|
VIGÍA.- A los dioses suplico la liberación de estos trabajos: vigilancia que dura ya todo un año, en la cual, recostado sobre la azotea del palacio de los Atridas, de codos como un perro, me sé ya la ronda de las constelaciones nocturnas y las que invierno y verano traen a los mortales, brillantes señores que destacan en el cielo, [los luceros cuando se ponen y sus ortos]. Ahora acecho la señal de una antorcha, destello del fuego que trae nueva de Troya |
10 |
y noticia de su conquista. Así lo manda ansioso corazón de mujer que como hombre manda. En este mi lecho vagabundo, húmedo por el rocío, que los sueños no visitan, es el miedo, no el sueño, quien vela a mi lado, para que en mi somnolencia no cierre de una vez los párpados; y cuando quiero cantar o tararear, y aplico musical remedio contra el sueño, deploro y lamento el infortunio de esta casa que ya no rige la antigua excelencia. |
20 |
Pero, ¡ojalá fuera la liberación feliz de mis trabajos y en el negro de la noche apareciera el fuego fausto! (A lo lejos se ve una luz) ¡Ah! Salve, antorcha de la noche que alumbras la luz del día y la institución de coros numerosos en Argos por esta suerte. ¡Viva! ¡Viva! Hago saber claramente a la mujer de Agamenón, que salte del lecho con presteza y en el palacio en honor de esta antorcha el grito fausto eleve, si es verdad que la ciudad de Ilio |
30 |
está tomada, como deja distinguir la tea agitada.
En
cuanto a mi, voy a iniciar con mi danza la fiesta, pues sacaré
ventaja de la buena tirada de mis amos, que esta señal me ha valido
tres seises[1].
¡Si pudiera sostener con esta mía la mano bienamada del soberano de
este palacio a su llegada! Lo demás lo callo. Un buey enorme pisa mi
lengua[2].
La misma casa, si voz tuviera, lo diría con toda claridad, porque de
grado hablo sólo a quienes ya saben, pero a los que no, pasaré
inadvertido. |