220

MED.- (Aparece en escena y se dirige al Coro) Mujeres corintias, he salido de mi casa para evitar vuestros reproches, pues yo conozco a muchos hombres soberbios de natural —a unos los he visto con mis propios ojos, y otros son ajenos a la casa— que, por su tranquilidad, han adquirido mala fama de indiferencia. Es evidente que la justicia no reside en los ojos de los mortales, cuando, antes de haber sondeado con claridad el temperamento de un hombre,

230

odian sólo con la vista, sin haber recibido ultraje alguno. El extranjero debe adaptarse a la ciudad, y no alabo al ciudadano de talante altanero que es molesto para sus conciudadanos por su insensibilidad. En cuanto a mí, este acontecimiento inesperado que se me ha venido encima me ha partido el alma. Todo ha acabado para mí y, habiendo perdido la alegría de vivir, deseo la muerte, amigas, pues el que lo era todo para mi, no lo sabéis bien, mi esposo, ha resultado ser el más malvado de los hombres. De todo lo que tiene vida y pensamiento,

240

nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo[21]. Y cuando una se encuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, para saber cuál es el mejor modo de comportarse con su compañero de lecho.

250

Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el ‘xito y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos, sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón [yendo a ver a algún amigo o compañero de edad]. Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mirar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo,

260

que dar a luz una sola vez. Pero el mismo razonamiento no es válido para ti y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa paterna, una vida cómoda y la compañía de tus amigos. Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes de un hombre que me ha arrebatado como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi desgracia[22] . Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo siguiente: si yo descubro alguna salida,

270

algún medio para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece,’[a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado por esposa], cállate. Una mujer suele -estar llena de temor y es cobarde para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina.
CORIFEO.- Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te duelas de tu infortunio. Pero estoy viendo a Creonte, señor de esta tierra, que se acerca, mensajero de.nuevas decisiones.

280

CREONTE.- A ti, la de mirada sombría y enfurecida contra tu esposo, Medea, te ordeno que salgas desterrada de esta tierra, en compañía de tus dos hijos y que no te demores. Ya que yo soy el árbitro de esta orden, no regresaré a casa antes de haberte expulsado fuera de los límites de esta tierra.
MED.- ¡Ay, estoy completamente perdida, desgraciada de mi! Mis enemigos despliegan todas las velas y no hay desembarco accesible para escapar a esta desgracia . Mas, a pesar de mi situación desfavorable, voy a hacerte una pregunta.

290

¿ Por qué me expulsas de esta tierra, Creonte?
CRE.- Temo que tú, no hay por qué alegar pretextos, causes a mi hija un mal irreparable. Muchos motivos . contribuyen a mi temor: eres de naturaleza y experta en muchas artes maléficas, y sufres verte privada del lecho conyugal. Oigo decir que amenazas, así me lo refieren, con hacer algo contra padre que ha concedido en matrimonio a su hija, el esposo y la esposa. Antes de que esto suceda, tomaré mis precauciones. Preferible es para mí atraerme ahora tu odio, mujer,

300

que llorar luego amargamente mi blandura.
MED.- ¡Ay, ay! No es ahora la primera vez, sino que ya me ha ocurrido con frecuencia, Creonte, que te ha dañado mi fama y procurado grandes males
[23]. Nunca hombre alguno, dotado de buen juicio por naturaleza, debe hacer instruir a sus hijos por encima de lo normal, pues, aparte de ser tachados de holgazanería, se ganarán la envidia hostil de sus conciudadanos. Y si enseñas a los ignorantes nuevos conocimientos, pasarás por un inútil, no por un sabio. Si, por el contrario, eres considerado superior a los que pasan por poseer conocimientos variados,

310

parecerás a la ciudad persona molesta[24] . Yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para unos ... [...(304)] y para otros hostil. Y la verdad es que no soy sabia en exceso. Como quiera que sea, tú tienes miedo de que yo te proporcione algún daño. No tiembles ante mí, Creonte, no estoy en condiciones de cometer un error contra los soberanos. Y además, ¿en qué me has ofendido tú? Diste a tu hija a quien te placía. A mi esposo

320

es a quien odio, pero tú, así lo creo, has obrado con sensatez. No siento envidia ahora de que todo te salga bien. Celebrad la boda, que os acompañe la felicidad, pero permitidme habitar esta tierra. Mantendré en silencio la injusticia recibida, pues he sido vencida por quienes son más poderosos.
CRE.- Dices cosas dulces de oír, pero temo que dentro de tu mente maquines contra mí algún mal y ahora confío en ti menos que antes, pues de una mujer de ánimo irritado, lo mismo que de un hombre, es más fácil guardarse que de un sabio silencioso.

330

¡Vete lo más rápido que puedas y no hables más! Así se ha decidido y ningún artificio te valdrá para quedarte entre nosotros, ya que eres enemiga nuestra.
MED.- (Abrazándose a sus rodillas en señal de súplica.) ¡No, te lo suplico por tus rodillas y por tu hija recién casada!
CRE.- Gastas palabras. No lograrás convencerme nunca.
MED.- ¿Vas a echarme sin tener en consideración mis súplicas?
CRE.- No te quiero a ti más que a mi casa.
MED.- ¡Oh patria, cómo me embarga tu recuerdo!
CRE.- Fuera de mis hijos, nadie hay más querido para mí.
MED.- ¡Ay, ay, qué gran mal son los amores para los mortales!

340

CRE.- Depende, creo, de cómo se presenten las circunstancias.
MED.- ¡Zeus, ojalá no te pase desapercibido el culpable de estas desgracias!
CRE.- ¡Vete, insensata, y líbrame de este sufrimiento!
MED.- Yo soy la que sufro sin tener necesidad de ello.
CRE.- (Haciendo un gesto a los hombres de su escolta.) Rápido, si no quieres ser expulsada a la fuerza por mis servidores.
MED.- Eso no, Creonte, te lo ruego.
CRE.- Vas a ocasionarnos molestias, según parece, mujer.
MED.- Me marcharé. No es eso lo que suplico conseguir de ti.
CRE.- ¿Por qué opones resistencia y no te alejas de esta tierra?
MED.- Déjame permanecer un solo día

350

y pensar de qué modo me encaminaré al destierro y encontrar recursos para mis niños, ya que su padre no se digna ocuparse de sus hijos. ¡Compadécete de ellos! Tú también eres padre y es natural que tengas benevolencia. Por mí no siento preocupación ni por mi destierro, pero lloro por aquéllos y por su infortunio.
CRE.- La naturaleza de mi voluntad no es la de un tirano y la piedad muchas veces me ha sido perjudicial. Ahora veo que me equivoco, mujer,

360

y, sin embargo, obtendrás lo que deseas. Pero te prevengo que, si mañana la antorcha del dios[25]  te ve a ti y a tus hijos dentro de los confines de esta tierra, morirás. Lo que te acabo de decir no es falso. Y ahora, si debes quedarte, quédate un día, pues no podrás llevar a cabo ninguna de las acciones que me aterran.
(Creonte abandona la escena)
CORIFEO.-
¡Desgraciada mujer! ¡Ay, ay, triste por tus pesares! ¿A dónde te dirigirás? ¿A qué hospitalidad vas a recurrir? ¿En qué casa o tierra hallarás la salvación de tus desgracias?

370

¡Cómo te ha sumergido la divinidad en un oleaje infranqueable de males! [26].
MED.- La desgracia me asedia por todas partes. ¿Quién lo negará? Pero esto no se quedará así, no lo creáis todavía. A los recién casados aún les acechan dificultades, y a los suegros no pequeñas pruebas. ¿Crees que yo habría adulado a este hombre, si no fuera por provecho personal o maquinación? Ni siquiera le hubiera dirigido la palabra ni tocado con mis manos.

380

Pero él ha llegado a tal punto de insensatez que, habiendo podido arruinar mis proyectos expulsándome de esta tierra, ha consentido que yo permaneciera un día, en el que mataré a tres de mis enemigos, al padre, a la hija y a mi esposo. Tengo muchos caminos de muerte para ellos, pero no sé, amigas, de cuál echaré mano primero. Prenderé fuego a la morada nupcial o les atravesaré el hígado con una afilada espada, penetrando en silencio en la habitación en que está extendido su lecho.

390

Un solo inconveniente me detiene: si soy cogida en el momento de atravesar el umbral y dar, el golpe, mi muerte será el hazmerreír de mis enemigos. Lo mejor es el camino directo, en el que soy muy hábil por naturaleza: matarlos con mis venenos. Bien. Ya están muertos. ¿Qué ciudad me acogerá? ¿Qué huésped, ofreciéndome su tierra como asilo y su casa como garantía, protegará mi persona? Ninguno. Pero puesto que aún puedo  permanecer breve tiempo, si se me muestra un refugio seguro,

400

con astucia y en silencio me encaminaré al crimen, pero si una desgracia sin remedio me expulsa de la ciudad, yo misma con la espada en la mano, aunque vaya a morir, los mataré y recurrire a la audacia más extremada. No, por la soberana a la que yo venero  por encima de todas y a la que he elegido como cómplice, por Hécate[27],. que habita en las profundidades de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar dolor a mi corazón. Yo haré que sus bodas  sean amargas y dolorosas, amarga su alianza y el exilio  que me aleja de mi tierra.

 

Mas, ea, no ahorres ninguno de tus conocimientos,- Medea, en tus planes y artimañas. Avanza hacia tu acción terrible, ahora debes dar prueba de tu valor. Ves el trato que recibes. No debes pagar el tributo del escarnio en la boda de Jasón  con una descendiente de Sísifo[28], tú, hija de un noble padre y progenie del Sol[29]. Tú eres hábil y, además, las mujeres somos por naturaleza incapaces de hacer el bien, pero las más hábiles artífices de todas las  desgracias.

[21] Ejemplo de la situación de inferioridad en que se encontraba la mujer en Atenas, si bien Eurípides evidencia aquí un notorio anacronismo, ya que en el siglo y la mujer podía divorciarse del marido con el patrocinio del arconte, aunque esto la desacreditaba.

[22] Típica metáfora euripídea basada en la comparación con el lenguaje marinero.

[23] Medea tenía merecida fama de sabia y de maga.

[24] En todo este pasaje hallamos claras alusiones al peligro que corre el filósofo en su actuación ante el vulgo, argumento que era tratado también en su tragedia Antiope. En el fondo se debate el problema de la utilidad o inutilidad del sabio para la comunidad, lo cual prueba lo cercano que estaba ya el divorcio de la unión sabio-comunidad. Esto lo sabia pei-fectamente Eurípides, llamado, con razón, el filósofo de la escena.

[25] Se refiere al Sol.

[26] Otra nueva metáfora marinera.

[27] Hécate es una divinidad infernal de la magia. En el idilio II de TEÓCRIT0 es relacionada con Circe y Medea.

[28] La expresión descendiente de Sisifo apunta a los corintios y en particular a la hija de Creonte, que descendía de Sísifo.

[29] Medea es progenie del Sol, y de aquí el frecuente epíteto “el Sol, padre de mi padre”, dado que, según la mitología, es nieta de Helio.

[30] Frase proverbial empleada también por Esquilo y que expresa, según Hesiquio, una subversión de las leyes naturales. El adjetivo ‘sagrado’ aplicado a los ríos muestra una supervivencia de un animismo primitivo que creía que en cada río se ocultaba una divinidad a la que se debía rendir culto.