1230 |
(Sale de palacio el mensajero) |
1240 |
De
los sufrimientos los que más afligen son los que uno mismo ha
escogido. |
1250 |
Apenas ha atravesado el vestíbulo se precipita, furiosa, poseída, al punto hacia la habitación nupcial, arrancándose los cabellos con ambas manos; entra, cierra como un huracán las puertas y llama por su nombre a Layo, fallecido hace tanto tiempo, en el recuerdo del hijo que antaño engendró y en cuyas manos había de hallar la muerte; a Layo, que había de dejar a su hijo la que le parió, para que tuviese de ella una siniestra prole. Gemía sobre la cama en la que había tenido, de su marido, un marido, e hijos de su hijo... |
1260 |
Después de esto, no sé ya cómo fue su fin, porque se precipitó, gritando, Edipo entre nosotros, y por él no pudimos asistirla a ella en su triste final: en él fijamos todos nuestros ojos, con ansia, viéndole volverse, ir y venir, pidiéndonos un arma, pidiendo que le digamos dónde esta su mujer; no su mujer, aquella madre doble, tierra en que fueron sembrados él y sus hijos. Estaba fuera de sí y algún dios se lo indicó, que no se lo indicó ninguno de los que estábamos a su vera; horrible grita |
1270 |
y como si alguien le guiara se abalanza contra la doble puerta, de cuajo arranca la encajonada cerradura y se precipita dentro de la estancia; allí colgada la vimos, balanceándose aún en la trenzada cuerda... Cuando la ve, Edipo da un horrendo alarido, el miserable, afloja el nudo de que pende; después, el pobre cae al suelo, e insoportable en su horror es la escena que vimos: arranca los alfileres de oro con que ella sujetaba sus vestidos, como adorno, los levanta y se los clava en las cuencas de los ojos, |
1280 |
gritando que lo hacía para no verla, para no ver ni los males que sufría ni los que había causado: "Ahora miraréis, en la tiniebla, a los que nunca debisteis ver, y no a los que tanto ansiasteis conocer"; como un himno repetía estas palabras y no una sola vez se hería los párpados con esos alfileres; sus cuencas, destilando sangre, mojaban sus mejillas; no daban suelta, no, a gotas humedecidas de sangre, sino que le mojaba la cara negro chubasco de granizo ensangrentado. De dos y no de sólo uno: |
1290 |
de
marido y mujer, de los dos juntos, ha estallado este desastre. La
antigua ventura era ayer ventura, ciertamente, pero hoy, en este
día: gemido, ceguera, muerte, vergüenza, cuantos nombres de toda
clase de desastres existen, sin dejar ni uno. |
1300 |
dice
que no puede permanecer en su casa, maldecido por sus propias
maldiciones, que necesita, al menos, de la fuerza de alguien que le
guíe: su infortunio es insoportable para él solo. Pero él mismo te
lo explicará, que veo que se abren las puertas: el espectáculo que
vas a ver es tal que hasta a uno que le odiara apenaría. |
1310 |
Sobre tu destino desgraciado, ¿qué dios ha dado un salto mayor que
los más grandes
[44]? |
1320 |
¿adónde me has precipitado? |
1330 |
Antiestrofa 1 |
1340 |
el
que mis sufrimientos ha culminado tan horrorosa, horrorosamente...
pero estas cuencas vacías no son obra de nadie, sino mía, ¡mísero de
mí! ¿Qué había de ver, si nada podía ser ya la dulzura de mis ojos? |
1350 |
echad a esta ruina, amigos, a este hombre tan maldecido, al más
odiado por los dioses. |
1360 |
por los grillos de los pies y me libró de la muerte, devolviéndome
así la vida! Nada hizo que deba agradecerle: de haber muerto
entonces nunca hubiera sido el dolor de mis amigos, el mío propio. |
1370 |
que he engendrado en la mujer a la que debía mi vida. Si puede haber
un mal peor que el mismo mal, éste ha tocado a Edipo. |
1380 |
Yo no sé, de tener ojos, como hubiera podido mirar a mi padre cuando vaya al Hades, ni a la pobre de mi madre, porque ahorcarme no es bastante para purgar los crímenes que contra ellos dos he cometido. Y además, ¿podía deleitarme en mirar a mis hijos, nacidos del modo en que han nacido? No, nunca: esto no podía ser grato a mis ojos, ni esta ciudad, ni estas murallas, ni estas sagradas imágenes de los dioses. Yo, mísero, el mas noble hijo de Tebas, |
1390 |
me
privé a mí mismo de esto, yo que decreté que todos repelieran al
sacrílego, a aquel cuya impureza mostraban los dioses... ¡y del
linaje de Layo! |
1400 |
oh, Citerón, ¿por qué me acogiste? ¿Por qué, cuando me tenías, no me mataste al punto? Así jamás hubiera revelado mi origen a los hombres. ¡Oh, Pólibo! ¡Corinto y la casa de mi padre, decían! ¡Qué belleza -socavada de desgracias- criasteis! Y ahora descubro, desgraciado, que vengo de infelices. ¡Ay, tres caminos, soto escondido, encrucijada estrecha! Vosotros bebisteis la propia sangre mía que mis manos vertieron, |
1410 |
la de
mi padre. ¿Os acordáis de los crímenes que cometí a vuestra vista y
de los que cometí, otra vez, llegado aquí? Bodas, bodas que me
habéis hecho nacer y, nacido, habéis suscitado por segunda vez la
misma simiente, mostrando padres hermanos e hijos entre sí, todos
del mismo linaje, y una novia esposa y madre... En fin, el máximo
que de vergüenza pueda haber entre los hombres. |
1420 |
matadme o arrojadme al mar, adonde no tengáis que verme ya más.
¡Vamos!, dignaos tocar a este miserable; creedme, no temáis: mis
males, no hay ningún mortal que pueda soportarlos, salvo yo. |
1430 |
si
hace un momento me he presentado ante él tan desconfiado? |
1440 |
han
de oír las desgracias de su estirpe. |
1450 |
el
parricida, el impío que yo soy, que muera. |
1460 |
no, antes déjame vivir en los montes, en aquel Citerón famoso por ser mi cuna y que mi padre y mi madre, cuando los dos vivían, me asignaron como propia tumba: así podré morir como ellos querían que muriese. Con todo, tengo la certeza de que ni enfermedad ni nada así puede acabarme, pues no hubiera sido salvado de la muerte, de no ser para algún terrible infortunio. Es igual: que vaya por donde quiera mi destino. Pero mis hijos, Creonte, no te pido que te aflijas por los varones, que son hombres, |
1470 |
de
modo que no ha de faltarles, donde quiera que estén, de qué ir
viviendo... Pero mis dos pobres, lamentables hijas... Para ellas
siempre estaba parada y servida la mesa, pero ahora, sin mí... En
todo lo que yo tocaba, en todo tenían ellas parte... De ellas sí te
ruego que cuides... Y déjame que puedan mis manos tocarlas,
lamentando su mala fortuna. |
1480 |
Mas,
¿qué digo? ¿No estoy oyendo a mis dos hijas, lamentándose? Por los
dioses, Creonte ha tenido, pues, piedad de mí y ha hecho venir a mis
dos amadísimas hijas: ¿digo bien? |
1490 |
acogeos a estas manos mías, las del hermano que procuró al padre que os ha engendrado la vaciedad que veis en los ojos que tenían antes luz; al padre que os hizo nacer a vosotras, hijas mías, sin darse cuenta, sin saber nada, del mismo lugar de donde él había sido sacado. Por vosotras lloro, que no puedo miraros, al pensar en la amarga vida que os espera, en la vida que os harán llevar los hombres, porque, ¿a qué reunión de los demás ciudadanos podréis asistir? ¿A qué fiesta que no hayáis de volver llorando |
1500 |
a casa en vez de disfrutar de sus espectáculos? Y cuando lleguéis a la edad de casaros, ¿qué hombre puede haber, hijas, que cargue con el peso de estos oprobios que serán vuestra ruina, como fueron la de mis padres? ¿Qué desgracia falta? Vuestro padre ha matado a su padre y ha sembrado en la que le parió, en la que él había sido sembrado, y os ha tenido de las entrañas mismas de las que él había salido. Estos oprobios tendréis que oíros; y así, ¿quién querrá casarse con vosotras? |
1510 |
Nadie, no hay duda, hijas, y tendréis que consumiros en la
esterilidad, solteras... |
1520 |
Y a
vosotras, hijas mías, si tuvieseis edad de comprenderme, yo os daría
muchos consejos... Ahora, rogadles a los dioses, que, donde quiera
que os toque vivir, tengáis una vida mejor que la que tuvo vuestro
padre. |
1530 |
CRE.-
De momento, deja a tus hijas y ven. |
[44] Otra idea repetida: que la divinidad manda sufrimientos mayores que lo que se cree puede soportar el hombre.
[45] Los dolores físicos, de un lado, y los que soporta interiormente.
[46] Yocasta, cuyo nombre no osa pronunciar.