570

(Dioniso aparece en lo alto del theologeíon invisible al coro en la escena.)
DIO.- ¡Ioh! Escuchad, escuchad mi voz, ¡oh, oh!, ¡bacantes, ooh, bacantes!
CORO.—
¿Quién está ahí, quién, de dónde esa voz? ¿Me llama la voz del dios del evohé?

580

DIO.- ¡Ióo! ¡Ióo! De nuevo os grito yo, el ho de Sémele, el hijo de Zeus.
CORO.— ¡Ióo! ¡Ióo! ¡Señor, Señor, ven ahora a nuestra compañía, oh Bromio, Bromio!
DIO.-
¡Estremece el suedo de esta tierra, soberano Terremoto[35]!.
CORO.— ¡Ah, ah! ¡Pronto el palacio de Penteo va a derrumbarse con estas sacudidas!
— ¡Dioniso está sobre el palacio!

590

— ¡ Veneradle!, — ¡Oh, le veneramos! ¡Oh! ¿ Veis los pétreos entablamentos que sobre los pilares se desploman? Bromio da sus alaridos dentro de la mansión.
DIO.- ¡Alumbra como un rayo tu antorcha de rojo destello! ¡Incendia, incendia a la vez el palacio de Penteo!
CORO.—
¡Ah, ah! ¿No ves el fuego? ¿No te llena los ojos el brillo de la llama, sobre la sagrada tumba de Sémele, la llama que un día dejó el fulminante dardo del rayo de Zeus?

600

¡Echad al suelo vuestros cuerpos temblorosos, echaos, ménades! ¡El soberano que ha trastornado este palacio acude aquí, el hijo de Zeus!
(Entra Dioniso, y se dirige a las bacantes prosternadas.)
DIO.- ¡Mujeres bárbaras, tan aterrorizadas por el temor estáis que os habéis echado por el suelo? Habéis oído, según parece, a Baco, cuando sacudió la mansión de Penteo. Mas ¡ea! levantad vuestro cuerpo y cobrad ánimo, dejando el temblor de vuestra carne.
CORIFEO.— ¡Oh suprema luz de nuestras báquicas fiestas de evohé, con qué gozo te veo, cuando estaba en soledad y abandono!

610

DIO.- ¿Habíais caído en el desánimo, cuando me llevaron dentro con intención de encerrarme en las terebrosas mazmorras de Penteo?
CORIFEO.— ¿Y cómo no? ¿Quién era mi defensor, si tú caías en la desgracia? Pero ¿cómo te has liberado después de caer en poder de ese hombre impío?
DIO.- Yo mismo me salvé fácilmente, sin esfuerzo.
CORIFEO.— ¿Pero no había sujetado tus manos con ajustadas ataduras?
DIO.- También en esto le he burlado, porque cuando creyó que me ataba no me rozaba y ni siquiera me atrapó, sino que se nutría de ilusiones. Conque junto a los establos se encontraba un toro, allí donde nos llevaba para encerramos; y fue a éste al que le echaba los lazos en torno a sus patas y pezuñas,

620

resoplando de furia, emanando sudor de todo su cuerpo, con los dientes hincados en los labios. Yo estaba allí sentado a su lado y le miraba sereno. En ese momento llegó Baco y estremeció el palacio y avivó el fuego en la tumba de mi madre. En cuanto Penteo se dio cuenta, creyó que ardía el palacio, y echó a correr por acá y al momento por allá, dando órdenes a sus siervos de que trajeran agua. Y todos los esclavos estaban dedicados a la faena, en yana fatiga. De pronto abandona esta tarea, pensando que yo debía haber escapado, y se precipita con su negra espada en la mano al interior del palacio.  Entonces Bromio, según me parece a mí —comunico mi impresión—,

630

suscitó un fantasma en el patio. Penteo abalanzándose se lanzó sobre él y daba estocadas al aire brillante, mientras creía degollarme. Además de esto, Baco le infligió esta otra penalidad: derribó en pedazos su palacio. Todo el suelo está cubierto de vigas y destrozos, ¡para él ha resultado mi apresamiento una visión muy amarga! Agotado por la fatiga ya suelta su espada. Que, siendo hombre, se atrevió a presentar combate contra un dios. Tranquilo yo he salido del palacio y vengo ante vosotras, sin preocuparme de Penteo. A lo que me parece —ya que resuenan sus botas de caza dentro del edificio— llegará en seguida ante la fachada. ¿Qué va a decir ahora después de todo esto?

640

Será fácil soportarle, por más que resople al llegar. Porque es propio de un hombre sabio ejercitar un sagaz dominio de la situación.
(Sale Penteo, agotado, inquieto. Luego, furioso.)
PEN.- ¡Me han pasado cosas terribles! Se me ha escapado el extranjero, que hace unos momentos estaba sujeto con cadenas. ¡Eh! ¡Eh! ¡Éste es el tipo! ¿Qué es esto? ¿Cómo te  muestras delante de mi palacio, después de escaparte?
DIO.- ¡Detén tu pie, calza tu cólera con paso sereno!
PEN.- ¿De qué modo has escapado a tus cadenas y venido aquí?
DIO.- ¿No te dije —o no me oíste— que me liberaría alguien?

650

PEN.- ¿Quién? Porque cada vez aportas explicaciones nuevas.
DIO.- El que hace crecer la vid de nuestros racimos para los humanos.
PEN.- Hiciste un buen reproche a Dioniso al adjudicarle eso... . Voy a mandar que cierren todas las torres de la muralla circular.
DIO.- ¿Y qué? ¿No pasan los dioses también por encima de los muros?
PEN.- Sabio, sabio eres tú, excepto en lo que te convendría serlo.
DIO.- Precisamente en lo que debo, en eso desde mi nacimiento soy sabio. Pero escucha antes a ése y aprende su relato; que acude de los montes para anunciarte algo. Nosotros vamos a aguardar como favor para ti y no nos escaparemos.

660

MENSAJERO.- Penteo, soberano de esta tierra tebana, ante ti vengo después de dejar el Citerón, donde jamás se ausentan las lucientes capas de blanca nieve.
PENTEO.—¿Qué urgente noticia te impulsó a venir?
MEN.- He visto a las bacantes venerables
[36] que por esta tierra han lanzado como dardos sus desnudas piernas bajo un frenético aguijón. He venido porque quería comunicarte a ti y a la ciudad, señor, cuán tremendos prodigios realizan, por encima de los milagros. Pero quiero escuchar antes si he de relatar con libertad de palabra lo ocurrido allí, o si debo replegar mi lenguaje.

670

Porque temo, señor, los prontos de tu carácter, lo irascible y la excesiva altivez real.
PEN.- Habla, que ante mí quedarás totalmente sin culpa. No hay que irritarse contra quienes cumplen con su deber. Cuanto más terribles hechos refieras de las bacantes, tanto mayor será la pena que le aplicaremos a éste, que instigó con sus artilugios a las mujeres.
MEN.- Acababa de remontar por una cima los rebaños de vacas, al tiempo que el sol lanza sus rayos a caldear la tierra.

680

Y veo agrupadas en cortejos tres coros de mujeres. De uno de ellos estaba al frente Autónoe, del segundo mandaba tu madre, Ágave, y del tercero. Dormían todas, tumbadas en actitud descuidada; unas reclinaban su espalda sobre el ramaje de un abeto, y otras habían echado su cabeza sobre las hojas de encina en el suelo. Reclinadas al azar en actitud decorosa, y no, como tú dices, embriagadas por el vino y el bullicio de la flauta de loto, retiradas a la soledad para perseguir en el bosque el placer de Cipris.

690

Apenas oyó los mugidos de mis cornudas vacas, tu madre se alzó en pie y dio un agudo grito en medio de las bacantes para ahuyentar el sueño de su cuerpo. Ellas se pusieron de pie en un brinco, rechazando el fragante sueño de sus ojos — ¡qué maravilla de orden su aspecto!—, jóvenes y viejas y doncellas indómitas aún. Su primer gesto fue soltarse la cabellera sobre los hombros, y reajustarse las pieles de corzo aquellas a las que se les habían aflojado las ataduras de sus vestidos; y se ciñeron las moteadas pieles con serpientes, que lamían sus mejillas.     

700

Otras llevaban en sus brazos un cervatillo o lobeznos salvajes, y les daban su blanca leche todas aquellas que de un reciente parto tenían aún el pecho rebosante y habían abandonado a sus recién nacidos. Se pusieron encima coronas de hiedra, de roble y de florida brionia. Una tomó su tirso y golpeó sobre una roca, de donde empieza a brotar, como de rocío, un chorro de agua. Otra hincó la caña en el suelo del terreno y allí el dios hizo surgir una fuente. Todas las que deseaban la blanca bebida, apenas escarbaban la hierba con las puntas de sus dedos,

710

obtenían manantiales de leche. Y de los tirsos cubiertos de hiedra destilaban dulces surcos de miel. De modo que, si hubieras estado allí, habrías ido con oraciones al encuentro del dios al que ahora censuras, a la vista de esto. Nos reunimos boyeros y pastores para discutir unos con otros en común charla sobre los prodigios que hacían, tan milagrosos. Entonces uno que viaja a la ciudad y es experto en discursos dijo ante todos: «¿Moradores de las venerables altiplanicies, queréis que demos caza

720

a Ágave, la madre de Penteo, en medio de estos cultos báquicos, y nos ganemos así el agradecimiento del rey?» Nos pareció que decía bien, y nos emboscamos ocultándonos entre el follaje de los arbustos.
Ellas, en el momento indicado, agitaban su tirso en las  ceremonias báquicas, mientras invocaban con voz unánime a Íaco
[37], a Bromio, el hijo de Zeus. El monte entero y sus animales salvajes celebraban con ellas la fiesta báquica, y nada había inmóvil a su raudo paso. Ágave pasa brincando cerca de mí. Entonces yo doy un  salto con la intención de atraparla,

730

desde los matorrales donde nos habíamos ocultado. Pero ella alzó su grito: «¡Ah, perras mías corredoras! ¡Nos quieren cazar estos hombres! ¡Seguidme ahora, seguidme armadas con los tirsos en vuestras manos!»  En fuga nos escapamos nosotros del descuartizamiento por las bacantes. Pero ellas atacaron, con sus manos, sin armas férreas, a nuestras terneras que pastaban la hierba. Allí hubieras podido ver a una que tenía en sus manos una ternera de buenas ubres, mugiente, rasgada en canal. Y otras transportaban novillas a trozos descuartizadas.

740

Se podía ver un costillar o una pata con pezuña arrojada por lo alto y lo bajo. Los rojos pingajos colgaban sobre las ramas bajas de los abetos y goteaban sangre. Los toros feroces, con toda la furia en sus cuernos, se dejaban derribar de frente a tierra, arrastrados por mil manos de muchachas. Los trozos de carne pasaban de mano en mano más rápidos de lo que podrías captar con tus regias pupilas. Y se ponen en marcha como pájaros que en veloz carrera avanzan sobre las extensas llanuras que en las márgenes del Asopo

750

producen la buena cosecha de cereales a los tebanos. Sobre Hisias y Eritras, pobladas al pie de la ladera del Citerón, irrumpen como enemigas y todo lo destrozan arriba y abajo. ¡Arrebataban de las casas a los niños! Y todo lo que se echaban sobre los hombros se mantenía allí sin ninguna atadura; y no caía al negro suelo, ni el bronce ni el hierro. Sobre sus bucles ardía fuego, y no las quemaba. Los de allí corrían a las armas, en arrebatos de cólera, ante el asalto de las bacantes.

760

¡Entonces sí que fue terrible el espectáculo, señor! Mientras las arrojadizas lanzas no causaban sangre, ellas les tiraban los tirsos que llevaban, y los herían y los ponían en fuga, las mujeres a los hombres. No les faltaba la ayuda de algún dios. De nuevo se retiraron a los lugares de donde habían comenzado su marcha, hacia las fuentes aquellas que en su favor hizo nacer un dios. Se lavaron la sangre. Las serpientes con su lengua lamían el gotear de sus mejillas y daban esplendor a su piel. A ese dios, pues, quienquiera que sea[38], ¡oh soberano!,

770

acéptalo en esta ciudad. Que en lo demás es ya grande, y además dicen de él que hizo a los mortales el don de la vid, remedio del pesar. Porque en la ausencia del vino no queda ni amor ni ningún otro goce para los hombres.
CORIFEO.— Temo expresar mis razonamientos libres ante el tirano, pero a pesar de todo voy a decidirlo: Dioniso no es, desde su nacimiento, inferior a ningún dios.
PEN.- Ya se propaga, como un fuego, aquí cerca el frenesí de las bacantes. ¡Gran afrenta para Grecia!

780

Así que no hay que vacilar. Marcha y ve a la puerta Electra. Ordena que se apresten todos los portadores de escudos pesados, y los jinetes de la caballería ligera, y los que blanden la rodela y los que en su mano tensan los nervios del arco, para marchar en campaña contra las bacantes. Ningún mal puede superar a éste, si vamos a sufrir lo que sufrimos de las bacantes.
DIO.- No me haces el menor caso, al oír mis advertencias, Penteo. Aunque he padecido males por tu causa, sin embargo te advierto que no debes alzar tus armas contra el dios,

790

sino serenarte. Bromio no soportará que expulses a las bacantes de los montes del evohé.
PEN.- No me vas a corregir tú. Ya que has escapado de tu prisión, ¿no quieres conservarte a salvo? ¿He de volver de nuevo mi justicia contra ti?
DIO.- Yo habría sacrificado ante él, en vez de cocear con furia contra el aguijón, siendo un mortal contra un dios.
PEN.- Le sacrificaré un sacrificio de mujeres, como se merecen ésas, por armar tamaño disturbio en los repliegues de Citerón.
DIO.- Os harán huir a todos. Y será vergonzoso eso de que los escudos recubiertos de bronce retrocedan ante los tirsos de las bacantes.

800

PEN.- Estoy atosigado ya por este intratable extranjero, que ni por más que padezca ni por más que haga se va a callar.
DIO.- ¡Oh señoría, aún es posible arreglarlo!
PEN.- ¿Y qué hay que hacer? ¿Esclavizarme a mis esclavas?
DIO.- Yo traeré aquí a las mujeres, sin armas.
PEN.- ¡Ay de mí! Ya maquina éste un nuevo engaño contra mi.
DIO.- ¿Cómo, si sólo quiero salvarte con mis artes
PEN.- Acordasteis esto en común, para repetir las bacanales.
DIO.- Pues bien lo he acordado, sábelo bien, con el dios.
PEN.- ¡Sacadme aquí mi armamento! Y tú ¡deja de hablar!

810

DIO.- ¡Aah![39]  ¿Quieres verlas acostadas por el monte?
PEN.- Desde luego, aunque me costara un montón de oro.
DIO.- ¿Qué? Te ha entrado una pasión enorme por eso.
PEN.- Me apenaría verlas embriagadas del todo...
DIO.- ¿Y sin embargo verías con placer lo que te ha de ser amargo?
PEN.- Tenlo por cierto. Sentado en silencio bajo los abetos.
DIO.- Pero perseguirán tu rastro, aunque llegues a escondidas.
PENTEO. -— Entonces lo haré a las claras. Bien me lo has advertido
DIO.- ¿Si te llevo, entonces, vas a intentar esta marcha?

820

PEN.- Llévame lo antes posible. Ya te reprocho la demora.
DIO.- Ponte entonces encima de tu cuerpo un vestido de lino.
PEN.- ¿A qué viene esto? ¿Voy a pasar de hombre a mujer al fin?
DIO.- Para que no te maten, si le descubren como hombre.
PEN.- De nuevo has hablado bien. ¡ Si, desde hace tiempo, eres un sabio!
DIO.- Dioniso me ha instruido en ello.
PEN.- ¿Cómo llevar a cabo lo que me aconsejas tú, tan bien?
DIO.- Yo te vestiré entrando contigo en palacio.
PEN.- ¿Con qué vestido? ¿Femenino? La vergüenza me domina.
DIO.- ¿Ya no estás dispuesto a ser espectador de las ménades?

830

PEN.- ¿Qué vestido dices que me ponga sobre el cuerpo?
DIO.- Yo extenderé sobre tu cabeza tu cabellera amplia
[40].
PEN.- Y el siguiente adorno de mi tocado, ¿cuál va a ser?
DIO.- Un peplo hasta los pies
[41]. Sobre tu cabeza se pondrá una diadema asiática
PENTEO — ¿Alguna otra cosa más, después de éstas, me añadirás?
DIO.- Desde luego un tirso en la mano y la moteada piel de corzo.
PEN.- No voy a resistir ponerme un vestido de mujer.
DIO.- Entonces vas a verter sangre, al entablar combate con las bacantes.
PEN.- ¡De acuerdo! Hay que ir primero a espiarías.
DIO.- Desde luego es más cuerdo que combatir a las desgracias con desgracias.

840

PEN.- ¿Y de qué modo cruzaré la ciudad de los Cadmeos sin ser visto?
DIO.- Iremos por callejas desiertas. Yo te guiaré.
PEN.- Cualquier cosa es mejor que que se burlen las bacantes de mi.
DIO.- Entrando los dos en palacio...
PEN.- Decidiré si me parece bien.
DIO.- ¡A tu disposición! Por mi parte todo serán facilidades.
PEN.- Voy a marchar. O bien saldré con mis armas u obedeceré esos consejos tuyos.
(Entra Penteo en el palacio.)
DIO.- ¡Mujeres, nuestro hombre penetra en la red! Acudirá ante las bacantes, adonde va a pagar la pena con su muerte. ¡Dioniso, tuya es la acción! ¡Que no está lejos! 

850

Le castigaremos. Primero sácale de sus cabales insuflándole una ligera locura. Porque, si piensa con sensatez, me temo que no quiera revestir el atuendo femenino. Pero si se le aparta de la sensatez lo hará. Quiero que  él sirva de escarmiento y risa a los tebanos, cuando yo le conduzca con hábito de mujer a través de la ciudad, después de sus amenazas de antes, en las que resultaba tan tremendo. Pero voy a ajustar a Penteo el adorno con el que saldrá para el Hades, degollado en las manos de su madre.  Conocerá al hijo de Zeus,

860

a Dioniso, que es un dios por naturaleza en todo su rigor, el más tremendo[42] y el más amable para los humanos

[35] Personificado como si fuera una divinidad.

[36] El adjetivo potniádas significa probablemente "poseídas de un furor de origen divino" (Fenicias v. 1124 aplicado a las yeguas que devoraron al tracio Glauco; Orestes v. 317 dicho de las Erinias).

[37] Epíteto de Dioniso, derivado del grito Íakhe, con que los adeptos celebraban algunos momentos de las ceremonias. En su origen quizá fue una divinidad menor adscrita al culto de Deméter en Eleusis, que luego fue identificada con un aspecto del dios.

[38] Esta frase recoge la misma dicha por Penteo en v. 220. El mensajero, después de haber descrito el comportamiento, primero pacífico y luego furioso de las bacantes, acaba dándole a Penteo el mismo consejo que le diera Tiresias: que acate su gran poder, prescindiendo de más averiguaciones.

[39] Esta interjección extra metrum, que podría traducirse como ¡Basta ya!, marca un cambio muy importante en la disposición de Dioniso, que deja de discutir con el impetuoso Penteo y le insinúa una tentadora propuesta.

[40] Penteo ha criticado (v. 455) la larga melena del extranjero, lo que implica que él mismo la llevaría, o bien cortacomo los atenienses del s. V, o bien recogidos los rizos como los griegos de la época heroica. En cualquier caso, esta peluca juega un papel importante en la representación: en el 1º agón Penteo arrancó la peluca al forastero; cuando penteo se viste de Bacante usa la misma peluca; el mismo forastero le ajusta un rizo; cuando las frenéticas ménades lo arrancan del árbol Penteo se quita la peluca, tratando de que su madre le reconozca;Después Ágave entra con la peluca  colocada sobre lo alto del tirso. El alcance simbólico de la peluca es, por tanto, indiscutible.

[41] El peplo era una prenda típicamente femenina. El travestirse los ho,bres con ropas femeninas era frecuente en las fiestas dionisíacas

[42] El término deinótatos significa tanto "muy terrible" como "muy potente"