(Aparece Apolo.)
APO.- ¡Fuera -os lo ordeno- de esta casa! ¡Pronto! ¡En marcha! ¡Apartaos de la gruta profética,

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no vaya a ser que recibáis una blanca y alada sierpe que salga de la cuerda de oro de mi arco y que, de dolor, arrojéis negra espuma sanguinolenta al vomitar coágulos de sangre que arrancasteis de seres humanos! No es adecuado que os acerquéis siquiera a esta casa, sino a los lugares donde se ejecutan penas capitales o saltar los ojos, donde hay degüellos, donde estropean la virilidad de los púberes con aniquilación de su semen, donde hay mutilaciones de extremidades, donde musitan su largo lamento los empalados.

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¿Sabéis que, por tener vuestro amor en fiestas así, sois despreciadas por los dioses? Todo el aspecto de vuestra figura lo delata. Justo es que seres así habiten la cueva de algún león que se atraca de sangre, en lugar de contaminar a los que se acercan a los oráculos. ¡Marchaos ya, rebaño sin pastor! ¡Ninguno de los dioses quiere bien a un hato de esa calaña!
CORIFEO.- Príncipe Apolo, escucha también a tu vez.. Tú, en persona, no eres el cómplice de esto, sino que todo lo hiciste como el único culpable que eres.

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APO.- ¿Cómo es eso? Alarga sobre ello tu discurso.
CORIFEO.- Profetizaste de modo que el extranjero matara a su madre.
APO.- Profeticé que procurara venganza a su padre. ¿Y qué?
CORIFEO.- Y te constituiste en defensor del autor del inaudito asesinato.
APO.- Y le ordené que viniera a este templo como suplicante.
CORIFEO.- ¿Y encima nos injurias, a las que lo acompañamos?
APO.- Porque no os está permitido entrar a este templo
CORIFEO.- ¡Pero ésa es la misión que se nos ha asignado!
APO.- ¿Qué misión es ésa? ¡Presume de tu honroso privilegio!
CORIFEO.- Echar de sus casas a los matricidas.

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APO.- ¿También si se trata de una mujer que haya matado al marido?
CORIFEO.- No puede admitirse que haya un asesino de la misma sangre con su propia mano.
APO.- ¡Les has quitado todo el valor y has reducido a nada las promesas de fidelidad hechas a Hera, la diosa que da cumplimiento a las bodas, y a Zeus. También privas de honor con tus palabras a Cipris, de la que les nace a los mortales todo lo más grato. Si, el lecho conyugal que asigna el destino al esposo y la esposa tiene más fuerza que un juramento, porque está custodiado por la justicia. Si, con los que se matan entre sí, te muestras remisa en castigarlos y mirarlos con ira,

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niego que persigas con justicia a Orestes. Sé que unas cosas tú te las tomas muy a pecho, mientras que en otras -es evidente- actúas con más calma. Pero en esta causa entenderá la diosa Palas.
CORIFEO.- No abandonaré a ese hombre jamás.
APO.- Tú persíguelo. Tómate más trabajo.
CORIFEO.- No me recortes mis privilegios con tus palabras.
APO.- No aceptaría yo tener tus prerrogativas.
CORIFEO.- Pues, aunque se diga de ti que tienes influencia ante el trono de Zeus, yo, puesto que me guía la sangre de una madre, perseguiré en justicia a ese hombre.

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Y seré para él un cazador con una jauría.
APO.- Y yo ayudaré y salvaré a mi suplicante, porque, tanto entre mortales como entre dioses, será terrible la ira que originará, si lo abandono por mi voluntad.
(Apolo desaparece dentro del templo. El Coro se retira por un lateral. Mutación. La escena representa ahora la colina del Areópago, en Atenas. Hay un templo y una estatua de Atenea. Entran en escena Hermes y Orestes, que se abraza a la estatua
.)
ORE.- Soberana Atenea, vengo por órdenes de Loxias. Acepta al autor de un hecho inolvidable, pero que no llega en súplica de purificación ni con las manos manchadas de sangre, sino agotado y gastado junto a casas ajenas y rutas de mortales. Luego de atravesar por igual tierra firme y mares,

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en cumplimiento de órdenes proféticas de Loxias, me acerco a tu templo y a tu imagen, diosa, y aquí, abrazado, aguardo el final del proceso.
(Entra el Coro, siguiendo el rastro de Orestes, pero sin descubrir, de momento, su presencia.)
CORIFEO.- ¡Bien! Aquí hay una señal evidente de nuestro hombre. Así que sigue las indicaciones del mudo delator. Porque, lo mismo que un perro a un cervatillo herido, seguimos su rastro por la sangre que va goteando. Por las muchas fatigas que ya me agotan, mis pulmones jadean. He recorrido todos los lugares de la tierra, y, con vuelos sin alas por encima del mar,

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vine aquí persiguiéndolo más veloz que una nave.
CORO.- Mira, mira bien otra vez. Miradlo todo, no vaya a ser que, sin que nosotras nos demos cuenta, se vaya huyendo el matricida y sin castigo.
(Descubren a Orestes.)
Ahí está y tiene, sí, una nuevas defensa: abrazado a la estatua de la diosa inmortal, quiere someterse a proceso por la acción de sus manos.

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Pero esto no es posible. Si se vierte en la tierra la sangre de la madre, ya no es posible recogerla-¡nunca!-, que, al derramarse en el suelo el líquido, desaparece. Preciso es que nosotras chupemos del interior de los miembros de tu cuerpo vivo la roja ofrenda de sangre que debes darnos en compensación. ¡Ojalá saque de ti el alimento de una bebida que es difícil que beba otro! Y, cuando ya te haya dejado seco, te llevaré vivo allá abajo, <para que> pagues con los tormentos que son castigo infligido a los matricidas. Y allí verás tú que, si algún otro de los mortales, pecó de impiedad

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contra un dios, contra un huésped o contra sus padres, cada cual tiene la pena que en justicia le corresponde, pues, bajo la tierra, es Hades un juez riguroso para los mortales: todo lo ve y en su mente lo tiene grabado.
ORE.- Como yo he aprendido con las desgracias, sé muchos ritos de purificación, y cuándo es justo hablar y cuándo callar. Pero en este asunto un sabio maestro me ordenó que hablase. Se adormece y se va marchitando en mi mano la sangre

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y ya está lavada la mancha de haber dado muerte a mi madre, pues, cuando aún estaba fresca, fue expulsada junto al hogar de un dios, de Febo, mediante ceremonias purificadoras, con el sacrificio de un lechón. Largo sería mi relato desde el comienzo: ¡a cuántas personas me he acercado sin que mi compañía les causara daño!, [que todo lo va borrando el tiempo, conforme pasa]. Y ahora, con mi boca libre de mancha, invoco lleno de piedad a la reina de este país, a la diosa Atenea, para que venga a ser mi defensora. Sin necesidad de usar la lanza, ganará en mí, en mi país y en el pueblo argivo,

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pues así es justo, un aliado fiel, y para siempre. Si, en parajes de Libia, próxima a la corriente del Tritón[15], lugar de su nacimiento, levanta su pie de forma visible, o invisible por estar acudiendo en socorro de sus amigos[16], o, si, cual héroe esforzado que es jefe, está inspeccionando la llanura de Flegra[17], ya que me oye incluso de lejos por ser una diosa, ¡que venga aquí, para que me libere de mis penas!
CORIFEO.- ¡No en absoluto! Ni Apolo ni la fuerza de Atenea pueden salvarte. De modo que no te hagas ilusiones

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de que no vas a ir a tu ruina, abandonado, sin llegar a saber dónde está la alegría del alma, exangüe, por haber sido pasto para estas diosas, en fin, un espectro. (Orestes escupe con desprecio.) ¿No me contestas, sino que escupes con desprecio cuando te hablo, a pesar de haber sido criado y consagrado a mí como víctima? ¡En vivo me vas a ofrecer el festín, sin ser degollado junto al altar! ¡Ahora vas a escuchar la canción, a cuyo compás voy a atarte!

[15] Tritón es una deidad acuática. Es hijo de Poseidón y Anfitrite. Se le vincula a un río o al lago Tritónide, en Libia.

[16] Texto difícil de explicar. Quizá puede sugerir que la diosa está caminando en ese momento en son de paz o que acuda a una lucha, haciéndose visible sólo a sus protegidos.

[17] En Calcídica.