Estrofa. 1ª
Llegó con el tiempo Justicia en favor de los Priamidas: un justo castigo con todo su peso. Llegó al palacio de Agamenón un doble león, un doble Ares. Llegó hasta el final

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el desterrado, profetizado en el templo de Apolo, bien impulsado por los consejos de la deidad.
Interludio. 1°
¡Entonad el canto de triunfo por el palacio de mi amo, porque ya se alejó el infortunio y el derroche que hacía de sus riquezas una pareja de seres impuros! ¡Porque huyó para siempre su suerte funesta!
Antístrofa. 1ª
Llegó precisamente la que se ocupa del combate urdido en secreto, la solapada Venganza[46]. Tocó en la batalla la mano de Orestes la verdadera hija g de Zeus -

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con acierto la llaman Justicia los mortales- exhalando ira destructora contra sus enemigos.
Estrofa.2ª
La Justicia, que Loxias, el dios del Parnaso, el dueño del antro de la tierra[47] gritó sin engaño que con engaños estaba dañada. Pero ella ha dejado pasar el tiempo y pasa al ataque por fin. ¡Que de alguna manera se imponga la divinidad de modo que yo no le ayude a los malos!

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¡Justo es reverenciar al poder que habita en los cielos!
Interludio. 2°
¡Ya es posible ver luz! ¡ Ya se le han quitado a la casa las fuertes cadenas! ¡Levántate, casa! ¡Mucho, demasiado tiempo estuviste postrada en el suelo!
Antístrofa 2ª
Y pronto el tiempo, que todo lo acaba, cruzará el umbral del palacio. Será cuando se expulse del hogar completamente la mancha con los ritos purificadores con que se echa afuera la ruina. Y lechos placenteros en todo al mirarlos, corresponderán, por su buena fortuna propicios de nuevo,

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a los extranjeros[48] que están en la casa.
(Se abre la puerta exterior, tras cuyo umbral se ven los cadáveres de Egisto y Clitemestra. Sale a escena Orestes, seguido de Pílades, que sostiene en sus brazos la vestidura que sirvió para inmovilizar a Agamenón, al asesinarlo.)
ORE.- Ved ahí a los dos tiranos del país, a los asesinos de mi padre, a los que han saqueado mi palacio. Pasaban por personas respetables, sentados entonces en el trono. Ahora siguen amándose, a juzgar por la suerte que han sufrido. Su juramento permanece fiel a las promesas que se hicieron. Sí. Se juraron el uno al otro dar muerte a mi desgraciado padre y morir juntos. Esto cuadra con su juramento. (Señala hacia las ropas que porta Pílades, que, con el Coro, va actuando según las palabras de Orestes.)

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Mirad ahora, los que oís mis desgracia, la pérfida invención con la que ataron a mi infeliz padre, las ataduras de sus manos y las trabas puestas en sus pies. ¿Qué nombre dar a esto, por benévolo que sea al expresarme? ¿Trampa para fieras? ¿Sudario de ataúd[49]  que hasta los pies cubre el cadáver? Puedes llamarlo cepo y vestido que traba los pies. Un instrumento tal se lo procuraría con gusto un hombre que fuera un ladrón y pusiera su vida en engañar a los extraños y en despojarlos de su dinero. Con una artimaña así, les quitaría la vida a muchos y mucho alegraría su corazón. Desplegadlo. Acercaos, poneos en circulo y mostrad el paño en el que enredaron a un héroe, para que vea el padre, no el mío, sino el que contempla todo esto -Helios[50]-, las impuras acciones de mi madre y pueda algún día comparecer en el juicio como testigo[51] de que con justicia procuré la muerte a mi madre. De la muerte de Egisto no hablo.

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Ha sufrido el castigo propio del adúltero, con arreglo a la ley. Pero la que ese horror urdió contra un esposo de quien llevó bajo su cintura la gravidez de unos hijos -algo entonces amado y una odiosa desgracia ahora, según se pone de manifiesto-, ¿qué te parece? ¿Es su naturaleza la de una murena o una víbora que contamina a cualquier otro ser con sólo rozar, sin siquiera morderlo?. ¡Que una así jamás llegue a vivir en mi casa conmigo!

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¡Antes, que los dioses hagan que yo muera sin hijos!
CORO.- ¡Ay, ay! ¡Ay, dolor! ¡Tristes hazañas! ¡Con muerte horrorosa has sido muerta! ¡Ay, ay! ¡Ay, dolor! ¡Pero también florece el sufrimiento en el que aquí queda!.
 

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ORE.- ¿Lo hizo o no lo hizo? ¡Me lo atestigua este manto que tiñó de sangre la espada de Egisto! El chorro sangriento, junto al paso del tiempo, ha destruido muchos matices en el tinte del vario dibujo. ¡Ahora le dedico[52] el elogio fúnebre y en su presencia lo honro con mi llanto, al dirigir mis palabras a este tejido que mató a mi padre! ¡Me duelen los crímenes y todo el sufrimiento de mi estirpe, cuando sobre mí siento la no envidiable mancha de esta victoria mía!
CORO.- Ningún mortal <puede> atravesar una vida libre de daño sin que lo pague. ¡Ay, ay! ¡Ay, dolor!

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¡Tan pronto ha pasado una pena, otra que viene!
ORE.- Pero, que lo sepáis -pues, como manejo las riendas con mis caballos demasiado fuera de la pista, no sé cómo va a acabar esto-: si mis pensamientos, que ya no domino, me arrastran vencido, y, en mi corazón, el terror está presto a cantar, y él a danzar al compás del rencor vengativo. Mientras estoy todavía en mi juicio, quiero proclamarlo ante mis amigos: afirmo que no sin justicia he matado a mi madre, esa impura asesina de mi padre, ese ser odioso para las deidades. Y, sobre todo, considero a Loxias,

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el dios adivino de Delfos, como el filtro instigador de esta  audacia mía. Me profetizó que, cuando yo hubiera hecho eso, estaría libre de culpa criminal, pero que, si lo descuidaba... no voy a decir el castigo, pues ninguno de sus sufrimientos ha de alcanzarme ya con sus dardos. Ved ahora cómo estoy preparado[53]: con este ramo y con  esta corona me llegaré al templo ombligo del mundo, al solar de Loxias, a la luz radiante del fuego de la que se dice que es inmortal[54], procurando escapar de esta sangre que también es mía. No me permitió Loxias dirigirme a otro lugar.

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Y esto ordeno yo: que, en el curso del tiempo, todos los argivos, en mi favor, den testimonio de que Menelao me causó estas desgracias. Pero yo, errante, exiliado de este país, puesto que, para toda mi vida y después de muerto, os he dejado esa fama mía, <oiré decir de mí que fui el asesino de mi madre.>
CORIFEO.- Obraste bien. No unzas los labios a hablar mal de ti, ni contra ti mismo profieras palabras infaustas. Has libertado a toda la ciudad de los argivos, al haber cortado con facilidad la cabeza de dos serpientes.
(Orestes va a salir de escena, pero retrocede horrorizado.)
ORE.- ¡Oh! ¡Oh! ¡Hay, esclavas, ahí unas mujeres como Gorgonas[55]!. ¡Van vestidas de negro y enmarañadas en múltiples serpientes!

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¡Ya no me puedo quedar aquí!
CORIFEO.- ¡Oh, el más amado, para tu padre, de entre todos los seres humanos!, ¿qué visiones te están trastornando? ¡Detente! ¡No sientas miedo, ya que has logrado una gran victoria!
ORE.- No hay visión ninguna que me torture. ¡Ésas son claramente las rencorosas perras que pretenden vengar a mi madre!
CORIFEO.- Como en tus manos está todavía fresca la sangre, de ahí ese trastorno que ataca tu mente.
ORE.- ¡Soberano Apolo, cada vez hay más! ¡Sus ojos gotean sangre repugnante!
CORIFEO.- Te cabe una sola purificación: que con su mano te toque Loxias

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y te haga así libre de estos sufrimientos.
ORE.- ¡Vosotras no las veis, pero yo estoy viéndolas! ¡Me siento acosado! ¡Ya no puedo seguir aquí!
(Orestes sale huyendo.)
CORIFEO.- ¡Que te acompañe la buena suerte! ¡Ojalá que un dios te mire propicio y te guarde para sucesos afortunados!
CORO.- Ésta de ahora es la tercera tormenta que, con soplo violento, ha descargado en la casa real. Comenzó primero la triste aflicción por unos niños devorados.

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En segundo lugar, los regios dolores de un héroe, de un varón que era el jefe del ejército aqueo y pereció asesinado en una bañera. Y ahora, de nuevo, vino la tercera de algún lugar: un salvador ¿o debo decir la muerte? ¿Dónde -me pregunto- tendrá fin?

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¿Dónde acabará por dormirse Ate?
(Pílades y el Coro abandonan la escena.)

[49] Hay un juego de palabras: ataúd/bañera, donde se ejecutó el asesinato, expresadas ambas ideas por la misma palabra.

[50] El Sol, divinizado.

[51] Asunto de Las Euménides.

[52] A Agamenón

[53] Atributos de suplicante.

[54] El fuego del Templo de Delfos nunca se apaga.

[55] Las Erinias son visibles sólo a ORESTES.