(Salen a escena, con atuendo de viaje, Orestes y Pílades. Se dirigen a la puerta exterior del palacio y dan golpes, llamando.)
ORE.- Esclavo, esclavo: oye la llamada en la puerta de fuera. ¿Quien hay dentro, esclavo? De nuevo te pregunto, esclavo: ¿quién hay en la casa? Por tercera vez reclamo tu salida del palacio, si aquí se acoge al huésped por voluntad de Egisto.
(Desde dentro.)
PORTERO.- Sí, ya te oigo. ¿De dónde es el extranjero? ¿De dónde viene?
ORE.- Anúnciame a los amos de la casa. Vengo a verlos y les traigo noticias recientes.

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Pero hazlo con presteza, que ya el oscuro carro de la noche se apresura y ya es hora de que el viajero eche el ancla en la casa en que acogen a huéspedes. Que salga de la casa alguno con poder de acabar esto, una mujer que mande en el lugar. Pero es más conveniente que sea un hombre quien salga, pues el pudor en las conversaciones hace que las palabras sean oscuras. Un hombre le habla a otro hombre con plena confianza y le hace saber con claridad sus fines.
(Se abre el palacio y sale Clitemestra acompañada por una sirvienta.)
CLITEMESTRA.- Extranjeros, podéis hablar, si necesitáis alguna cosa. Hay en palacio lo que es conveniente en tales ocasiones:

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baños calientes, lechos que calman la fatiga y compañía de miradas justas. Pero, si hay que tratar de algo que requiera mayor prudencia, cosa es ésta propia de hombres. Se lo comunicaré.
ORE.- Soy un extranjero de Dáulide, de las tierras de Fócide y, conforme venía con mi propio equipaje, que trata yo mismo, en dirección a Argos -como que aquí; di descanso a mis pies-, un hombre que no me conocía, ni yo a él tampoco, que coincidió conmigo, luego de haberme preguntado cuál era mi camino y decirme el suyo, Estrofio el foceo-pues lo sé por la conversación-me dijo:

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“Extranjero, puesto que de todas maneras caminas a Argos, recuerda y di a sus padres con toda exactitud que Orestes ha muerto. No lo olvides en modo alguno. Tanto si prevalece en su familia la opinión de llevárselo, como si piensan que se le entierre donde habitaba, quedando allí por siempre jamás como huésped, trae sus órdenes, cuando regreses, pues, hasta ahora, las paredes de una urna de bronce han ocultado las cenizas de un varón que ha sido llorado como se debía.” He dicho todo cuanto oí. No sé si se da la casualidad de que estoy hablando con quienes tienen capacidad para decidir,

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pero justo es que lo sepa quien lo engendró.
CLI.- ¡Ay de mí! ¡Cómo me siento destruida absolutamente de arriba abajo! ¡Oh insuperable maldición de este palacio! ¡Cuán lejos alcanza tu vista! ¡Incluso lo que estaba fuera, puesto a buen recaudo! ¡Desde lejos matas con tus flechas certeras y me privas de seres queridos! ¡Desgraciada de mí! ¡Y ahora Orestes, que con sensatez estaba fuera, alejando su pie de este fango de muerte <...>! ¡Y ahora la esperanza que habla en la familia de que él la curara de su locura de maldad, anótalo: nos ha abandonado!

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ORE.- Yo hubiera querido haberme dado a conocer, ante unos huéspedes tan felices, con motivo de asuntos ventajosos y haber sido hospedado, pues ¿qué hay mejor dispuesto que un huésped para quien lo hospeda? <Pero> en mi corazón era algo impío no llevar a cabo un asunto de tal importancia, que interesaba a mis amigos, después de haberlo prometido y haber sido acogido como huésped.
CLI.-No obtendrás menos de lo que es digno de ti ni puedes ser menos amigo para esta casa. Otro cualquiera hubiera llegado a anunciarnos la misma noticia.

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Pero ya es hora de que unos huéspedes que han gastado el día entero en un largo viaje reciban las adecuadas atenciones.(A la esclava.) Condúcelo a las habitaciones de los varones que hay reservadas para los huéspedes en el palacio-y a su servidor y compañero de viaje-y que allí disponga de lo conveniente. Te recomiendo que lo hagas como responsable que eres de ello. (Entran en el palacio, acompañados por la esclava, Orestes y Pílades.) Yo voy a comunicar estas noticias al que manda en la casa. Como no andamos escasos de amigos, deliberaremos con ellos sobre esta desgracia.(Clitemestra entra en el palacio.)
CORO.-
¡Ea, leales esclavas del palacio,

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¿cuándo vamos nosotras a mostrar todo el vigor de nuestras bocas en favor de Orestes? ¡Oh augusta tierra y venerable túmulo que ahora descansa sobre el regio cuerpo que a su mando tenía la escuadra, escúchanos en este momento y en este momento concede tu ayuda! ¡Ahora es el momento preciso de que baje a ayudar la trapacera Persuasión y de que Hermes, subterráneo y sombrío, tome a su cargo estos combates en que se mata con espadas!
(Aparece en la puerta del palacio la nodriza de Orestes.)
 

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CORIFEO.- Parece que el varón extranjero está produciendo alguna desgracia. Ahí veo a la nodriza de Orestes anegada en llanto. ¿Por qué pisas, esclava cilicia, la puerta del palacio? Tienes por compañera una pena que no es pena a sueldo.
NODRIZA.- Me ha mandado el ama llamar a Egisto con toda urgencia a donde están los extranjeros, para que, luego que haya venido, de hombre a hombre, se informe con más claridad de esta noticia recién anunciada. Ante la gente que vive en palacio, simuló sufrimiento, poniendo cara de tristeza, mientras oculta su risa por lo bien que le han ido las cosas

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-¡un completo desastre para esta casa!- según la noticia que claramente han dado los extranjeros. Sin duda, al oírlo, cuando él se entere del relato, se alegrará de corazón. ¡Ay, triste de mí! ¡Cómo los antiguos dolores, insoportables, acumulados en este palacio de Atreo, me alcanzaron y fueron haciendo sufrir a mi corazón dentro del pecho! ¡Pero ningún sufrimiento tan doloroso había sufrido todavía, pues las demás desgracias las soportaba con valor! Pero a mi Orestes querido, a quien me dediqué con  toda mi alma, al que crié

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desde el momento en que lo recibí del seno materno <...>. Las mil molestias de los lloros agudos con que me llamaba y me hacía ir y venir durante la noche, han terminado por ser inútiles para mí que las soporté. Sí, que a un ser desprovisto de razón hay que criarlo como si fuera un animal -¿cómo no?- conforme al propio juicio. Un niño, cuando está todavía en mantillas, no sabe aún decir si tiene hambre o sed o tiene que orinar, sino que el joven vientre de los niños obra espontáneamente. Yo se lo adivinaba, pero creo que muchas veces me equivoqué, y lavandera, entonces, fui de los pañales del pequeño,

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que ambas funciones yo tenía, la de nodriza y lavandera, y, como tenía un doble oficio, me hice cargo de Orestes por decisión de su padre. ¡Y ahora, desdichada, me entero de que ha muerto! ¡Y voy en busca de un varón que es la deshonra del palacio y va a enterarse con gusto de esta noticia!
CORIFEO.- ¿Cómo dice que se prepare para venir?
NOD.- ¿Que cómo? Dilo otra vez, para que lo entienda con más claridad.
CORIFEO.- S¡ acompañado de soldados o simplemente que venga, incluso solo.
NOD.- Manda que traiga con él a sus fieles lanceros.

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CORIFEO.- Pues no le des ese mensaje al odioso amo, sino, rebosante de alegría, para que te escuche sin alarmarse, anímale a venir solo cuanto antes. Una razón que sigue oculta en el mensajero decide el triunfo.
NOD.- ¿Piensas en algo bueno por los mensajes que han traído ahora?
CORIFEO.- Sí, con tal que Zeus le dé la vuelta a nuestras desgracias.
NOD.- ¿De qué manera? Orestes, el que era la única esperanza de la casa, ha muerto.
CORIFEO.- Todavía no. Hasta un mal adivino podría darse cuenta.
NOD.- ¿Qué estás diciendo? ¿Sabes tú algo aparte de lo que han dicho?
CORIFEO.- Vete y da tu mensaje. Haz lo que se te ha mandado.

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Cuidado es de los dioses ocuparse... de lo que se ocupen.
NOD.- Ea, me voy. Y haré caso en eso de tus instrucciones. ¡Que todo salga del mejor modo con el favor de las deidades!