ejecutado por los ciudadanos, a pedradas. O no pongas tu pie sobre tierra espartana. Al morir mi hija sufrió lo justo. Pero no era natural que muriera a manos de éste. Yo he sido en lo demás un hombre dichoso, |
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excepto por mis hijas. En eso no he tenido fortuna. |
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¿Qué iba a hacer? Enfrenta estas dos razones: mi
padre me engendró, tu hija me dio a luz, tras recibir la simiente de
otro como la tierra Sin padre no podría nacer un hijo. Decidí en
conclusión que era mejor intervenir en favor del fundador de la
estirpe que de la que había soportado la crianza. |
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Egisto era el esposo furtivo en el palacio. Lo maté; y sacrifiqué a mi madre, en una acción impía, pero en venganza de mi padre. En cuanto a esos motivos por los que amenazas que debo ser lapidado, escucha cómo he favorecido a toda Grecia. Si las mujeres, en efecto, llegaran a ese colmo de audacia de asesinar a sus maridos, buscándose un refugio frente a sus hijos, con excitar su compasión al mostrarles sus pechos, no tendrían ningún reparo en dar muerte a sus esposos, con cualquier pretexto a mano. Al ejecutar yo esa |
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barbaridad, según tú clamas, he acabado con tal costumbre. Justamente aborrecía, y maté, a una madre que, cuando su marido se ausentó del hogar en una expedición armada como caudillo de toda la tierra griega, le traicionó y no conservó intacto su lecho. Cuando se sintió culpable, no se puso un castigo a sí misma, sino que, para no rendir cuentas a su esposo, condenó a mi padre y lo asesinó. Tú, desde luego, anciano, al engendrar una hija perversa, acabaste conmigo. A causa de su audacia quedé privado de padre y me convertí en matricida. ¡Por los dioses! —En mal momento he aludido a los dioses, al sentenciar un crimen—. Si hubiera aprobado |
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con mi silenció las acciones de mi madre, ¿qué me habría hecho el muerto? ¿No me habría empujado en su odio a delirar entre las Erinias? ¿O las diosas acuden como aliadas en favor de mi madre, y no acuden a él, objeto de mayor injusticia? Ya ves, Telémaco no ha matado a la esposa de su padre. Pues ella no añadió un esposo en sustitución de su esposo, sino que su lecho sigue a salvo en su lugar. |
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Conoces a Apolo, que habita el ombligo de la tierra y da a los mortales un vaticinio clarísimo, a quien obedecemos en todo lo que él dice. Por obedecer maté a la que me dio la vida. ¡Consideradle impío a él e intentad darle muerte! Él fue quien erró, no yo. ¿Qué iba yo hacer? ¿Acaso no es suficiente el dios para borrar esa mancha de mí, cuando me descargo en él? ¿Adónde, pues, podría uno luego escapar, si el que me dio la orden no va a defenderme de la muerte? Así que no digas que esos actos no están bien hechos; |
610 |
sólo que no fueron felices para sus ejecutores.
¡Feliz vida la de aquellos mortales cuyo matrimonio ha resultado
bien! Cuantos no lo consiguieron acertar, son desdichados en su casa
y fuera. |
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que emprendí al venir a honrar la tumba de mi hija. Conque me voy a la asamblea convocada de los argivos y azuzaré a la ciudad, que no se opone, a que de grado os dé muerte por lapidación, a ti y a tu hermana. Ella merece aún más que tú morir, ella, que te ha enfurecido contra la que te dio a luz, trayendo a tus oídos repetidamente historias para irritarte más, contándote sus sueños con Agamenón, y denunciando esa unión con Egisto — ¡que ojalá odien los dioses de los infiernos, porque ya aquí era algo intolerable! — |
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hasta que inflamó el hogar con un fuego sin llamas.
Menelao, a ti te digo esto y lo cumpliré. Si en algo cuentas con mi
amistad y nuestro parentesco, no defiendas el crimen de éste,
contrario a los dioses. ¡Deja que sean muertos a pedradas por los
ciudadanos, o renuncia a pisar la tierra de Esparta! Después de oír
todo esto, pórtate como sabio, y no prefieras a unos impíos,
rechazando a tus amigos más piadosos. Llevadme lejos de esta casa,
servidores. |
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ante éste sin altercados, tras escapar a los de tu
vejez! Menelao, ¿a dónde revuelves tu paso en tu cavilación,
recorriendo un repetido camino con un vaivén de desasosiego? |
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y son más fáciles de entender. A mi tú, Menelao, nada me des de lo tuyo, pero devuélveme lo que tomaste y recibiste de mi padre. No me refiero a riquezas. Mi riqueza es que salves mi vida, que es el más preciado de mis bienes. Soy reo de injusticia. En pago de ese delito he de recibir algo injusto de ti. Pues también mi padre Agamenón reunió injustamente a Grecia y llegó hasta Ilión, no por su delito personal, sino tratando de remediar la falta y la injusticia de tu mujer. |
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Debes devolverme este favor, el uno a cambio del otro. Él había expuesto de verdad su cuerpo, como han de hacer los amigos por los amigos, aprestando el escudo a tu lado para que tú recobraras a tu esposa. Págame, pues, lo mismo que entonces recibiste, esforzándote durante un solo día, presentándote como nuestro valedor, sin cumplir tu carga durante diez años. En cuanto al sacrificio de mi hermana en Áulide, eso dejo que te lo ahorres. No mates tú a Hermione. Pues está bien que tú saques alguna ventaja cuando yo estoy en situación apurada, |
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como la que ahora me aflige, y que yo te la perdone. Pero concédeme, como favor a mi desventurado padre, mi vida [y la de mi hermana, doncella durante tanto tiempo]. Porque si muero dejaré huérfana la casa paterna. Dirás: es imposible. Ésa es la cuestión. Los amigos deben en las adversidades auxiliar a los amigos. Cuando el destino es favorable, ¿qué necesidad hay de amigos? Basta entonces la divinidad misma que quiere socorrernos. A todos los griegos les parece que amas a tu mujer —-y no lo digo por acosarte con lisonjas—, |
680 |
por ella te suplico. (Aparte) ¡Miserable en
mis desdichas, a qué extremos llego! ¿Y qué? He de apurar mi pena.
Por nuestra casa toda suplico esto. ¡Tío, hermano de sangre de mi
padre, piensa que el muerto escucha bajo tierra estos ruegos, que su
alma revolotea sobre ti, y que te dice cuanto yo te digo! [Eso entre
lágrimas y sollozos y desdichas.] Te lo dejo expuesto y te reclamo
nuestra salvación, persiguiendo lo que todos anhelan, y no sólo yo. |
690 |
que prestes ayuda a los necesitados. Tú puedes
hacerlo. |
700 |
En combate no podemos, desde luego, vencer al pelásgico Argos. Pero si podemos conseguirlo con suaves palabras, ahí tocamos la esperanza. Pues, con pocos medios, ¿cómo puede uno conseguir las grandes cosas? [Necio es incluso el pretenderlo con esfuerzos.] Cuando el pueblo se subleva enfurecido, es parecido a un fuego salvaje para apagarlo. Pero si uno con calma cede y le suelta cuerda mientras él se precipita, aguardando el momento oportuno, probablemente lo verá desfogarse. |
710 |
Y cuando relaja sus ímpetus, fácilmente puedes conseguir de él lo que quieras. Hay en el pueblo compasión y hay también una tremenda capacidad de apasionamiento, un elemento apreciadísimo para el que sabe aguardar la ocasión. Yendo a Tindáreo intentaré en tu favor persuadirle a él y a la ciudad de que moderen su excesivo encono. Porque también la nave que tensa las velas con violencia en su cordaje, hace agua, pero se yergue de nuevo en cuanto uno relaja las cuerdas. La divinidad odia los apasionamientos excesivos, y los odian los ciudadanos. He de recurrir —no lo niego— a la astucia, no a la violencia, para salvarte de los más poderosos. |
720 |
Por la fuerza, de ese modo en el que tú tal vez
piensas, no te salvaría. Pues no es fácil con una sola lanza erigir
trofeos de victoria de los males que te acosan. Jamás hemos abordado
la tierra de Argos con humildad. Pero ahora es forzoso. [De sabios
es esclavizarse al azar.] (Menelao sale.) |
730 |
y dejas en olvido los favores de Agamenón! ¡Te quedas
sin amigos, padre, en tu infortunio! ¡Ay de mí! Estoy traicionado, y
ya no hay esperanzas de dirigirme a cualquier otro lado para escapar
de la muerte a manos de los argivos. Ése era para mí el reducto de
salvación. Pero veo ahí al más querido de los mortales, Pílades, que
viene a la carrera desde Fócide. ¡Dulce visión! Un hombre fiel en
medio de las desgracias es más grato de ver que la bonanza a los
navegantes. |
740 |
para tratar de daros muerte de inmediato a ti y a tu
hermana. ¿Qué pasa? ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo estás, el más querido
de mis camaradas, de mis amigos y de mis parientes? Todo eso eres tú
para mí. |
750 |
Pílades.-
¿Y ha vuelto
trayendo en su nave a su perversísima esposa? |
760 |
Pílades.-
¿Hablas de
Tindáreo? Probablemente enfurecido contra ti a causa de su hija. |
770 |
Pílades.-
He visto las
calles de la ciudad obstruidas por las armas. |
780 |
Pílades.-
No les incumbe
castigarme a ellos, sino al país de los focenses. |
790 |
Orestes.-
¿Entonces voy a
ir? |
800 |
Orestes.-
Que las diosas
no me retengan con su aguijón |
|
Que yo te conduciré a través de la ciudad, sin el
menor reparo a los ciudadanos y sin avergonzarme nada por ello.
¿Cómo, pues, demostrar que soy tu amigo, si no te socorro en las
tremendas angustias en que estás? |