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(El pedagogo regresa con los niños.)
PED.- Señora, he aquí a tus hijos liberados del destierro; la joven reina ha recibido con gusto los regalos en sus manos. En aquella casa hay paz para tus hijos. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan confundida cuando la fortuna te sonríe? [¿Por qué vuelves hacia atrás tu mejilla y no recibes alegre mis palabras?]
MED.- ¡Ay, ay!
PED.- Tus lamentos no armonizan con mis noticias.
MED.- ¡Ay, ay, una vez más!
PED.- ¿Te he anunciado sin saberlo una mala noticia? ¿He errado en mi suposición de que te traía una nueva feliz?

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MED.- La noticia es tal como es. No te reprocho nada.
PED.- ¿A qué vienen esos ajos bajos y ese torrente de lágrimas?
MED.- Una gran necesidad me obliga a ello, anciano, pues lo que va a suceder lo han tramado los dioses y mi locura.
PED.- ¡Ánimo! También tú regresarás un día con la ayuda de tus hijos.
MED.- Antes haré regresar hacia abajo yo a otros
[64], ¡desdichada de mí!
PED.- No eres la única que ha sido separada de sus hijos. Un mortal debe soportar los azares adversos como si no le pesaran.
MED.- Así lo haré. Entra tú dentro de la casa  y procura a los niños lo que necesiten para cada día. (El pedagogo abandona la escena.)

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¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa, en la que, después de abandonarme en mi desdicha, viviréis siempre, privados de Vuestra madre. Yo me voy, desterrada hacia otra tierra, antes de haber gozado de vosotros y de haberos visto felices, antes de haberos dado una esposa, de haber adornado vuestro lecho nupcial y haber mantenido en alto las antorchas[65]. ¡Oh desgraciada de mí por mi orgullo! En vano, hijos, os he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos,

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soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais piadosamente con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento. Privada de vosotros, arrastraré una vida triste y dolorosa. Vosotros no veréis más a vuestra madre con vuestros queridos ojos, pues - estáis a punto de cambiar a otra forma de vida[66]. ¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos, hijos?

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¿Por qué sonríes, como si fuese vuestra última sonrisa? ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón desfallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos. No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes. Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿ Por qué, por afligir a su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme a mi misma un mal doble? ¡No y no! ¡Adiós a mis planes! Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos?

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Tengo que atreverme. ¡ Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos. A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará. ¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio de tus hijos! Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría. ¡No, por los vengadores subterráneos del Hades! Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a enemigos

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para recibir un ultraje. [Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que lo es, los matare yo que les he dado el ser.] Está completamente decidido y no se puede evitar. Ahora, con la corona sobre su cabeza y vestida con el. peplo, la joven reina se está muriendo, estoy segura. Y bien, puesto que me dirijo por el camino más penoso y a ellos los voy a enviar por uno más penoso aún, deseo despedirme de mis hijos. (Los niños vuelven a aparecer en escena.) Dadme, hijos míos, dadme vuestra mano derecha, para que vuestra madre la cubra de besos.

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¡Oh mano queridísima, boca queridísima, rasgos y noble rostro de hijos! ¡Que seáis felices, pero allí![67]  Vuestro padre os ha privado de la felicidad de aquí. ¡Oh dulce abrazo, oh suave piel y aliento dulcísimo de mis hijos! Idos,  idos. (Los aleja de si e indica que los lleven dentro de casa.) ¡ No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros mi mirada, me vencen mis desgracias! Si, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales.

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CORIFEO.- Ya en muchas ocasiones me he adentrado en el camino de los razonamientos sutiles y me he enfrentado con disputas mayores de las que debe abordar el género femenino. Y es que nosotras también poseemos una Musa que nos acompaña en busca de la sabiduría, pero no todas, pues en el linaje de las mujeres, entre muchas quizá hallarías sólo una pequeña parte que no sea ajena al don de las Musas. Y afirmo que aquellos de los mortales

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que no conocen en absoluto la procreación de hijos superan en felicidad a los que los han engendrado. Los que no poseen hijos, por desconocer si ellos proporcionan alegría o tristeza a los mortales, al no haber llegado a tenerlos se libran de muchos pesares. Pero aquellos que tienen en su casa un dulce plantel de hijos, los veo todo el tiempo atormentados por su cuidado,

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pensando primero de qué modo los educarán mejor y de dónde les dejarán a ellos un modo de vida y, además de esto, si se están esforzando por hijos malos o por buenos, lo cual es una cosa incierta. Y ahora voy a decir el peor de todos los males para los mortales: supongamos que ya han encontrado suficientes recursos, que han llegado a la flor de la juventud y que han resultado ser buenos; si, a pesar de ello, el destino así lo impone, la muerte los encamina hacía Hades

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llevándose sus cuerpos. ¿Qué utilidad proporciona a los mortales que los dioses, por el ansia de tener hijos, añadan a los que ya poseen este dolor, el más cruel de todos?
MED.- Amigas, desde hace tiempo estoy esperando el desenlace y espío lo que en palacio estará sucediendo. Pero he aquí que veo avanzar a uno de los sirvientes de Jasón. Su jadeo anhelante indica que viene a anunciamos una nueva desgracia.

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MENSAJERO.- ¡Oh tú que has cometido una acción terrible y fuera de la ley, Medea, huye, huye por el medio que sea, por mar o por tierra!
MED.- ¿ Pero qué ocurre para que tenga que emprender esta huida?
MEN.- Han muerto la joven princesa y Creonte, su padre, por causa de tus filtros.
MED.- Me has anunciado una noticia bellísima; en adelante te tendré entre mis bienhechores y amigos.
MEN.- ¿Qué dices? ¿Estás cuerda y no demente, mujer? Tú que has ultrajado el hogar de los príncipes,

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¿te alegras y no tiemblas al oír esta noticia?
MED.- Podría perfectamente responder a tus palabras, pero no te excites, amigo, y habla. ¿Cómo han muerto  Pues dos veces me causarías alegría si hubieran muerto del modo más terrible.
MEN.- Cuando la doble descendencia de tus hijos llegó con su padre y franquearon el umbral de la morada nupcial, nosotros, los esclavos, nos alegramos, pues estábamos agobiados por tus males. Al punto, de oído en oído se repetía como un susurro que tú y tu esposo habíais cesado en vuestra disputa anterior.

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Uno besa la mano, otro el rubio cabello de tus hijos y yo mismo, lleno de gozo, acompañé a los niños hasta la habitación de las mujeres[68]. La señora que honrábamos ahora en tu lugar, antes de haber visto a la pareja de tus hijos lanzó a Jasón una mirada apasionada, pero luego ocultó sus ojos y volvió hacia atrás su blanca mejilla, molesta ante la entrada de tus hijos. Y tu esposo intentaba aplacar el furor y la uso cólera de la joven,

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diciéndole: «¿No vas a ser acogedora con mis seres queridos? ¿Cesarás en tu furor y volverás hacia nosotros la cabeza, considerando amigos a los que antes lo eran de tu esposo? ¿No vas a  aceptar los regalos y pedir a tu padre que, en consideración a mi, libere a mis hijos del destierro?» Y ella, cuando vio el regalo, no se resistió, sino que concedió todo a su esposo y, antes de que se hubieran alejado mucho de la casa el padre y los hijos, tomando los abigarrados peplos se los puso y, colocándose la corona de oro sobre sus bucles,

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adorna su cabello delante de un brillante espejo, sonriendo ante la aparición de la imagen sin vida de su cuerpo. Y después, levantándose de su trono, pasea por la habitación, caminando graciosamente con su blanquísimo pie, rebosante de alegría por los regalos, y una y otra vez dirige hacia atrás su mirada curiosa sobre sus talones, poniéndose de puntillas[69] . Pero entonces tuvo lugar un espectáculo horrible de ver: cambiando el color, retrocede inclinada, con todos sus miembros temblorosos, y apenas sí le da tiempo a reclinarse en su trono para no caer a tierra.

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Y una criada anciana, creyendo que se trataba de un acceso de furor de Pan o de algún dios[70]  dio un alarido de conjuro, antes de ver que, a través de su boca, corría blanca espuma y que las pupilas de sus ojos daban -vueltas y que la sangre abandonaba su cuerpo; al alarido de conjuro le siguió entonces un gran lamento. Al punto, una se precipita a la casa de su padre, otra a la de su nuevo esposo, para comunicarle la desgracia de su esposa, y todo el palacio resuena por las apretadas carreras.

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Ya, con paso ligero, un corredor rápido habría recorrido los seis pletros del estadio y alcanzado su final[71], cuando ella se recobró de su estado de mudez y volvió a abrir sus ojos cerrados, después de lanzar un grito terrible. Una doble plaga se había lanzado contra ella: la corona de oro que rodeaba su cabeza lanzaba un prodigioso torrente de fuego devastador, y los sutiles peplos, regalo de tus hijos, devoraban la blanca carne de la desdichada. Intenta huir, levantándose del trono abrasada,

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sacudiendo su cabello y su cabeza a un lado y a otro, queriendo arrojar la corona, pero las uniones del oro estaban firmemente engarzadas y el fuego, cuanto más sacudía sus cabellos, en lugar de extinguirse redoblaba su fulgor. Y ella cae por fin al suelo, vencida por la desgracia, totalmente irreconocible, excepto para su padre. No se distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino[72],

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bajo los invisibles dientes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Todas teníamos miedo de tocar el cadáver, pues su desgracia nos servía de maestro. Mas su infortunado padre, sin conocer su calamidad, entrando de improviso en la casa, se arroja sobre el cadáver. Al punto estalla en gemidos y, rodeándola con sus brazos, la besa mientras dice: <¡Oh hija desdichada!, ¿qué dios te ha perdido de una forma tan ignominiosa? ¿Quién ha dejado huérfano de ti a un anciano, a una tumba?[73] . ¡Ay de mi! ¡Deseo acompañarte en la muerte, hija! »

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Y cuando cesó en sus lamentos y sollozos, aunque intentaba levantar su anciano cuerpo, quedó adherido, como hiedra a ramas de laurel, a los sutiles peplos, y una lucha terrible se desarrolIaba, pues él quería levantar su rodilla, pero ella lo retenía. Y si tiraba con fuerza, arrancaba sus ancianas carnes de los huesos. Por fin renunció, y el desgraciado entregó su vida, pues no pudo derrotar al mal. La hija y el anciano padre yacen muertos

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uno al lado del otro, desgracia que merece lágrimas. (A Medea.) Rehúso decir palabra alguna de aquello que te concierne, pues tú misma sabrás el medio de huir del castigo. No es la primera vez que considero la condición humana una sombra y  valientemente podría decir que, de los mortales, los que pasan por sabios e indagadores de conocimientos, ésos son los que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama,  uno podrá ser más afortunado que otro, pero no feliz.

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CORIFEO.- La divinidad parece que en este día ha acumulado con justicia, muchas desgracias sobre Jasón. [¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de Hades por tu boda con Jasón!]
MED.- Amigas, mi acción está decidida: matar cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano mas ostil que los mate. Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que es preciso,

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los mataré yo que los he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has dado a luz! ¡Olvídate por un breve instante de que son tus hijos y luego... llora! Porque, aunque los mate, ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una mujer desdichada.
Entra en la casa.

[61] Alusión a la diadema de oro que ha de causarle la muerte.

[62] Es decir, la diadema de la muerte.

[63] El poeta quiere indicar, con esta frase, que Jasón se engaña respecto a la suerte que caerá sobre él por su malvada acción. Otros opinan que hace referencia a su situación presente de príncipe feliz.

[64] Es decir, a las moradas infernales. Estamos ante un juego de palabras basado en el doble significado del verbo kateimi “regresar” y “descender”.

[65] Según la costumbre griega, la madre de la esposa acompañaba al cortejo nupcial con una antorcha encendida, y la madre del esposo recibía al cortejo también con una antorcha ardiendo.

[66] Eufemismo por muerte.

[67] En el reino de los muertos.

[68] La enorme alegría que siente el sirviente le lleva a olvidar la prohibición de entrar en la habitación reservada a las mujeres.

[69]Eurípides refleja a la perfección los gestos y los ademanes de la coquetería femenina.

[70] Los antiguos atribuían los inesperados ataques dc cualquier enfermedad a accesos de turbación originados por alguna divinidad mas o menos orgiástica, como sucede en el caso del dios Pan.

[71] La distancia de un estadio griego es de seis pletros, unos 185 metros.

[72] Atrevida y hermosisima metáfora que compara la carne que se va desgarrando por el fuego y el calor producido por el veneno a las gotas de resma que, por influjo del intenso calor del verano, caen en forma líquida, como si de lágrimas se tratase.

[73] El escoliasta comenta que se solía llamar a los ancianos “tumba”, por estar ya en el umbral de la muerte.