(Entra en escena Egisto, procedente del campo.)
EGISTO.- No vengo por propia iniciativa, sino a consecuencia de un mensaje. Me he enterado de que unos extranjeros que han venido traen una noticia reciente que en modo alguno es deseable:

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la muerte de Orestes. Esto puede ocurrir que traiga a esta casa, ya herida y dañada por la muerte anterior, una pesadumbre que siembre espanto. ¿De qué manera puedo creer que eso es verdadero y real? ¿O es que se trata de rumores de mujeres  asustadas, que saltan al aire y se deshacen sin utilidad? ¿Cuál de estas dos posibilidades podrías tú aclararme hasta el punto de hacerlo evidente a mi pensamiento?
CORIFEO.- Lo hemos oído; pero entra en la casa e infórmate de los extranjeros. No hay garantía en los mensajes

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comparable a informarse en persona por los mensajeros.
NOD.- Quiero verlo e informarme bien de si el mensajero estuvo personalmente cerca de él en el momento de morir, o si lo dice por haberse enterado de un vago rumor. No podrá engañar a mi inteligencia clarividente.
(Entra en el palacio.)
CORO.-
¡Zeus, Zeus.', ¿qué debo decir? ¿Por dónde empezar a dirigir estas plegarias y a invocar a los dioses? ¿Cómo, en mis buenos deseos, conseguir expresar lo que es justo? Porque en estos momentos

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las puntas de las espadas homicidas, manchadas de sangre, o van a causar para siempre la perdición de la casa de los Atridas o bien Orestes, encendiendo el fuego y la luz de la libertad tY del poder que establece la ley en la ciudad, tendrá la enorme riqueza de sus abuelos ¡Tal lucha va a trabar el divino Orestes contra dos enemigos sin que nadie le ayude! ¡Que sea para victoria!
(Se oyen los gritos que da Egisto dentro del palacio.)
EGI.- ¡Ay, ay, ay de mi!

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CORIFEO.- ¡Bien! ¡Bien! ¡Muy bien!¿Cómo irán las cosas? ¿Cómo se habrán producido en palacio? Apartémonos de un asunto que está terminándose, para que parezca que somos inocentes de estas desgracias, pues ya está decidido el resultado del combate.
(Sale un esclavo al patio del palacio y golpea, mientras grita, la puerta del gineceo.)
ESCLAVO.- ¡Ay de mí! ¡Mil veces ay de mí! ¡Mi amo <ha sido herido>! ¡Ay de mí de nuevo! ¡Por tercera vez me dirijo a vosotras!: ¡Ya no existe Egisto! ¡Vamos, abrid pronto! ¡Descorred los cerrojos que aseguran las puertas de las estancias de las mujeres! ¡Se precisa de alguno que sea muy fuerte!..., pero ya no podrá prestar ayuda el que está acabado;

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pues ya ¿para qué? (Insiste en golpear la puerta del gineceo.) ¡Eh! ¡Eh! ¿Estoy gritando a sordos y en vano digo palabras inútiles a gente dormida? ¿Dónde está Clitemestra? ¿Qué estará haciendo? Me parece que ahora su cuello va a caer, herido por la justicia, cerca del tajo.
(Se abre la puerta del gineceo y sale a escena Clitemestra.)
CLI. - ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué gritos son esos que estabas dando por el palacio?
ESC.- El muerto ha matado al vivo. Te lo aseguro.
CLI. - ¡Ay de mí! He comprendido lo que me has dicho con ese enigma. Mediante engaños perecemos igual que nosotros matamos. ¡Si alguien me diera al punto un hacha homicida!

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¡Veamos si vencemos o nos vencen!¡A tal punto de riesgo hemos llegado!
(Se abre la puerta exterior del palacio. Se ve el cadáver de Egisto. Con la espada ensangrentada en la mano, sale Orestes, seguido de Pílades. El esclavo sale huyendo.)
ORE.- A ti también te estoy buscando. Éste ya tiene suficiente.
CLI.- ¡Ay de mí! ¡Has muerto, amadísimo, valiente Egistot
ORE.- ¿Amas a ese hombre? Pues, entonces vas a yacer en la misma tumba. No temas que vas a abandonar al muerto jamás.
CLI. - ¡Detente, hijo mío! Respeta, niño mío este pecho, en el que, apoyado, te adormecías durante el tiempo que tú mamaste mi leche nutricia.
ORE.- Pilades, ¿qué hago? ¿Debo sentir escrúpulos de matar a mi madre?
 

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PILADES.- ¿Dónde van a quedar, entonces, esos oráculos de Loxias, vaticinados en su templo, y tu fidelidad a los juramentos? Piensa que es preferible que todos sean enemigos y no los dioses.
ORE.- Tú ganas. Me aconsejas bien.(A Clitemestra.) Sigueme. Quiero degollarte al lado de ése que, cuando vivía, preferiste a mi padre. ¡Duerme con él, cuando hayas muerto, ya que amas a ese hombre y odias al que debías amar!
CLI.- Yo te crié y quiero hacerme vieja a tu lado.
ORE.- ¿Que vas a vivir tú conmigo? ¿Tú? ¿La asesina de mi padre?

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CLI. -Fue la Moira, hijo, la que me indujo a hacerlo.
ORE.- También ahora la Moira dispuso tu muerte.
CLI. - ¿No te espantas, hijo, de las maldiciones de tu madre?
ORE.- ¡No! Porque, después de haberme parido, me arrojaste tú a la desdicha.
CLI.- No te arrojé. Te envié a la morada de un aliado.
ORE.- ¡Indignamente fui vendido! ¡Yo, el hijo de un padre libre!
CLI.- ¿Dónde está, entonces, el precio que por ti cobré?
ORE.- Siento pudor de echártelo en cara con claridad.
CLI.- No me lo eches. Y, si no, cuenta también los devaneos de tu padre.
ORE.- No censures al que se afana, mientras tú permaneces ociosa.

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CLI.- Hijo mío, es un dolor, para la mujer, el estar alejada del marido.
ORE.- Sí. Pero el esfuerzo del marido la mantiene ociosa en su casa.
CLI.- Hijo mío, tengo la impresión de que estás dispuesto a matar a tu madre.
ORE.- ¡Tú -no yo- es quien va a matarte!
CLI.- ¡Míralo bien! ¡Guárdate de las rencorosas perras, de las vengadoras de tu madre[45]!.
ORE.- ¿Y cómo voy a evitar las de mi padre, si esto lo abandono?
CLI. - ¡Todo es inútil! ¡Como si me pasara la vida lamentándome junto a una tumba!.
ORE.- El hado de mi padre determina tu muerte.
CLI.- ¡Ay de mí, que parí y crié una serpiente! ¡Qué certero adivino el terror de mis sueños!
(Orestes arrastra a Clitemestra hacia el interior -seguido de Pílades-, mientras dice:)
ORE.- ¡Mataste a quien no debías!

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¡Sufre ahora lo que no debiera suceder!
CORIFEO.- Deploro también esta doble desgracia, pero ya que el mísero Orestes ha llegado al colmo de tantas sangres, preferimos, con todo, que este renuevo de la casa no vaya a caer en una completa perdición.
Estrofa. 1ª
Llegó con el tiempo Justicia en favor de los Priamidas: un justo castigo con todo su peso. Llegó al palacio de Agamenón un doble león, un doble Ares. Llegó hasta el final

[45] Las Erinis.